viernes, 30 de enero de 2015

Macondo y sus mujeres extraordinarias

En un contexto de personajes masculinos desconcertados y vulnerables, las criaturas femeninas del novelista, con su profundo conocimiento de sí, son las que sostienen una obra que las inventa y, al mismo tiempo, las pone entre paréntesis

El registro de García Márquez es de un machismo al revés./adncultura.com
"Soy tu madre": Gabriel García Márquez abre sus memorias, Vivir para contarla, con la evocación de una mujer ante cuyos ojos él adquiere una identidad fuera de toda discusión. Con ella irá a la casa donde ha sido niño, para venderla. El hecho de que ella, a pesar de no tener mayores pistas sobre su paradero ni una cita precisa, se abra paso sin dudar quita dramatismo a la idea de deshacerse de una casa plena de recuerdos. Afirmar el parentesco fundamental que los une satisface la necesidad de saber quién es cada uno independientemente de las experiencias en un lugar concreto.
Entera y ágil después de los desafíos físicos de once partos, esta madre que se planta delante del hijo con una mirada segura aunque azorada debido a sus lentes bifocales está en el origen de los recuerdos personales y al final de una galería de mujeres portentosas. El registro de García Márquez es de un machismo al revés.
Úrsula, ciega, localiza objetos perdidos, Pilar Ternera ofrece una sexualidad prolífica y gozosa y Remedios la bella disemina mensajes amorosos y excrementales en Cien años de soledad. Esos ojos clarividentes y cuerpos dislocados de cualquier fisiología cotidiana nos señalan que el relato de coincidencias mágicas es también un lugar para lo íntimo. Las mujeres hiperbólicas de García Márquez, que incluyen a la protagonista de "Los funerales de la Mamá Grande", la abuela de "La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada" y la muchacha de Del amor y otros demonios, son heroínas al estilo de la historieta, recortadas del resto como visitantes de otro planeta en un contexto de personajes masculinos desconcertados, vulnerables, contradictorios.
Úrsula hace del distanciamiento de su ceguera una hipótesis que permite leer Cien años de soledad desde una perspectiva que le pertenece, desdoblándose así como personaje para dejar surgir a un autor implícito. Es ella quien da origen a Macondo, pueblo cuya entrada en la imaginación colectiva de las Américas da lugar a que se lo use para nombrar librerías, bares, generaciones literarias.
Con un gesto que no puede sino acercarnos a La casa de Bernarda Alba de García Lorca, Amaranta rechaza al cura en el momento de su muerte pero pide que Úrsula vaya a dar testimonio de que ha muerto virgen. La extraordinaria estatura de su capacidad de autopreservación se nos ofrece en clave de egoísmo, ya que habiéndole quitado el novio a Rebeca, se niega a consumar la relación con Pietro Crespi.
Amaranta es la otra, mujer mala pero también tímida virgen. Es un personaje cuya magnificación hiperrealista se logra en contraste con un choque con Pietro Crespi, maestro del anacronismo en la novela. Llega a Macondo con juguetes mecánicos, valses, poesía, instrumentos musicales. Por él irrumpen en el texto objetos que hablan de momentos culturales distantes de los rigores cotidianos de Macondo. Casi historia intercalada, este interludio, escrito en tono de representación teatral, pone a prueba la rusticidad y el carácter utópico de Macondo. Pietro muestra con orgullo las tarjetas postales que recibe de Italia, señalando los lugares que conoce, admirando las viñetas con corazones flechados y los paisajes familiares. El romance cursi entre Amaranta y él está animado por la ternura y el sentimentalismo de un personaje masculino que choca con la determinación de una mujer que ha decidido que su destino reside en una concepción del propio cuerpo que no admite a ningún hombre.
El amor de Pietro Crespi tiene la superficialidad de los muñecos mecánicos que trae de regalo en su equipaje. Irónicamente, el regalo más generoso de Crespi es su propia persona. El mundo que representa termina abruptamente con su suicidio, cuando el italiano simplemente para, deja de funcionar como uno de sus juguetes. Su suicidio cierra su participación en la novela con la eficiencia de un experimento llevado a cabo. Por él ha podido confirmarse que Amaranta es capaz de realizar su deseo de ser virgen y que el sentimiento que la une a Rebeca es más fuerte que la hipotética atracción que puede haber sentido por Pietro Crespi. El odio que une a Amaranta y Rebeca es tan sustancial, tan profundo, que Crespi es un mero pretexto para concretarlo. Decorativo y portátil, es la poesía de un romance que sirve para identificar la peculiar soltería de una mujer obsesionada con otra.
Los otros personajes no saben que el hecho que aguarda con mayor ansiedad es la muerte de Rebeca. Sólo los lectores participan del secreto que constituye su profundidad. En un presente perpetuo, Amaranta cose la mortaja para Rebeca. Lo único que escapará de su control es que la prenda, una vez terminada, le servirá a ella misma. Vigilante y controladora, Amaranta es incapaz de ver la forma de su propia despedida aunque termine organizándola a pesar suyo, hasta el detalle de su atavío final.
El desmesurado amor y la indiferencia que ocultan miedo y cobardía agigantan a Amaranta, caricatura prolija de las mujeres que manipulan y parecen seducir pero huyen rápidamente ante la posibilidad de abandonar el espacio natal. Novia eterna, deglutirá a quienes a ella se acerquen pero lo hará sin dramatismos, porque su arma más contundente es la paciencia.
El registro femenino encarnado por Úrsula es fundamentalmente responsable y se basa en una energía que pide una lectura de coherencia ética y psicológica. La clave interpretativa propuesta por Remedios la bella se basa en su peligrosa belleza. Es objeto de pasiones que culminan en la muerte, fulminadas por el encanto de su aspecto y una atracción tan instantánea como enigmática. Remedios tiene una relación literal con el lenguaje. Es un personaje puro cuerpo, sin abstracción, y articula un primer nivel de representación lingüística interpretable como lucidez o falta completa de inteligencia. Según esta perspectiva, su lenguaje es cifra, fruto de sabiduría, síntesis que elimina lo trivial. En lugar de ser retrasada mental, como creen algunos, posee el don de la brevedad; en vez de carecer de poder de abstracción y vocabulario, adquiere la elocuencia atribuida a las religiones, la poesía, la filosofía aforística. Encarna, así, la seducción de un camino equívoco para el conocimiento. Es simultáneamente meta, debido a su hermosura, y vehículo por su privilegiado uso de un lenguaje puro.
Amaranta, guardiana de su virginidad; Fernanda, prisionera de la religión y su imaginaria correspondencia médica; Remedios la bella, con su desembozada fisiología; Rebeca, que vuelve a comer tierra después de una vida diferente, y las prostitutas, fieles a su sexualidad, son personajes con un profundo conocimiento intutivo de sí.
¿Es, entonces, ésta otra instancia de lectores machos y lectores hembras? La pregunta misma ya suena a acusación. Sabemos que Cien años de soledad puede sobrevivir a la definición de realismo mágico y ser releída ahora con sus capacidades paródicas, admirada por la delicadeza de la cursilería de sus noviazgos, citas de lugares comunes y anestesiantes. El lector actual, menos interesado en las dicotomías entre machos y hembras, sigue pendiente de la inteligencia y el misterio de las hiperbólicas mujeres que sostienen una obra capaz de inventarlas y ponerlas entre paréntesis al mismo tiempo. Acaso García Márquez haya sentido desde siempre que su identidad dependería de ser visto por unos ojos magnificados por lentes bifocales, entre los espejismos de quienes son hijos y las misteriosas certidumbres de las mujeres que imaginó. Nada mejor así para él que comenzar a escribir sus memorias con la felicidad de que su madre lo reconozca, aunque sugiere que para ella el parentesco fundamental era con su propia madre, por quien guardaba un constante luto desde su muerte.
García Márquez dejó una ventana abierta para que contemplemos y seamos contemplados por cierto azoramiento que a veces es efecto de bifocales y otras, de algo escurridizo, exagerado, que siempre preserva nuestra capacidad de sorpresa.

jueves, 29 de enero de 2015

Furor por Gabo

filBo 2014

La Feria del libro de Bogotá será un gran homenaje al Nobel colombiano. Tras su muerte las ventas de sus libros se dispararon, el Congreso piensa en ponerle su imagen a un billete y hasta los artistas quieren componerle canciones

Gabriel García Márquez, el primer Nobel colombiano sigue haciendo furor, después de su desaparición./semana.com
Parece que no alcanzarán las horas ni los días para homenajear a Gabriel García Márquez. Y todos, a su manera, quieren rendirle un tributo. El gobierno nacional dio el primer paso a través del decreto 752 de 2014, que dispone que el legado del escritor debe ser parte fundamental de la cultura y la conciencia de todos los colombianos, y que el país entero debe exaltar y celebrar su obra.

