sábado, 18 de abril de 2015

8° Encuentro de Cafés Literarios y Talleres de Creación Literaria - BibloRed

Un año como cien de soledad

Biblioteca Pública

Gabriel García Márquez 

Parque El Tunal

4:00pm


Para quienes deseen acompañarnos, hay transporte desde la Biblioteca Pública Virgilio Barco, a partir de las 2:00 pm de ida y regreso.

Leer a Macondo

Un año como cien de soledad

El director del programa de Literatura de la Universidad de Los Andes resalta aquí la importancia del mundo creado por el autor y los ecos cervantinos que se encuentran en su obra


Un ejemplar en inglés de  El amor en los tiempos del cólera, una de las principales obras de García Márquez./elespectador.com
Conmemorar el primer aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez es la ocasión para hablar del orgullo colombiano al ganar el Nobel de literatura, para ojear y hojear volúmenes con precios obscenos o ejemplares baratos plagados de erratas y para que la feria del libro de Bogotá invite a un país sin territorio y sin paisaje, sin habitantes y sin mapa. Casi nadie recuerda que en el 82 “el orgullo colombiano” vivía en el exilio, que hace un año estábamos en la polémica de porqué los libros de García Márquez no se vendían en nuestras escasas librerías y casi nadie toma en serio que sólo podemos “visitar Macondo” al leer las novelas o los cuentos de García Márquez, cosa que se hace cada vez menos en escuelas y universidades.
 
Al “visitar Macondo” más que revitalizar la etiqueta del “realismo mágico”, deberíamos cuestionar hasta qué punto esa etiqueta sólo es útil para turistas y publicistas que aun consideran que “América del Sur es un hombre de bigotes, con una guitarra y un revolver” o útil para críticos cicateros que no se arriesgan a poner a Gabriel García Márquez al lado de Shakespeare, de Dante o de Miguel de Cervantes.
 
Poner en la misma línea a Cervantes y a García Márquez, por ejemplo, en realidad no es nuevo, de hecho, poco antes de que se publicara Cien años de soledad, Carlos Fuentes le decía a Julio Cortázar: “Acabo de leer Cien años de soledad: una crónica exaltante y triste, una prosa sin desmayos, una imaginación liberadora. Me siento nuevo después de leer este libro, como si les hubiese dado la mano a todos mis amigos. He leído el Quijote americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar el mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué  maravillosa recreación del universo inventado y reinventado! ¡Qué prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y a lo imaginario!”.
 
No exageraba el autor mexicano; cuando se lee Cien años de soledad desde la perspectiva de Cervantes a cada paso encontramos pasajes en donde las formas áureas son reelaboradas con unos propósitos estéticos similares a los que inspiraban a los poetas del XVII. Así, en el más detallado nivel textual es posible encontrar en Cien años de soledad ecos del Quijote como sucede en un pasaje en donde el nombre de Remedios es enunciado repetidamente por Aureliano: “La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre”. 
 
La forma en que es evocado el nombre de Remedios tiene una clara vinculación con el pasaje del Quijote en donde el nombre de la pastora Leandra se repite sin cesar en el contexto de un cuento pastoril intercalado en el capítulo 61 de la primera parte de la novela de Cervantes: “No hay hueco de peña, ni margen de arroyo, ni sombra de árbol que no esté ocupada de algún pastor que sus desventuras a los aires cuente; el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: “Leandra” resuenan los montes, “Leandra” murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos.” No es que García Márquez refiera directamente el pasaje de Cervantes, lo que refiere es la forma de enunciación que del nombre de la amada hace un amado adolorido, forma de enunciación poética que tiene también un referente pastoril y antiguo en donde el mundo hace eco al nombre de la amada, tópico literario que encontramos por ejemplo en la “Égloga tercera” de Garcilaso: “Elisa soy, en cuyo nombre suena / y se lamenta el monte cavernoso, / testigo del dolor y grave pena / en que por mí se aflige Nemoroso / y llama “Elisa”; “Elisa” a boca llena / responde el Tajo, y lleva presuroso / al mar de Lusitania el nombre mío, / donde será escuchado, yo lo fío”.
 
También en los cuentos de García Márquez encontramos ecos cervantinos; así, por ejemplo, el relato “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” puede también ser leído desde la perspectiva de “La Gitanilla” de Cervantes. Se trata de textos que superan por su extensión la longitud que tradicionalmente se le atribuye al cuento, pero no alcanzan la dimensión de lo que llamaríamos una novela en términos modernos. La extensión de “La Gitanilla” y la de “La Cándida Eréndira” parecen obedecer a la idea de novella en términos italianos del siglo XVI y tematizan la sensualidad de muchachas criadas por una pariente mayor que se presenta como abuela y que directa o indirectamente saca provecho económico de la joven. Cervantes dice que la vieja era “una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar.” La vieja de García Márquez plantea un orden que ella supone debe ser restablecido y la joven se encamina en la construcción de una vida propia y en una permanente búsqueda de la libertad que no se supedita a las contingencias del mundo material que busca la vieja y menos aún al mundo de la fantasía amorosa que le propone el enamorado Ulises. 
 
