lunes, 16 de marzo de 2015

Fidel Castro fue el punto ciego de Gabriel García Márquez

Gobernante y escritor tuvieron relación muy estrecha. El ensayista e historiador mexicano Enrique Krauze critica los silencios de Gabo respecto del gobierno de Cuba

Cercanía. Fidel conversa con García Márquez. La actitud del escritor para con Cuba siempre estuvo en la mira./revista Ñ
El reciente funeral, en México, del gran novelista latinoamericano ofreció un asombroso despliegue. Durante horas, bajo la lluvia, cientos de miles desfilaron ante la urna que contenía las cenizas del autor contemporáneo más célebre y leído de la región. Gabriel García Márquez, muerto el 17 de abril, fue “el rey de Macondo”, ese pueblito colombiano imaginario donde transcurre Cien años de soledad.
Pero para mí y para muchos otros latinoamericanos, sus logros literarios se ven ensombrecidos por una tacha moral: su amistad larga e íntima con Fidel Castro y (peor aún) su aceptación inconmovible de los peores abusos del régimen cubano.
Escribió una vez que “todos los dictadores… son víctimas”. Es un sentimiento que recorre El otoño del patriarca, publicado en 1975, el año en que él comenzó a establecer un vínculo personal sólido con Castro. En tres famosos artículos (una serie titulada Cuba de la cabeza a los pies), García Marquez escribió sobre la “comunicación casi telepática” que percibía entre Castro y el pueblo cubano, y afirmó que “esta ha sobrevivido intacta a la corrosión insidiosa y feroz de las exigencias diarias del poder” y que Castro “estableció todo un sistema de defensa contra el culto a la personalidad”. Luego llamó a Fidel “un reportero genial”, cuyos “inmensos informes orales” convertían al pueblo cubano en “uno de los mejor informados del mundo sobre su propia realidad”. Poco después de esta serie, sin embargo, cuando Alan Riding, del diario The New York Times, le preguntó por qué no emigraba a Cuba, García Márquez respondió: “Sería muy difícil para mí... adaptarme a esas condiciones. Extrañaría muchas cosas. No podría vivir con esa falta de información”.
Cuando finalmente Gabo tuvo una casa en Cuba, comenzó a compartir aventuras gastronómicas con Castro. Así, el cocinero mayor del comandante bautizó un plato “Langosta a la Macondo”, en honor al premio Nobel, un entusiasta.
Cuando se le cuestionó su cercanía con Castro, García Márquez respondió que, para él, la amistad siempre fue un valor supremo. Habrá sido así, pero ciertamente era una amistad con jerarquías y Fidel estaba en la cima.
En 1989, mientras García Márquez vivía en su casa cubana, se desarrollaron los oscurísimos juicios contra el general Arnaldo Ochoa y los hermanos Tony y Patricio de la Guardia, que concluyeron con la pena de muerte para Ochoa y el coronel Tony de la Guardia, acusados de narcotráfico y de traicionar a la revolución. Existía una viva oposición interna a este castigo para Ochoa, un héroe de la victoria cubana en Angola sobre el ejército invasor de la Sudáfrica sumida aún en el apartheid. El coronel de la Guardia era un amigo muy íntimo de García Márquez. Su hija, Ileana, imploró al escritor que intercediera ante Castro para salvar la vida de su padre. Pero el colmbiano no hizo nada; Ileana contó que éste incluso llegó a observar, sin ser visto y junto a Fidel y Raúl Castro, una parte del proceso.
En marzo de 2003, Fidel ordenó intempestivamente unos juicios ejemplares contra 78 disidentes; fueron sentenciados a penas de entre 12 y 27 años. Algunos, por delitos como “tener un grabador Sony”. Poco después, Castro ordenó la ejecución de tres hombres por haber tratado de escapar a los Estados Unidos en una balsa.
En una feria del libro en Bogotá, la escritora Susan Sontag enfrentó a García Márquez; después de elogiar su obra, dijo que era imperdonable que no hubiera alzado la voz contra las acciones del régimen cubano. La respuesta pública de García Márquez siguió siendo el viejo argumento de la relación personal con Fidel: “No sabría calcular la cantidad de prisioneros, disidentes y conspiradores a quienes ayudé, en absoluto silencio, para que fueran liberados de prisión o pudieran emigrar de Cuba en los 20 últimos años. Pero si de verdad lo hizo, ¿por qué actuó “en absoluto silencio”? Habrá considerado que esos encarcelamientos eran injustos. En lugar de seguir respaldando al régimen que cometía esas injusticias, ¿no habría sido mucho más valioso hacer una denuncia pública y contribuir al cierre de las cárceles políticas cubanas?
García Márquez no era un escritor de torre de marfil. Estaba orgulloso de su profesión de periodista y apoyó una institución pedagógica en Colombia.
Traducción Matilde Sánchez

