lunes, 4 de mayo de 2015

Los secretos de García Márquez en Texas

Un año como cien de soledad

Macondo bate récords como país invitado de la feria del libro de Bogotá mientras empiezan a conocerse detalles de sus archivos, que podrán consultarse en octubre 

 La feria del libro de Bogotá está batiendo récords de asistencia tras haber designado al imaginario Macondo como país invitado /Fernando Vergara./lavanguardia.com

El pasado 24 de noviembre, el mundo se despertó con una sorprendente noticia en la portada de The New York Times: los archivos personales de Gabriel García Márquez, fallecido hacía unos meses, habían sido vendidos por 2.200.000 dólares a la Universidad de Texas, que los alojaría en su sede de Austin, en el centro Harry Ransom. Muchos colombianos entraron en cólera y, como explica Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional, “nos preguntábamos por qué esos papeles iban a estar en un país, los Estados Unidos, que le negó la entrada a Gabo durante tantos años”.
El mexicano José Montelongo es bibliotecario en la Universidad de Texas y fue la persona que viajó hasta el domicilio de la familia para ver el archivo. “Una de las cartas que más me llamó la atención –revela– fue una dirigida a un amigo, donde, mientras escribe El otoño del patriarca en Barcelona, a principios de los años setenta, le dice que se ha puesto a escribir unos cuentos para niños, no para publicarlos, sino con el objetivo de sacudirse de encima toda la atmósfera y el peso de Macondo. Tenía la cabeza colapsada tras haber creado todo aquel mundo”.
Un mundo que vive un momento álgido. La feria del libro de Bogotá, que se celebra hasta mañana lunes, está batiendo récords de asistencia tras haber designado a Macondo como país invitado en su edición de este año. “Es la primera vez, que sepamos, que un evento de este tipo invita a un país imaginario”, sonríe Jaime Abello, director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y uno de los tres comisarios de la iniciativa, junto a Piedad Bonnett y Ariel Castillo. Los más de medio millón de visitantes previstos abarrotan cada día el pabellón estrella, el de Macondo, que alberga diversas instalaciones, una exposición sobre los viajes de García Márquez o muestra los objetos que vendían los gitanos de Cien años de soledad, desde imanes hasta gramófonos pasando por lupas o papiros. La voz del propio Gabo se oye de fondo al atravesar un pasillo con fotos recientes de lugares del Caribe. Todo pretende ser, en palabras de Abello, “un inventario de la sensibilidad: olores, paisajes, sonidos…
Quisimos evitar los lugares comunes y, por ejemplo, prohibimos que hubiera mariposas amarillas”. Toda esa sensorialidad abarca desde la gastronomía a la música y se complementa con los debates, que se celebran en una gallera, ese lugar tan caribeño y en el que, por ejemplo, llevados por el fragor del escenario, tuvieron una acalorada discusión los dos biógrafos del escritor, el colombiano Dasso Saldívar y el británico Gerald Martin, quienes, moderados por Juan Gabriel Vásquez, se acusaron de falta de rigor por la –discutida– fecha de un viaje de Gabo a Aracataca junto a su madre.
El objeto más codiciado por los visitantes es un mapa a gran escala de Macondo, que empieza a escasear, pese a que se han realizado 85.000 copias. Macondo, en realidad, aparece en solo cinco obras de García Márquez, sobre todo en Cien años de soledad. Era el nombre de una finca bananera que vio un día el escritor, que utilizó la palabra por primera vez en un cuento de 1954, Un día después del sábado, poniendo ese nombre a un hotel.