Toda esta serie de conmemoraciones comenzaron el 21 de abril y se mantuvieron al ritmo del acordeón durante toda la semana con las lecturas de sus novelas y proyecciones de documentales sobre su vida. La muerte de Gabo alcanzó una cualidad digna de los más grandes: la omnipresencia. Noticieros y periódicos alrededor del mundo hablan de él, y la venta de sus libros aumentó significativamente.

En las próximas semanas, el afecto y la admiración por el colombiano no amainará. El 30 de abril la Feria del Libro de Bogotá abrirá sus puertas vestida de Macondo. Desde la Plaza de Banderas, a la entrada de Corferias, la imagen de un Gabo sonriente, rodeado de simbologías de sus cuentos y novelas, recibirá a los visitantes. En el recinto, con el apoyo de la Cámara Colombiana del Libro y de Corferias, se repartirán 10.000 ejemplares de la edición especial de la revista Arcadia sobre el escritor.

En el pabellón de la Biblioteca Nacional habrá una exposición con los autores y libros que marcaron la vida de Gabo. Y el Instituto Distrital de las Artes (Idartes) realizará una muestra sobre la relación del nobel con Bogotá. Con textos y fotografías contarán su vida en la capital y seguramente resaltarán los artículos que escribió en El Espectador.

El 3 de mayo, en el auditorio José Asunción Silva, sus amigos más cercanos contarán anécdotas que vivieron en diferentes momentos de su vida con Gabriel García Márquez. Además, todos los días que dure la feria, en La hora del cuento, se recordará a Gabo a través de la lectura de sus obras. El 9 de mayo, Día del Libro, el hijo del telegrafista será el gran homenajeado: en la Plaza de Banderas varias personalidades del país y el público asistente leerán Cien años de soledad en voz alta para dar vida a la mágica historia de los Buendía. Y quienes quieran seguir la lectura con el libro en sus manos pueden encontrarlo, junto con la mayoría de los títulos del nobel, en el pabellón de editorial Norma, que también lanzará el concurso Realismo mágico, que invita a los estudiantes de colegio a realizar videos de tres minutos sobre las obras del nobel.

Pero los homenajes no acaban con la feria. Una de sus obras estará en el ejemplar número 100 del Libro al Viento, de Idartes, un programa para fomentar la lectura y establecerla como un derecho que debe estar al alcance de todos. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, inaugurada por García Márquez en 1995, le hará a finales de septiembre el gran homenaje durante la celebración del Premio de Periodismo Gabriel García Márquez. Y el festejo del cumpleaños número 20 de la FNPI será también una celebración de la vida y el legado del maestro. Hasta aquí, por ahora, va la cuenta de homenajes, de una lista que parece ser interminable. Gabo se merece eso y mucho más.

Otros homenajes a Gabo



El Ministerio de Cultura de Colombia creó un premio literario anual de 100.000 dólares que llevará el nombre de García Márquez y se dará al mejor cuento en español. Michelle Bachelet, la presidenta chilena, inauguró la Biblioteca Pública Gabriel García Márquez como homenaje al nobel. El edificio dispone de una colección bibliográfica de 7.000 ejemplares. El Congreso de la República tramitará una Ley de Honores para Gabriel García Márquez. Según esta iniciativa el Banco de la República emitirá un nuevo billete con el rostro del escritor. De aprobarse, el edificio nuevo del legislativo tendrá el nombre del autor de Cien años de soledad y un busto con su imagen. También promoverá que se realicen cátedras en los colegios con sus obras. Por su cercanía con la familia del nobel, la cantante mexicana Tania Libertad anunció que grabará un disco con varias de las canciones favoritas de Gabo, en especial el bolero Nube viajera.

La gabomanía

La muerte del escritor colombiano desencadenó una serie de acontecimientos que miden su valor para el mundo de las letras.  

  •  Tan solo a 24 horas de su fallecimiento, Cien Años de soledad se convirtió en la más vendida en Amazon.com. Esta y otras nueve obras figuran entre los 15 libros en español más vendidos en el mundo. 
  • Cien años de soledad aparece en el puesto 59 en el ranking mundial de iBooks, la otra gran librería online. Esto lo convierte en el libro en español más descargado del momento y el único entre el top 100 de los más exitosos comercialmente.  
  • Más allá de la web, Gabo también arrasa. Felipe Ossa, gerente de la Librería Nacional, estima que las ventas de sus obras se incrementaron en un 30 por ciento. Los compradores no solo buscan sus libros sino también la biografía de Gerald Martin y los libros de Plinio Apuleyo Mendoza. Todos sobre el nobel colombiano.  
  • En Colombia, la editorial Norma estaría preparando una edición especial de Cien años de soledad, su obra cumbre. “Cuando muere alguien, la gente sale a comprar sus libros al instante pensando en que luego no los va a conseguir”, explica Alba Inés Arias, de la librería Lerner–. Por eso las editoriales se preparan para responderle a los seguidores de siempre y a los nuevos lectores de Gabo que seguramente van a aparecer.  
  • Penguin Random House, que tiene los derechos en España, ya reeditó 200.000 ejemplares, principalmente de libros de bolsillo, con seis de las obras más emblemáticas del escritor: Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes. En julio el sello lanzará otras seis novelas del autor.  
  • En 2012 la editorial Sudamericana, que tiene los derechos en el Cono Sur, publicó una antología de su narrativa titulada Todos los cuentos y ahora va a reeditar algunas de sus mejores obras: El amor en los tiempos del cólera, Cien años de soledad, Memorias de mis putas tristes, Crónica de una muerte anunciada, Relato de un náufrago y Vivir para contarla.  
  • Su biógrafo oficial, Gerald Martin, prepara una segunda parte de su libro sobre Gabriel García Márquez, a quien definió como “el más grande después de Miguel de Cervantes”. En más de 17 años de investigación recopiló 300 entrevistas y más de 2.000 páginas.  
  • Cristóbal Pera, editor de García Márquez en la editorial Penguin Random House, reveló que el nobel estaba trabajando en un libro llamado ‘En agosto nos vemos’. Según un fragmento de la que sería su obra póstuma, publicado por el diario español La Vanguardia, la protagonista de esta historia es Ana Magdalena Bach. Cada 16 de agosto esta mujer viaja a la misma isla para visitar la tumba de su madre y se hospeda en el mismo cuarto hasta que uno de esos días un hombre cambia su rutina. Federico Díaz-Granados, poeta allegado a García Márquez, asegura que el libro podría ser publicado en los próximos meses si así lo deciden los familiares del nobel.

