lunes, 22 de diciembre de 2014

García, el que vendo

 Gabo solía dedicar sus libros con apuntes irónicos, apodos improvisados y chistes en clave, típicos de su desenfadado humor. Tras años de bibliófila relación con el Nobel, un librero amigo presenta esta pequeña muestra de ejemplares firmados 
Gabriel García Márquez, según la ilustración de Santiago Guevara./elmalpensante.com

Para Potota Orozco Castillo, mi hija.
Esta historia, nuestra historia, tiene dos comienzos.
El primero fue en 1996. Festival de Cine de Cartagena. Tengo en mi mochila Cien años de soledad. Terminé de leerla por tercera vez. Aunque, para ser honestos, debería decir por primera vez. Las dos anteriores no consiguieron atraparme. Decía, con una mezcla de pedantería ignorante, que era un libro malo. Que no se entendía nada. Efectivamente: yo no entendía nada. Me gustaban más, eso sí, sus cuentos. Sobre todo uno: “Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles”. Podía contarlo en voz alta, al derecho y al revés, como si lo estuviera viendo. En la parte superior del Centro de Convenciones se forma un molote detrás de un hombre todo vestido de blanco. Es Gabriel García Márquez. “Voy a pedirle que me lo firme... ¿Qué tengo que perder?”, me digo. Me acerco y hago una fila que se extiende por las escaleras. Cuando llego frente a él no puedo decirle nada. “Ah… esta no es la edición pirata... ¿Para quién es?”. “Para Álvaro”, digo pentasilábicamente. Lo firma. Me lo extiende. “Gracias”, afirmo. Me alejo apretando mi libro. “Oye...”, me llama. Me extiende algo azul: “Tu bolígrafo...”.
El segundo fue en 1999. Había conseguido –un milagro– una primera edición de Cien años de soledad en un soleado puesto de libros. Algo increíble e inverosímil. La vendí al día siguiente de encontrarla. Empecé en el oficio de librero el 30 de octubre de 1988 y, hasta el día de hoy, 28 de abril de 2014, la he conseguido seis veces. Desde hacía años me veía y hablaba constantemente con Eligio García Márquez. Habíamos entablado una amistad libresca a partir de la investigación y escritura de su libro Tras las claves de Melquíades. Compartíamos descubrimientos como quien encuentra tesoros. Le pedí, entonces, el favor de ayudarme a que su hermano le dedicara una primera edición a mi cliente. Me dijo: “Listo. Yo te aviso”. Me llamó una tarde a la librería. “Ten el libro mañana contigo todo el día”. Al día siguiente sonó el teléfono: “Ven ya”. Salí corriendo con el libro, camuflado en una bolsa negra, en mi mochila. Llegué a las oficinas de Cambio. Eligio me condujo por un laberinto de escaleras y puertas. Abrió una. Estaba él ahí, sentado, con la pierna cruzada, hermoso como el sol. Me preguntó: “¿Y a quién se la vendiste?”. Le respondí. Al vuelo escribió la dedicatoria: “Para (...), de cuya generosidad tantos vivimos de taquito”. Volví a hablar esta vez bisilábicamente: “Gracias”. Me extendió la mano. Volví a darle las gracias por todo. Le conté que desde hacía tres años el último libro que leía cada año era Cien años de soledad. “Ese no es el libro que va a quedar. El que va a quedar es El amor en los tiempos del cólera”. “Puede ser, pero para mí es este”. Se levantó y le di un abrazo. Salí de la oficina con taquicardia.
Es en ese momento que comienzo a existir para él. Me puso un apodo que fue convirtiéndose, para algunos, en una manera de nombrarme: “Librovejero”. Primero fue “Libroviejero”. Lo cambió: “Mejor Librovejero... como ropavejero...”. No solamente le conseguía libros a su hermano sino a él también. Sus encargos venían/llegaban por múltiples vías. Siempre ediciones precisas y específicas. No podían ser otras. Las que había leído, las que había tenido, las que había visto. Recuerdo ahora una: “¿Arde París?... pero la edición que tiene mapas...”.Y pude compartir con él –siempre en La Habana– esta amistad. Aunque parezca extraño, es una amistad cubana. El mío, el que conozco, no es García Márquez (ni mucho menos Gabo o Gabito). Es “García”, como le dicen en Cuba.
“¿Dónde estás?”, me preguntó por teléfono una vez. “En Corrales, García, cerca del Parque de la Fraternidad”, respondí. “A las tres estoy allí”. Y a las tres en punto sonó la puerta de madera azul. Se quedó gran parte de la tarde. Hablamos de todo. Se rió cuando saqué, obviamente, el paquete de libros para firmar. No, no eran todos para mí. Había para otros amigos: encargos y sorpresas. Después de firmarlos todos, uno por uno, contándome la historia de cada uno, llegamos a Vivir para contarla. Me miró un momento y escribió: “Para Álvaro, el que me vende”.
Creo que nunca he conocido a un escritor con una facilidad tan grande para dedicar un libro y hacer que el propietario se sienta feliz y único. “¿Cómo haces, García? ¿Cómo logras dedicar de esa manera. Eso es muy difícil”. “Mira... Te voy a contar el secreto: todo está en escuchar al que viene a ti con el libro. Generalmente te cuentan una cantidad de cosas. Pones atención y ya: el que te dio el libro te la dictó sin saberlo. En una frase todo queda resumido. Y lo haces feliz…”.
 Era cierto: cuando le extendí una segunda edición de La hojarasca, para que se la dedicara a mi compañera de entonces, me preguntó: “¿Y ella quién es?”. “Mi novia”, respondí. Trazó con su esfero negro: “Para (...), la novia ajena”.
Nadie como él para hacer de la dedicatoria un nuevo género literario.
Así eran/son las dedicatorias de García:

El presidente de Nicaragua evoca a Gabriel García Márquez en el Día del Libro

Gabo que estás en los cielos


El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, evocó hoy, con ocasión del Día Mundial del Libro, al fallecido novelista colombiano Gabriel García Márquez, de quien dijo tuvo "el genio de reflejar" la realidad de los pueblos de América

Daniel Ortega evoca a Gabo en el Día del Libro./lainformacion.com
Durante un encuentro con el canciller mexicano, José Antonio Meade, en Managua, Ortega recordó que el también Premio Nobel de Literatura de 1982 falleció la semana pasada en México, "donde tenía su casa".
"Estaba en el corazón del pueblo mexicano, como está en el corazón de los pueblos de nuestra América y en los pueblos del mundo", anotó el mandatario nicaragüense.
Ortega también reiteró su mensaje de condolencia y solidaridad a los presidentes Enrique Peña Nieto (México) y Juan Manuel Santos (Colombia) "en estos momentos de pérdida irreparable de ese ser humano que lo que hizo fue reflejar la magia de nuestra realidad", en alusión al autor de "Cien años de soledad".
"La realidad de nuestros pueblos es mágica en sí y él tuvo el genio de reflejar esa realidad y dejarnos esa hermosa obra que queda como un patrimonio de todo nuestros pueblos", agregó.
El escritor colombiano falleció el jueves pasado en su casa de Ciudad de México, a la edad de 87 años.