lunes, 20 de abril de 2015

Abello Banfi: "No somos la iglesia de Gabo"

Un año como cien de soledad

Desafiante. Esa fue la actitud que al Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, le hizo interesarse en Jaime Abello Banfi

Jaime Abello Banfi, director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi.
/elpais.com.co

Ocurrió en 1983, en una reunión donde se decidía si el Municipio debía tomar la administración del Teatro de Barranquilla, entonces en manos del Banco de la República. Gabo era defensor de la idea de entregarlo y Jaime, representante del comité intergremial del Atlántico, de no recibirlo, por todos los problemas que entonces tenía su ciudad.
De esa confrontación de ideas, que esa noche terminó en una charla cálida, en la casa de la ‘Tita’, la viuda de Álvaro Cepeda Zamudio, surgieron una serie de encuentros que 12 años después se cristalizaron en uno de los mayores anhelos de García Márquez: constituir una escuela de periodismo, inspirada también en aquella que fundó para el cine en San Antonio de los Baños, en Cuba.
El 18 de marzo de 1995, con un seminario de libertad de expresión y protección al trabajo periodístico en Colombia, comenzó el periplo académico de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi, que desde entonces dirige Jaime, uno de los ‘Gabólogos’ más reconocidos del mundo, por la amistad que durante años de trabajo los unió.
En vísperas de cumplirse un año de la partida del Nobel, el 17 de abril, Jaime evoca su legado, habla sobre los retos de la fundación y responde a las críticas sobre el cuestionado apoyo de  Gabo a Aracataca, entre otros, en esta entrevista que le concedió a El País.

Un año después de su muerte ¿cuál cree que es el legado más grande que nos deja García Márquez?

Claramente su obra literaria, que es el gran motor de esa fama y reconocimiento universal. Pero cuando uno entra un poco más allá empieza a darse cuenta de las dimensiones de García Márquez en su amor y dedicación al periodismo. Y con su decisión de crear una institución que se dedicara a la formación de periodistas.
En lo ideológico, el haber decidido no anteponer su tendencia, sus ideas, al relacionarse con personas de cualquier posición ideológica. Fue capaz de ser amigo de Fidel Castro y de Bill Clinton a la vez. De reconciliarse con Turbay Ayala, en cuyo gobierno le tocó salir del país. Era una persona tolerante, que se dedicó  también al tema de los Derechos Humanos.
Y en lo humano, ese sentido del humor, esa mamadera de gallo pero con seriedad, que refleja que fue un hombre que se la gozó pero que trabajó duro. Esa es la lección que nos deja: que fue un hombre que basó sus historias en nuestra cultura.

Usted estaba en México, por casualidad, cuando murió Gabo. ¿Cómo fue esa última vez que lo vio?
Yo había estado unos meses atrás almorzando con Gabo, Mercedes, su hijo Gonzalo y su nieto Mateo. Regresé en abril de 2014 con intención de saludarlo y me tocó  despedirlo. Ese día, 17 de abril, entró una llamada para anunciarme que Mercedes me estaba buscando, porque Gabo había muerto. Cuando llegué a su casa, estaban  subiéndolo al vehículo de la funeraria. Me tocó ver sus restos, fugazmente.

Pero en ese último almuerzo que tuvieron, a finales de 2013, ¿cómo lo encontró? 
Ya todos sabemos que al final Gabo tenía una disminución de facultades, que no tenía la misma memoria de antes, aunque jamás perdió la consciencia. Tenía un problema de audición,  debía usar audífono y eso lo ensimismaba. Pero  mantenía la ternura, la mamadera de gallo, la capacidad de contar cuentos. Lo último que recuerdo es esa mirada cristalina, la sonrisa y la mano sobre Mercedes,  diciéndole ‘Mechas’. Se nos fue despidiendo poco a poco, se fue apagando. Se fue yendo con elegancia y eso nos hizo más llevadera su desaparición.

