jueves, 30 de abril de 2015

La orfebrería de ‘Cien años de soledad’

Un año como cien de soledad

Las pruebas de imprenta de la novela de García Márquez vuelven a buscar dueño

Las galeradas de Cien años de soledad, con correciones directas del más famoso escritor colombiano, Gabriel García Márquez./Carlos Rosillo./elpais.com

Fue un martes de 1965. Gabriel García Márquez acababa de regresar de un fin de semana en Acapulco con su esposa y sus dos hijos, cuando, fulminado por un “cataclismo del alma”, se sentó ante la máquina de escribir y, como él mismo recordaría años después, no se levantó hasta principios de 1967. En esos 18 meses, todos los días, de nueve de la mañana a tres de la tarde, el escritor colombiano gestó Cien años de soledad.
Mucho se ha escrito de la atmósfera mexicana en la que germinó su obra magna, de su obsesión creativa, de sus dificultades económicas, del apoyo inquebrantable de los amigos. Pero muy poco se sabe de su construcción. Las claves de su plasmación material, la ingeniería sobre la que edificó el universo de Macondo, siguen entre sombras. Y este misterio no fue casual. El propio autor, cuando en junio de 1967 recibió el primer ejemplar impreso, rompió el original para que “nadie pudiera descubrir los trucos ni la carpintería secreta”. De aquella destrucción histórica se salvaron contadísimos documentos. Uno de ellos, posiblemente el más importante, fue la primera copia de las pruebas de imprenta. Sobre las galeradas, García Márquez anotó de su puño y letra 1.026 correcciones, dejando a la luz cambios e inflexiones de enorme interés.
Esos papeles, a los que ha tenido acceso EL PAÍS, han seguido una azarosa existencia. El escritor los regaló al cineasta exiliado Luis Alcoriza y a su esposa Janet. Tras sus muertes, fueron subastados dos veces sin éxito y ahora, olvidados otra vez, buscan acomodo en una institución. “Prefiero que estén en una biblioteca o un museo que conmigo”, dice el mexicano Héctor Delgado, heredero de los Alcoriza.
Las galeradas, de editorial Sudamericana, suman 181 hojas de doble folio, numeradas a mano, con acotaciones del autor en bolígrafo o rotulador. Su recorrido muestra la orfebrería de García Márquez. En ellas el autor señala los inicios de capítulo, reordena párrafos, suprime y añade frases, sustituye o corrige más de 150 palabras y, en muchas ocasiones, alerta de erratas. En este ejercicio queda patente el agotador pulso que el autor mantenía consigo mismo. Los cambios no solo van destinados a purificar el texto o despejar la fronda de nombres de los Buendía, sino que ahondan en sus inextricables juegos de lenguaje. A veces, se trata de sutilezas: de “amedrentar” se pasa a “intimidar”, de “obstruir” a “cegar”, o de “completar” a “complementar”. Pero otras, la mano del escritor va mucho más lejos: las mariposas se vuelven “amarillas”, las sanguijuelas se sacan “achicharrándolas” con tizones, el troglodita queda convertido en un “atarván”, los niños andan como “zurumbáticos”, la Ópera Magna se transforma en “alquimia”, un san José de yeso descubre un interior “atiborrado de monedas de oro” o la descarga del máuser “desbarata”, que no “desarticula”, un cráneo.
También algunos personajes adquieren matices nuevos con los incisos. Amaranta, por ejemplo, “finge sensación de disgusto” al oír hablar de boda, y Aureliano ve su “antigua piedad” transformarse “en una animadversión virulenta”. Son alteraciones constantes. Una lluvia fina de mejoras que, sin generar cambios de fondo ni giros argumentales, sí que descubren la talla microscópica y tenaz de un texto de cuya grandeza el autor era consciente.
Posiblemente por ello, García Márquez nunca devolvió las pruebas de imprenta a la editorial, sino que envió las correcciones aparte. Y lejos de destruir el documento, como hubiera sido esperable, lo convirtió en un monumento a la amistad: lo regaló y dedicó al director de cine Luis Alcoriza y a su esposa, la actriz austriaca Janet Riesenfeld: “Para Luis y Janet, una dedicatoria repetida, pero que es la única verdadera: del amigo que más les quiere en este mundo. Gabo. 1967”.
Una de las galeradas de  Cien años de soledad, con la dedicatoria a Luis Alcoriza y su esposa, Janet Riesenfeld. / Carlos Rosillo
La pareja, afincada en México y muy próxima a Luis Buñuel, formaba parte del círculo íntimo del escritor colombiano. Aquel que le había mantenido en las épocas más negras y con quien, en los días buenos, había celebrado la alegría de vivir. El propio autor lo explicó años más tarde en un artículo en EL PAÍS: “Cuando la editorial me mandó la primera copia de las pruebas de imprenta, las llevé ya corregidas a una fiesta en casa de los Alcoriza, sobre todo para la curiosidad insaciable del invitado de honor, don Luis Buñuel, que tejió toda clase de especulaciones magistrales sobre el arte de corregir, no para mejorar, sino para esconder. Vi a Alcoriza tan fascinado por la conversación que tomé la buena determinación de dedicarle las pruebas”.
El matrimonio guardó las páginas como un objeto sagrado. Dieciocho años después, cuando Cien años de soledad ya era un tótem, García Márquez volvió a encontrárselas en casa de los Alcoriza: “Janet las sacó del baúl y las exhibió en la sala, hasta que se hicieron la broma de que con eso podían salir de pobres. Alcoriza hizo entonces una escena muy suya, dándose golpes con ambos puños en el pecho, y gritando con su vozarrón bien impostado y su determinación carpetovetónica: ‘Pues yo prefiero morirme que vender esa joya dedicada por un amigo”. García Márquez respondió escribiendo debajo de la dedicatoria, con el mismo bolígrafo que la primera vez: “Confirmado. Gabo. 1985”.
Luis Alcoriza, el exiliado, murió en 1992 en Cuernavaca. Su esposa le siguió seis años después. Las galeradas quedaron en manos de su heredero, el ingeniero y productor Héctor Delgado, el hombre que les había cuidado en los últimos días. En 2001, con el beneplácito del premio Nobel, los papeles fueron subastados sin éxito en Barcelona por un millón de dólares (897.500 euros, al cambio actual). Un año después, tampoco hubo suerte en Christie’s. Ahora, al año de la muerte de García Márquez, el heredero, de 73 años, busca quien los adquiera. La Universidad de Texas, que compró el archivo del Nobel, se ha interesado, pero poco más. Casi medio siglo después de su gestación, uno de los pocos documentos que se salvaron de la génesis de Cien años de soledad sigue buscando dueño.
La primera página de las pruebas de imprenta. / Carlos Rosillo

Saldívar destaca "coherencia" de García Márquez entre realidad y la ficción

El trabajo de Saldívar es "un caso particular de obstinado rigor" 


Portada El viaje a la semilla de Dasso Saldívar.
Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./elespectador.com

El escritor colombiano Dasso Saldívar, biógrafo del Nobel Gabriel García Márquez, dijo en Bogotá que su gran hallazgo al escudriñar la vida del escritor fue la "coherencia" entre la realidad del autor y la magia de sus relatos.
"La sustancia de la vida de Gabo pasa transpuesta a su ficción", explicó el autor en la presentación esta noche de la nueva edición de la biografía García Márquez. El viaje a la semilla, con prólogo del también escritor colombiano William Ospina y editada por Planeta.
Saldívar recordó que el propio nobel decía que su obra se había basado en su propia realidad en la que tuvieron gran influencia sus abuelos maternos en Aracataca, su pueblo natal.
"La coherencia maravillosa entre su vida, su realidad y sus libros y sus cuentos, ese fue el gran hallazgo" dijo Saldívar sobre su trabajo de investigación que durante 20 años escarbó en las raíces familiares y en las amistades de García Márquez para escribir la biografía, publicada por primera vez en 1997.
Esa "aventura" o "locura", como él mismo la llama, de querer saber y contar en un libro la fuente de inspiración de García Márquez le surgió siendo todavía un adolescente, estudiante de bachillerato, cuando leyó Cien años de soledad, la obra cumbre del Nobel fallecido el pasado 17 de abril en Ciudad de México.
"Fue un encantamiento", dijo Saldívar después de recitar de memoria el inicio de la novela a partir de la descripción de Macondo como "una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos".
"Esa primera frase me deslumbró, me causó mucha risa y a la vez me trajo una ráfaga de nostalgia", relató Saldívar, nacido en 1951 en San Julián, en el departamento de Antioquia (noroeste) y radicado en Madrid.
Según contó en la presentación del libro, que fue una animada conversación con Ospina, a partir de ese encantamiento, y como para esa época poco o nada se sabía de García Márquez, decidió comenzar a averiguar su vida y empezó por contactar a una hermana del escritor que para entonces era monja en Copacabana, un pueblo de Antioquia, y así fue conociendo al resto de familiares y amigos.
"Decidí no buscar a Gabo sino a sus familiares, amigos, colegas, y cada uno me iba dando una visión distinta de él, y es así como yo tengo una visión caleidosópica de Gabo", agregó.
El resultado fue "García Márquez. El viaje a la semilla", la biografía, de la cual el propio nobel leyó partes cuando escribió "Vivir para contarla", su libro de memorias.
"Si hubiera leído antes 'El viaje a la semilla', no habría escrito mis memorias", le dijo Gabo a Saldívar en 2008, ocasión en la que le confesó que era un "entusiasta lector" de su libro y que no sabía cómo había sido capaz de reconstruir su vida para hacer esa biografía.
En la presentación del libro, William Ospina destacó que el trabajo de Saldívar es "un caso particular de obstinado rigor" que descifra al lector la figura de García Márquez, un trabajo fundamental para ahondar en la vida del nobel.
"El hecho de que lo conozcamos por su literatura no significa que lo conozcamos a él, a García Márquez", dijo Ospina, quien a renglón seguido anotó que con su obra, Saldivar "nos permitió ver el mundo previo del que Gabo nació y del que se nutrió".