Fidel y Gabo: una amistad real

Rogelio García Lupo es periodista e historiador. En 1959 y junto a Gabriel García Márquez, entre otros, fundó Prensa Latina, la agencia de noticias oficial de la Revolución Cubana.
-¿Cómo era el vínculo entre Fidel Castro y García Márquez?
-Era una relación basada en una permanente preocupación por el mantenimiento del sistema. Consistía a veces en las palabras y a veces en los silencios de García Márquez sobre las decisiones del gobierno. Fue una amistad real.
-¿Qué opina de la afirmación que hizo E. Krauze respecto de que el Nobel no intervino en el juicio al General Arnaldo Ochoa, que lo condenó a muerte?
-Creo que García Márquez no estaba obligado a intervenir en favor de nadie, y a la vez gestionó el permiso para salir de la isla en cientos de casos. No conozco el pedido en favor de Ochoa, que había vuelto de Angola sospecho que cargado de secretos en cuanto a la relación entre mandos civiles y militares en Cuba. También los mellizos De la Guardia se llevaron secretos de Estado con ellos: tenían a su cargo las Operaciones Especiales del gobierno y estuvieron en maniobras extremadamente arriesgadas; podían situarse en un campo sin límites, siempre a favor del gobierno.

Un puñetazo al boom

Un libro revive la historia del fenómeno literario en Barcelona

Gabo y Vargas Llosa, en el premio Biblioteca Breve de 1970. / J.M. Castellet./elpais.com
“Como era un señor de América del Sur en aquella época era alguien sospechoso para mi padre, por lo que pedimos garantías y acabó avalándole Carmen Balcells en persona”, recuerda hoy Javier Canals, propietario del piso tercero segunda de la calle Osi, 50 de Barcelona e hijo de Miguel, que fue quien alquiló, por intermediación de la futura superagente literaria, el piso a Mario Vargas Llosa, donde el también futuro premio Nobel vivió con su familia entre 1972 y 1974. No escribió allí Pantaleón y las visitadoras sino, porque decía que no podía concentrarse por el ruido, en uno de los tres estudios blancos que había en el sobreático, gracias a las irregularidades urbanísticas de la época y que es bien visible aún desde la calle. “Igual una de las piezas literarias mayores hay que agradecérsela al alcalde Porcioles”, bromea uno de los periodistas que rodean al colega Xavi Ayén, de paseo por escenarios míticos de la Barcelona de los años 60 y 70 cuando convergieron lo mejor de las letras sudamericanas y que él ha reflejado en Aquellos años del boom (RBA).
Osi, 50 hace casi esquina con la también bastante silenciosa calle Caponata, 6 donde en los bajos escribía entonces Gabriel García Márquez El otoño del patriarca; había llegado pocos años antes, en 1967, con su familia. Esa confluencia de calles fue la capital del boom. Por ahí pasaron todos. “Mario golpeaba con los nudillos en el tabique y al cabo de un rato aparecía Gabo, con su mítico mono azul de mecánico que se ponía para escribir”, recuerda Ayén la broma con la que aquellos impresionaban a Juanjo Armas Marcelo en 1972. No eran pisos contiguos, pero ellos estaban muy unidos. “Comías en casa de uno y tomabas el café en la del otro”, cuenta el escritor Alfredo Bryce Echenique en el libro. La cercanía la había propiciado Balcells: “Los instalaba en Sarrià porque eso daba buena imagen; ella les hacía de cajero automático y les solucionaba desde problemas de liquidez a lo más doméstico, como las vacaciones familiares o la compra”, explica el periodista, que constata: “Siendo ambos de origen humilde los puso en la zona alta de la ciudad, y Sergio Pitol, que era de clase pudiente vivía en el Raval, en la calle Escudellers”.
Vargas Llosa golpeó a Gabo por desvelar un asunto de faldas a su mujer, mantiene el periodista Xavi Ayén