Los méritos de Gabo no se discuten, su valor como periodista y escritor. Sin embargo hay voces que dicen que Gabo no le dejó nada a su pueblo, que no fue generoso con Colombia…
Tengo absoluta claridad de que Gabo le dio lo más importante a una comunidad: sentido de orgullo y pertenencia. Un gran potencial  que ojalá sea bien manejado, porque el significado que tiene Aracataca a nivel mundial es muy importante y está llamada a ser un destino turístico cultural.
Es injusto que no se les reclame a otros autores que resuelvan problemas de acueducto y alcantarillado. Le echan la culpa a Gabo y  es responsabilidad  de la colectividad exigir sus derechos como contribuyentes y en segundo  lugar, es culpa de los políticos, de sus líderes.

También se le critica el haberse alejado de su país, de su gente
Eso no es cierto. Siempre tuvo una casa en Colombia. Nunca se sintió exiliado. Él tuvo que salir por una situación de emergencia, porque tenía información de que le iban a complicar la vida. Pero volvió un año después y con proyectos importantes, con la intención de hacer un periódico, hizo una fundación importante, le dejó al país una literatura con la qué sentirse representado. Fue un hombre viajero e internacional, pero su trabajo, sus preocupaciones ciudadanas y políticas estaban con Colombia. Jamás cambió de pasaporte, ni siquiera de acento. Tuvo siempre casa en Bogotá, Cartagena, México, Barcelona, La Habana, Los Ángeles donde rompió otro mito sobre su lejanía al gobierno de Estados Unidos por estar cerca de Cuba. Sobre García Márquez había muchos mitos. Y es mucho más rica la realidad que nos deja.

Otro hecho que ha causado controversia es la decisión de la familia de venderle a la Universidad de Texas algunos documentos de la vida de Gabo, porque se  esperaba que los donara a su nación...
La gente no esperaba nada. El debate surge después de que las decisiones se toman. Este es un patrimonio documental al que el mundo entero le interesa. Hay muchos autores  que a sus herederos les han entregado sus archivos y los han vendido. La Universidad de Texas va a digitalizar el material, lo va a poner al servicio de los investigadores y lo acercará a Colombia. A la Feria del libro de Bogotá vendrán dos especialistas de la universidad para hablar de los planes que tienen. Francamente creo que es una falsa discusión, porque el investigador de Colombia que tiene interés va a poder usas esos archivos, más allá del fetichismo de tenerlos aquí o allá.

Uno de los propósitos de la Fundación Nuevo Periodismo, en sus 20 años, es impulsar el centro internacional de estudios de García Márquez. ¿Cómo va ese proyecto?
Se promulgó una ley en diciembre, que contempla una serie de proyectos, actividades y políticas públicas para reconocer y preservar la memoria de García Márquez. En esa ley se promueve que en Cartagena exista un centro para su legado, que convoque el apoyo público y privado, con los ministerios de Cultura y de las TIC y con el acompañamiento de la fundación.
Este centro debe tener, por lo menos, una exposición interactiva dedicada a la vida y obra de Gabo. En segundo lugar, la escuela taller de periodismo y tercero, un centro cultural para desarrollar los temas que le interesaron a García Márquez. Además de un proyecto de memoria, de recopilación de documentos e imágenes del Nobel.

¿Usted cree que Colombia entendió lo que significó Gabo para la literatura universal?
Yo sí creo. La prueba está en la manera en que distintas instituciones lo han acogido, los eventos que se han hecho. Tuve la oportunidad de ver el especial de El País sobre la muerte de Gabo y quedé impresionado con la calidad, el amor y los datos interesantes reseñados. Nos estamos ocupando de que Gabo no se olvide y se convierta en un pretexto de cosas buenas. La Feria del libro de Bogotá tiene este año como país invitado a Macondo, campañas de lectura, salen nuevas ediciones de la obra de García Márquez y vendrán más cosas.

Frente a voces como la de María Fernanda Cabal y el controvertido trino donde aparecía una foto de Gabo y Fidel Castro con la leyenda “pronto estarán juntos en el infierno”, ¿qué impresión tiene usted?
Yo creo que tienen derecho a expresar lo que quieran, pero la verdad no incide en nada ni lo que dicen María Fernanda Cabal, ni Fernando Vallejo. García Márquez en vida nunca les respondió a sus detractores. Tampoco a nosotros nos corresponde responderles.  A María Fernanda le  sirvió el trino para posicionarse,  porque nadie la conocía hasta que empezó a hablar mal de Gabo. Entonces a ella le ha ido bien con eso, pero no tiene mucha importancia.