Presentan bases del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en la FiLBo

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El Premio se otorgará anualmente a un libro de cuentos de un escritor, con la condición de que su obra haya sido originalmente escrita en español y editada por primera vez el año inmediatamente anterior al de la convocatoria

El presidente Juan Manuel Santos, durante la #GaboLectura realizada en la Biblioteca Nacional, el pasado 23 de abril./Presidencia de la República./premiohispanoamericanodecuentoggm.gov.co
29 de abril del 2014, hoy, El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y la ministra de Cultura, Mariana Garcés Córdoba, presentarán el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en el marco de la 27ª Feria Internacional del Libro de Bogotá. El ganador del premio, que cuenta con el aval del Nobel de Literatura, recibirá $100.000 dólares.
El premio, que aspira ser el más importante de su tipo en Hispanoamérica, fue creado para honrar la memoria del colombiano más universal y uno de los escritores más populares y leídos del mundo. Busca constituirse en referente para el campo literario de la creación y el universo editorial en lengua española, así como un invaluable esfuerzo en prolongar el legado de cuentistas tan importantes y destacados en el dominio del género, como lo fueron Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Julio Cortázar y el propio Gabriel García Márquez.
El Premio se otorgará anualmente a un libro de cuentos de un escritor, con la condición de que su obra haya sido originalmente escrita en español y editada por primera vez el año inmediatamente anterior al de la convocatoria.
Gabriel García Márquez, quien falleció el pasado 17 de abril, escribió alrededor de cuarenta cuentos, entre los que se destacan: “El ahogado más hermoso del mundo”, “Ojos de perro azul”, “La mujer que llegaba a las seis”, “En este pueblo no hay ladrones”, “Un señor muy viejo con unas alas enormes” y “La luz es como el agua”, relatos que ocupan un destacado lugar en la historia de la literatura universal.
Esta primera edición del Premio se convierte además en motivo de conmemoración del aniversario número 67 de la publicación del primer cuento del Premio Nobel colombiano, escrito en respuesta a Eduardo Zalamea, el entonces editor cultural de el diario El Espectador, quien sostenía que no había un escritor en Colombia que fuera capaz a medírsele a escribir una obra literaria con el rigor y la precisión que exige el género. El resultado quedó plasmado en el cuento “La tercera resignación” (1947).
La iniciativa, a cargo del Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, con el apoyo del Instituto Cervantes, se constituye de esta manera en un importante estímulo a un género literario en el que Gabriel García Márquez ha sido maestro de maestros.
De interés:
Consulte las bases y requisitos en:
http://www.premiohispanoamericanodecuentoGGM.gov.co

miércoles, 28 de enero de 2015

La muerte del autor

Gabo que estás en los cielos

La construcción paulatina de sentido que propician la lectura y la escritura es la antítesis de los precipitados encuentros que ocurren en los recintos de la feria

 
En Una historia de la lectura, Alberto Manguel ilustra con una frase de William Golding esa manía del mercadeo literario que ha convertido al escritor en mercancía de exhibición: “Un día alguien encontrará un ejemplar no firmado por el autor y valdrá una fortuna”, cuenta que dijo Golding en el Festival Literario de Toronto de 1989. Es fácil imaginarlo con la mano adolorida frente a una fila interminable de “cazadores de autógrafos”, como los llama Manguel.
Habría que añadir a las ceremonias un nuevo ritual relacionado con la popularización de los “teléfonos inteligentes”, que permite complementar o, incluso, reemplazar el libro autografiado con una instantánea del autor, agotado y ojeroso fingiendo una sonrisa. Su grado de éxito no importa, pues agrega aquella emoción propia de las apuestas, y el dueño del teléfono puede esperar hasta que la posteridad dicte su veredicto, tomando, eso sí, la precaución de archivar en un lugar seguro –¿existirá lugar seguro en el mundo virtual?– su galería de fotos con autores.
Todos los años, en vísperas de Filbo, intento recordar ese carácter histórico de la lectura del que habla Manguel para entender sus ceremonias y sus juegos de poder. Y es que, especialmente en este trópico sin estaciones, la Feria viene a ser para los escritores una especie de rito de año nuevo: un tiempo de balances y de sentimientos no siempre explícitos sobre este oficio de escribir que, en el fondo, participa de la misma feria de vanidades propia de cualquier profesión.
Sin embargo, este año, ante el exhibicionismo en “yo mayor” que ha rodeado los funerales de García Márquez con todas esas frases célebres proferidas por mandatarios, candidatos y ministros, releer a Manguel me ha resultado aún más terapéutico. “La relación primordial entre escritor y lector presenta una paradoja maravillosa: al crear el papel de lector, el escritor decreta también su propia muerte, puesto que a fin de que un texto se dé por concluido, el escritor debe retirarse, dejar de existir”, afirma, en alusión a ese desplazamiento de protagonismo, desde el autor, hacia el lector, en el que se fundan las teorías modernas sobre la lectura. Ese lector que, como escribía Roland Barthes, levanta la cabeza entre los intersticios para escuchar su pensamiento y trabajar en la construcción del sentido, revolucionó aquella idea del significado inmutable atribuido a las intenciones del autor y, por supuesto, a su figura.
La construcción paulatina de sentido que propician la lectura y la escritura es la antítesis de los precipitados encuentros que ocurren en los recintos de la feria y conviene recordar su carácter silencioso y solitario, para evitar confundirlo con el ruido mediático. “Me avergüenza, como si yo mismo fuera el responsable, cada vez que leo entrevistas en las que se habla de grandes tiradas de libros como si constituyeran la prueba de una alta densidad cultural; me avergüenza que entre nosotros haya intelectuales que todavía escamotean el hecho desnudo y monstruoso de que vivimos rodeados por millones de analfabetos... ¿De qué podemos jactarnos los escritores en este panorama en el que solo brillan unos pocos...?, afirmaba Cortázar en 1982, durante su curso de literatura en Berkeley. Sus lecciones, publicadas por Alfaguara con ocasión del centenario de su nacimiento, parecen escritas hoy.
Quizás estas ferias sirven para descubrir algún encuentro revelador, de esos que suelen ocurrir, de vez en cuando, entre autores y lectores. El resto, sin embargo, funciona todavía como en tiempos de Quevedo: “Retirado en la paz de estos desiertos, /con pocos, pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”.
En medio de discursos, cocteles y noticias de farándula, no sobra recordar que es eso lo que basta.
fuente:eltiempo.com

martes, 27 de enero de 2015

La escritura después de Gabo

Gabo que estás en los cielos

¿Cómo escribir después de Gabriel Garcia Marquez? 

Esta es una pregunta que se le hizo a todo escritor colombiano después de la publicación de Cien años de soledad, en 1967. En ese momento la estatura literaria que alcanzó el autor de Aracataca parecía opacar cualquier otro esfuerzo literario, por lo menos dentro de las fronteras colombianas. Muchos escritores que comenzaban su tareas en aquel entonces quizá se sintieron un poco coartados por la presencia tutelar del fabulador de Macondo. En cambio, para los escritores, como yo, que comenzamos a escribir cuando ya la obra de García Márquez estaba bien establecida, su presencia no sólo fue un estímulo sino también un alivio.

Por aquel entonces, hablo de comienzos de la década de 1970, todavía se debatía mucho acerca de la diferencia entre una literatura rural y otra urbana. Se consideraba que al ser Colombia un país mayoritariamente rural (más bien provinciano, diría yo) esta debía ser la literatura posible; pero justamente García Márquez acababa de torcerle el pescuezo a la literatura rural considerada como un rezago provincial. O sea, nos quitó el peso de escribir sobre mundos que no nos pertenecían.

Los escritores de mi generación entendieron que había que comenzar a escribir sobre el mundo que realmente conocíamos, es decir, sobre nuestro barrio. Eso, por demás, era lo que había hecho García Márquez al construir su imaginario de Macondo, que no era más que el mundo de su natal Aracataca y Sucre, el municipio donde creció. Ese mundo pueblerino de la costa Caribe colombiana que era, de hecho, el barrio de García Márquez.

Él mismo después de lograr alturas míticas con Macondo, decidió volver a escribir, despojándolos de la máscara, sobre los lugares que dieron origen a su aldea imaginaria, Sucre en Crónica de una muerte anunciada, Cartagena en El amor de los tiempos del cólera e incluso escribió sobre los paisajes y sus experiencias vividas en otras latitudes, en Doce cuentos peregrinos, que incluyeron cuentos en Europa, México y Colombia.

Hoy podemos mirar la benéfica influencia de su obra en todos los escritores posteriores a él. García Márquez, ya no es un peso pesado difícil de llevar (en mi caso nunca lo fue), sino más bien una suerte. Si Jairo Aníbal Niño decía que todos los escritores deberiamos considerarnos colegas de Homero, también deberíamos sentir que gracias a García Márquez esta aproximación al legendario literato griego es más real.

García Márquez nunca fue un peso para otros escritores, fue más bien un salvavidas para la literatura que hizo flotar el deseo de contar, de narrar historias, que favoreció la existencia de nuevos narradores. Por eso y sólo por eso, ya podríamos considerarnos felices por haberlo tenido durante el breve lapso de ochenta y siete años caminando sobre la tierra.

