lunes, 15 de diciembre de 2014

Un colombiano universal

La fama de Gabriel García Márquez no conocía fronteras. Sin embargo, pocos imaginaron que al día siguiente de su muerte -el 18 de abril- su imagen adornaría la portada de la mayoría de los periódicos del mundo
Un lector lee en su momento el diario El País de Cali. Colombia./semana.com
 
Las ediciones extraordinarias de El País de Cali, mientras una voceadora exhibe la edición extraordinaria de El Espectador de Bogotá, Colombia.
En un extenso artículo el diario  The New York Times lo llamó gigante del siglo XX;  Al Jazeera, el medio de los Emiratos Árabes, lo consideró una de las voces más importantes del siglo; la revista Time afirmó que era el autor de habla hispana más importante desde Miguel de Cervantes; The Guardian comparó el impacto de Cien años de soledad con el Ulises de James Joyce y El País de España anunció la muerte de un genio de la literatura con un gran especial compuesto de artículos y fotogalerías
Quedaba claro que García Márquez había logrado lo que pocos consiguen: que Macondo –un escenario auténticamente caribeño– hiciera parte del imaginario del mundo entero. En los metros de Europa y Estados Unidos es fácil encontrarse con gente absorta leyendo Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, y en Berlín y Figueres (España), entre otras ciudades,  hay bares y restaurantes que llevan por nombre el del pueblo en el que García Márquez situó la mayoría de sus obras.
La hazaña no era fácil. El lenguaje garciamarquiano es marcadamente latinoamericano –al igual que los escenarios y las costumbres de los personajes-. Y los libros incorporan eventos históricos poco conocidos fuera de Colombia como la pelea entre el obispo y las monjas clarisas, que aparece en Del amor y otros demonios, y la masacre de las bananeras de Cien años de soledad. Pero el realismo mágico es un concepto universal. Todas las culturas tienen creencias inverosímiles que hacen parte de la cotidianidad y se convierten en verdades absolutas. Por ejemplo, muchos irlandeses no dudan de la existencia de duendes y hadas y los tibetanos y nepaleses son capaces de identificar la reencarnación de un monje en un niño de dos años.
Una y otra vez García Márquez dijo que él narraba la realidad, pero que a veces esta resultaba tan increíble que parecía inventada. Para muchos europeos y norteamericanos un pueblo como Macondo –en el que el calor ahoga, el tiempo se estanca y las cosas se ven como por entre un vidrio ondulado a causa de la temperatura- es una exageración del autor, y simplemente no hay coroneles que duren décadas esperando tener noticia del pago de su jubilación.
Sin embargo, Gabo supo ver que todo esto hace parte de la realidad de muchos colombianos. Es más, todavía hay quienes creen que tomar el agua en la que se han hervido un par de ratas es un fabuloso remedio para el asma y que el santo José Gregorio Hernández opera a los enfermos. Lo único que hay que hacer es acostarse en un cuarto absolutamente solo a la hora acordada con alguna de las personas que interviene por él, poner en una mesa un pedazo de algodón y poco de alcohol, y esperar. Entre esto y la famosa asunción de Remedios la Bella en Cien años de soledad no hay mucha diferencia.
Gabo era capaz de navegar magistralmente esa delgada línea entre la realidad y la imaginación, y el gran manejo que tenía del español era su mejor herramienta. Hay quienes suelen pensar que la clave de la buena escritura está en el dominio de los adjetivos, pero para el colombiano lo más importante era escoger los verbos correctamente pues ellos determinan la acción de la frase. Y los que más utilizó –según dijo en varias entrevistas- fueron los que expresan las diferentes facetas del poder.
Para Gabo, este no aparecía en hombres como Fidel Castro y Omar Torrijos, sino a todo lo largo y ancho de la pirámide social. En Macondo –por ejemplo- no había nadie más poderoso que la Mamá Grande. Ella era “soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad  un martes de septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice”.
Pero tal vez la fascinación mundial por Gabo se deba a la dulzura con que supo describir el amor. Para él –según dijo en una entrevista con Televisión Española- ese es “el más poderoso, importante, grande y eterno de todos los poderes”, y lo dejó inmortalizado en la relación entre Florentino Ariza y Fermina Daza. Estos personajes –al igual que la familia Buendía, el doctor Juvenal Urbino, Sierva María de los Ángeles y el Coronel- hacen parte de la vida de millones de personas alrededor del mundo.