En la vieja hay una nostalgia de un tiempo mejor, un tiempo feliz que ya se ha ido, en tanto la joven sigue pensando en la libertad del futuro que sabe un día llegará. Para el caso de la vieja, el pasado feliz se asocia con el recuerdo de Amadís el hombre que la liberó del trabajo de prostituta en las Antillas y de Amadís el padre de Eréndira que un día abandonó a la niña en su casa. En el recuerdo de los Amadises la vieja encuentra la imagen de amor y solidaridad, de hecho los recuerda en sueños, carga sus restos en un baúl y se le aparecen en el momento de la muerte.
 
Otro punto en el que los textos de Cervantes y García Márquez pueden ser comparados es el que tiene que ver con la imagen del enamorado. Si en Cervantes encontramos a un Andrés preocupado por Preciosa, en la obra del colombiano será Ulises quien busca sacar a la muchacha de la explotación a la que está sometida. Ulises y Andrés son muchachos que pertenecen a familias que podría llamar hidalga en un caso o burguesa en el otro, y en ambos casos están decididos a sacrificar su condición social para alcanzar el amor. En la novela de Cervantes, Andrés asume la condición de gitano, en el texto de García Márquez, Ulises no duda en robar a sus padres, llevarse una pistola inservible, escapar en una camioneta llena de pájaros, matar para defender el nombre de la muchacha; el Ulises de García Márquez es imagen de joven enamorado y aventurero que de nuevo recuerda al Andrés cervantino que en un momento advierte: “Mira cuándo quieres que mude el traje, que yo querría que fuese luego; que, con ocasión de ir a Flandes engañaré a mis padres y sacaré dineros para gastar algunos días, y serán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida”. 
 
La vieja piensa en Amadís, la joven en Ulises. La vieja piensa en las versiones idealizadas del amor pero regenta y explota a una joven prostituta, la joven se dedica a proporcionar servicios amorosos, es objeto amoroso del joven Ulises pero no sede su aspiración a la libertad a algo tan elemental como enamorarse. Ninguna de las dos ve la situación presente como una condición permanente sino como un estado pasajero que se supera “exprimiendo las sábanas” en el caso de Eréndira, o que se supera organizando mejor la relación entre ingresos-egresos en el caso de la vieja.
 
Uno podría seguir hallando puntos de encuentro entre los dos textos: los gitanos de un lado serán guajiros en el otro, el corregidor de un lado será senador en el otro, en los dos casos se alude a una joya robada, en los dos casos los muchachos piden ocho días de plazo, en los dos casos las protagonistas tienen los ojos claros, en los dos casos triunfa la libertad de la muchacha sobre la ingenuidad del joven, en los dos casos el idealismo del joven se enfrente con una muchacha que no duda en decir “Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere”, frase de Preciosa que bien podría aplicarse a Eréndira, al menos en el sentido en que el tema cervantino de la libertad individual de la mujer pareciera ser evocado por las decisiones que toma Eréndira al final de su relato.
 
Sacar la narrativa de García Márquez de los tópicos del realismo mágico, “desmacondizar” esta narrativa, ponerla a dialogar con la literatura universal es uno de los objetivos del curso abierto, masivo y en línea (MOOC por sus siglas en inglés) “Leer a Macondo” que está organizando la Universidad de los Andes y que será presentado en el marco de la 28ª Feria Internacional del Libro de Bogotá el próximo 23 de abril a las 6pm en la sala Manuel Zapata Olivella.
 
 
Hugo Hernán Ramírez es doctor en Literatura Hispánica de El Colegio de México e hizo su posdoctorado en la Universidad de Tubinga estudiando tradiciones discursivas de los siglos XVI y XVII; en la actualidad dirige el Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes.