miércoles, 29 de abril de 2015

Viaje a la olvidada Aracataca del recordado Gabriel García Márquez

Nos adentramos en el mítico pueblo que fue escenario de  Cien años de soledad  con un primo de Gabo, que denuncia el abandono de la zona

Aracataca-Macondo con la peste del olvido.../elmundo.es

"No voy a Aracataca porque me da tristeza". Nicolás asegura que su primo jamás pronunció una frase que sentó mal en el pueblo. Fue un periodista el que se la inventó hace años, señala sin asomo de duda. Y el Nobel no se molestó en desmentirla. "Estaba en el Hotel El Pincho del Rodadero (Santa Marta) con su hermano Jaime, llegaron varios periodistas y le pidieron una entrevista. Invéntense algo porque yo estoy almorzando, les gritó Gabo. Uno le hizo caso y eso se quedó así".
Quizá sea cierto que nunca pensó decirlo, aunque razones no le faltaban, ni entonces ni hoy. Aracataca sigue empantanado en el pasado, incapaz de superar sus innumerables carencias. El 61% de la población, de 45.000 habitantes entre el casco urbano, corregimientos y veredas, no tiene satisfechas sus necesidades básicas, cifra que da el alcalde, Tufith Acuña. Pero más de un vecino sugiere que la realidad es infinitamente peor.
No hay más que observar el novelón del agua. El acueducto que el Gobierno prometió en honor al Nobel, resultó un fiasco. Como si se tratara de un cuento 'macondiano', la misma semana en que anunciaron, a bombo y platillo, que el Presidente lo inauguraría, tuvieron que abortar la ceremonia en el último suspiro. Un grupo de concejales se rebeló y las redes sociales secundaron la protesta. No aceptarían una farsa para estar en la foto.
Por los grifos sigue saliendo el agua del río sin tratamiento, color café con leche. Y ni siquiera les llega a todos, sólo a un tercio de la población, lo que da otra pista más de las dificultades que vive esta tierra mítica, convertida en territorio de peregrinación de admiradores de Gabo. "Hasta se cuelan pececitos. Y no es chiste", me cuenta un lugareño.
Decidieron, como Fuenteovejuna, que nadie cortará una cinta hasta que sea transparente, potable, y abastezca a la totalidad de los hogares las 24 horas. Supe después, aunque aún no es público, que eso no sucederá en un futuro cercano. Hicieron mal los estudios de presión y además deben cambiar todas las tuberías, en estado deplorable, amén de otros inconvenientes. En idioma local significa varios años más de espera.
Ya lo adivinó Nicolás, cuando se encontró con su primo en Cartagena de Indias, en los años 80, en una de las escasas ocasiones en que García Márquez visitó Colombia en aquellos años y que se convirtió, como todo lo del Nobel, en un acontecimiento nacional. Gabo atraía a las masas.
-¿El pueblito cómo está?, quiso saber el escritor.
-Abandonado como siempre, primo. Cien años de soledad, respondió Nicolás.
-Y el alcalde, ¿qué hace?, inquirió Gabo.
-¿Cuál alcalde?, contestó.
El cataquero más ilustre se echó a reír. Igual que Nicolás Arias, 78 años, que suelta una carcajada al recordar la conversación. Ninguno intuyó entonces que los 100 años se quedarían cortos. Se cumplen en abril del 2015, cuando Aracataca celebre su primer siglo de existencia, un lapso demasiado corto para que den algún paso efectivo hacia el progreso.
"Cuando Gabo recibió el Nobel (1982), el presidente Belisario Betancurt eligió tres gobernadores cataqueros seguidos (entonces eran por designación) para que hicieran algo por el pueblo, pero no hicieron nada. Todo quedó como estaba", indica Nicolás.
Por la diferencia de edad y porque los dos salieron de Aracataca siendo niños, uno para el centro del país y el otro hacia el norte, los primos no se conocieron hasta 1966. Nicolás había regresado de manera definitiva con su familia y Gabo estaba de visita por asistir al primer Festival Vallenato -la música que nace en las entrañas de la región Caribe colombiana- que acogió la localidad. Se saludaron-. "Soy el hijo de tu tío Rafael", se presentó Nicolás. Hablaron de familiares y conocidos, y pasaron otros 20 años hasta volverse a encontrar.
Nicolás Arias, primo de García Márquez.
Nicolás Arias, primo de García Márquez.
Le pregunto si no le reprochó nunca las largas ausencias, el que sólo pisara Aracataca, desde aquél Festival, dos veces más y por escasas horas antes de su muerte. Una en 1983 y la última en 2007, visita que fue ya no sólo un asunto nacional, sino internacional. Cientos de medios de comunicación de todo el mundo se hicieron eco de aquel 'regreso' que supuso la despedida definitiva de García Márquez de la tierra que le dio los ingredientes principales de su novela principal.
Nicolás, que fue vigilante en la Federación de Algodoneros y chófer de autobús, dibuja una sonrisa antes de hacer una confesión. "Vino mucho, pero en secreto y a la finca de un íntimo amigo suyo que fue alcalde", aduce, aunque no hay evidencias de que eso ocurriera. "Y aunque no tenía obligación, porque ya nos regaló un Nobel, sí que mandaba plata para el pueblo, pero se la daba a la Administración y ellos nunca dijeron que era de él", agrega, adelantándose a la acusación que se oye por los rincones de Aracataca: Gabo no movió un dedo por el pueblo, pese a su privilegiada posición.
Nicolás, que no ha leído ninguna novela del afamado primo, vive en una modesta casa del barrio de El Carmen, en una calle arbolada, sin pavimentar, donde suele nacer un riachuelo de aguas negras. Con los diluvios crece al desbordarse las alcantarillas. Pregunto cómo no ha conseguido que los sucesivos alcaldes le den una solución, si a su hogar llegan autoridades locales y foráneas en las conmemoraciones de cualquier acontecimiento relacionado con García Márquez.
"En la alcaldía nos dicen: en su calle hagan rifas, hagan actividades para conseguir plata y que les quiten con lo que recauden el agua de la alcantarilla que se rebosa. Yo pienso que es algo que deben hacer ellos. Y eso que hemos ofrecido poner nosotros el trabajo y que ellos nos den los materiales", señala Nicolás. "Pero vea qué mala suerte. Vino hace unas semanas el embajador mejicano y un ministro, y yo feliz porque les iba a mostrar lo que pasaba y así me ayudarían. Y preciso ese día no había agua", cuenta entre risas, resignado a convivir con la pestilencia.
La casa contigua a la suya es de Elvira, 85 años, la única de sus hermanos que también echó raíces en Aracataca. A diferencia de Nicolás, ella coincidió con Gabo de niño, pero no le gusta conversar con extraños y, encima, detestaba ir a la casa de su abuelo. "Me llevaba mi mamá, pero a mí no me gustaba ir, no soy de estar en casas ajenas", dice incómoda por revelar sus intimidades. Tampoco era de estudios, añade, pronto se cansó de la escuela y apenas aprendió a escribir su nombre.
Puesto que conoció el lugar donde vivían sus abuelos y conserva fresca en la memoria imágenes de su infancia, le pido que venga conmigo a la Casa Museo de García Márquez, la que perteneció a los abuelos, y haga de guía. "Casi no veo, perdí un ojo y en el otro tengo glaucoma, y no soy de salir de mi casa, sólo al médico", argumenta en tono amable, pero con la contundencia de quien rechaza una invitación que le resulta incómoda.
Me acompaña Nicolás, que no pisó aquél hogar, ahora reconstruido, pero conoció bien al coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía por el rastro de hijos que dejó en la región. "Mi abuelo fue loco, tenía una gran cantidad de hijos, al menos seis Nicolás. La mayor parte eran por fuera del matrimonio, nosotros, también. Él iba por pueblos y encontraba algunos. Yo también daba con hermanos míos", comenta divertido. "Mi tía Luisa, que no le gustó nada cuando mi primo escribió que su mamá se llamaba Luisa Santiaga, tuvo 14 hijos, y el papá de Gabo, cuatro por fuera del matrimonio". Gabo decía con sorna: "Soy uno de los 16 hijos del telegrafista, pero tenía 18. No sé de dónde sacaba el número".
Un tren llega a la estación de Aracataca el mismo día en que...
Un tren llega a la estación de Aracataca el mismo día en que falleció el Nobel.
En el inicio de su autobiografía, 'Vivir para contarla', Gabo escribió que "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Tampoco las reconstrucciones son fieles reflejos de las obras originales, debió pensar cuando vio su Casa Museo.
"Es una casa rara, a ninguno (de los García Márquez) les gustó, pero aceptaron la cosa. Gabito dijo: déjenla así ya, no van a perder los 1.000 millones de pesos colombianos que costó arreglarla", le contaron a Nicolás que opinaron al conocer el resultado de la reforma de la casa de los abuelos.
Es una bella y amplia estructura blanca, con 14 dependencias, decoradas con muebles y objetos de la época para evocar el ambiente en que creció el futuro Nobel, ninguno perteneciente a los García Márquez. También conserva la casa de los sirvientes, indios wayúus.
"Es muy suntuosa para la época y ellos no eran personas adineradas, sino más bien eran pobres", comenta una cataquera septuagenaria. Al recorrerla con Nicolás y escuchar sus comentarios, en ocasiones sólo una subida de cejas o una sonrisa irónica, adquieren más sentido las palabras de Gabo en su autobiografía 'Vivir para contarla': "Durante toda mi infancia, la describían de tantos modos que eran por lo menos tres casas que cambiaban de forma y sentido según quien las contara".
A Nicolás le choca, sobre todo, el comedor, vestido con un fino mantel blanco y una vajilla de igual color. "Una mesa para 16 comensales previstos o inesperados que llegaban en el tren del mediodía", rememora García Márquez. Al primo se le antoja excesivo el número de invitados y los lujos. "Es moderno", murmura para que nadie le oiga, "no eran así". Le incomoda criticar el escenario que transitan sus ojos. "Las paredes eran de tabla rústica, montadas, no blancas como éstas, se utilizaban las cortinas en lugar de puertas". Ni los muebles, ni las mesillas, ni los adornos. Sólo la casa de los indios y el amplio patio, donde florecían los árboles frutales y las legumbres, le parecen fieles a los tiempos del coronel.
Pese a todo, le gusta que exista un lugar a donde puedan acudir los admiradores de Gabo y quienes sólo pretenden aprender algo de su pasado. Mira con cariño al grupo de escolares que ha formado la Casa Museo como guías infantiles, mientras recitan los detalles de cada sala. "La servidumbre eran indios de la Guajira. Ellos ayudaban en los oficios de la casa", indica una. "Estos indios le contaban historias a Gabo y le metían supersticiones".
De nuevo en la calle, Nicolás regala una de sus sonrisas bondadosas al despedirse.Es un hombre amable que habla con una cierta nostalgia cargada de ironía. Le parece que Aracataca le debe a Gabo existir en el mapa de medio mundo. En eso demuestra una gratitud y una lealtad que es extensiva a muchos de los habitantes de esta zona que un día reveló en una novela sus singularidades de carácter 'mágico'. Sólo querría que sus paisanos cuidaran mejor su legado para que los extranjeros llegaran por miles a caminar sus pasos. "Nos regaló un Nobel", repite orgulloso.