De cuando Gabo liberaba opositores cubanos

Gabo que estás en los cielos
La relación de García Márquez con el gobierno cubano se ha prestado para toda clase de polémicas ajenas a la literatura. Un escritor isleño narra su historia de persecución y exilio, similar a la de muchos intelectuales cubanos, en cuya liberación Gabo jugó todas las cartas
 
Gabriel García Márquez y Fidel Castro en versión de plastilinas de Karen Caldicott./elmalpensante.com
Son muchas las figuras reconocidas, extranjeros o del patio cubano, que han viajado por largo tiempo en el tren de la revolución cubana. Algunos descendieron del vagón de cola tan tarde como el año 1977; otros no han descendido aún. Sea como sea, y salvo mejor conocimiento de mi parte, debe ser casi imposible encontrar a uno de ellos que haya puesto nunca una mano amiga sobre la espalda de un intelectual en desgracia o de un cubano necesitado, hostigado, cuando pudieron, o al menos intentar ejercer influencia. Durante la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, el pueblo sufrió la detención de cientos de miles de ciudadanos que fueron concentrados y encerrados como sardinas en lata, sin derechos, en campos deportivos, teatros, escuelas y cuarteles. Cuba entera se convirtió en un país martirizado. En los años que precedieron a 1977, las prisiones cubanas estuvieron abarrotadas con más de 20.000 prisioneros políticos sometidos a brutales abusos, trabajos forzados y asesinatos; la ola masiva inicial de fusilamientos que siguió a la llegada de la revolución no había cesado. Sin embargo, repito, no hubo, durante estos años y por parte de estas personalidades que todavía estaban en el tren, ninguna intervención a favor de un ser humano perseguido, en desgracia, ni ninguna oposición firme a aquel sistema totalitario.
 Escribo estas líneas, por tanto, en forma de testimonio, porque creo justo y conveniente mostrar a los lectores no informados y a nuestra comunidad la faceta menos conocida de Gabo, la del amigo siempre dispuesto a intervenir para lograr resultados concretos en favor de causas nobles y, en particular, en beneficio de intelectuales, presos, ex presos políticos y otros ciudadanos.
Me referiré a dos facetas de un mismo tema: mi historia personal y la de amigos y compañeros de lucha y de presidio. En diciembre de 1977 salí de la prisión política después de 16 años y viajé a Madrid en compañía de Gabriel García Márquez, quien, a solicitud de mi esposa e hijos, acababa de lograr de Fidel Castro, no sin dificultades, mi libertad. Después de registrarme en el Hotel Suecia, llamé a mi esposa e hijos en Miami teniendo a Gabo y a Carmen Balcells como únicos testigos.
Entonces le pedí apoyo al escritor para lograr la liberación de todos los presos y ex presos políticos cubanos. Sin dudar, prometió dedicar todo el tiempo disponible a ese fin porque –y cito sus palabras textuales– “los presos en Cuba llevan demasiado tiempo encarcelados”. Creo que no me equivoco si afirmo que fui el primer preso político en salir de Cuba gracias a la gestión de un reconocido intelectual, y ese intelectual fue Gabriel García Márquez.
Mi esposa y yo viajamos de Madrid a Miami en enero de 1978. Días antes lo habían hecho nuestros hijos. Poco tiempo después de llegar, y para mi sorpresa y enorme satisfacción, Gabo me comunicó que había iniciado ya la gestión prometida para la liberación de los presos políticos y que estaba teniendo buena receptividad por parte del gobierno cubano. Me explicó que yo recibiría una invitación para viajar a Kingston, Jamaica, donde podría discutir con representantes del gobierno cubano las condiciones requeridas para la realización de ese viaje de liberación. Gabo sabía perfectamente que mi rechazo al sistema totalitario cubano no era obstáculo alguno para aceptar una conversación civilizada y necesaria con los representantes del régimen cuando se trataba, por ejemplo, del bien, de la liberación de hermanos compatriotas.
 El día 3 de septiembre de 1978 viajé a Kingston, acompañado, como siempre, de Teresita. Gabo había coordinado la fecha. La delegación de las autoridades cubanas estuvo integrada por el coronel Manuel Blanco Fernández –a quien ya conocía desde los tiempos de la clandestinidad en la dictadura de Batista–, Jesús Betancourt –ex diplomático de la Embajada cubana en Madrid– y Ramón de la Cruz –funcionario consular que más tarde sería nombrado fiscal general de la República de Cuba–. Tres días de conversaciones e intercambio de cables con La Habana dieron por resultado los siguientes compromisos por parte de las autoridades cubanas:
1) Garantizar que, al término de mi visita a Cuba, se concediese salida hacia Miami a un primer grupo de ex presos.
2) Recibir el permiso de las autoridades para convocar una reunión privada de consulta con ex presos que se encontrasen en libertad en Cuba, con el fin de compartir con ellos la viabilidad o no de la gestión, y otros detalles de la negociación con el gobierno.
3) Incluir en la delegación para viajar a La Habana a un sacerdote, el padre Guillermo Arias, joven jesuita que, con la aprobación previa desde Roma del superior general P. Pedro Arrupe S. J., yo había seleccionado para este fin.