Tras la muerte de Gabo han surgido un montón de expertos, de amigos íntimos y uno se pregunta, ¿en realidad eran tantas las personas cercanas al Nobel?
Es una mezcla de todo. Sí fue una persona que impresionó mucho a quienes lo conocieron. Para mucha gente, un solo encuentro con Gabo fue una experiencia. García Márquez era una persona que encantaba. De alguna manera todos tenemos derecho a hablar de él, porque somos sus lectores y por eso hay muchas voces. Pero claro, también hay voces que inventan  cosas, que me dan risa. Hay una especie de mitificación de personajes que se hace con cariño y a veces de mala fe.

Por la Fundación Nuevo Periodismo han pasado más de 35.000 estudiantes y se han realizado más de 700 talleres. ¿Cómo han logrado mantenerse vigentes y con financiación en tiempos de crisis?
Con la capacidad de generar alianzas. Aliados magníficos, como la organización Ardila Lulle, Cementos Cemex, la Alcaldía de Medellín, Sura, Bancolombia, los medios de comunicación. Construimos un nodo de alianzas que nos financian y respetan nuestra independencia. También, con los maestros que nos dan su visión y con unos equipos que nos han permitido estar sintonizados con decenas de periodistas en el continente. La idea es que los jóvenes encuentren un estímulo para dar un salto cualitativo en su carrera y que los veteranos se fortalezcan, para que después de los talleres salgan  recargados al combate.

Hay quienes piensan que los periodistas de la Fundación son como una especie de intelectuales y que siempre están los mismos, mientras que muchos periodistas de a pie difícilmente pueden clasificar a un taller
Tenemos que cuidar que no sea así. No niego que es posible que haya habido gente muy talentosa que haya repetido, pero no es el interés de la Fundación crear grupos ni élites. Vamos a hacer esfuerzos para que no sea así, porque sí he oído esa crítica. Se han destacado algunos por su talento, pero no es nuestro interés que esa percepción trascienda, porque nuestra política es otra: vocación, talento.

A pesar de todos los reconocimientos que hay para la Fundación, algunas voces señalan que es como funciona como una logia de culto a Gabo. Y hay de quien ose decir algo en contra...
Nooo. Queremos mucho a Gabo pero él mismo no hubiera querido que alrededor suyo se construyera una iglesia o un fanatismo. No somos esa iglesia. Somos su Fundación, pero no su Iglesia.

Las casas de Gabo, todas idénticas

Así recuerda Jaime Abello los lugares donde residía el Premio Nobel de Literatura.

“Las casas de Gabo eran todas iguales. Caribes, con el sofá grande blanco. Conocí el apartamento de Barcelona, de Los Ángeles, la casa en La Habana, que era prestada, las de México, Cartagena y Bogotá guardaban todas los mismos elementos de decoración. En Barranquilla, en marzo del 98, lo acompañó a comprar los muebles la arquitecta Katia González, en el Prado. Y entonces eligió una casa con balcón muy grande y compraron el sofá blanco. Luego puso la misma foto de las otras, en que aparece recibiendo el Nobel, la música que prefería y el computador Macintosh.
Pareciera que además de necesitar comodidad, buscaba dónde sentirse siempre en casa, dónde envolverse. Nada pretencioso, simple pero delicioso. Son casas bonitas y muy caribes, muy de lo que se refleja en sus obras tan colombianas”.

García Márquez y las memorias de una vida bien contada

Un año como cien de soledad

Se cumple  un año de la muerte del gran escritor colombiano, cuyo legado se mantiene vivo en libros, películas y debates; su particular relación con Buenos Aires, la ciudad a la que no quiso volver

Mariposas amarillas para Gabo, en México, durante las primeras actividades en su honor. /adncultura.com