martes, 28 de abril de 2015

Leo Matiz y Macondo

Un año como cien de soledad

El biógrafo de Gabo traza un paralelo entre su obra y la del fotógrafo Leo Matiz

El fotógrafo Leo Matiz junto a Gabo./eltiempo.com

Macondo. Fue el nombre de una plantación de bananos en las afueras de Aracataca, departamento del Magdalena, en el norte de Colombia. Es Aracataca misma (nombre que rebosa de luz, sol, ritmo), convertida, bajo otro nombre más sombrío (oscuridad, lluvia, sopor), en el escenario de la novela más importante y más emblemática de la historia de América Latina, una novela que versa sobre la infancia de y en América Latina. A veces, en momentos de tristeza y desencanto, Macondo se convierte en la metáfora de la América Latina toda: oprimida, olvidada, subdesarrollada (su realidad histórica) y sin embargo llena, siempre, de dignidad, de valentía, de humor, de esperanza, y de belleza humana y artística (su magia intemporal).
Aracataca y Macondo. Guacharaca y tambor, con el acordeón –la voz– de Gabriel García Márquez.
El gran fotógrafo que fue Leo Matiz nació en ese pequeño pueblo de luces y sombras que fue Aracataca, en 1917. El gran escritor que fue Gabriel García Márquez nació en el mismo pueblo, en 1927. Siempre me ha parecido y me sigue pareciendo increíble y extraordinario que el gran maestro de la palabra de Latinoamérica y ese gran maestro de sus imágenes hayan sido dados a luz –sí, a luz– en esa minúscula población desconocida del Caribe colombiano.
Aracataca. Abracadabra. La magia de crear y creer –dádivas gemelas del gitano viajero Melquíades, avatar del trovador Gabriel–.
Es en el Caribe donde se inventó el Nuevo Mundo; es en el Caribe donde se sufrió más intensamente el impacto del colonialismo europeo; y es en el Caribe donde se concibió y se desarrolló, de una manera decisiva, el realismo mágico. En español, sobre todo, pero también en francés, en inglés, en holandés (Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Aimé Césaire et al.), a partir de los años veinte del siglo pasado, es decir, entre el año en que nació Matiz y el año en que nació García Márquez.
Portada de 'Macondo, visto por Leo Matiz'.
Los que exploren e investiguen este estilo y este movimiento encontrarán otra manera de concebir y comprender no solo el mundo en que hemos vivido desde 1917 sino el desarrollo de la cultura occidental durante los últimos quinientos años, desde que Colón llegó a las ‘Indias’, es decir, al Caribe. El realismo mágico estuvo implícito en el descubrimiento de América, y se hizo explícito entre 1917 y 1927.
Porque, como su nombre lo indica, el realismo mágico es un género artístico que mezcla la realidad diaria occidental –supuestamente histórica y científica– con otras dimensiones de la experiencia humana, como los mitos, las leyendas y –sin duda– la magia de las sociedades más tradicionales. Teórica y técnicamente es un fenómeno artístico muy complejo e inasible, pero su rasgo más importante, me parece, es que otorga igual validez –y dignidad– a la visión del mundo no occidental, preoccidental o incluso antioccidental, que a la propia visión occidental que domina, a fin de cuentas, el planeta en que vivimos.
Para hacerlo y comprenderlo hay que ser democrático y solidario y viajar mucho para volver provechosamente, en la realidad y en el arte, a la Ítaca –o Aracataca– original. En esto también coinciden Leo y Gabo, ambos hombres de muchos viajes y de una lucidez artística y una vitalidad extraordinarias: ambos vivieron muy intensamente no solo la infancia y adolescencia en su país de origen sino también sus estancias en dos países igualmente vitalistas: México y Venezuela. (En Colombia, Leo y Gabo habían viajado por el mismo río, habían contemplado el mismo mar; en Venezuela, incluso, trabajaron juntos; en Colombia y México ambos fueron amigos de ese gran colombiano y latinoamericano que fue Álvaro Mutis).
"Matizando" un poco, lo que yo veo en la obra de Leo –él vino primero– y en la de Gabo es la magia de la realidad latinoamericana –o macondiana– en fértil fusión con la magia del arte. Compárese por ejemplo una imagen descarnada como 'Bebiendo agua del charco' de Matiz con esa maravilla fotográfica que es 'Pavo real del mar'; o un texto clásico del realismo literario como 'El coronel no tiene quien le escriba' de García Márquez con esa novela pródiga en mitos y milagros que es la propia 'Cien años de soledad'.
Así veía a Macondo Leo Matiz.
Es claro que Aracataca fue la inspiración de Macondo, aunque naturalmente hay que recordar siempre que la literatura también tiene su estatuto autónomo o semiautónomo, y Macondo es, a final de cuentas, un lugar de la imaginación. Pero cuando vuelvo a las fotos de Leo Matiz siento una proximidad anímica muy fuerte entre sus imágenes y las palabras de García Márquez.
Esa experiencia me lleva a decir que el encuentro instantáneo entre las dos formas artísticas es, precisamente, una revelación. Son dos formas diferentes pero nos revelan un solo mundo: un mundo radiante, que los dos artistas conocen desde la infancia, con una luz interior que ellos logran recrear. Los grandes artistas siempre descubren y revelan la magia que hay en la realidad.
Estas fotos son un tesoro: constituyen, para empezar, un repositorio de imágenes indispensables para aproximarse a la existencia de los habitantes de la Costa colombiana en las décadas decisivas del siglo pasado; pero también son un punto de referencia fascinante para comparar la materialidad física del mundo caribeño con la recreación verbal llevada a cabo por García Márquez, el escritor costeño más famoso de aquella misma época. Extraordinarias, inolvidables, de una belleza evidente y autosuficiente, en ellas se captan no solamente la resistencia y dignidad de los habitantes de la Costa colombiana sino también cierto halo mágico que los relaciona con su entorno de una manera muy específica y especial.
En el famoso prólogo a su novela 'El reino de este mundo' (1949), el escritor cubano Alejo Carpentier, gran teórico de “lo real maravilloso” (o “realismo mágico”), exclamó: “¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”. Sí: América es maravillosa, pero solo a través de sus artistas –poetas, novelistas, músicos, pintores, escultores, fotógrafos– puede convertir sus maravillas en obras duraderas, eternamente jóvenes: libres y presas en la jaula invisible del arte.