4) Facilitar una visita de los miembros de la delegación del exilio a los presos de la cárcel del Combinado del Este.
5) Autorizar la realización de una entrevista privada, en el Combinado del Este y sin presencia de militares, entre Jorge Valls –reconocido intelectual preso, poeta y amigo– y yo.
La propuesta fue aceptada y cumplida por las autoridades cubanas. El viernes 20 de octubre de 1978 –que coincidía con el cumpleaños de mis hijos mellizos– viajé a La Habana y asistí, formando parte de la delegación exiliada, a la reunión inicial del “Diálogo 1978” con Fidel Castro. La delegación estuvo integrada por el banquero Bernardo Benes –principal promotor–, el empresario tabaquero Orlando Padrón, Bobby Maduro –ex propietario del histórico estadio de béisbol del Cerro en La Habana– y el arquitecto Rafael Huguet. El sacerdote jesuita Guillermo Arias y yo nos unimos a la delegación como unos “colados de última hora”, gracias a la intervención de Gabo, tal como se había determinado en la reunión de Jamaica. Al siguiente día nos encontramos frente a Fidel Castro en una pequeña terraza de la Casa de Protocolo.
Siguieron dos sesiones más, en meses posteriores, ampliadas con otras autoridades del gobierno cubano y con más invitados del exilio. Mientras duraron las reuniones, Gabo estuvo hospedado en el Hotel Habana Riviera, donde también nos hospedamos los invitados exiliados del segundo y el tercer viaje (20-21 de noviembre, y 8 de diciembre de 1978). Esta coincidencia facilitó la comunicación entre Gabo y yo. Cientos de ex presos políticos venidos de todo el país se mantenían día y noche en el vestíbulo y con todos ellos el escritor mantuvo, sin excepciones y con amistosa discreción, un alto nivel de comunicación y un agradable calor humano.
Entre las resoluciones del encuentro destacaron, por un lado, la decisión de liberar a más de 3.000 presos políticos y, por otro, el establecimiento de una normativa para las visitas a Cuba de los ciudadanos que vivían en el exterior. Para dichas resoluciones se contó con la presencia y la participación de Gabo. Pero hubo otras veces en que el escritor tendió una mano a los que la necesitaban.
En aras de la verdad histórica, no puedo dejar de consignar a continuación algunos de los casos emblemáticos, para mí y creo poder decir que también para sus protagonistas, los cuales mi amigo, nuestro amigo, consiguió resolver, en modesto silencio y con gran éxito.
• Hirán Rodríguez, ex preso del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR), me pidió que intercediera por él ante Gabo. Sucedió cuando me lo encontré en el vestíbulo del hotel. Su rostro mostraba rasgos evidentes de angustia y desesperación. Me estaba esperando a mí. Me contó que su hija, de solamente unos meses, estaba grave, con diagnóstico de estado terminal. La familia vivía con la esperanza de que por lo menos la niña pudiera fallecer rodeada también de los parientes que se hallaban en Miami. En cuanto Gabo se enteró, se ocupó rápidamente de preparar el terreno para la salida de Hirán, consiguiendo la autorización correspondiente. Los asistentes del exilio a la reunión recolectamos el dinero para alquilar en Miami una avioneta y, de esta manera, padre e hija, acompañados por la familia de Cuba y por mí mismo, pudimos aterrizar en el aeropuerto de Miami; la prensa estuvo presente, pero respetó la solicitud de Hirán para mantener la privacidad de la familia.
 • Una vez en Miami, el ex preso político Rolando Pérez Cerezal me pidió que gestionara la salida de Cuba del también ex preso Sergio Cáceres, que se encontraba durmiendo en el piso del aeropuerto de La Habana mientras esperaba una oportunidad para salir del país. Cerezal tenía medios económicos para alquilar una avioneta, pero necesitaba conseguir el permiso de aterrizaje en La Habana. Llamé a Gabo, que se ocupó de este trámite. Luego encomendé a un amigo hacer el viaje y traer a Cáceres. La sorpresa fue que no llegó solo, sino con otros tres compañeros que habían estado a su lado en el aeropuerto esperando la ocasión para abandonar Cuba.