El primer reportaje de Gabriel García Márquez

Un año como cien de soledad

El 12 de julio de 1954, un alud de tierra sepultó a más de sesenta personas en Media Luna, una vereda de las montañas que rodean a Medellín

 
Gabriel García Márquez dijo que el periodismo es el mejor oficio del mundo./elcolombiano.com
La tragedia ocasionó una movilización popular nunca antes vista para tratar de rescatar hasta el último de los cadáveres. Dos semanas después, Gabriel García Márquez fue enviado a esta ciudad por El Espectador a reconstruir la historia de la catástrofe,
Según cuenta Jacques Gilard, el reportero intentó ir hasta el sitio del derrumbe, pero en el camino se enteró de que allí no vivía nadie y por lo tanto no podría realizar ninguna entrevista. Luego, sintió desaliento y pensó en abandonar su trabajo y regresar a Barranquilla.
Sin embargo, al final, decidió ir hasta algunos barrios donde vivían la mayoría de las víctimas. Estas habían caminado varios kilómetros en busca de su propia muerte, para presenciar el rescate de los muertos de la primera avalancha. Allí, la suerte lo salvó del que podría haber sido el primer gran fracaso de su carrera como periodista: en uno de esos barrios halló algunas personas que accedieron a contarle la historia, entre ellos el ciclista Ramón Hoyos Vallejo. Basándose en esos testimonios, escribió el primer gran reportaje de su vida.
El primer párrafo era distinto a casi todo lo que había escrito antes: “El lunes 12 de julio, un poco antes de las siete de la mañana, los niños Jorge Alirio y Licirio Caro, de once y ocho años, salieron a cortar leña. Era un trabajo que realizaban tres veces por semana, con un pequeño machete de cachas de cuerno, gastado por el uso, después de tomar el desayuno con su padre, el arenero Guillermo Caro Gallego, de 45 años. Vivían con su madre y cuatro hermanos más, en una casa situada junto a la quebrada de El Espadero, que se despeña a siete kilómetros de Medellín por la carretera de Rionegro…”.
Hasta ese día, García Márquez había trabajado durante seis años en El Universal, El Heraldo y otros periódicos de la costa Caribe escribiendo notas editoriales y una que otra crónica con historias y personajes inventados. Cuando llegó a El Espectador empezó a escribir noticias y entrevistas. “Doy fe: a los diecinueve años -siendo el peor estudiante de Derecho- empecé mi carrera como redactor de notas editoriales, y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso” dijo en una conferencia.
Cuando se encontró ante la obligación de escribir sobre la realidad pura y dura y las víctimas reales que habían muerto sepultadas por el derrumbe, se acordó de las palabras de su amigo Álvaro Cepeda Samudio: El periodismo es literatura de urgencia. El reportaje necesita un narrador esclavizado a la realidad.
Escribiendo su relato, García Márquez empleó a fondo todos los recursos que había aprendido sobre el arte de narrar. Pero el reto principal que debió enfrentar fue verse obligado a escribir sobre hechos y personajes concretos de su propia época, pues como él mismo decía, “el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”. Fue una despedida atroz con la retórica falsa de sus crónicas más tempranas, como la de la Marquesita de la Sierpe. Esa experiencia transformó su escritura. Después de eso, pocos escritores documentaron tanto sus ficciones como él.
Desde estas montañas donde escribió el primer reportaje de su vida, escribo estas palabras para decirle adiós al reportero raso que siempre fue Gabriel García Márquez.

Hablan los biógrafos de Gabo

Un año como cien de soledad

Dasso Saldívar y Gerald Martin conocen como nadie la vida y obra de Gabriel García Márquez. Los dos hablaron sobre el legado del escritor

 
Dasso Saldívar, Gabriel García Márquez y Gerald Martin./semana.com
Gerald Martin, de 71 años, es inglés y autor de la biografía Una vida.

 ¿Cree que la muerte de Gabo lo encumbró a la condición de mito?

Gerald Martin: Yo creo que ya era mito (‘Cien años de soledad’ y ‘Macondo' eran otros tantos). Pero indudable su muerte ha confirmado lo que ya sabíamos y su mito ha seguido creciendo.

¿Existe un Gabo antes y después de su muerte?

G.M.: Bueno, Gabo estuvo en un limbo bastante misterioso y triste en los años precedentes a su muerte. En ese sentido, como dije cuando se murió, su muerte significó más bien una resurrección. Ahora, se está convirtiendo en lo que va a ser para siempre, allí en su Olimpo literario y en el corazón de la humanidad.

¿Tras un año de su muerte qué es lo más importante que ha ocurrido alrededor de Gabo?

G.M.:
Innumerables homenajes: yo mismo he participado en homenajes en Naciones Unidas, con Ban Ki-moon, en la Unión Europea, con Martin Schulz, y en la Unesco, y si hubiera aceptado todas las invitaciones podría haber pasado el año entero viajando a diferentes homenajes en diferentes países. En París hemos montado con el Instituto Cervantes, la ‘Ruta García Márquez’ en la capital francesa (pueden buscarlo en internet). Su archivo histórico y literario ha sido depositado en Texas.

¿Se le ha reconocido como se debe?