Dasso Saldívar en Manizales

Conversatorio con el autor de El viaje a la semilla, biografía no autorizada de Gabriel García Márquez


lunes, 27 de abril de 2015

Las novelas detrás de Gabriel García Márquez

Un año como cien de soledad

 "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"

Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./elespectador.com
El portal más confiable para entrar en la mente de alguien más es la biblioteca mental de los libros preferidos de esa otra persona, esos ladrillos que son ideas fundacionales mediante los que construimos el hogar de nuestras vidas interiores. Eso dice Maria Popova, autora del artículo “Gabriel García Márquez’s Formative Reading List: 24 Books That Shaped One of Humanity’s Greatest Writers”, publicado en Brain Pickings.
¿Quién no desearía conocer la biblioteca mental de las más robustas mentes de la historia de la humanidad para conocer sus preferencias literarias y adentrarse, un poco, en su vida y en su intimidad?
Ahora, en el portal Brain Pickings se añade uno más a la lista conformada por León Tolstoi, Susan Sontag, Alan Turing, Brian Eno, David Bowie, Stewart Brand, Carl Sagan y Neil deGrasse Tyson: Gabriel García Márquez.
Entre Vivir para contarla, la autobiografía que cuenta los inicios de García Márquez como escritor, se entretejen las lecturas que le dieron forma a su mente, a su escritura, a su destino creativo. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Los libros memorables dejan huella en ese recuerdo y en la manera en que el recuerdo mismo se cuenta.
Para acercar al lector un poco más al mundo interior de García Márquez, y tal vez para entender de dónde vienen algunos rasgos de su escritura –ante el hecho de que el origen de las cosas siempre nos intriga–, Brain Pickings rastreó en las palabras del Nobel colombiano que, en su autobiografía, delatan sus influencias literarias, dando origen a esta lista de los libros más significativos para él, empezando con uno que otro que leyó cuando todavía estaba en el colegio. “Lo mejor del liceo eran los libros que se leían en voz alta antes de irse a dormir”.
1. La montaña mágica, de Thomas Mann.
2. El hombre de la máscara de hierro, de Alexandre Dumas.
3. Ulises, de James Joyce.
4. El sonido y la furia, de William Faulkner.
5. Mientras agonizo, de William Faulkner.
6. Las palmeras salvajes, de William Faulkner.
7. Edipo rey, de Sófocles.
8. La casa de los siete tejados, de Nathaniel Hawthorne.
9. La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe. 10. Moby Dick, de Herman Melville.
11. Hijos y amantes, de D.H. Lawrence.
12. Las mil y una noches.
13. La metamorfosis, de Franz Kafka
14. El Aleph, de Jorge Luis Borges
15. Cuentos, de Ernest Hemingway.
16. Contrapunto, de Aldous Huxley.
17. De hombres y ratones, de John Steinbeck.
18. Las uvas de la ira, de John Steinbeck.
19. El camino del tabaco, de Erskine Caldwell.
20. Cuentos, de Katherine Mansfield. 21. Manhattan Transfer, de John Dos Passos. 22. El retrato de Jennie (public library) by Robert Nathan. 23. Orlando, de Virginia Woolf 24. La señora Dalloway, de Virginia Woolf.

La estatua de cera de Gabriel García Márquez

La escultura está ubicada en el Museo de Cera de Cuba


Un meditabundo escritor colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura 1982, es desde este miércoles el nuevo huésped del Museo de Cera de Cuba.
En la escultura de tamaño natural el célebre autor de "Cien años de soledad" está vestido de blanco, "sentado, meditando, con el brazo izquierdo reclinado en un sillón, y los dedos índice y del medio de la mano derecha apoyados en su rostro".
La imagen de "Gabo", quien fue gran amigo de Fidel Castro, fue inaugurada este miércoles en el Museo de Cera situado en la ciudad de Bayamo, 760 km al este de La Habana, con motivo del 88 cumpleaños del líder cubano.
García Márquez, fallecido en abril a los 87 años, es el tercer huésped extranjero del museo, después del escritor estadounidense Ernest Hemingway (premio Nobel 1954 y quien vivió dos décadas en la isla) y del italiano Fabio Di Celmo, un turista muerto en un atentado con bomba a un hotel de La Habana en septiembre de 1997.
El museo, el único en su tipo en la isla, exhibe ahora 15 estatuas hechas por el escultor Rafael Barrios y sus hijos Leander y Rafael, quienes emplearon unos 40 kilos de cera policromada en la imagen de "Gabo", quien residió varios años en Cuba.
Escultura de tamaño natural de Gabriel García Márquez.
Fuente:elespectador.com