Mientras vivió cumplió su promesa de no volver nunca a Buenos Aires, la ciudad en la que se publicó Cien años de soledad y en la que en 1967 fue feliz. Quizá, como dijo con otras palabras él mismo, no quería romper el hechizo. Al cumplirse un año de la muerte de Gabriel García Márquez, sus admiradores argentinos lo traerán al país por la fuerza de la magia de la literatura y de la memoria.
En los próximos días, una serie de actividades harán que Gabo vuelva a Buenos Aires. Estará en el Festival Internacional de Poesía y en la Feria del Libro, a través de la lectura de sus obras y de los relatos de amigos y conocidos.
Pero los homenajes por el primer aniversario de su muerte ya comenzaron en Colombia y en México. La Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia comenzó ayer la jornada "Gabo vive en las bibliotecas", durante la que el público podrá participar de lecturas en voz alta de su obra. En México, ciudad donde murió el escritor, varias instituciones y librerías iniciaron actividades diversas para recordarlo. El factor común: las rosas y las mariposas amarillas que tanto gustaban a García Márquez.
Hoy la Biblioteca Nacional de Colombia abrirá una exposición con objetos personales, entre los que están la máquina de escribir con la que escribió Cien años de soledad y unas 400 ediciones de sus libros en diferentes idiomas.
Mañana, a las 21, Discovery Channel proyectará el documental Gabo, que hace un recorrido por la vida del escritor que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982.
"Gabo vuelve a Buenos Aires", el programa de actividades organizado por la embajada de Colombia en la Argentina que se desarrollará en la Feria del Libro y en el Festival Internacional de Poesía, incluye una maratón de lecturas de obras de García Márquez y mesas redondas.
En una de ellas, "Conversatorio y homenaje del Nobel colombiano", que se hará el domingo 3 de mayo en la Sala José Hernández, participará Jaime Abello Banfi, director general y cofundador, junto con García Márquez, de la Fundación Nueva Periodismo.
En diálogo con LA NACION, ayer, Banfi contó que esa Fundación prepara gran cantidad de eventos y contenidos especiales a propósito de este aniversario. "Uno de las más importantes es la participación de la FNPI en la Feria Internacional del Libro de Bogotá [Filbo]", dijo Banfi, quien integra el comité curatorial de ese programa de homenajes. En consonancia con el universo mágico creado por García Márquez, la ciudad invitada de honor de esa Feria es Macondo, la imaginada por el escritor. Banfi también anticipó que este año el anuncio de los ganadores del Premio Internacional García Márquez de Periodismo se dará a conocer el 29 y 30 de septiembre en el marco de un festival con características especiales.
El programa del Festival Internacional de Poesía incluye varias mesas por realizarse en la Usina del Arte referidas a la figura del escritor colombiano. ¿Por qué? Responde Graciela Aráoz, poeta y directora de ese festival. "A la embajada de Colombia le interesó que los poetas dijeran algo sobre la obra de García Márquez. Nosotros solemos invitar narradores para que hablen de poesía. Aquí es al revés." Y agregó: "García Márquez vivía en un mundo completamente poético. Su cabeza y su imaginación eran poéticas".
El primer año desde la desaparición de Gabo dio lugar a Gabo siempre, un libro del fotógrafo argentino Daniel Mordzinsky y el periodista mexicano Santiago Gamboa, que llegará a Colombia en mayo. Aún no tiene fecha de publicación en la Argentina. Así lo informó Penguin Random House, editorial que tiene los derechos de la obra de García Márquez y que hasta su muerte vendía unos 200.0000 ejemplares anuales de sus títulos. En 2014, luego de su fallecimiento, las ventas crecieron cerca del 30 por ciento.
"Yo soy sumamente supersticioso y hago interpretaciones de mis propios sueños", se dice que dijo alguna vez el premio Nobel colombiano. Lo cierto es que las explicaciones que dio por su decisión de no volver a la Argentina fueron varias. Las supersticiones en las que creía García Márquez darán que hablar en los encuentros que se hagan en su memoria.
El periodista Ezequiel Martínez, hijo de Tomás Eloy Martínez, amigo de Gabo, le preguntó en 1995 por qué no volvía a la Argentina. "Hasta que no se vaya Menem no pienso volver", le respondió García Márquez. "Pero después empecé a escuchar que a otros les daba otras explicaciones", dijo Martínez ayer a LA NACION. Y recordó que la última vez que vio a Gabo, en 2010, comprobó que el escritor seguía fielmente sus cábalas. "Fuimos a cenar a un restaurante y pidió que nos cambiaran de mesa cuando notó que estaba frente a un espejo", contó Martínez.
En 1999, cuando otro periodista argentino, Claudio Jacquelin, actual prosecretario de Redacción de LA NACION, le preguntó por qué no volvía al país, la respuesta fue: "Porque no hay que volver a los lugares donde lo pasaste bien".
Jacquelin, que compartió varios almuerzos con García Márquez durante un curso de la FNPI, recuerda la avidez que tenía el escritor por saber cómo estaba Buenos Aires. "Nos hacía preguntas precisas sobre cómo estaba la costanera y si todavía existían los carritos, la zona del Teatro Colón, la avenida 9 de Julio y la calle Corrientes", recordó Jacquelin. Y agregó: "También dijo que no volvía porque él tenía en la memoria una Buenos Aires que quizá no había existido nunca o quizás ya no existía de esa forma. Y no quería decepcionarse".
Sea cual fuere su motivación, lo cierto es que nunca volvió a Buenos Aires. Y quedó sin respuesta la pregunta de muchos: ¿Buenos Aires la habría decepcionado o quizá lo hubiese vuelto a seducir como en 1967?