G.M.: Indudablemente. Sin embargo, pienso que en Colombia tendrán que morir también otros miembros de su generación y la siguiente antes de que Gabo ocupe, finalmente, y totalmente, el lugar que merece en su propio país, antes de que, como su patriarca, ocupe ‘todo su poder’. Contra lo que siguen repitiendo algunos ‘trolls’, no fue traidor a su patria, no fue mexicano, no fue lacayo de Fidel Castro, no fue un multimillonario olvidadizo del país que le dio su origen y que fue el tema y el escenario exclusivo de su obra literaria. Estos son mitos falsos. Y la única dañada es Colombia.


Un columnista decía que a Gabo no lo están leyendo en las universidades. ¿Qué hacer para que los colombianos lean a Gabo?

G.M.:
Dejar que pase el tiempo. Lo leerán, siempre. Y las generaciones jóvenes del futuro lo harán de otra manera, a su propia manera. Y con un poquito de suerte, en vez de repetir todos los clisés que nosotros hemos repetido hasta la saciedad, empezarán a hacer investigaciones nuevas, serias, originales y descubrirán que Gabo no solo es un gran clásico y un gran novelista universal, sino también un gran escritor local, un escritor detalladamente e interminablemente colombiano.

¿Qué detalles del último año incluiría en un libro sobre Gabo?


G.M.: Incluiría todo. El último año, un fenómeno cultural totalmente sin precedentes (en lo que a la literatura se refiere), merece ser, todo él, el tema de un libro: 'Gabo, 17 de abril de 2014 a 17 de abril der 2015'. ¿Quién lo escribirá?


Dasso Saldivar, 64 años, colombiano, autor de la biografía Viaje a la semilla.

¿Cree que la muerte de Gabo lo encumbró a la condición de mito?

Dasso Saldívar:
No lo creo. Ni siquiera el Premio Nobel le dio esa categoría. Fue su obra y su proyección gigantesca en los principales idiomas del mundo. Pero fue sobre todo Cien años de Soledad. Desde la publicación y traducción de esta novela, García Márquez empezó a convertirse en un mito vivo creciente. Otras obras, como El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y el general en su laberinto consolidaron la perdurabilidad del mito. El principal papel de la muerte, aparte del biológico, claro está, fue llevar a los focos mediáticos la evidencia planetaria del mito. Cuando éstos se apaguen, que más que alumbrar enceguecen, García Márquez quedará en estado literario puro, y el gran clásico entre los clásicos continuará a través de los siglos

¿Existe un Gabo antes y uno después de su muerte?

D.S: Solo existió un Gabo en vida, por lo tanto, no hay Gabo después de la vida, pero, y esto no es un consuelo, hay un García Márquez que existió en vida y sigue existiendo después de la muerte.

Tras un año de su muerte, ¿qué es lo más importante que ha ocurrido alrededor de Gabo?

D.S: Como es evidente, si Gabo no está nada pudo ocurrir a su alrededor. Todo lo que ha ocurrido en este año es pues alrededor del García Márquez intemporal, de ese alquimista de la imaginación que ha cruzado las fronteras entre la vida y la muerte para perdurar entre sus lectores. De modo que lo más importante, para mí, sigue siendo la presencia y difusión de sus libros.

¿Se le ha reconocido como se debe?

D.S: Si ha sido leído y sigue siendo leído por millones de lectores en todos los idiomas cultos de la tierra, García Márquez ha tenido el mayor de los reconocimientos que puede tener un escritor, que es justamente el que conceden los lectores. Los reconocimientos oficiales son mera hojarasca.

Un columnista decía que a Gabo no lo están leyendo en las Universidades. ¿Qué hacer para que los colombianos lean a Gabo?

D.S:
Nada. Ya lo leerán en otro momento de sus vidas. A los de mi generación nadie nos dijo que había que leerlo. Apenas algunos medios de comunicación hablaban de él recién publicado Cien años de soledad. Es más, los gobiernos y las instituciones oficiales lo silenciaban porque lo detestaban. Como se sabe, una de las primeras críticas que se hicieron de la novela en Colombia fue la de Fernando Garavito, que ha pasado por ser la primera crítica negativa, y una entre las pocas, de la obra magna de García Márquez.

¿Qué detalles del último año incluiría en un libro sobre Gabo?

D.S:
Nada menos que el “detalle” de su ausencia personal, aunque ya nos había ido dejando poco a poco. Cuando nos dejó del todo, pensé en él recordando aquellas palabras que Margarite Yourcenar pronuncio a la muerte del otro grande de nuestras letras: “Sin Borges el mundo es más pobre.”