domingo, 26 de abril de 2015

El cuento del domingo

Gabriel García Márquez
Alguien desordena estas rosas
Como es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente del pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.
Ella está prosternada frente a sus santos. Permanece abstraída desde cuando dejé de moverme en la habitación, después de haber fracasado en el primer intento de llegar hasta el altar para coger las rosas más encendidas y frescas. Tal vez hoy hubiera podido hacerlo; pero la lamparita pestañeó, y ella, recobrada del éxtasis, levantó la cabeza y miró hacia el rincón donde está la silla. Debió pensar: “Es otra vez el viento”, porque es verdad que algo crujió junto al altar y la habitación onduló un instante, como si hubiera sido removido el nivel de los recuerdos estancados en ella desde hace tanto tiempo. Entonces comprendí que debía aguardar una nueva ocasión para coger las rosas, porque ella continuaba despierta, mirando la silla, y habría podido sentir junto a su rostro el rumor de mis manos. Ahora debo esperar a que ella abandone la habitación, dentro de un momento, y vaya a la pieza vecina a dormir la siesta medida e invariable del domingo. Es posible que entonces pueda yo salir con las rosas para estar de regreso antes de que ella vuelva a esta habitación y se quede mirando la silla.
El domingo pasado fue más difícil. Tuve que esperar casi dos horas a que ella cayera en  el  éxtasis.  Parecía  intranquila, preocupada, como  si  la  hubiera  atormentado la certidumbre de que súbitamente su soledad en la casa se había vuelto menos intensa.
Dio varias vueltas por el cuarto con el ramo de rosas, antes de abandonarlo en el altar. Luego salió al pasadizo, miró adentro y se dirigió a la pieza vecina. Yo sabía que estaba buscando la lámpara. Y después cuando volvió a pasar frente a la puerta y la vi en la claridad del corredor con el saquito oscuro y las medias rosadas, me pareció que era todavía igual a la niña que hace cuarenta años se inclinó sobre mi cama, en este mismo cuarto, y dijo: “Ahora que le han puesto los palillos, tiene los ojos abiertos y duros”. Era igual, como si no hubiera transcurrido el tiempo desde aquella remota tarde de agosto en que las mujeres la trajeron al cuarto y le mostraron el cadáver y le dijeron: “Llora. Era como un hermano tuyo”; y ella se recostó contra la pared, llorando, obedeciendo, todavía ensopada por la lluvia.
Desde hace tres o cuatro domingos estoy tratando de llegar hasta las rosas, pero ella ha permanecido vigilante frente al altar; vigilando las rosas con una sobresaltada dili- gencia que no le había conocido en los veinte años que lleva de vivir en la casa. El domingo pasado, cuando salió a buscar la lámpara, logré componer un ramo con las mejores rosas. En ningún momento he estado más cerca de realizar mi deseo. Pero cuando me disponía a regresar a la silla oí de nuevo las pisadas en el pasadizo, ordené brevemente las rosas en el altar; y entonces la vi aparecer en el vano de la puerta con la lámpara en alto.
Tenía puesto el saquito oscuro y las medías rosadas, pero había en su rostro algo como la fosforescencia de una revelación. No parecía entonces la mujer que desde hace veinte años cultiva rosas en el huerto, sino la misma niña que en aquella tarde de agosto trajeron a la pieza vecina para que se cambiara de ropa y que regresaba ahora con una lámpara, gorda y envejecida, cuarenta años después.
Mis zapatos tienen todavía la dura costra de barro que se les formó aquella tarde, a pesar de que permanecieron secándose durante veinte años junto al fogón apagado. Un día fui a buscarlos. Esto fue después que clausuraron las puertas, descolgaron del umbral el pan y el ramo de sábila, y se llevaron los muebles. Todos los muebles, menos la silla del rincón que me ha servido para estar durante todo este tiempo. Yo sabía que los za- patos habían sido puestos a secar y que ni siquiera se acordaron de ellos cuando abandonaron la casa. Por eso fui a buscarlos.
Ella volvió muchos años después. Había transcurrido tanto tiempo, que el olor a almizcle del cuarto se había confundido con el olor del polvo, con el seco y minúsculo tufo de los insectos. Yo estaba solo en la casa, sentado en el rincón; esperando. Y había aprendido a distinguir el rumor de la madera en descomposición, el aleteo del aire volviéndose viejo en las alcobas cerradas. Entonces fue cuando ella vino. Se había parado en la puerta con una maleta en la mano, un sombrero verde y el mismo saquito de algodón que no se ha quitado desde entonces. Era todavía una muchacha. No había empezado a engordar ni los tobillos le abultaban bajo las medias, como ahora. Yo estaba cubierto de polvo y telaraña cuando ella abrió la puerta y en alguna parte de la habitación guardó silencio el grillo que había estado cantando durante veinte años. Pero a pesar de eso, a pesar de la telaraña y el polvo, del brusco arrepentimiento del grillo y de la nueva edad de la recién llegada, yo reconocí en ella a la niña que en aquella tor- mentosa tarde de agosto me acompañó a coger nidos en el establo. Así como estaba, parada en la puerta con la maleta en la mano y el sombrero verde, parecía como si de pronto fuera a ponerse a gritar, a decir lo mismo que dijo cuando me encontraron bocarriba entre la hierba del establo todavía aferrado al travesaño de la escalera rota. Cuando ella abrió la puerta por completo, los goznes crujieron y el polvillo del techo se derrumbó a golpes, como si alguien se hubiera puesto a martillar en el caballete; entonces ella vaciló en el marco de claridad, introduciendo después medio cuerpo en la habitación, y dijo con la voz de quien está llamando a una persona dormida: “¡Niño!
¡Niño!” Y yo permanecí quieto en la silla, rígido, con los pies estirados.
Creía que sólo venía a ver el cuarto pero siguió viviendo en la casa. Aireó la habitación y fue como si hubiera abierto la maleta y de ella hubiera salido su antiguo olor a almizcle.
Los otros se llevaron los muebles y la ropa en los baúles. Ella sólo se había llevado los olores del cuarto, y veinte años después los trajo de nuevo, los colocó en su lugar y re- construyó el altarcillo; igual que antes. Su sola presencia bastó para restaurar lo que la implacable laboriosidad del tiempo había destruido. Desde entonces come y duerme en la pieza de al lado, pero se pasa los días en ésta, conversando en silencio con los santos. Durante la tarde se sienta en el mecedor, junto a la puerta, y zurce la ropa mientras atiende a quienes vienen a comprarle flores. Ella se mece siempre mientras zurce la ropa. Y cuando viene alguien por un ramo de rosas, guarda la moneda en la esquina del pañuelo que se anuda a la cintura y dice invariablemente: “Coge las de la derecha, que las de la izquierda son para los santos”.
Así ha estado en el mecedor durante veinte años, zurciendo sus cositas, meciéndose, mirando hacia la silla, como si por ahora no cuidara del niño que compartió con ella las tardes de la infancia, sino del nieto inválido que está aquí, sentado en el rincón desde cuando la abuela tenía cinco años.
Es posible que ahora, cuando vuelva a bajar la cabeza, pueda acercarme a las rosas. Si logro hacerlo iré hasta la colina, las pondré sobre el túmulo y regresaré a mi silla, a esperar el día en que ella no vuelva al cuarto y cesen los ruidos en las piezas de al lado.
Este día habrá una transformación en todo esto, porque yo tendré que salir otra vez de la casa para avisarle a alguien que la mujer de las rosas, la que vive sola en la casa arruinada, está necesitando cuatro hombres que la conduzcan a la colina. Entonces quedaré definitivamente solo en el cuarto. Pero en cambio ella estará satisfecha. Porque ese día sabrá que no era el viento invisible lo que todos los domingos llegaba a su altar y le desordenaba las rosas.

viernes, 24 de abril de 2015

¿Quiénes imaginaron a Macondo en la Feria del Libro?

Un año como cien de soledad

Perfiles de artistas y curadores que participaron en la muestra

Andrés Burbano, Laura Villegas, Santiago Caicedo, Ariel Castillo, Piedad Bonnett y Jaime Abello Banfi./elespectador.com

Los artistas
 
Andrés Burbano
 
Es, a la vez, un investigador y un explorador de la relación que existe entre las artes, la ciencia y la tecnología desde diferentes perspectivas. Una de esas perspectivas que asume es la de artista. Realizador de cine y televisión de la Universidad Nacional, se graduó como doctor en Arte, Medios y Tecnología en la Universidad de California hace apenas dos años. En estos años, el trabajo de Burbano pasó de ser documentalista, a explorar el video, el arte sonoro y de las telecomunicaciones, hasta llegar a la exploración de narrativas cinematográficas algorítmicas.
 
El amplio espectro de su trabajo en el campo del arte digital le permitirá aportar la interactividad de todo el pabellón. Su idea es simple, pero compleja al tiempo: que los espectadores puedan adentrarse en espacios en los que podrán interactuar no sólo de manera física, sino a través de aplicaciones virtuales desde sus propios celulares con el mundo de Macondo, sus personajes, sonidos, olores y sensaciones.
 
Laura Villegas
 
Formada en artes escénicas y con una larga trayectoria en el diseño de escenografías y espacios interconectados en múltiples montajes de obras teatrales y grandes eventos culturales, es conocida por haber dirigido el arte y la escena de los cinco pisos del Espacio Odeón y por su labor como directora de arte del Teatro Nacional, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, Casa Ensamble, Varasanta, Teatro Libre, Teatro Petra, L’Explose, La Gata Impro y el Festival Iberoamericano de Teatro, entre otros.
 
En la intervención virtual del espacio de Macondo fue la encargada de concebir cada uno de los espacios del recorrido del pabellón, de definir cómo se presentarían ante el público y de generar un ambiente, gracias a su conocimiento escenográfico, para que el espectador se vea inmerso en el mundo mítico de Macondo.
 
Santiago Caicedo
 
Es diseñador, arquitecto y realizador audiovisual, y se debate entre el diseño gráfico en movimiento, la animación, la estereoscopia y el cine. Sus cortos han participado en diferentes festivales alrededor del mundo y ha recibido varios premios internacionales, como en Los Ángeles, Nueva York, Tokio y París. Santiago, director de Timbo Estudio, ha montado proyectos audiovisuales como “La forma del caracol”, para el Planetario de Bogotá; el video Fiesta de Bomba Estéreo y hasta libros eróticos para la editorial Taschen.
 
En el pabellón de Macondo participa en el montaje de los espacios construidos por áreas. Gracias a su mirada, los espectadores podrán explorar con todos sus sentidos desde atmósferas visuales, auditivas, texturas, espejos, luces y hasta sombras que aluden a espacios y personajes que transportarán sensorialmente a la obra de Gabo, tomando como referente primordial Cien años de soledad.
 
Los curadores
 
Ariel Castillo
 
Es profesor en la Universidad del Atlántico de Barranquilla. Fue el ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2002 y es el autor del libro Rafael Escalona. Encantos de una vida en cantos, publicado por la Fundación La Cueva. Asimismo, es magíster en Letras Iberoamericanas en la UNAM de México y cuenta con un doctorado en Letras Hispánicas en El Colegio de México. Pero además, es un profundo conocedor de la obra de Gabriel García Márquez y ha dictado cátedras y talleres sobre el universo femenino del nobel, su relación con el vallenato y su legado, entre otros temas.
 