• El 22 de abril de 1980, el gobierno cubano anunció la autorización del puerto de Mariel como punto de llegada de las embarcaciones que, desde Estados Unidos, fueran a recoger a familiares y amigos. Esto permitió que en un tiempo récord, concretamente entre abril y septiembre de 1980, pudieran llegar a costas floridanas más de 125.000 cubanos. Fue entonces cuando recibí una llamada telefónica desde La Habana. Se trataba de Pablo Valdés, compañero con el que había compartido un tiempo en prisión, quien me explicaba que, invocando mi nombre, había visitado a Gabo en el Hotel Habana Riviera para tratar de encontrar apoyo para salir de Cuba hacia Miami en una embarcación segura. También me dijo que Gabo le había prometido hablar conmigo. Efectivamente, al poco recibí su llamada para verificar las referencias de Pablo, que en pocos días pudo llegar con su familia a Miami. Igual fortuna tuvieron, gracias a las intervenciones de Gabo, los familiares de mis grandes amigos Nelson y Georgina Díaz, que pudieron salir de Cuba y encontrarse en las aguas azules de Florida con el resto de su familia.
El 29 de abril de 2003, García Márquez declaraba al diario El Tiempo: “…yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de conspiradores que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años”. Añadía que “muchos de ellos no lo saben, y con los que lo saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia. En cuanto a la pena de muerte, no tengo nada que añadir a lo que he dicho en privado y en público desde que tengo memoria: estoy en contra de ella en cualquier lugar, motivo o circunstancia”.
Prueba evidente, además, de las simpatías de Gabo por todo lo cubano es el entusiasmo por mantener contacto con la población de la isla y transmitirle información sobre sus compatriotas en Miami, corazón del largo exilio cubano. Es un intelectual no cubano que ha ayudado al pueblo que más ama después del suyo pero que, al hacerlo desde el más absoluto silencio, no ha recibido la gratitud pública y hasta la gloria que merece, aunque no las ha buscado y difícilmente las aceptaría.
Durante más de treinta años Teresita, mi esposa ya fallecida, y yo sellamos con el matrimonio de Gabo y Mercedes una amistad franca, espontánea y que ha perdurado en el tiempo por encima de las diferencias políticas reales, inocultables, pero que nunca han primado sobre aquella. Cuando viajaba a Nueva York, el matrimonio siempre hacía escala en Miami dos o tres días para visitarnos; querían estar con nosotros y conocer más de cerca la ciudad y los cubanos exiliados en ella, que llegaron a esta tierra en harapos y lograron convertirla en una de las más ricas y desarrolladas de Estados Unidos; querían saber sobre sus raíces, su historia, su cultura y su desarrollo; les encantaba el contacto con nuestro pueblo, con el de las dos orillas, sin distinción. Así lo manifestaban y lo hacían patente mediante el lenguaje corporal, ese lenguaje espontáneo que se expresa por cada poro y que nunca puede engañar.
Durante sus días de parada en Miami, mi mujer y yo servíamos de “cicerones” de la pareja. Nada escapaba a la curiosa mirada del periodista. Recuerdo una ocasión en que recorrimos el popular centro comercial Dadeland: un público variopinto de toda edad y nacionalidad identificó y rodeó a la pareja entre aplausos y felicitaciones; Gabo firmó autógrafos hasta el cansancio, en libros, libretas, camisetas, pañuelos, servilletas de restaurante y toallas de papel. Recorrimos la famosa Calle Ocho de un extremo a otro, la Pequeña Habana y los restaurantes más emblemáticos. Luego en nuestro hogar les brindamos una recepción familiar. Otro día, Gabo se reunió durante cuatro horas con el Secretariado Ejecutivo del exiliado Partido Demócrata Cristiano para intercambiar criterios e ideas sobre la problemática cubana; fue un encuentro interesante en el que disfrutaron luego las amenidades que ofrece Coconut Grove.
Gabo es amante del pescado. Recuerdo una noche en la que fuimos a cenar al restaurante Kawama, que ya no existe. En una mesa cercana, por pura casualidad, se encontraba Jorge Villalba, ex preso cubano y entonces presidente de la organización Ex Club. Al vernos, Villalba me pidió permiso para acercarse a nuestra mesa y saludar a Gabo. Así lo hizo. 
Quiero que usted sepa que la mayoría de los ex presos cubanos, entre los que me incluyo, no vemos con buenos ojos la amistad que usted tiene con Castro. Sin embargo, sí quiero aprovechar esta coincidencia extraordinaria para cumplir con el deber de declarar que damos las gracias a García Márquez, quien durante el diálogo de 1978 en La Habana estuvo todo el tiempo a nuestro lado, hospedado en el mismo hotel, brindando tiempo e influencia al servicio de los ex presos políticos y de los que en ese momento permanecían tras las rejas. Gracias a él muchos lograron la libertad y salida del país. Cumplo un deber. Muchas gracias, Gabo. No olvidaremos. 
No tenemos derecho a olvidar. Al recordar al escritor y Premio Nobel, al leer alguna de sus obras, al leer su biografía, no podemos olvidar al ser humano. Y nosotros los cubanos recibimos de nuestro apóstol, José Martí, un legado que es, al mismo tiempo, un ejemplo y un compromiso: “HONRAR HONRA”.