Mi encuentro con García Márquez

Un año como cien de soledad

Satoko Tamura, traductora de Gabo, presenta Por los caminos de 'Cien años de soledad'. Fragmento

Gabriel García Márquez, Satoko Tamura, traductora del autor al japonés, y Mercedes Barcha, en casa de los García Barcha, en Cartagena, en febrero de 2010./eltiempo.com

Busco en el aparador del salón comedor de la casa de García Márquez en México y le pregunto a Teresa, la “chacha” que desde hace más de treinta años tiene a su cargo la cocina, dónde está el plato que traje de Japón... “¿Y el tazón?”. A Mercedes, su esposa, le encantan las vajillas japonesas de cerámica y de laca, y suele ponerlas a buen resguardo en el ropero de su dormitorio. Mercedes dispone en una fuente la torta casera que han traído Gonzalo, su hijo; y su nieta Emilia. Ya están preparados el ‘sashimi’, plato preferido de Gabo (como suelen llamarlo), ‘sunomono’, ‘ohitashi’ y la sopa de ‘miso’. En pocos minutos él saldrá de su estudio y cruzando el patio vendrá al comedor para almorzar. No bien llegue pondré a freír la ‘témpura’ para servirla bien caliente y crujiente. Cuando me encuentro ahí preparando la comida, me suele sobrevenir un sentimiento extraño, y eso se debe a las circunstancias que han hecho que esté en la casa de la familia García Márquez y actúe con la naturalidad con que lo haría en mi propia casa.
Todo comenzó hace veinticinco años, cuando recibí una llamada telefónica de Kenji Nakagami.
Atendí la llamada y alguien me dijo:
—Soy yo.
El tono nasal de su voz lo delataba, era Kenji.
—¿No podrías concertarme un encuentro con García Márquez?
—me preguntó.
Ese fue el nexo para que conociera personalmente a Gabo.
Unos meses antes de aquella llamada telefónica me había reencontrado con Kenji en una reunión de exalumnos de la escuela secundaria, después de un lapso de casi veinte años. No recuerdo cuál fue el motivo de aquella reunión, pero tengo bien presente que lo hicimos con la presencia de nuestra maestra Ai Yamamoto en una cafetería próxima a la estación de Shingu. La maestra Yamamoto es para mí un personaje que siempre he tenido presente, pues solía invitarnos a Kenji y a mí a su casa para enseñarnos a disfrutar del placer de escribir. Y estoy segura de que también lo ha sido para Kenji. Yo estaba de visita en mi pueblo natal con mi hijo. Por esos años, todos mis excompañeros de escuela estaban ya trabajando, y como muchos no tenían tiempo de celebrar una reunión de camaradería, algunos aprovechamos para juntarnos durante los días feriados en que se celebra el Obón. Como el pueblo no es muy grande, enseguida corrió la voz de que fulano o mengano había vuelto. Después de largos años sin vernos teníamos tanto de qué hablar, que nos quedamos conversando desde pasado el mediodía hasta bien entrada la noche, y nos vimos obligados a salir cuando nos dijeron que ya tenían que cerrar. Al despedirnos noté que mi hijo se había quedado dormido en el sofá y recuerdo bien que al levantarme me dolía la cintura de haber permanecido tanto tiempo sentada.
Quedamos con Kenji en vernos al día siguiente en una cafetería junto a la ribera de Nachi. Contemplando a través de la ventana el mar de Kumano y las olas que brillaban como enormes escamas de pescado heridas por los cegadores rayos del sol, hablamos de lo sucedido en todos esos años, de los temas de común interés y de lo que estábamos haciendo en la actualidad. No pudimos contener la risa al recordar cuando publicábamos en la escuela una revista literaria y frecuentemente reñíamos en el momento de evaluar los trabajos presentados.
Kenji Nakagami se hizo muy famoso desde que recibió el Premio Akutagawa de Literatura. Había comprado un apartamento cerca de la cafetería donde nos dimos cita y, como cada vez que yo regresaba visitaba a nuestra antigua maestra, por ella tenía yo noticias de él. Kenji siempre sintió una gran simpatía por los países del Sur, que para mí son algo esencial, y creo que esta actitud se debe en gran medida a que ambos nos hemos criado y formado bajo la influencia del tradicional espíritu rebelde de Kumano. En su juventud, Kenji sentía atracción por la música gitana y por el reggae, se interesaba en los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana, cuyos nombres eran ya conocidos en Japón, y ahora quería saber de mis trabajos y actividades*.
En resumen, le conté que tuve la experiencia de vivir junto a los latinoamericanos la historia de las turbulencias políticas que acarrean las revoluciones y contrarrevoluciones; que después de haber estudiado en México para acceder a las obras de Gabriela Mistral en su idioma original, hice un viaje por Sudamérica con la mochila al hombro; que durante mi estancia en Chile estaba en el gobierno el presidente socialista Salvador Allende, posteriormente depuesto por el golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos de América; que en España fui testigo de la transición de la dictadura franquista a un régimen democrático y que más recientemente había visitado Nicaragua poco después de triunfar la revolución sandinista. Y también que amigos y familiares de las personas que había conocido durante mi permanencia en Chile marcharon al exilio tras el golpe y que algunos de los que se quedaron fueron arrestados y enviados a campos de concentración; que participo en el Movimiento de Solidaridad Internacional que aboga por la democratización y que hago traducciones y sirvo de intérprete para una organización que denuncia abusos por violación de los derechos humanos. Pensándolo bien, creo que, inducida por el hábil Kenji, fui yo la única que habló todo este tiempo.
Restablecido el contacto, nos despedimos con la promesa de vernos otra vez en Tokio y Kenji, bronceado por el sol, se fue con su arpón a la provincia de Mie para pescar buceando a pulmón en la playa de Niguishima.
A partir de entonces nos encontramos muy seguido en el barrio de Shinjuku, que prácticamente era su “base”. Fue él quien me llevó a un bar que cumplía las funciones de salón literario y quien me invitó a probar por primera vez en mi vida los platos de Okinawa, entre ellos un pepino amargo llamado ‘goya’, poco conocido por entonces en Japón.
—Mira —me dijo—, este es el pepino amargo y su amargor es lo bueno que tiene.
Kenji me llamó por teléfono para que concretara un encuentro con García Márquez y me pidió que lo acompañara para hacerle de intérprete. Le prometí consultar con un amigo del escritor y que le avisaría no bien tuviese respuesta.