Volviendo a Austin, está por ver la naturaleza exacta de la correspondencia de Gabo, que se compone de un 90% de cartas recibidas y apenas un 10% de cartas escritas por él. En una de esas, explica, aún mientras escribe El otoño del patriarca, que “yo debí haber escrito esta novela en verso, pero no me atreví”, aludiendo a la musicalidad de la prosa de la obra. De hecho, dice que iba leyendo a clásicos españoles como Garcilaso o Quevedo, de los que extraía pautas de respiración.
La decisión de vender el archivo a la Universidad de Texas fue, según fuentes cercanas a la familia, de Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, sin que pudiera intervenir demasiado el propio escritor, afectado de senilidad. En las negociaciones no intervino tampoco la agente Carmen Balcells. La universidad y la familia afirman que toda la operación contó con “la anuencia” del propio escritor.
Son varios los motivos por los que se optó por Texas, una universidad que tiene en lo latinoamericano su seña de identidad. García Márquez estará acompañado en Austin por los papeles de Borges, el manuscrito de Rayuela o por los archivos de autores que él admiraba y que fueron decisivos en su formación, como Faulkner, Virginia Woolf o Hemingway. Además, la universidad se ha comprometido a fomentar la difusión y consulta del legado, con un programa de 80 becas para investigadores y poniendo a disposición de todo el público el archivo digitalizado en Internet a partir del año 2016. La naturaleza pública de esta institución –a diferencia, por ejemplo, de la Universidad de Princeton, que acoge los papeles de Vargas Llosa o Fuentes– fue otro factor valorado por la familia.
El precio de esos papeles, ligeramente superior a los dos millones de dólares, ha sido también objeto de polémica en Colombia, al compararse con lo que la misma universidad ha pagado por otros fondos: seis millones por los archivos del caso Watergate, y tres millones y medio por el del actor Robert de Niro.
El fondo contiene los manuscritos de diez novelas, cuarenta álbumes de fotos, varios recortes periodísticos, cartas con escritores e intelectuales, dos máquinas manuales de escribir, cinco ordenadores y otras pertenencias. Uno de sus principales atractivos es poder asistir al proceso creativo de García Márquez, a sus “pinceladas ocultas”. “En el manuscrito final de Cien años de soledad, en 1967 –explica Montelongo–, observamos cambios menores como la eliminación de varios puntos y aparte. Pero tenemos dos versiones distintas de El otoño del patriarca (1975), otras dos de Crónica de una muerte anunciada (1981), algunas más de El amor en los tiempos del cólera (1985) o Del amor y otros demonios (1994), es como un in crescendo hasta llegar a las diez versiones de En agosto nos vemos”, la novela inédita en la que trabajó durante sus últimos años de lucidez y que no quiso destruir. El fondo contiene, asimismo, varias versiones de sus memorias Vivir para contarla (2002). También están las fichas y los libros sobre Simón Bolívar que utilizó para escribir El general en su laberinto (1989).
Los expertos trabajan estos días en la catalogación de todo el material y en ­tareas como la desencriptación de los cinco discos duros –con la esperanza de recuperar incluso documentos que hubiera borrado el propio García Márquez– o desenganchando las fotos de los álbumes familiares y quitándoles el pegamento. Todo se abrirá, por fin, al público en octubre, tras un gran evento inaugural presentado por Salman Rushdie. “Somos una universidad pública, con 50.000 estudiantes, y tratamos igual al biógrafo más prestigioso que a un señor jubilado que sienta curiosidad por verlo, no pedimos acreditaciones ni nada parecido. Los papeles de Gabo son de todos y estarán al acceso de todos”, apunta Montelongo, junto a la gallera de Macondo.