Claro que sería mucho más perfecto si hubieran sido cien años.
fuente:robertorubianovargas.blogspot.com

lunes, 26 de enero de 2015

¿Quién era Fernanda del Carpio?

El enigma de la mujer detrás del poema de García Márquez, publicado hace 70 años en Lecturas dominicales

Alegoría  de Fernanda del Carpio.  Ejercicio de dos artistas Nicolás París y Carlos Castro. 2007./eltiempo.com

"… en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser… en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz" Cien años de soledad
Se cumplen 70 años de cuando Gabriel García Márquez escribe sus primeros poemas de amor en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. Uno de ellos, ‘Canción’, se publicó en Lecturas dominicales el 31 de diciembre de 1944, cuando su director era el poeta Eduardo Carranza. Conoce al futuro Nobel precisamente en Zipaquirá, como un adolescente costeño, con mucho talento. Es ocasión para recordarlo a través de uno de los personajes más trascendentales y enigmáticos del universo macondiano, sin embargo menos explorados: Fernanda del Carpio. Según parece, una joven zipaquireña sirvió de inspiración.
La primera crítica que se atrevió a analizar su papel en Cien años de soledad fue la catalana Carmen Arnau, en ‘El mundo mítico de Gabriel García Márquez’, de 1971. “Fernanda del Carpio es una representación de la cultura española. Representa una cultura fosilizada. La cultura de Fernanda es la cultura española del Siglo de Oro, que tanta importancia tiene en la literatura iberoamericana”.
García Márquez, en entrevista de 1978 a Cuadernos para el diálogo, responde sobre la influencia de la cultura española en Iberoamérica: “También tenemos que reconocer que en América Latina existe una fuerte presencia de la cultura española. La vemos en todas las manifestaciones artísticas que hay en el continente. Es sorprendente la influencia española que se ha conservado en Latinoamérica. Es un elemento en la cultura de nuestros países. Sin embargo, se hace como si esto no existiera y se la desprecia. El elemento español forma parte de nuestra propia personalidad cultural y no creo que pueda negarse. Yo me siento muy orgulloso de la presencia de lo español en América Latina, no me avergüenza en absoluto”.
A Carmen Arnau se le pasó un detalle: Fernanda es antes que nada ‘cachaca’: “… pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, a una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, la ahijada del Duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que le revolvía el hígado a las esposas de los presidentes…” Gabo no está contra el origen hispánico de Fernanda; aborrece que sea cachaca, proveniente del páramo, de lo más profundo del interior del país.

García Márquez, a los 16 años, en Zipaquirá en 1943. Foto: Archivo particular.
Los cachacos son seres reales y su mentalidad es totalmente opuesta a la del costeño. Es el error de Carmen Arnau: considerar que Fernanda es solo la evocación de una “cultura fosilizada” y no reconocer que es el reflejo de una realidad vigente, pero antagónica, opuesta radicalmente a la manera caribe. Sin pedirle permiso a nadie, el cachaco, en especial el bogotano, se autoproclama heredero universal y se apodera para bien o para mal del legado cultural de la España del siglo XVII.
Miguel Ángel Bastenier confirma que “el bogotano es más español que los mismos españoles de hoy”. Es la principal característica de Fernanda. Otra, su extraordinaria belleza: “Se llamaba Fernanda del Carpio, la habían seleccionado como la más hermosa entre las cinco mil mujeres más hermosas del país y la habían llevado a Macondo con la promesa de nombrarla Reina de Madagascar”.
Es difícil encontrar textos que analicen a fondo este personaje y su contexto. En García Márquez: Historia de un deicidio, Vargas Llosa, sin complicarse, integra a Bogotá con Zipaquirá a partir de un mismo sentimiento, la soledad: “La compara con su pueblo, con la Costa, donde la gente es comunicativa, alegre, y encuentra a Bogotá ‘gris y yerta’, a los cachacos ‘fríos y reservados’ y desde entonces esa ciudad es para él ‘aprehensión y tristeza’.
Con estas tintas figura Bogotá en las rápidas apariciones que hace en su mundo ficticio… Sus recuerdos del internado de Zipaquirá son también sombríos. Aracataca es una herida que el tiempo irrita en vez de cerrar, una nostalgia que aumenta con los días, una presencia subjetiva con la que el niño se siente obligado a medir el nuevo mundo que lo rodea y este, Bogotá o Zipaquirá, siempre resulta derrotado en la confrontación… En esos años de reclusión, vividos en un medio al que el niño se niega a asimilarse, nace en la experiencia de García Márquez, uno de los grandes temas de su mundo ficticio: la soledad”.
Esto hace pensar que cuando García Márquez evoca su etapa de estudios en Zipaquirá y Bogotá, le duele el alma. Ese dolor no se limita al contraste cultural o al frío paramuno. Seguramente pasó algo más: un trauma emocional más significativo, y esto es pura especulación, pudo haber un desencuentro con una bella y arrogante cachaca que le rompió su corazón de adolescente. Hilando más fino, ese sentimiento de soledad se lo produciría la frustración de no poder estar con la amada.
Dice Julio Ariza en ‘El discurso narrativo en Gabriel García Márquez: de la realidad política y social a la realidad mítica’: “Fernanda del Carpio es el personaje que refleja más hondamente la crisis del desarraigo, las frustraciones, y circunstancias depresivas de los primeros años escolares en el frío Zipaquirá… pero ninguno de estos personajes se aproxima a la trágica existencia, a la triste experiencia de la vida de Fernanda y su familia, porque Fernanda es un producto de una circunstancia traumática en la vida del escritor, pero también es el resultado de una mentalidad, de una actitud, de una percepción y concepción del mundo, de la vida de un grupo social bien determinado. Así Fernanda llega a representar ese mundo del cachaco como arquetipo”.
Rafael Gutiérrez Girardot dice en La crítica a la aristocracia bogotana en Gabriel García Márquez: “La crítica de García Márquez a la aristocracia bogotana, es a la vez una crítica a la capital, que vuelve con otros acentos en el General en su laberinto. Es una crítica enmarcada en la contraposición de dos formas de vida: la caribeña y la andina. La figura de que se sirve para la crítica es Fernanda del Carpio… Con todo, pese al coro de mujeres diversamente exuberantes, Fernanda del Carpio es una de las figuras centrales de la novela en clave, entre otras, porque no tiene semejantes. Algún íntimo de Gabo habrá de contribuir algún día a una edición realmente crítica de la novela, es decir a despejar la incógnita si tras la señal emitida con la cifra ‘Fernanda del Carpio’ no se oculta una mujer real de la aristocracia bogotana que en los años cuarenta fue reina de belleza y debió suscitar la fascinación del pariente a posteriori de los Buendía”.
Sería la solución del acertijo, pero falta mucho por resolver. En contravía a la teoría de Gutiérrez, es improbable que Fernanda fuera bogotana y que Gabo la hubiera conocido en la capital, ya que como él mismo lo recuerda, tanto en su primer contacto con la capital de tránsito hacia Zipaquirá, como en su época universitaria, en Bogotá no se veían mujeres, mucho menos “aristocráticas y de deslumbrante belleza”. Tenían prohibido salir de la casa.
Lo contó a Enrique Santos y a Jorge Restrepo en Alternativa en 1975: “De todas las ciudades que conozco en el mundo, ninguna me ha impresionado tanto como Bogotá. Llegué de Barranquilla en 1943 a las cinco de la tarde, con un baúl de madera y un vestido de paño que me habían arreglado de mi papá, y aquella fue la experiencia más terrible de toda mi juventud. Bogotá era lúgubre, olorosa a hollín, y lloviznaba sin pausas y los hombres vestidos de negro con sombreros negros andaban tropezando por las calles, colgados de los pesantes de los tranvías eléctricos, hablando paja en los cafés. No se veía una mujer sino de vez en cuando, pues la mayoría de los sitios públicos les estaban vedados… Los costeños temblando de frío, atormentados por la forzosa castidad y el miedo a la pulmonía, sentíamos que en aquella ciudad remota e irreal estaba el centro de gravedad del poder que nos habían impuesto desde nuestros orígenes”.
Julio Ariza González complementa estos rasgos arquetípicos en el cachaco que Gabo conoció en su adolescencia y que son totalmente opuestos a los del costeño: “Con estos firmes fundamentos socioculturales podemos entrar a examinar las caracterizaciones, las imágenes del cachaco como arquetipo en el discurso narrativo de García Márquez. Ahora veremos cómo el escritor al recrear la imagen del cachaco, al mitificarlo y crear el arquetipo, lo desmitifica y esto lo realiza por medio de un proceso de confrontaciones socioculturales entre las idiosincrasias, actitudes, mentalidad de los Buendía, su microcosmos, el mundo de Macondo, con las características de Fernanda, y su mundo fúnebre de los páramos, el aura de las falsedades, y apariencias que rodea a su familia, el valor de las pretensiones, en la formación de la personalidad que redundan en las actitudes, percepciones que hacen del mundo lúgubre de los páramos, un mundo distinguido en la fatuidad, en el falso sentido del orgullo, el honor y la moral”.
Tampoco es probable que sus amigos intelectuales tanto barranquilleros como bogotanos, puedan decir quién era en realidad Fernanda. Cuando les hemos preguntado por este mítico personaje, no tienen respuesta, ya que se trata de un episodio de la vida de Gabo muy anterior al momento de la amistad con ellos. Lo mismo pasa con la familia. Sus parientes desconocen a fondo los verdaderos sufrimientos (aparte del frío) que García Márquez padeció durante sus 6 años en el altiplano.
La única alternativa que queda es que Fernanda fuera una jovencita zipaquireña. En el libro de Gustavo Castro Caycedo, Gabo: cuatro años de soledad, pareciera ser un hecho que Fernanda es nativa de dicha población cundinamarquesa: “Zipaquirá fue declarada ‘Ciudad de blancos’ desde la Colonia, impidiéndose que allí vivieran indios, esclavos, zambos y mestizos, razón por la cual fue poblada por familias aristocráticas. Así que Fernanda del Carpio bien pudo ser ‘calcada’ de alguna de estas…”
En El olor de la guayaba García Márquez se lo confirma a Plinio Apuleyo Mendoza: “En Zipaquirá, que como sabes, es el mismo pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, donde Aureliano Segundo fue a buscar a Fernanda del Carpio. Allí en el liceo en donde estaba interno, empezó mi formación literaria…” En su tiempo en Zipaquirá, no solo recibió una excelente educación, sino que tuvo la oportunidad de conocer y establecer vínculos muy estrechos con varias jóvenes zipaquireñas, bellas e inteligentes.
Sabemos gracias a Castro de Lolita Porras: niña encantadora, una de sus primeras novias, murió de tifo a los 14 años. Fallece mientras Gabo pasaba vacaciones con su familia en Sucre, en diciembre de 1943. Cuando Gabo se entera de esta tragedia, escribe y le dedica su primer poema, publicado en LECTURAS de EL TIEMPO, un año después de su muerte, en 1944, titulado ‘Canción’ y firmado con el pseudónimo, Javier Garcés.
Cecilia González Pizano (‘La Manca’), hada madrina de Gabo, lo relacionó (con la complicidad del rector Carlos Martín y de Daniel Arango) con todos sus amigos poetas e intelectuales de Bogotá: Jorge Rojas, Carranza (en esa época director de LECTURAS), Jorge y Eduardo Zalamea, León de Greiff, Jorge Gaitán Durán, entre muchos que le fueron abriendo puertas al joven cataquero.
‘La Manquita’ murió en los 60, de un ataque al corazón, en Nueva York, donde trabajaba para la NASA, sin hacer realidad el deseo de volver a ver a Gabo. Sara Lora, (‘Saruca’): telegrafista de Zipaquirá, su acudiente, fiadora y protectora desde 1944. Virginia Lora: hermana de Sara. Bellísima, de ojos azules a la que García Márquez le escribió al menos tres poemas. Murió trágicamente en 2008 en un intento de secuestro en El Rosal, Cundinamarca. Berenice Martínez (‘Bereca’), su novia oficial, a los 17 años; le enseñó a bailar los ritmos del Caribe. Su hermana destruyó los muchos poemas que García Márquez le escribió. Estuvieron en contacto hasta 2002, cuando Berenice empieza a sufrir los primeros síntomas del Alzheimer. Consuelo Quevedo (‘La Bella’): actuaba con Gabo en teatro. Hija de Guillermo Quevedo. Quiso participar en un reinado de belleza, pero su padre no se lo permitió. Sofía Vega (‘Lula’): hermosa y distinguida zipaquireña, compañera de Berenice Martínez y de Consuelo Quevedo. Amor platónico de Álvaro Ruiz Torres, amigo de Gabo en el Liceo.