Enseguida me puse en contacto con el poeta y periodista cubano Jorge Timossi, a quien tuve la oportunidad de conocer en el Festival Internacional de Poesía celebrado un año antes en Morelia, capital del estado de Michoacán, en México. Por entonces estaba yo en ese país enviada por la Fundación Japón. Y como nos hospedábamos en el mismo hotel, tuvimos la ocasión de mantener largas conversaciones sobre el arte de la poesía y llegamos a entablar una estrecha amistad. Nacido en Argentina, Jorge Timossi posee actualmente la nacionalidad cubana. En su juventud simpatizó con la Revolución Cubana, y en 1959 participó en la fundación de Prensa Latina, la agencia oficial de noticias que difunde información sobre América Latina de una manera independiente y libre de los prejuicios de Estados Unidos, y desde entonces ha sido corresponsal de la misma. García Márquez brindó su apoyo a la fundación de Prensa Latina y mantiene con Timossi una estrecha amistad.
Fue así como lo llamé por teléfono para ver si podía hacernos el favor de ponerse en contacto con García Márquez y decirle que un escritor representativo de Japón, Kenji Nakagami, estaba sumamente interesado en conocerlo personalmente, y que estábamos dispuestos a ir a verlo en la fecha más conveniente. Mientras esperaba la respuesta recibí un telegrama con la invitación para participar en el Segundo Encuentro de Intelectuales de Latinoamérica y del Caribe, por celebrarse en Cuba. El mensaje decía que García Márquez también tendría mucho gusto de conocerme y que acudiese sin falta. Ninguna mención a Kenji Nakagami. Llamé nuevamente por teléfono a Jorge Timossi para aclararle que no era yo sino el escritor Kenji Nakagami quien quería entrevistar a Gabo, pero la respuesta fue esta:
—Gabo dice que a quien va a recibir es a Satoko. Se interesó por todo lo que le hablé de ti, así que no desaproveches la oportunidad de venir a verlo.
García Márquez apoyaba al gobierno de Salvador Allende y cuando estalló el golpe amenazó con dejar la pluma en señal de protesta. Supuse que Timossi le habría contado de mi participación en movimientos de solidaridad en apoyo de exiliados y activistas defensores de los derechos humanos.
Timossi era corresponsal de Prensa Latina en Chile cuando ocurrió el golpe, y a través de él me enteré de los pormenores de lo que había ocurrido. Unos cincuenta soldados armados irrumpieron en la corresponsalía y se lo llevaron detenido. Al salir a la calle pudo ver muchos cadáveres. A las pocas horas lo dejaron en libertad, pero como se había implantado el toque de queda, a duras penas pudo regresar a salvo a su oficina esa noche esquivando los tiroteos. Al día siguiente se embarcó en un avión enviado por el gobierno soviético y abandonó Santiago. Cuando le conté que en esa época yo ayudaba como intérprete a los músicos chilenos en el exilio que iban invitados a dar conciertos en Japón y que traducía las conferencias que daban ex-presos políticos para contar el sufrimiento de las torturas a que habían sido sometidos, y al escuchar que yo había volado a Chile llevando el dinero de una colecta para entregarlo secretamente a una organización clandestina en contra de Pinochet, Timossi se sorprendió de que en un país oriental tan lejano, situado en las antípodas, hubiera personas que participaban, como yo, en movimientos de esa naturaleza. Y supongo que tal vez le hubiera contado todo eso a García Márquez.
Después de mi conversación telefónica con Timossi, me devané los sesos pensando qué haría con Kenji, tan esperanzado en conocer personalmente al escritor. Como era imposible que fuese yo sola, decidí que lo mejor sería ir juntos y, en última instancia, hacer que se sentara a mi lado y dejarle la palabra en el momento de hacer la entrevista.
Pero cuando lo llamé por teléfono para darle la noticia, me respondió que lo lamentaba en el alma, pero que le sería imposible ir conmigo en los días convenidos pues por esas fechas le habían surgido unos compromisos ineludibles. Y desde ese momento abandoné el control que me había impuesto para no introducirme en terrenos que fueran ajenos a mi especialidad, la poesía, y armada de valor fui a hacer la entrevista a García Márquez.
En Cuba me recibieron con los brazos abiertos. Fidel Castro me extendió la invitación para asistir a una recepción en el Palacio de la Revolución. Cuando acudí a su encuentro en el atrio del edificio y reparó en que iba vestida de kimono, se interesó por saber de dónde venía. Tal vez le sorprendía que una persona fuese así vestida a la reunión del Congreso Internacional de los Intelectuales de la región de América Latina y el Caribe. Sentí una fuerte emoción al estrechar la mano de ese hombre vestido de uniforme, de elevada estatura y de figura imponente, y lamenté que Kenji no estuviera presente. La foto que me tomaron junto a Fidel Castro apareció en la portada de una revista. García Márquez me invitó a su casa de la Habana y en todo momento fue muy amable al realizar la entrevista exclusiva, que se publicó el 24 de enero de 1986 en el ‘Asahi Journal’ bajo el título de “Debate entre la literatura y la política”. Y así Kenji quedó satisfecho de poder leerla.
Después hubo una serie de gratas sorpresas. Al poco tiempo vino a Japón el secretario de Gabo, que en Cuba era Presidente de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano. Me traía de regalo un recuerdo de arte popular que correspondí enviándole un presente de mi parte. Al año siguiente Mercedes, su esposa, visitó Japón y la acompañé durante su viaje por Kioto. Y cuando vinieron Gabo y su esposa para asistir al Festival del Cine Latinoamericano, desde la mañana hasta altas horas de la noche estuve acompañándolos a reuniones oficiales, a visitas turísticas y a ir de compras. Mercedes me dio el número de su habitación y la contraseña para poder llamarlo por teléfono en cualquier momento.
Después volví a verlo en sus casas de México, Bogotá y Cartagena, y llegué a entablar una estrecha amistad con sus secretarias y con los numerosos miembros de su familia. Poco a poco fui descubriendo, entre otras cosas, la profunda vinculación entre sus obras y su familia, el ambiente en que fue criado, su vida real... Me propongo aquí echar una mirada retrospectiva al laberíntico discurrir de un cuarto de siglo, para relatar lo que he logrado comprender del mundo de Gabo.