Sus legados y reconocimientos

Un año como cien de soledad

Gabo con  Cien años de soledad  escribió el poema épico de los colombianos

Gabriel García Márquez, escribió el largo poema de la cotidianidad colombiana./semana.com

Come, my friends, ‘Tis not too late to seek a newer world. Tennyson, Ulysses
Ya lo dijo Hernando Valencia: la literatura latinoamericana alcanzó su mayoría de edad con los novelistas del boom. Antes, claro, estuvieron los poetas modernistas, pero durante el modernismo “las demás formas quedaron sumidas en una indigencia casi total”. Antes, un poco antes que los modernistas, estuvieron los viejos humanistas –con Reyes a la cabeza–, cuyo loable empeño consistió en empezar a pensar las nuevas repúblicas al tiempo que nos insertaban en la tradición clásica occidental. El paso siguiente era inevitable: ¿es esta la tradición de la cual queremos formar parte? ¿Es esta la tradición que queremos seguir alimentando? Los novelistas del boom, cómodamente instalados tras las briegas de sus antecesores en pos del reconocimiento, insistieron en seguirle dando vueltas al tema –gracias sin duda a Borges, que “nos liberó del embeleco de la autenticidad temática”. Y en el proceso de hacerlo, aprendieron por fin a escribir con la mente libre de obstáculos, incandescente, para usar los términos muy apropiados de Virginia Woolf. En el caso de los novelistas latinoamericanos en general, y de García Márquez en particular, este proceso de aprendizaje supuso abrir un boquete en la pared que nuestros conquistadores habían construido con la esperanza de borrar todo rastro de los antiguos pobladores de las Indias. Y al hacerlo, dejaron al descubierto la voz de las antípodas, que hasta entonces había permanecido ignorada: ... se dio a averiguar qué había ocurrido en el mundo mientras él dormía para que la gente de su casa y los habitantes de la ciudad anduvieran luciendo bonetes colorados y arrastrando por todas partes una ristra de cascabeles, y por fin encontró quién le contara la verdad mi general, que habían llegado unos forasteros que parloteaban en lengua ladina.... García Márquez redescubrió la posibilidad de la tradición americana. Como José Arcadio, “echó en una mochila sus instrumentos de orientación y sus mapas, y emprendió la temeraria aventura”. El corolario era ineludible: “Quizás este sea el lugar”, como escribió Bloom en el epílogo de La ansiedad de la influencia. Y quizá siempre estuvo ahí. En la introducción de su deslumbrante traducción de la Ilíada, Richard Lattimore explicó que la guerra de Troya era, para quienes lo recitaban y lo leían en tiempos de Homero, una parte de la historia, y no había desacuerdos esenciales entre ellos a la hora de narrar el curso principal de los acontecimientos. Otro tanto se puede decir de Cien años de soledad: quizás haya quien discuta los detalles, pero el grueso de la historia que cuenta sucedió así. García Márquez escribió el poema épico de los colombianos y al hacerlo creó para nosotros un pasado mítico. Lograrlo supuso además desaprender y aprender de nuevo la lengua. José Arcadio: “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza... que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”. Patricio Aragonés: “Estoy rogando que lo maten para que me pague esta vida de huérfano... poniéndome a beber trementina para que se me olvidara leer y escribir, con tanto trabajo como le costó a mi madre enseñarme”. La incomodidad que produjo (que produjeron) se refleja en el término acuñado para describir su trabajo: realismo mágico; lo suyo, escribió Uslar Pietri, es una negación poética de la realidad: “Lo que a falta de otra palabra podrá llamarse un realismo mágico”. Pero para Franz Roh, el crítico de arte alemán que acuñó el término en 1925, se trataba más bien de una percepción plena del mundo, una que incluyera el universo racional y el mundo invisible. Un legado así tenía que convertirse en una manzana envenenada: a partir de 1967, año de publicación de Cien años de soledad en Editorial Sudamericana, aparecieron uno tras otro textos enterrados en el barro de un ritmo impuesto, incapaces de hacer otra cosa que repetir, dando vueltas en el mismo lugar. Pero es evidente que ya llegó el momento del reconocimiento literario, cuando el padre deja de ser un tirano y se convierte en un punto de partida. Ya llegó el momento de hacer las paces, de llegar un acuerdo con el antecesor. Un buen ejemplo es La carroza de Bolívar, en la cual Evelio Rosero saluda a García Márquez al pasar y le hace guiños, a sabiendas de que va para otro lado. Uno de esos guiños es la pareja de la abuela y la nieta: pero lo que en La cándida Eréndira es tragicomedia, en Rosero es pavor puro. El otro es, por supuesto, la figura de Bolívar. Pero mientras que el uno escribió una declaración de amor al Libertador, el otro está contando una historia de amor que pasa por la figura patética de Bolívar. No contento con eso, Rosero incluso cita textualmente El general en su laberinto y lo contradice sin que le tiemble la voz. Pero tampoco la tiembla la voz con la invocación épica de la primera página: Rosero es dueño de sus tradiciones, no su esclavo. Los grandes escritores reconocen su legado, y siguen desbrozando su propio camino. Margarita Valencia.Editora, traductora y crítica literaria, además de docente e investigadora. Ha sido gerente y editora de Carlos Valencia Editores y directora de la editorial de la Universidad Nacional.