Geraldine Chaplin como ‘La viuda de Montiel’, de Miguel Littín, 1981, según Vargas Llosa alusión a Fernanda del Carpio. FOTO ETIENNE GEORGE / Collection Christophel
Gutiérrez Girardot menciona que Gabo tuvo que haber conocido en los 40 una reina de belleza cachaca, otro rasgo descriptivo de Fernanda. Si la conoció, se trata de Rosita Márquez, ‘reina de la sal’ en 1943 y de los carnavales en 1944.Según su compañero de clase Guillermo López, “a Gabriel también le gustó mucho esa bella mujer, pero ella ya tenía un novio en serio”.
Cualquiera de estas jóvenes zipaquireñas pudo ser Fernanda: cachacas, bonitas, cultas. Con todas mantuvo una relación cordial, llena de afecto y gratitud; con algunas siguió en contacto incluso hasta hace pocos años. Sin embargo, las cosas no se dieron de igual forma con nuestra ‘dama misteriosa’, la verdadera inspiradora de Fernanda. Tanto Ruiz Torres, como la hija de Sara Lora, hablan de una joven, diferente a las citadas, que Gabo amaba y a la que le escribió varios poemas.
Lo extraño es que nadie quiera hablar del tema. Se niegan a dar el nombre de esta mujer, pero coinciden en que existió. Dice Sara Lucía Botía Lora: “Aunque figuraba como novio oficial de Berenice Martínez, mi mamá me contaba que también amó a otra mujer cuyo nombre no me atrevo a revelar, como jamás lo hizo ella, pues se trataba de la vida privada de una mujer que no autorizó a nadie a contar su historia”.
Castro Caycedo, al interrogar al mejor amigo de Gabo en Zipaquirá, tuvo esta respuesta que aumenta el misterio: “Hubo 3 jóvenes a quienes García Márquez escribió poemas de amor: Berenice Martínez, su primera novia oficial en Zipaquirá, Virginia Lora, hermana de la telegrafista, que era su acudiente en el Liceo y una tercera, sobre quien Ruiz Torres nunca quiso descubrir su nombre, según me decía cuando le insistí, porque es un secreto que le prometió guardar a Gabito. Y lo cumplió, porque como hombre de palabra se llevó el secreto a su tumba”.
Otro compañero en el liceo tampoco da un nombre, pero sí pistas interesantes: “Según Luis Ariza, Gabo tenía una verdadera fijación y se identificaba mucho con la canción ‘Te olvidé’, dolido por un fallido romance que quiso tener en Zipaquirá, pero que una niña del Colegio de La Presentación no le correspondió. Esa fue una de las frustraciones de Gabriel en esa ciudad. Había días en que se le metía en la cabeza y la cantaba muchas veces. Un fragmento dice: ‘Yo te amé con gran delirio y pasión desenfrenada, te reías del martirio… de mi pobre corazón…”
Se está ante una persona real y un amor no correspondido. Es probable que el escritor fuera rechazado. También pudo tratarse de una mujer prohibida, comprometida, etc. El hecho es que existió y que por algún motivo hay que mantenerla oculta y se intuye que la relación con ella le generó un profundo trauma tan fuerte que por eso prefiere olvidar su etapa en Zipaquirá.
Su hermana Aída García, en su libro Gabito el niño que soñó Macondo, lo confirma: “Y terminó en el Liceo Nacional de Zipaquirá del cual no conserva muy buenos recuerdos, no obstante que el establecimiento estaba dirigido por un normalista de renombre y contaba con profesores muy buenos como el de Literatura Española, Julio Calderón Hermida, a quien nuestro premio Nobel ha rendido cumplido homenaje. Quizá los sentimientos del escritor se deban al cambio sufrido con su trasplante a la meseta andina. Todos los costeños padecemos duros síndromes de desarraigo cuando dejamos la orilla del mar y nos sumergimos en este paisaje brumoso de la Sabana”.