Para Castillo, el mejor homenaje que se le puede hacer a Gabo es la lectura y la reflexión sobre su obra, y sus mayores legados son su mirada sobre lo caribe, su disciplina y su sentido del humor. A partir de su conocimiento de la obra del escritor nacido en Aracataca, Castillo aportó su rigor académico y la profundidad de su conocimiento sobre el universo macondiano para desanudar las claves básicas de la obra del nobel.
 
Piedad Bonnett 
 
Es una de las más importantes poetas y narradoras de Colombia. Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, es allí mismo profesora en la Facultad de Artes y Humanidades. Ha incursionado tanto en la poesía como en el teatro y la narrativa, todas ellas profundamente vinculadas a su experiencia personal como mujer, madre y habitante de un país de desigualdades y violencias. Con el libro de poemas El hilo de los días ganó el Premio Nacional de Poesía de Colcultura y con el poemario Explicaciones no pedidas ganó en 2011 el premio Casa de América de Madrid. Sus novelas El prestigio de la belleza y Lo que no tiene nombre han tenido gran repercusión.
 
Frente a Macondo, Piedad Bonnett ha sido la creadora que ha depurado las discusiones grupales y ha llegado a definir los conceptos finales para que el grupo de artistas aborde la interpretación del espacio. Y además, la que permeó el espacio del pabellón como un reflejo del país en que vivimos, en el que el eterno presente del libro defina una segunda oportunidad sobre la tierra para los que nos enfrentamos a un futuro incierto. 
 
Jaime Abello Banfi
 
Este barranquillero es el director de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano¸ la entidad creada y presidida por Gabriel García Márquez para trabajar en la formación y perfeccionamiento de los periodistas de los países iberoamericanos. Antes de ello, Abello se recibió como abogado en la Pontificia Universidad Javeriana y dedicó la mayor parte de su vida profesional a la industria de los medios de comunicación, ya fuera como asesor del Gobierno en materia de televisión y cine, ya como director de Telecaribe¸ el canal regional de televisión del Caribe colombiano.
 
Su proximidad con García Márquez, así como su cercanía con sus amistades y las personas que trabajaron con el escritor, le permitieron servir de enlace curatorial para entablar los contactos académicos que alimentarán la programación del pabellón de Gabo y aportar su conocimiento para definir las bases del universo macondiano.

La tierra dividida de Faulkner

Un año como cien de soledad

El condado apareció por primera vez en una novela de William Faulkner, Premio Nobel de Literatura en 1949,  que nunca fue publicada en su edición original: Con Banderas en el polvo

Ciudades Imaginarias.Ilustración Eder Leandro Rodríguez./elespectador.com

Su aparición oficial ocurrió en Sartoris, una versión abreviada de aquel primer manuscrito. El condado apareció de nuevo en Absalom, absalom, El sonido y la furia, Mientras agonizo, Santuario, Luz en agosto y otras tantas. La palabra significa “tierra dividida”, aunque Faulkner solía decir que era una combinación de palabras de la lengua nativa chickasaw que decían: “Agua que fluye lenta por la pradera”.
Sus paisajes están llenos de granjas, viejos camiones, campesinos y largos caminos soleados. Esta ciudad imaginaria fue esencial para que Gabriel García Márquez creara Macondo, una tierra con muchos puntos y personajes similares. Sus ríos son torrentosos, pero un grupo de esclavos se encargó de crear un caudal más seguro en otro tiempo.
Sin embargo, en Mientras agonizo, sus personajes no pueden cruzarlo porque se ha desbordado y es imposible transportar el cuerpo de Addie Bundren, dispuesto para la ceremonia en un cajón de maderas arbitrarias y que ya empezaba a expeler un riguroso olor a muerte. Sobre el condado, Faulkner dijo en una entrevista en Paris Review: “Puedo mover a los personajes como si fuera Dios no sólo en el tiempo, sino también en el espacio (...). Me gusta pensar que el mundo que creé es una piedra fundacional en el universo, de modo que, con todo lo pequeña que resulta esa piedra, si la quitaran, el universo colapsaría. Mi último libro será el Libro del día final, el libro dorado, del condado Yoknapatawpha”.

Oro en polvo narrativo

En el extraordinario blog que tiene sobre Gabriel García Márquez, Fernando Jaramillo reproduce un artículo de Ignacio Ramonet sobre nuestro Nobel

Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./facebook
Díganme si esta anécdota que cuenta el director de Le Monde Diplomatique no es oro en polvo narrativo:
Yo volvía de Cartagena de Indias, suntuosa ciudad colonial colombiana; había divisado su casona tras las murallas y había hablado con él al respecto. Me preguntó: “¿Sabes cómo adquirí esa casa?”. Ni idea. “Desde muy joven quise vivir en Cartagena –me contó–. Y cuando tuve el dinero, me puse a buscar una casa allí. Pero siempre era demasiado caro. Un amigo abogado me explicó: ‘Creen que eres millonario y te aumentan el precio. Déjame buscar por ti’. Unas semanas después, encuentra la casa, que en ese entonces era una vieja imprenta casi en ruinas. Habla con el propietario, un ciego, y entre ambos acuerdan un precio. Pero el anciano pone una exigencia: quiere conocer al comprador. Viene mi amigo y me dice: ‘Tenemos que ir a verlo, pero no debes hablar. Si no, en cuanto reconozca tu voz, triplicará el precio… Él es ciego, tu serás mudo’. Llega el día del encuentro. El ciego empieza a hacerme preguntas. Le respondo con una pronunciación indescifrable… Pero, en un momento, cometo la imprudencia de responder con un sonoro: ‘Sí’. ‘¡Ah! –salta el anciano–, conozco esa voz. ¡Usted es Gabriel García Márquez!’. Me había desenmascarado… Enseguida agrega: ‘Vamos a tener que revisar el precio. Ahora, la cosa es diferente’. Mi amigo intenta negociar. Pero el ciego repite: ‘No. No puede ser el mismo precio. De ninguna manera’. ‘Bueno, ¿cuánto, entonces?’ –le preguntamos, resignados–. El anciano reflexiona un instante y dice: ‘La mitad’. No entendíamos nada… Entonces, nos explica: ‘Ustedes saben que tengo una imprenta. ¿De qué creen que viví hasta ahora? ¡Imprimiendo ediciones piratas de las novelas de García Márquez!’”.

jueves, 23 de abril de 2015

¿Por qué no lee Macondo?

Un año como cien de soledad

A pesar de los ingentes esfuerzos desde lo público, Colombia es un país que no ha podido despegar en el tema de la lectura. ¿Cuál es el estado del sector editorial?¿Qué opinan libreros, editores y expertos de que en el país aún no se supere la cifra de dos libros leídos por habitante? Un reportaje al mundo del libro en la actualidad


Gabriel García Márquez, si leía biografías./revistaarcadia.com
Gabriel García Márquez no se equivocó cuando lo llamó un milagro. A sus 38 años el cataquero se sentó frente a su máquina de escribir y durante 18 meses ininterrumpidos redactó las 590 cuartillas a doble espacio de Cien años de soledad. Sus cuatros libros entonces publicados no habían vendido gran cosa y, aquejado por la pobreza, se había visto obligado a empeñar, entre otras cosas, las joyas de poca monta que había heredado su esposa. Sin sospechar el éxito que tendría su nueva obra, envió el manuscrito a Francisco Porrúa, director literario de la editorial Sudamericana en Argentina.
“El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: ‘Son 82 pesos’. Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: ‘Solo tenemos 53’. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto”, contó el nobel de literatura en un discurso que dio en Cartagena hacia 2007 para conmemorar el millón de ejemplares de Cien años de soledad. Emocionado por el tiraje, García Márquez afirmó en su arenga: “Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana”.
Hoy, sin embargo, el panorama de la lectura en Colombia pareciera indicar lo contrario. No solo se trata de un país en el que, según cifras de la más reciente Encuesta de Consumo Cultural, menos de la mitad de la población mayor de 12 años (48,4 %) afirma haber leído un libro en 2014, sino que, según la misma encuesta, en los últimos cuatro años la lectura de libros decreció en un 7 %. Los colombianos leen en promedio entre 1,9 y 2,2 libros anualmente. Y si bien se trata de un índice quizás anquilosado porque se centra exclusivamente en el objeto libro, y no toma en cuenta la lectura digital, no deja de sorprender cuando se compara con otros países: en España se leen por habitante 10,3 libros al año, en Chile 5,3 y en Argentina 4,6.
Pero más allá del índice de lectura, si se traza la evolución del mercado editorial en los últimos años, la decisión de García Márquez de llamar un milagro al fenómeno de Cien años de soledad parece cada vez más acertada. Según las Memorias y Estados Financieros 2014 de la Cámara Colombiana del Libro, entre 2012 y 2013 el sector editorial registró una reducción del 21,4 % en la producción nacional de libros (aunque aumentó en número de títulos registrados), por primera vez en el último lustro las importaciones superaron a las exportaciones, que pasaron de 177 millones de dólares en 2008 a 64 millones en 2013, y en ese mismo periodo más de 700 trabajadores de editoriales e importadoras perdieron su puesto (el empelo generado por el sector pasó de 5.599 a 4.828).
Hay, sin embargo, un resquicio de luz. Pues, aunque parezca paradójico, siguen en aumento las ventas de ejemplares en el país, aunque a un ritmo bajo. Y lo que es más, tanto el Ministerio de Cultura como la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Distrito Capital, así como iniciativas privadas al estilo de las editoriales independientes le han apostado en los últimos años a la lectura como nunca antes. Entonces, como se cuestiona en un reciente artículo Diana Cifuentes, la coordinadora del Observatorio de Cultura y Economía, la pregunta en boca de todos es: ¿por qué, a pesar de las campañas de lectura y demás iniciativas, no se lee más en Colombia? La respuesta no se conoce. Pero un repaso del mercado editorial permite, así sea en parte, entrever algunas de sus grietas.