Zambra: "Todas las novelas son políticas"

Alejandro Zambra, recientemente galardonado con el premio Príncipe Claus en Holanda, habla de su trabajo literario, su apuesta por el cuento y su relación con el trabajo de Gabriel García Márquez

 
Alejandro Zambra, escritor chileno. /elespectador.com
Alejadro Zambra es uno de los escritores chilenos más jóvenes y talentosos de América Latina. Desde la publicación del libro Bonsái, en 2006, irrumpió en el campo literario occidental logrando reconocimientos de gran talla como el Premio de la Crítica en Chile (2007), el Premio Altazor (2012), el Premio del Consejo Nacional del libro a la mejor novela del año 2007 y 2012, el English Pen Award -por la edición inglesa de su libro Formas de volver a casa- y el renombrado Premio Príncipe Claus, en Holanda, por el compendio total de su obra.
Estudió literatura en la Universidad de Chile y actualmente es profesor de la Universidad Diego Portales de ese país. En entrevista con el El Espectador habló de la relación entre literatura y política, su proceso creativo y lo que opina sobre la llegada de su su libro Bonsái a la pantalla grande.
Si bien Formas de volver a casa no es una novela autobiográfica, su trabajo reconstruye la vida cotidiana de Santiago de Chile durante la dictadura desde una mirada más incisiva. ¿Cuáles fueron las motivaciones para escribir esta obra?
La motivación inicial fue principalmente dar cuenta de ciertos espacios, sobre todo Maipú (en la periferia de Santiago), y recuperar algunas imágenes, buscarlas. La novela fue saliendo de ahí. Quería hablar de la infancia, porque para las personas chilenas de mi edad hablar de la infancia es lo mismo que hablar de la dictadura. Siempre me ha interesado hurgar en el vínculo entre lo público y lo íntimo: cómo ninguna experiencia, por personal que sea, es completamente tuya. Motivaciones, en todo caso, hay muchas más. Y quizás una de las más importantes era describir esa vacilación dolorosa entre el “yo” y el “nosotros”, la diferencia entre el silencio y el silenciamiento.
Esa novela está ambientada en un contexto doloroso dentro de la historia latinoamericana como lo es la dictadura de Pinochet. ¿Cuál cree que es la relación entre política y literatura?
Todas las novelas son políticas, aunque no hablen de política. Creo que en este punto se exagera la literalidad, se le pide a las novelas que sean explícitas, no entiendo para qué. Una novela muestra complejidades, entramados, intersticios. No creo en esa idea de “mensaje”, que sigue primando entre algunos lectores, como expectativa.