Foto del mosaico del Colegio Nacional de Varones en Zipaquirá, donde estudió Gabo. Foto: Archivo particular.
¿Por qué olvidar esta etapa? Vargas Llosa considera que a partir de confrontar la realidad y superar sus añoranzas, Gabo termina construyendo su lugar como escritor: “… el maravilloso mundo que se había llevado en la memoria a Bogotá, en el que había vivido emocionalmente durante sus años de interno, a través de la nostalgia y los recuerdos, se había hecho pedazos: la realidad lo destruyó. Su venganza fue destruir la realidad y reconstruirla con palabras, a partir de esos escombros a que había quedado reducida su infancia”.
Y hablando de venganza, García Márquez disfruta mostrándonos las reacciones de Fernanda, que ponen en evidencia su mezquindad y lo hace de forma tal, que resultan graciosas. El Nobel peruano hace la siguiente reflexión: “En ese mismo episodio vemos la asociación de lo cotidiano y lo sobrenatural, en la actitud de Fernanda del Carpio: ‘mordida por la envidia, terminó por aceptar el prodigio y durante mucho tiempo siguió rogando a Dios que le devolviera las sábanas’. Unas páginas después se insiste en lo mismo: ‘No bien Remedios, la bella, había subido al cielo en cuerpo y alma, la desconsiderada Fernanda seguía refunfuñando en los rincones porque se había llevado las sábanas”.
Sin Fernanda, a la novela le haría falta un contrapunto, una perspectiva desde donde comparar y perdería además una fuente inagotable de situaciones que tanto para el lector como para los Buendía, resultan divertidísimas por anacrónicas y absurdas. El Nobel castiga a Fernanda, no solamente desplazándola de su ciudad natal, sino que la obliga a vivir en una cultura, en un contexto totalmente hostil, permitiendo que la ridiculicen, que se burlen de ella descaradamente, de sus actitudes, de sus costumbres y valores.
La influencia de Fernanda dentro de la familia Buendía, es a pesar de tenerlos a todos en su contra, innegable: “Hasta las supersticiones de Úrsula, surgidas más bien de la inspiración momentánea que de la tradición, entraron en conflicto con las que Fernanda heredó de sus padres, y que estaban perfectamente definidas y catalogadas para cada ocasión. Mientras Úrsula disfrutó del dominio pleno de sus facultades, subsistieron algunos de los antiguos hábitos y la vida de la familia conservó una cierta influencia de sus corazonadas, pero cuando perdió la vista y el peso de los años la relegó a un rincón, el círculo de rigidez iniciado por Fernanda desde el momento en que llegó, terminó por cerrarse completamente y nadie más que ella determinó el destino de la familia”.
Sin Fernanda no habría continuado la estirpe de los Buendía, ya que los últimos miembros son sus propios descendientes. Una de sus hijas, Meme, es la madre de su único nieto, Aureliano Babilonia, el niño de la canastilla bíblica, nacido en el altiplano y llevado a Macondo por una monja.La otra de sus hijas, Amaranta Úrsula, será la amante de este último con quien procreará al bebé con cola de cerdo, sin ser conscientes de su parentesco, muy al estilo de maldiciones griegas relacionadas con incesto.
Fernanda es uno de los grandes personajes de la literatura por su compleja personalidad, por los profundos sufrimientos que le producen el autoengaño y por sus permanentes contradicciones y frustraciones. La terminamos perdonando no solamente porque nos damos cuenta de que en efecto sufre (de noche se la oía sollozar), sino porque no es consciente ni culpable de su alienación.
También la perdonamos por su deslumbrante belleza y “porque parecía investida de una autoridad legítima”; ante la hostilidad de todo su entorno macondiano nunca perdió la dignidad. Fuera quien fuera su inspiradora, marcó profundamente al autor y gracias a esa experiencia creó una obra maestra.
A pesar de todo queda en el aire la huella del afecto que Gabo siente por esta arquetípica mujer. Así fue su despedida: “Una mañana fue como de costumbre a prender el fogón, y encontró en las cenizas apagadas la comida que había dejado preparada para ella el día anterior. Entonces se asomó al dormitorio, y la vio tendida en la cama, tapada con la capa de armiño, más bella que nunca, y con la piel convertida en una máscara de marfil. Cuatro meses después, cuando llegó José Arcadio la encontró intacta”.
Con respecto a la base real de sus libros, Gabo, en El olor de la guayaba, le responde a Plinio: “No hay en mis novelas una línea que no esté basada en la realidad. - ¿Estás seguro? En Cien años ocurren cosas bastante extraordinarias: Remedios, la bella, sube al cielo. Mariposas amarillas revolotean en torno a Mauricio Babilonia… “Todo ello tiene una base real”.
A Vargas Llosa le recalca: “No podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales”. Si todo tiene base real, según el propio autor ¿por qué precisamente Fernanda iba a ser excepción?
En un texto premonitorio, Gabo disculpa de cierta forma la curiosidad que produce el origen de sus personajes. En una de sus columnas en El Espectador, en agosto de 1954, 13 años antes de Cien años, presagia la impostergable necesidad de crear nuevos personajes: “En Cali se ha desencadenado de nuevo, con rejuvenecidos ímpetus documentales, la inmemorial polémica sobre la existencia de María, heroína de Isaacs y madre espiritual de los adolescentes colombianos desde hace un siglo. Con 200 años de historia, en un país cuyos habitantes solo ahora empiezan a ignorar la vida privada de sus vecinos, esta clase de problemas proporciona al momento actual de densidad y antigüedad históricas… es motivo de controversia la identidad de un personaje literario que de haber existido sería apenas una distinguida y longeva matrona de un ciento de años, o un hermoso recuerdo de 20 años, 80 de yacer en su sepultura. Es un vicio colombiano: averiguar si existió María –la romántica protagonista de la María, o si existieron Arturo Cova y Clemente Silva de La vorágine’–, o precisar por medio de laboriosos rastreos genealógicos, quién fue la copartícipe de aquella sombra larga del ‘Nocturno’ de Silva. En esas averiguaciones se nos irá la historia… La solución más conveniente parece estar al alcance de la mano: que no se polemice en torno a si existieron María, Arturo Cova y Clemente Silva. Que se creen nuevos personajes… que eso es lo que importa, aunque no sean copias textuales de la vida real, sino mejor si son puras y maravillosas creaturas fantásticas. Aunque los escritores colombianos, para evitar confusiones, tengan que advertir en el futuro: ‘Cualquier parecido o semejanza entre personajes de esta novela o personajes de la vida real, no es pura coincidencia sino el resultado de un laborioso esfuerzo del autor”.
Canción
“Llueve en este poema” E.C. (Eduardo Carranza)
Llueve. La tarde es una
hoja de niebla. Llueve.
La tarde está mojada
de tu misma tristeza.
A veces viene el aire
con su canción. A veces...
Siento el alma apretada
contra tu voz ausente.
Llueve y estoy pensado
en ti. Y estoy soñando.
Nadie vendrá estar tarde
a mi dolor cerrado.
Nadie. Tu ausencia
que me duele en la horas.
Mañana tu presencia
regresará en la rosa.
Yo pienso –cae la lluvia–.
Niña como las frutas
grata como una fiesta
hoy está atardeciendo
tu nombre en mi poema.
A veces viene el agua
a mirar la ventana
de cristales. El agua...
Y tú no estás. A veces
te presiento cercana.
Humildemente vuelve
tu despedida triste.
Humildemente,
y todo humilde; los jazmines,
los rosales del huerto
y mi llanto en declive.
Oh corazón ausente:
¡qué grande es ser humilde!
Javier Garcés
(pseudónimo que usaba GABO)
Eduardo Carranza, poeta colombiano.
Juan Carlos Gaitán Villegas

Los funerales de la Mamá grande

Gabo que estás en los cielos


Si no fuera por su fama universal, que obliga a los dueños de Colombia a fingir una admiración hipócrita, todos ellos estarían aplaudiendo a la señora uribista

Porque esa es otra: para la lagartería colombiana lo que importa de Gabriel García Márquez no es su obra prodigiosa, sino que se ganó un premio. El síndrome de “Colombiano triunfa en el exterior”./semana.com
Hace un par de semanas pedía yo, para entender lo que pasa en Colombia, un libro sobre el pecado capital de los colombianos, que es la lambonería. Acaba de aparecer ese libro. Basta con empastar juntos los miles de comentarios que se han escrito en la prensa, o dicho al aire en la televisión y la radio, con motivo de la muerte de Gabriel García Márquez. “Gabolatría”, titulaba un columnista su columna al respecto. Que no será la última. 