La producción

En el país, al igual que en la mayoría de América Latina, cada vez se registran más títulos. “Esos registros son conocidos como isbn y funcionan como la cédula del libro mostrando el origen de su producción editorial”, dice Juliana Barrero, de la consultora en economía de la cultura Lado B. Según cifras de la Cámara Colombiana del Libro, en los últimos 12 años ha habido en promedio un crecimiento anual de 4,8 % en el número de isbn en el país, con un total de 16.035 registros en 2014, incluidos libros digitales. Pero hay un problema: un gran número de esos no son 100 % colombianos, y en ese sentido no reflejan necesariamente un crecimiento en la industria local.
Barrero explica: “Hay muchas casas editoriales transnacionales, muchas de origen español, que se nacionalizan y registran títulos en el país porque imprimen sus libros acá. Pero entonces, ¿qué porcentaje del mercado es de contenido colombiano?”. La cifra no se conoce. Sin embargo, María Osorio, fundadora de la editorial Babel Libros, desmenuzó esos mismos números en el mercado de literatura infantil y encontró que apenas un 2 % de los isbn eran de editoriales colombianas. Para Enrique González, presidente de la Cámara Colombiana del Libro, no vale la pena hacer esa distinción pues “las editoriales extranjeras que se montan acá se vuelven colombianas por ley y además editan a algunos de los autores colombianos más reconocidos como Tomás González y Juan Gabriel Vásquez”.
El mercado editorial colombiano nunca ha sido muy grande y, de hecho, es bastante joven. “Solo hasta los años ochenta hubo un desarrollo de esa industria con editoriales como Oveja Negra y Plaza y Janés. Antes de  eso había editoriales escolares y de derecho, pero no de literatura”, explica Felipe Ossa, gerente y librero por más de medio siglo de la Librería Nacional. En los años sesenta, por ejemplo, todos los libros se importaban. Hoy el mercado está compuesto por el sector didáctico, el de interés general, el universitario y el religioso. Si bien no es una industria muy grande, se trata de un sector que se ha sabido mantener a pesar de recibir golpes duros, como la clausura en 2011 de las líneas de ficción, no ficción, autoayuda e interés general de Norma, editorial que llegó a estar presente en 13 países. También hay que tener en cuenta que la piratería se lleva una cuarta parte de las ganancias del sector.

A pesar de los retos que ha tenido que sortear la industria, no todas las noticias son malas. En lo más recientes años, y a la sombra de los grandes jugadores, se empezó a gestar un fenómeno que hoy ya se ha posicionado en el mercado: las editoriales independientes, un nicho cada vez más fuerte que según Pilar Gutiérrez, directora editorial de Tragaluz Editores, “surgió de una necesidad de ver propuestas distintas, voces más arriesgadas, y de una nueva valoración del libro objeto frente a lo digital”. Para Federico Torres, editor de Destiempo Libros, “el fenómeno de la edición independiente está relacionado con una búsqueda de identidad, de la mano de un aspecto técnico: la facilidad de diseñar un libro a través de herramientas digitales”.
Esa facilidad para crear libros, sin embargo, hace parte de un suceso que intuitivamente pareciera positivo pero que para algunos carga una connotación negativa: la sobreproducción. Según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en la región se registran 53 títulos diarios o 2,2 cada hora. “A la sobreproducción ni siquiera la podemos llamar sobreoferta porque para llamarla así hay que tenerla exhibida en alguna parte y no hay librería capaz de hacerlo”, opina Bernardo Jaramillo, subdirector del Cerlalc. En eso concuerda Ossa, quien afirma que el exceso de obras abruma a los lectores y que es el resultado “de un mercantilismo y un afán por parte de las editoriales que sacan cualquier libro esperando que tenga éxito”.
Gabriel Iriarte, director editorial de Penguin Random House en Colombia, lo ve como la respuesta natural a lo que pide el mercado: “El mercado mundial del libro se ha vuelto de novedades. Nosotros producimos 350 al año entre las locales y las que importamos. Si nos llegan cinco buenos libros de periodistas los publicamos todos. No los puedo dejar parqueados porque el autor se va a otra editorial y los publica allá. El público demanda novedad”. Todos los expertos consultados por Arcadia concuerdan que la producción masiva de títulos es un hecho del mercado que no se puede regular y que, en últimas, es un síntoma de que por lo menos el mercado está vivo.
En cunto a si hay o no una crisis en el sector, muchos se concentran en el crecimiento en ventas para argumentar que no existe. Pero algunos, como María Osorio, sí lo ven en apuros: “Hay sobre todo un desorden enorme en la manera en cómo se distribuyen los libros, como llegan al público. Hay cientos de distribuidores, que deben disputar el espacio en poquísimas librerías y que por lo tanto deben estar siempre a la caza de negocios directos. En la lucha por sobrevivir en un mercado con pocos lectores, con mínimos sitios de exhibición de los libros, sin ninguna divulgación sobre lo que circula y lo que se produce, y por supuesto sin ninguna crítica, esta cadena no tiene idea del valor de cada una de sus partes y se autodestruye”.

Los puntos de venta

En un estudio encargado por la mesa de competitividad del libro del Ministerio de Cultura a la consultora Lado B, y que aún no se ha publicado, Arcadia pudo conocer una cifra preocupante: entre librerías pequeñas, papelerías y grandes superficies, como el Éxito y la Panamericana, en Colombia solo hay 604 puntos de venta de libros. Lo que es más, la situación ha empeorado. Según el Cerlalc, en el último lustro esos puntos disminuyeron en un 5 %. En otras palabras, en el territorio nacional hay apenas un punto de venta por cada 80.000 personas, muy lejos de los niveles de cobertura óptimos (entre 10.000 y 20.000 habitantes por punto). En ciudades como Quibdó, Maicao y Buenaventura no hay librerías y solo cuentan con una papelería.
“El canal natural para la venta de libros son las librerías y las grandes superficies pero como no hay en varias ciudades, las editoriales no podemos llegar allá. Y como no podemos llegar, no podemos vender”, dice Iriarte. En el estudio de Lado B, nueve departamentos, la mayoría concentrados en los Llanos Orientales, no reportan la existencia de puntos de venta. Para David Roa, de la librería La Madriguera del Conejo, y vocero de la Asociación Colombiana de Libreros Independientes (acli), esa falta de puntos de venta explica en parte la falta de lectura en Colombia. “El hecho de que el 50 % del país no lea es normal porque en más de la mitad no hay oferta editorial”.
Esos índices tan pobres corresponden a la realidad de una industria que no despega. Nada que perder 2, un libro de autoayuda, fue con apenas 15.997 ejemplares el libro más vendido en 2014 por la Librería Nacional, negocio que representa una parte importante del mercado de libros de interés general. Las recetas de Sascha Fitness, una guía para llevar una vida saludable, se llevó el segundo lugar con 9.222. Comparado con otros países, esos números preocupan. En España, por ejemplo, la novela El tiempo entre costuras alcanzó a vender más de 500.000 copias. Eso no quiere decir, sin embargo, que en Colombia no haya habido tirajes en los cientos de miles, como algunas de las primeras crónicas de Germán Castro Caycedo, las novelas de García Márquez y El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Pero son excepciones. Algunos distribuidores a veces importan apenas 50 copias de un título, y en muchos casos no los venden todos.