Satoko Tamura. Traductora de Gabriel García Márquez, al idioma japonés.

Gabo, aún pensamos mucho en ti

Un año como cien de soledad

Amigos, colaboradores y estudiosas recuerdan al escritor colombiano un año después de su muerte

Una exposición en honor a Gabriel García Márquez en una librería de México./elmundo.es

El escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982, dejó hace justo un año una estela infinita con sus grandes obras y pensamientos que forman parte de su legado.
Márquez consolidó un lugar para el realismo mágico en el mundo, donde introdujo poderosas corrientes de este género creando un estilo literario de realidad, mito, amor y pérdidas. El surrealismo del realismo mágico fue uno de los dones que Gabo supo aprovechar. La imagen del Macondo mítico, con sus parejas de hombres y mujeres intercambiables, sus milagros repentinos y su naturaleza destructiva se hizo tan famosa que la ficción sustituyó a la realidad inmediata.

Sobre el trabajo de periodista

"El periodismo es el mejor oficio del mundo". Con esta frase Gabo definió la profesión que da voz a la sociedad. García Márquez comenzó su carrera como periodista antes de ser escritor, pero fue un duro crítico del oficio.
Manuel Felipe Sierra, fundador del Colegio de Periodistas de Venezuela y amigo del escritor, aseguró que fue García Márquez su ejemplo para ejercer la "ardua labor" del ejercicio periodístico. "Siempre tendré una admiración inmensa por su enseñanza del verdadero periodismo. Fue un reportero que introdujo en la profesión el acento literario, dejando a un lado lo convencional. Su gran mérito es el salto que dio desde el periodismo a la literatura, es un caso muy parecido a la fusión con el campo literario que realizó el escritor estadounidense Ernest Miller Hemingwayen su trayectoria artística", destacó Sierra.
Con el fin de estimular la vocaciones, la moral y la narrativa dentro del periodismo, Garcia Márquez consolidó en octubre de 1994 la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, una escuela para jóvenes periodistas. La institución fue establecida en la ciudad de Cartagena de Indias, Colombia, donde a día de hoy se encuentra impartiendo enseñanzas basadas en la ética, la calidad y el rigor, que para Gabo "eran los pilares del oficio".