El fenómeno no es solo de aquí, claro. También lo vemos en México, en España, en Francia, en los Estados Unidos, donde la noticia de su muerte fue portada en todos los periódicos. García Márquez, como los grandes artistas, es universal. Pero no esa cursilada que, copiada de la copla española, se han puesto a llamar ahora “colombiano universal”, o “cataqueño universal”, porque nació en el pueblo de Aracataca. Y si en México montaron guardia de honor en torno a sus cenizas los presidentes de dos países (como a Homero, cuya nacionalidad se disputaban siete ciudades de Grecia), en Bogotá se coló además en la ceremonia, que en principio iba a ser laica, el cardenal primado para soltar unos padrenuestros. Fidel Castro mandó desde Cuba un arreglo floral. Mario Vargas Llosa inclinó su copete de plata. El partido comunista de China puso un telegrama de condolencias. Se decretaron tres días de duelo en todo el territorio nacional, Mozart compuso una misa de réquiem. La Cepal envió mensaje. El Centro Democrático expidió un comunicado reconociendo que el difunto había “engalanado las letras nacionales”. Se hizo un minuto de silencio en la plenaria del Senado de la República. Sacaron una estampilla postal, olvidando que aquí ya no funciona el correo. Hubo un temblor de tierra. Cuentan que en Aracataca tocaron solas las campanas de la iglesia de San José y un súbito ventarrón frío hizo tiritar a la gente. Hubo un lanzamiento público de mariposas amarillas. El New York Times sacó la noticia en su primera página. La cantante Shakira y el futbolista Falcao se sintieron obligados a expresar públicamente su tristeza, y otro tanto hizo el predicador de autoayuda Paulo Coelho, único rival de García Márquez en las listas de superventas. El multimillonario ingeniero Lorenzo H. Zambrano, presidente de una empresa cementera, le pagó al multimillonario constructor y banquero Luis Carlos Sarmiento un millonario anuncio mortuorio en su periódico El Tiempo uniéndose a la pena que embargaba a familiares y amigos del difunto. Y al día siguiente el flamante presidente de la Andi, Bruce MacMaster, no quiso ser menos y publicó otro anuncio en nombre propio y de su familia.

Y Santos, Santos, Santos. Desde Mompox, por donde andaba en correría electoral, el presidente Juan Manuel Santos no tuvo el menor empacho en pedir a los colombianos, con farisaica unción eclesiástica digna de su antecesor Álvaro Uribe: “Oremos por el alma de nuestro Nobel”. Porque esa es otra: para la lagartería colombiana lo que importa de Gabriel García Márquez no es su obra prodigiosa, sino que se ganó un premio. El síndrome de “Colombiano triunfa en el exterior”, que nace de nuestro espíritu de colonizados agradecidos o suplicantes.

Sigo con Santos, el desvergonzado y oportunista presidente que saltó sobre el cadáver todavía fresco como un buitre carroñero. Y clamó: “Nuestro premio Nobel –otra vez el síndrome del colonizado– ha sido el colombiano que, en toda la historia de nuestro país, más lejos y más alto ha llevado el nombre de la Patria” (…) “¡Gloria eterna a quien más gloria nos ha dado!”.

No. No. Ni Patria con mayúscula, ni gloria tampoco. Se nota que Juan Manuel Santos no ha leído a García Márquez. Ni sus cuentos, ni sus novelas, ni sus artículos de prensa, en los que no hizo otra cosa que denunciar de manera inclemente los horrores de esta “patria” santista o lo que fuera. Aguaceros apocalípticos, catástrofes sin cuento, asesinatos anunciados, noticias de secuestros, matanzas de obreros, guerras civiles, presos políticos, alcaldes militares, ladrones en los pueblos, culebreros tramposos, dictaduras, engaños y demoras burocráticos, procesos inquisitoriales, demonios, abuelas desalmadas, pájaros muertos, niñas vendidas, un pobre Libertador a quien la gente le escupe en la cara. Porque lo de García Márquez no es realismo mágico: es realismo crudo. Y si no fuera por su fama universal, que obliga a los dueños de Colombia a fingir una admiración hipócrita, todos ellos estarían hoy aplaudiendo a la señora uribista que lo mandó al infierno, atreviéndose a decir en voz alta lo que muchos piensan. Por eso echaron a García Márquez de aquí. Por eso tuvo que pedir asilo en México. Era, como dicen ellos, un “mal colombiano”: pintaba en su literatura y en su periodismo una “mala imagen” de Colombia. Una imagen exacta y verdadera. Merece ir al infierno.

Y ahora se atreve Juan Manuel Santos, sin hígados ni escrúpulos, a apropiarse de la vacía pero famosa frase final de la más famosa novela de García Márquez, Cien años de soledad, jactándose de que su gobierno ha demostrado “que podemos ganarnos –como estamos haciendo– una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Y ahora vengo yo también con mi gabada de turno sobre la muerte del gran hombre. No falta nadie. Ni el propio Gabo, que escribió la suya en uno de sus primeros cuentos, hace más de cincuenta años: Los funerales de la Mamá Grande, que se celebraron en Macondo y a los cuales vino el sumo pontífice en cuerpo y alma, en carne y hueso. Esta vez fue el único que no asistió. Una lástima.