Para algunos libreros, tanto pequeños como grandes, sus bajas ventas tienen que ver con los descuentos que dan las editoriales. “Las editoriales hacen competencia desleal porque les ofrecen a las entidades públicas el mismo descuento que a las librerías y entonces no podemos competir –argumenta Ossa, quien cree que internet también es responsable, sobre todo en cuanto a los libros didácticos–: “Hoy los estudiantes descargan la mayoría de sus textos. Antes en un mes vendíamos 1.500 ejemplares de uno de física y ahora vendemos diez”. Entre 2012 y 2013, el sector didáctico registró según la Cámara Colombiana del Libro una disminución de 32,6 % en la producción nacional.
Roa, como muchos otros libreros, cree que el Estado debería comprar sus libros a través de las librerías. “Hay países en donde cada vez que una entidad pública va a hacer una dotación a una biblioteca, esa compra se realiza en una librería de la zona”. Para Roa se trata de un incentivo importante pues posiblemente generaría más puntos de venta, sobre todo en las regiones apartadas. “Así, las librerías podrían garantizar su existencia, habría oferta para la población local y se podría hacer mayor gestión cultural”. En la Nueva agenda por el libro y la lectura, publicada por el Cerlalc en 2013, se recomienda en materia de compras públicas “velar por la inclusión directa o indirecta de las librerías en las compras estatales” Iriarte no considera que sea tan fácil. “Sería, en últimas, agregar un intermediario más a la cadena de distribución. El libro saldría más caro y las ventas al Estado tienen que ser muy baratas”.
El gobierno siempre ha sido el gran comprador de libros en Colombia. De los 618.000 millones de pesos que generó en ventas el mercado del libro en 2013, las compras públicas representaron una quinta parte. Guiomar Acevedo, directora de artes del Ministerio de Cultura, recuerda que la compra de libros sin las librerías de por medio empezó hace unos diez años. En su opinión, el ministerio no puede reglamentar ese mercado, aunque si considera que “se deben de buscar formulas para que las librerías se fortalezcan pues son el canal natural del libro”. Y esa búsqueda se está empezando a hacer desde la mesa de competitividad del Ministerio de Cultura, donde tienen representación todos los eslabones de la cadena del libro en Colombia.
Pero, más allá de la importancia de las librerías, está la lectura. “¿Para qué se hacen libros? Pues para que le lleguen a un lector. El libro tiene una finalidad y es ser leído. Un libro que no se lee no sirve de nada”, afirma el promotor de políticas culturales Gonzalo Castellanos, quien cree que “ya se han hecho varios incentivos para la oferta”. Entre ellos cabe destacar la Ley del Libro de 1993, que le quitó el iva al libro y el impuesto de renta a las editoriales. “Ahora en lo que hay que trabajar –dice Castellanos– es en un modelo de beneficios al acceso al libro”. Y es ahí donde entra el juego el papel del Estado.

Las bibliotecas y el acceso al libro

En el último cuatrienio (2010-2014), una de las grandes apuestas del Ministerio de Cultura fue la construcción de bibliotecas públicas. En ese periodo, se inauguraron un total de 104, más que en cualquier otro gobierno, para llegar a un total de 1.404. Gracias a ese esfuerzo, y al del gobierno de Álvaro Uribe, la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (rnbp) pasó de estar presente en 73 % de los municipios del país en 2002 al 96 % en 2013. El ministerio también construyó 20 centros culturales y 7 casas de cultura, entre otra infraestructura. Y si bien se trata de una apuesta importante, el número de bibliotecas aun puede mejorar. Según El libro en cifras, publicado hace seis meses por el Cerlalc, hoy en Colombia hay 2,8 bibliotecas por cada 100.000 habitantes, un indicador mucho más cercano al de Panamá y Honduras que al de México y España.
Además de la construcción de bibliotecas, el Ministerio de Cultura produjo y adquirió un total de 10.224.556 libros que repartió entre Hogares icbf, la Asociación Nacional Contra la Pobreza Extrema (anspe), varios programas de fomento a la lectura y la rnbp. De esos libros, en su gran mayoría apuntados a la primera infancia, casi dos millones fueron destinados a las bibliotecas públicas. Su adquisición fue un paso grande para cumplir una de las metas del ministerio: acercarse al índice sugerido por la Unesco de dos libros en bibliotecas públicas por persona. Una meta que, de todas formas, todavía se siente lejana. Pues de acuerdo al más reciente diagnóstico de la rnbp, en su red hay 5.740.600 libros.

“En Colombia tenemos más o menos ocho habitantes por libro y todavía tenemos un camino muy largo que recorrer en cuanto a la dotación de bibliotecas. Por eso donde el ministerio hizo un esfuerzo gigantesco fue en la dotación de libros para niños menores de ocho años, pensando en que cuando uno aprende a leer por placer, en familia, hace que se llegue más preparado al sistema escolar para enfrentar los retos de la lectura”, asegura Acevedo. Para los próximos tres años y medio, la meta del ministerio es continuar con la dotación y darle más relevancia a la actualización de títulos. Algunos de sus retos son reducir la alta rotación de bibliotecarios, terminar de implementar el servicio de internet (hoy solo hay en 60,5 % de las bibliotecas) y subir los niveles de compromiso de las autoridades municipales.
El ministerio también ha desarrollado varias iniciativas para fomentar la lectura. Cabe destacar, por ejemplo, la fundación Secretos para Contar, a través de la que dotó con tres libros a 75 % de las familias del Chocó que tienen niños en el sistema público escolar; o las ferias regionales, un esfuerzo mancomunado con las librerías independientes que ya se ha realizado en más de seis ciudades. La Secretaría de Cultura del Distrito Capital, por su parte, ha impulsado varios programas como la Lectura bajo los Árboles, los Picnic Literarios y, más recientemente, los Espacios Concertados, un estímulo que busca financiar con una bolsa de 500 millones de pesos la programación artística de espacios culturales y librerías. También cuenta con el Libro al Viento, su proyecto de libre circulación de libros que ya cumplió diez años y que es responsable por más de cuatro millones de ejemplares.
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 En Colombia, y a pesar de las iniciativas tanto públicas como privadas, aún se lee poco. Ahí radica el principal problema del mercado editorial. Se trata, de todas formas, de una industria que se ha sabido mantener de pie a pesar de la indiferencia de gran parte del público. Ante todo, no se ha dejado amedrentar por un panorama no muy alentador. El libro digital, su próximo reto, quizá sea el mayor. Por ahora, se trata de un fenómeno que en el país ha crecido despacio, al ritmo del libro impreso. De todas formas, llegará el día en que ingrese Amazon al mercado, con sus servicios de autoedición, distribución y plataforma de lectura (Kindle).
Cuando le pregunto a María Osorio sobre cómo cambiará el mundo digital el panorama del libro, su respuesta parece resumir el sentir de la industria. Desafiante –y pragmática–, responde: “Creo que es un lugar común, se ve en las ferias internacionales, todavía la influencia del libro digital en nuestra región es mínima y no se ve su crecimiento. Otra cosa sucede en el mundo anglosajón, pero en ese mundo se ve cómo conviven ambas tecnologías. Por ahora no es una preocupación para mí, supongo que tenemos que tener buenos editores, distribuidores, libreros y lectores, luego que venga el cambio, cualquiera que este sea, así estaremos preparados”.
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¿Por qué leer ficción?
El 30 de enero de 2006, durante la lección inaugural de su cátedra en el Collège de France, el historiador de la literatura Antoine Compagnon leyó “¿Para qué sirve la literatura?”, un discurso en el que definió, de manera simple, la importancia de la lectura. ¿Por qué, entonces, necesitamos leer? A continuación algunos extractos.
La primera es la definición clásica que permite a Aristóteles, oponiéndose a Platón, rehabilitar la poesía a título de vida buena. Gracias a la mimesis –traducida hoy en día por representación o por ficción más que por imitación– el hombre aprende… Más adelante en la Poética (de Aristóteles), la catarsis misma, purificación o depuración de las pasiones mediante la representación, tiene como resultado una mejoría de la vida tanto privada como pública. Una segunda definición del poder de la literatura, aparecida con la Ilustración y profundizada por el Romanticismo, hace de ella, no ya un medio para instruir divirtiendo, sino un remedio. Libera al individuo de su sometimiento a las autoridades, pensaban los filósofos; y en particular es un remedio contra el oscurantismo religioso. La literatura, instrumento de justicia y de tolerancia, y la lectura, experiencia de la autonomía, contribuyen a la libertad y a la responsabilidad del individuo.   Según una tercera versión del poder de la literatura, esta suple los defectos del lenguaje. La literatura habla a todo el mundo, recurre al lenguaje corriente, pero hace de este un lenguaje propio –poético o literario–. A partir de Mallarmé y de Bergson, la poesía se concibe como un remedio, no ya contra los males de la sociedad, sino, más concretamente, contra la inadecuación del lenguaje. “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”, según La tumba de Edgar Poe, será la ambición de la poesía.
Proporciona placer e instruye
Es un remedio
Restaura la lengua