El cronopio 'que se hizo querer de todos'

Queremos tanto a Julio

El mundo celebra los cien años del nacimiento del escritor argentino Julio Cortázar

Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, en Roma, en 1974, durante una reunión del Tribunal Russell./eltiempo.com

Horas después del fallecimiento de Julio Cortázar, Gabriel García Márquez tomó una máquina de escribir e hizo uno de los homenajes más sentidos al escritor, llamándolo “el argentino que se hizo querer de todos”. Tal denominación fue apoyada por quienes lo conocieron y lo leyeron, y por esto, como homenaje en los cien años de su natalicio (26 de agosto de 1914-12 de febrero de 1984), haremos un recorrido por uno de los pasajes más interesantes de la vida del escritor de Rayuela: su pasión por los amigos.
La historia de los amigos de Cortázar es la historia no solo de la literatura de nuestro continente, sino también de la revolución literaria y cultural que se vivía en ese momento y que tuvo su auge en París después de los años 60, ciudad mágica en la cual todos terminaron encontrándose, por razones que van más allá del simple azar. Además de su indiscutible valor como hombre de letras, destacado intelectual y excelente escritor, Cortázar era un hombre que se hacía querer por todos.

El argentino universal

El primer encuentro ocurre con un compatriota, en sus años de juventud. Errado sería decir que fueron amigos, pero sí puede afirmarse que su relación con él fue determinante para empezar su recorrido como escritor. Hacia 1946, Jorge Luis Borges, secretario de redacción de la revista Los anales de Buenos Aires, anota: “... una tarde como otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta”. Poco tiempo después, Cortázar encontró, en un ejemplar de la revista ilustrado por Nora, hermana de Borges, la que sería la primera publicación de su extraordinario cuento Casa tomada.
Esta publicación significó su arribo a las ligas mayores de la sociedad intelectual argentina. Cortázar recuerda años después lo importante que fue este gesto para su futuro literario: “El mismo Borges me hizo pedir otros textos para su revista, y así salieron Los reyes y Las puertas del cielo o Bestiario”. De hecho, se considera que estos escritos son los más importantes que publicó en Buenos Aires.
Luego viaja a París, en un exilio autoinfligido que durará hasta el día de su muerte. De sus primeros años en la capital francesa se destacan dos relaciones muy significativas para él: las que tuvo con Alejandra Pizarnik  y Octavio Paz.

La eterna suicida

Precisamente, cuando la poetisa argentina Alejandra Pizarnik conoció a Cortázar, a comienzos de los años sesenta, ambos huían de la misma ciudad: Buenos Aires. Hay muchas hipótesis sobre el tipo de relación que sostuvieron, pero ninguna de ellas tiene suficiente sustento; lo que sí es claro es que los unía un afecto enorme. Para aquella época, Cortázar estaba casado con Aurora Bernárdez, quien también era cercana a Pizarnik, y quien hoy tiene a cargo la custodia de la obra de su fallecido esposo.
El argentino recuerda: “Nos veíamos, ella venía con frecuencia a casa, donde Aurora y yo la recibíamos y la sermoneábamos por su peligrosa manera de abandonarse al azar de las circunstancias, con toda clase de riesgos que no le importaban, pero que los amigos conocíamos bien”. Cuando ella le regaló una edición de Árbol de Diana a la pareja, les dejó esta dedicatoria: “A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera –esta promesa de portarme mejor a partir de hoy, 25 de febrero de 1963– y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos –si me esperan–”.
Pero el alma atormentada de Alejandra, que la llevó a crear hermosos poemas, también la condujo al suicidio en 1972. Su personalidad era un imán para los intelectuales y en especial para Cortázar; por ello el escritor, como muestra de cariño, le regaló un manuscrito de Rayuela. Alejandra, luego de leerlo muchas veces, afirmó que ella era la Maga, el mítico personaje de la novela.
En 1964, la poetisa regresa a Buenos Aires, tras lo cual nace una gran producción epistolar que la acompañará hasta el día de su muerte. Él la apoyaba desde París repitiéndole frases como: “El poder poético es tuyo, lo sabés” o “Sólo te acepto viva, sólo te quiero, Alejandra”. Y ella le respondía cada vez más cerca de la muerte: “Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio –que fracasó, hélas)”.