Ayén sabe centenares de detalles como ese que trufan su libro, nacido de quedarse con ganas de saber más sobre los escritores que se afincaron en la ciudad, coincidencia astral que hasta la fecha sólo tenía una biblia: las memorias de otro ilustre afincado, José Donoso. “Quería hacer una biografía colectiva centrándome sobre todo en Barcelona, pero no se podía explicar solo desde ahí y la cosa fue creciendo”. Tanto que al final le ha llevado 10 años de trabajo y, tras recortarlo, 876 páginas, con las que obtuvo el premio Gaziel de Biografías y Memorias. Ahora es ya un libro de referencia obligada.
“No, cualesquiera, no: los pedía de 120 gramos de grosor”, recita con voz cansina Jorge, el dueño de la papelería-quiosco de maderas verdes de una calle más abajo y a la que, dos veces por semana como mínimo, acudía Gabo a comprar paquetes de folios, que tenía que pedirle exprofeso por su grosor. Acabaron trabando cierta amistad: los hijos del escritor le ayudaron a montar estanterías en el local y él terminó escuchando música en el potente tocadiscos del escritor, que tenía insonorizado el piso.
Carlos Barral, Carlos Fuentes, Josep Maria Castellet, los hermanos Goytisolo, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar, Rosa Regàs… son algunos míticos nombres más que aparecen en el estudio de Ayén, que ha consultado más de 300 libros y archivos (“en el de Vargas Llosa no permiten el acceso a las carpetas de Julia Urquidi, la Tía Júlia”) y se ha entrevista con familiares, amigos y viudas. Muchos coincidían, en esa geografía barcelonesa (en el volumen hay tres planos detallando, residencias, lugares de ocio, editoriales y librerías), en la gauchedivinista Bocaccio: “Gabo fue algunas veces, pero no muchas y Vargas Llosa, solo una, eran muy disciplinados trabajando”, sostiene Ayén sobre los pilares de un grupo que “creó por vez primera un mercado global literario español y que no tenían una estética común pero sí actuaban colectivamente… y eso los editores se lo encontraron hecho”.
La cosa, para el estudioso, acabó por diversos motivos: “Dejaron de vivir juntos en 1974-1975, les dividió sus posturas ante la revolución cubana y el caso Padilla y unos empezaron a tener mucho éxito y otros siguieron siendo solo autores de culto”. Pero la razón más espectacular tiene fecha y escenario: el 12 de febrero de 1976, en el Palacio de Bellas Artes de México, en el preestreno del filme Supervivientes de los Andes: Gabo se dirige a Vargas Llosa y este le propina el famoso derechazo que lo tumba al grito de “Esto, por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona”. Son sólo 30 páginas del libro pero serán las más consultadas y las que han puesto en cierto aprieto la edición. Según la versión de Ayén, el origen está en una crisis matrimonial de Mario y Patricia Vargas Llosa, a causa de una aventura extramatrimonial de él. Patricia visitará Barcelona entre mayo y junio de 1975 para recoger cosas y ultimar gestiones. Una noche sale a cenar con Balcells, Edward y Gabo. Tomaron unas copas y Patricia tenía que coger el avión de regreso a Lima muy temprano. Gabo se ofreció a llevarla y, según Edwards, Patricia perdió el avión, porque Gabo se extravió. Según el chileno, Mario siempre pensó que fue porque quería llevársela a un hotel. Ayén se inclina, tácitamente, por el hecho de que, en el clima de gran amistad entre Gabo y Patricia, el coche se convirtió en una especie de confesionario y el autor de Cien años de soledad “cometió una indiscreción mayúscula, al revelarle a Patricia Llosa alguna correría de su marido, cometida en los años de Barcelona”. Vargas Llosa sintió que “Gabo había corrompido la amistad al irse de la lengua”. Puede pasarle a un gran narrador.