Usted comezó su carrera en el mundo de la poesía y terminó en la literatura ¿Que lo llevó a la escritura de esa primera novela, Bonsái?
Los poemas no me salían bien. Mis mejores amigos escribían tan evidentemente mejor que yo que había que buscar por otro lado, a esa altura de la vida ya era evidente que no iba a ser rockero ni futbolista profesional. Pero realmente no sé qué pasó ahí. Me obsesioné con esa idea de los bonsáis, a lo mejor porque en ese tiempo sonaba mucho por acá Florecita rockera.

¿Cómo fue esa experiencia de ver una versión de Bonsai en cine?
Creo que Bonsái era una novela muy poco apta para ser convertida en película y me impresionó que Cristián Jiménez quisiera hacerla. Yo no lo conocía, pero teníamos la misma edad, y él vio algo en el libro que compartía. Pero su propósito no era “referencial”, él quería hacer algo con mi libro, algo de él. Eso me gustó: que hiciera lo que quisiera con mi libro. Mis impresiones al ver la película fueron muy complejas. Sentí que la había perdido y que eso estaba bien. Pensé que ahora el libro empezaba a pertenecerme de otra manera. Me gustó mucho la película, en todo caso. Son obras muy distintas, pero comparten el espíritu. Además, es raro que una película sea más larga que el libro. A lo mejor, para ahorrar tiempo, hay gente que prefiere leer el libro (risas).
¿Cómo es su proceso creativo? Es bastante desordenado. Más que metódico o disciplinado, soy obsesivo. Cuando estoy en algo puedo pasar horas errando, buscando y corrigiendo. Pero hay días en que escribo poco, apenas unos párrafos de un diario que llevo hace algunos años.

Una de sus obras recientes es Mis documentos, ¿qué hay detrás a la apuesta por el cuento?
Nunca tengo tan claros los porqués, pero disfruté mucho esta escritura, la forma en la que se fue armando, bastante natural. Son once relatos, ninguno demasiado parecido al otro, como los once hijos de Kafka, aunque de algún modo todos hablan sobre el deseo de pertenecer, de encontrar un lugar en el mundo.
¿Cómo ha sido su relación con el trabajo de Gabriel García Márquéz?
Para mí leerlo fue siempre importante. Me gustan todas sus obras, salvo la última, que como kawabatiano acérrimo incluso me molestó. Una de las mejores novelas que he leído en la vida es El coronel no tiene quien le escriba. No creo que haya un final más demoledor y desesperanzado que el de esa novela.

¿Cuál sería su consejo para los jóvenes poetas y novelistas latinoamericanos que aún no logran el despegue de sus carrera?
Quizás no creer demasiado ni en la palabra “despegue” ni en la palabra “carrera”. Luchar contra la claustrofobia y contra la claustrofilia con el mismo ímpetu. Y mostrar los textos a los amigos, compartirlos.
¿Y qué obras les recomendaría por considerarlas claves en la formación de un escritor?
Eso es muy subjetivo. Podrían ser Mis amigos, de Emmanuel Bove; Spoon River Anthology, de Edgar Lee Masters (que no es una novela); El libro de la almohada, de Sei Shonagon (que tampoco es exactamente una novela); los diarios de Julio Ramón Ribeyro; y la obra completa de Kafka, pero sobre todo el relato Once hijos.
¿Cuáles son las cinco novelas que no pueden faltar en la biblioteca de Alejandro Zambra?
Es difícil elegir... quizás El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati; Auto de fe, de Elias Canetti; Autobiografía de mi madre, de Jamaica Kincaid; En busca del tiempo perdido,de Marcel Proust y La montaña mágica.