El diplomático amigo

Cortazarianos hay muchos, pero pocos como Juan Camilo Rincón, autor de esta nota. En la foto, con su colección de libros de y sobre Cortázar. Claudia Rubio /EL TIEMPO
Durante la misma época, en contraste con la establecida con Pizarnik, existió una relación más tranquila y profunda del ‘cronopio mayor’ con el nobel mexicano, Octavio Paz. Esta se dio cuando Paz llegó, en 1959, a la capital francesa. Allí estableció con Cortázar una relación de casi toda la vida, pese a tener algunas diferencias políticas. Luego se volvieron a ver en México y Nueva Delhi, donde Paz fue embajador.
Múltiples señales de complicidad se encuentran en sus obras, y su relación fue tan estrecha que hay reseñas y textos de Octavio Paz en la obra de Cortázar, como es el caso del capítulo 149 de Rayuela.
Paz reconoce que “Rayuela es el primer gran intento narrativo en lengua castellana de literatura combinatoria”; luego afirma: “No es que Cortázar tenga que expresar la realidad, sino que la realidad de Cortázar es la experiencia misma verbal, el acto mismo de crear”. En la dedicatoria de Viento entero, Octavio escribe: “A Julio –no César: ¡Cortázar!; no capitán general– solitario combatiente en las fronteras ilimitadas del lenguaje, su lector, su partidario, su amigo”.
En 1968, cuando estaba terminando su libro Último round, Julio fue a visitar a Paz en Nueva Delhi, ciudad que lo marcó. Inspirado en este encuentro, el autor argentino escribió los poemas 720 círculos y Jardín para Octavio Paz. Luego de un distanciamiento por razones ideológicas que, por fortuna, nunca llevó a la ruptura de la amistad, Cortázar escribió en 1971 el artículo Homenaje a una estrella de mar, donde afirmaba: “A lo largo de treinta años la obra de Octavio Paz ha sido para mí esa estrella de mar que condensa las razones de nuestra presencia en la Tierra”.

Los amigos y su devoción

En diciembre de 1968, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez tomaron un tren nocturno de París a Praga para encontrarse con Milan Kundera. Querían recorrer la ciudad donde nació Kafka, y que poco tiempo antes había sido invadida por tanques rusos.
Antes de ir a dormir, Fuentes le preguntó a Cortázar dónde y en qué fecha “el piano fue introducido en la orquesta de jazz”. Como lo recuerda el nobel colombiano, la pregunta fue casual, pero “la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta altas horas del amanecer”.
“Llegamos rendidos a Praga”, recuerda Carlos Fuentes. “En la estación helada nos esperaba Milan Kundera, quien sugirió que nos fuéramos a un sauna. Según Milan, todas la paredes en Praga tenían orejas, y solo el sauna estaba libre de las escuchas oficiales del gobierno comunista”.
Luego tuvieron otros encuentros, cada uno por su lado. García Márquez recuerda de Cortázar que “lograba seducir por su elocuencia, por su erudición árida, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso, por todo lo que hizo de él un intelectual de los grandes en el buen sentido de otros tiempos”.
El escritor cataquero reconocía un sentimiento que nacía de todos los amigos del argentino: la devoción. Decidió que su partida eterna fuera vista con “el júbilo inmenso de que haya existido, con alegría entrañable de haberlo conocido y la gratitud de que nos haya dejado para el mundo una obra tal vez inconclusa, pero tan bella e indestructible como su recuerdo”.
De los tres, Cortázar fue el primero en morir. Fuentes recuerda que, al enterarse García Márquez de la muerte del argentino, solo le dijo: “No es cierto. No se ha muerto. No creas todo lo que se dice en los periódicos. Porque existen complicidades amistosas que no se acaban nunca”. Ahora los tres ya están juntos.

El Nobel peruano

Otro personaje que estuvo hermanado con estos grandes maestros del Boom latinoamericano es Mario Vargas Llosa. El peruano y el argentino se conocieron en 1958 en París, en casa de un amigo en común, y se vieron por última vez en 1967 en Grecia, donde trabajaron como traductores en una conferencia internacional.
La relación entre ellos, junto con sus esposas, fue entrañable, especialmente con Aurora, la primera mujer de Cortázar, y quien lo cuidó hasta sus últimos días. Vargas Llosa recuerda lo hermoso que le resultaba hablar con ellos: “No pueden ser siempre así. Esas conversaciones las ensayan, en casa, para deslumbrar luego a los interlocutores con las anécdotas inusitadas, las citas brillantísimas, las bromas que, en el momento oportuno, descargan el clima intelectual”.
Para conmemorar a Cortázar, el nobel peruano escribió un sentido homenaje: “En Julio la literatura parecía disolverse en la experiencia cotidiana e impregnar toda la vida, animándola y enriqueciéndola con un fulgor particular sin privarla de savia, de instinto, de espontaneidad”.
Hoy, en el centenario de su natalicio, guardamos la esperanza de que su primera esposa encuentre más hojas escritas que alimenten nuestros sueños y den a todos sus seguidores algo más de esa infinita genialidad que tanta falta le hace a este siglo XXI.