domingo, 25 de enero de 2015

El cuento del domingo



Gabriel García Márquez
Rosas artificiales
Moviéndose a tientas en la penumbra del amanecer, Mina se puso el vestido sin mangas que la noche anterior había colgado junto a la cama, y revolvió el baúl en busca de las mangas postizas. Las buscó después en los clavos de las paredes y detrás de las puertas, procurando no hacer ruido para no despertar a la abuela ciega que dormía en el mismo cuarto. Pero cuando se acostumbró a la os­curidad, se dio cuenta de que la abuela se había levantado y fue a la cocina a pregun­tarle por las mangas.
         —Están en el baño —dijo la ciega—. Las lavé ayer tarde.
         Allí estaban, colgadas de un alambre con dos prendedores de madera. Todavía estaban húmedas. Mina volvió a la cocina y extendió las mangas sobre las piedras de la hornilla. Frente a ella, la ciega revolvía el café, fijas las pupilas muertas en el reborde de ladrillos del corredor, donde había una hilera de ties­tos con hierbas medicinales.
         —No vuelvas a coger mis cosas —dijo Mi­na—. En estos días no se puede contar con el sol.
         La ciega movió el rostro hacia la voz.
         —Se me había olvidado que era el primer viernes —dijo.
         Después de comprobar con una aspiración profunda que ya estaba el café, retiró la olla del fogón.
         —Pon un papel debajo, porque esas pie­dras están sucias —dijo.
         Mina restregó el índice contra las piedras de la hornilla. Estaban sucias, pero de una costra de hollín apelmazado que no ensucia­ría las mangas si no se frotaban contra las piedras.
         —Si se ensucian tú eres la responsable —dijo.
         La ciega se había servido una taza de café.
         —Tienes rabia —dijo, rodando un asiento hacia el corredor—. Es sacrilegio comulgar cuando se tiene rabia. —Se sentó a tomar el café frente a las rosas del patio. Cuando sonó el tercer toque para misa, Mina retiró las man­gas de la hornilla, y todavía estaban húmedas. Pero se las puso. El padre Ángel no le daría la comunión con un vestido de hombros des­cubiertos. No se lavó la cara. Se quitó con una toalla los restos del colorete, recogió en el cuarto el libro de oraciones y la mantilla, y salió a la calle. Un cuarto de hora después estaba de regreso.
         —Vas a llegar después del evangelio —dijo la ciega, sentada frente a las rosas del patio.
         Mina pasó directamente hacia el excusado.
         —No puedo ir a misa —dijo—. Las man­gas están mojadas y toda mi ropa sin plan­char. —Se sintió perseguida por una mirada clarividente.
         —Primer viernes y no vas a misa —dijo la ciega.
         De vuelta del excusado, Mina se sirvió una taza de café y se sentó contra el quicio de cal, junto a la ciega. Pero no pudo tomar el café.
         —Tú tienes la culpa —murmuró, con un rencor sordo, sintiendo que se ahogaba en lágrimas.
         —Estás llorando —exclamó la ciega.
         Puso el tarro de regar junto a las macetas de orégano y salió al patio, repitiendo:
         —Estás llorando.
         Mina puso la taza en el suelo antes de in­corporarse.
         —Lloro de rabia —dijo. Y agregó al pasar junto a la abuela—: Tienes que confesarte, porque me hiciste perder la comunión del. pri­mer viernes.
         La ciega permaneció inmóvil esperando que Mina cerrara la puerta del dormitorio. Luego caminó hasta el extremo del corredor. Se in­clinó, tanteando, hasta encontrar en el suelo la taza intacta. Mientras vertía el café en la olla de barro, siguió diciendo­:
         —Dios sabe que tengo la conciencia tran­quila.
         La madre de Mina salió del dormitorio.
         —¿Con quién hablas? —preguntó.
         —Con nadie —dijo la ciega—. Ya te he dicho que me estoy volviendo loca.
         Encerrada en su cuarto, Mina se desaboto­nó el corpiño y sacó tres llavecitas que llevaba prendidas con un alfiler de nodriza. Con una de las llaves abrió la gaveta inferior del ar­mario y extrajo un baúl de madera en miniatura. Lo abrió con la otra llave. Adentro había un paquete de cartas en papeles de co­lor, atadas con una cinta elástica. Se las guardó en el corpiño, puso el baulito en su puesto y volvió a cerrar la gaveta con llave. Después fue al excusado y echó las cartas en el fondo.
         —No pudo ir —intervino la ciega—. Se me olvidó que era primer viernes y lavé las mangas ayer tarde.
         —Todavía están húmedas —murmuró Mina.
         —Ha tenido que trabajar mucho en estos días —dijo la ciega.
         —Son ciento cincuenta docenas de rosas que tengo que entregar en la Pascua —dijo Mina.
         El sol calentó temprano. Antes de las siete, Mina instaló en la sala su taller de rosas ar­tificiales: una cesta llena de pétalos y alam­bres, un cajón de papel elástico, dos pares de tijeras, un rollo de hilo y un frasco de goma. Un momento después llegó Trinidad con su caja de cartón bajo el brazo, a preguntarle por qué no había ido a misa.
         —No tenía mangas —dijo Mina.
         —Cualquiera hubiera podido prestártelas —dijo Trinidad.
         Rodó una silla para sentarse junto al ca­nasto de pétalos.
         —Se me hizo tarde —dijo Mina.
         Terminó una rosa. Después acercó el ca­nasto para rizar pétalos con las tijeras. Tri­nidad puso la caja de cartón en el suelo e intervino en la labor.
         Mina observó la caja.
         —¿Compraste zapatos? —preguntó.
         —Son ratones muertos —dijo Trinidad.
         Como Trinidad era experta en el rizado de pétalos, Mina se dedicó a fabricar tallos de alambre forrados en papel verde. Trabajaron en silencio sin advertir el sol que avanzaba en la sala decorada con cuadros idílicos y foto­grafías familiares. Cuando terminó los tallos, Mina volvió hacia Trinidad un rostro que parecía acabado en algo inmaterial. Trinidad rizaba con admirable pulcritud, moviendo apenas la punta de los dedos, las piernas muy juntas. Mina observó sus zapatos masculinos. Trinidad eludió la mirada, sin levantar la cabeza, apenas arrastrando los pies hacia atrás e interrumpió el trabajo.
         —¿Qué pasó? —dijo.
         Mina se inclinó hacia ella.
         —Que se fue —dijo.
         Trinidad soltó las tijeras en el regazo.
         —No.
         —Se fue —repitió Mina.
         Trinidad la miró sin parpadear. Una arru­ga vertical dividió sus cejas encontradas.
         —¿Y ahora? —preguntó.
         Mina respondió sin temblor en la voz.
         —Ahora, nada.
         Trinidad se despidió antes de las diez.
         Liberada del peso de su intimidad, Mina la retuvo un momento, para echar los ratones muertos en el excusado. La ciega estaba po­dando el rosal.
         —A que no sabes qué llevo en esta caja —le dijo Mina al pasar.
         Hizo sonar los ratones.
         La ciega puso atención.
         —Muévela otra vez —dijo.
         Mina repitió el movimiento, pero la ciega no pudo identificar los objetos, después de escuchar por tercera vez con el índice apoyado en el lóbulo de la oreja.
         —Son los ratones que cayeron anoche en la trampa de la iglesia —dijo Mina.
         Al regreso pasó junto a la ciega sin hablar.Pero la ciega la siguió. Cuando llegó a la sala, Mina estaba sola junto a la ventana cerrada, terminando las rosas artificiales.
         —Mina —dijo la ciega—. Si quieres ser feliz, no te confieses con extraños.
         Mina la miró sin hablar. La ciega ocupó la silla frente a ella e intentó intervenir en el trabajo. Pero Mina se lo impidió.
         —Estás nerviosa —dijo la ciega.
         —Por tu culpa —dijo Mina.
         —¿Por qué no fuiste a misa?
         —Tú lo sabes mejor que nadie.
         —Si hubiera sido por las mangas no te hubieras tomado el trabajo de salir de la casa —dijo la ciega—. En el camino te esperaba alguien que te ocasionó una contrariedad.
         Mina pasó las manos frente a los ojos de la abuela, como limpiando un cristal invisible.
         —Eres adivina —dijo.
         —Has ido al excusado dos veces esta ma­ñana —dijo la ciega—. Nunca vas más de una vez.
         Mina siguió haciendo rosas.
         —¿Serías capaz de mostrarme lo que guar­das en la gaveta del armario? —preguntó la ciega.
         Sin apresurarse Mina clavó la rosa en el marco de la ventana, se sacó las tres llavecitas del corpiño y se las puso a la ciega en la mano. Ella misma le cerró los dedos.
         —Anda a verlo con tus propios ojos —dijo.
         La ciega examinó las llavecitas con las pun­tas de los dedos.
         —Mis ojos no pueden ver en el fondo del excusado.
         Mina levantó la cabeza y entonces experi­mentó una sensación diferente: sintió que la ciega sabía que la estaba mirando.
         —Tírate al fondo del excusado si te inte­resan tanto mis cosas —dijo.
         La ciega evadió la interrupción.
         —Siempre escribes en la cama hasta la ma­drugada —dijo.
         —Tú misma apagas la luz —dijo Mina.
         —Y en seguida tú enciendes la linterna de mano —dijo la ciega—. Por tu respiración podría decirte entonces lo que estás escribiendo.
         Mina hizo un esfuerzo para no alterarse.
         —Bueno —dijo sin levantar la cabeza—. Y suponiendo que así sea: ¿qué tiene eso de particular?
         —Nada —respondió la ciega—. Sólo que te hizo perder la comunión del primer viernes.
         Mina recogió con las dos manos el rollo de hilo, las tijeras, y un puñado de tallos y rosas sin terminar. Puso todo dentro de la canasta y encaró a la ciega.
         —¿Quieres entonces que te diga qué fui a hacer al excusado? —preguntó. Las dos per­manecieron en suspenso, hasta cuando Mina respondió a su propia pregunta—: Fui a cagar.
         La abuela tiró en el canasto las tres llave­citas.
         —Sería una buena excusa —murmuró, di­rigiéndose a la cocina—. Me habrías conven­cido si no fuera la primera vez en tu vida que te oigo decir una vulgaridad.
         La madre de Mina venía por el corredor en sentido contrario, cargada de ramos es­pinosos.
         —¿Qué es lo que pasa? —preguntó.
         —Que estoy loca —dijo la ciega—. Pero por lo visto no piensan mandarme para el ma­nicomio mientras no empiece a tirar piedras.