El cine y la música

La profunda pasión por el cine de García Márquez lo llevó a ser guionista de películas y a impulsar la creación en Cuba de una escuela cinematográfica. Según señaló el periodista colombiano del diario 'El Heraldo', Jorge Jiménez, "Gabo nunca dirigió una película, pero si estudió en Roma y se destacó en los libretos de distintos largometrajes".
Antes de conquistar la fama como escritor, Márquez participó en su primer proyecto cinematográfico, el cortometraje surrealista 'La langosta azul', filmado en Barranquilla en colaboración con el pintor Enrique Grau, el escritor Álvaro Cepeda Samudio y el fotógrafo Nereo López.
Muchos de los relatos de Gabriel García Márquez inspiraron a distintos músicos latinoamericanos. Un ejemplo de ello es la canción 'Macondo', cumbia compuesta por Daniel Camino. El periodista colombiano Agustín Pérez Aldave ha escrito sobro cómo García Márquez "fue un amante y promotor del género vallenato en todo el mundo".

Lazos de amistad

"Yo me considero el mejor amigo de mis amigos, y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como yo quiero al amigo que quiero menos", dijo Gabriel García Márquez cuando le preguntaron qué significaba el valor de la amistad.
Fueron algunos los privilegiados que tuvieron el honor de compartir momentos cercanos e inolvidables con Gabo, como lo llamaba su entorno. "Una amistad muy sencilla y normal", es la que describe Soledad Mendoza, quien fue una de las mejores amigas del escritor y hermana del periodista colombiano, Plinio Apuleyo Mendoza.
"Gabo fue una persona muy amiga de la casa, manteníamos una amistad normal. Regularmente nos reunimos con él, su esposa, mi hermano y yo para compartir una comida en familia", rememora Mendoza con melancolía.
"Recuerdo que una de las virtudes de Gabo era que bailaba muy bien y la sencillez al momento de expresarse", dijo emotivamente Mendoza, al mencionar algunas anécdotas de cuando conoció a García Márquez en París.
Otra de las personas que llegaron a vivir situaciones con Gabo fue el periodista venezolano Boris Muñoz, quien describió su primer encuentro con el literato de la siguiente forma: "Mi primera visión de García Márquez fue solo eso, una visión. Pasó como un meteorito por el 'lobby' del Hotel Nacional de La Habana. Fue en 1987, año de gran empuje para su proyecto de la escuela de cine de San Antonio de lo Baños. Pero no fue hasta una década más tarde cuando lo fui a entrevistar en el hotel Mark de Nueva York, donde me recibió de muy malas pulgas, para hacerme esperar durante casi 8 horas. Hoy recuerdo esas horas agónicas como una clase magistral de periodismo, la más larga, pero también la más inolvidable de mi vida", relató Muñoz..
"Lo conocí en los libros y tuve la bendición de conocerlo cara a cara", señaló Carmen Ramia, presidenta del Ateneo de Caracas, quien explicó que la amistad con el escritor nació a través de sus suegros: María Teresa Castillo y Miguel Otero Silva, director del diario 'Nacional' de Venezuela.
Xavi Ayén, periodista barcelonés y autor de 'Aquellos años del Boom' (ediciones RBA), compartió con el escritor hace una década. "Él era una persona muy tímida. Construyó un caparazón para protegerse, pero una vez que entrabas en su círculo veías que detrás de toda esa fachada era un hombre con un gran sentido del humor que le gustaba reírse con los demás y de sí mismo. Hacía bromas constantes, te tocaba y contaba anécdotas 'off the record'", aseguró Ayén.
Las inclinaciones políticas de Gabriel García Márquez hicieron que algunos de sus amigos se distanciaran de su entorno. "En Gabo había una mezcla extraña, tenía dos intereses principales; la amistad y el poder. El problema era que siempre quería ambos. Sobre Fidel Castro siempre hablaba bien en público pero en privado era menos castrista de lo que la gente cree, era más una relación de amistad entre dos personas", dijo Ayén.
Inteligencia, creatividad, jovialidad y un gran sentimiento humanístico, fueron algunas de las palabras utilizadas por los amigos del inolvidable Gabriel García Márquez para describirlo. El escritor que supo mejor que muchos retratar América Latina. El padre del realismo mágico y el impulsor del nuevo periodismo iberoamericano se fue hace exactamente un año, pero nos dejó un un lugar llamado Macondo, un pueblecito del Caribe y un universo entero.