miércoles, 21 de enero de 2015

Silvana Paternostro: la reportera que incomodó a García Márquez

Silvana Paternostro apostó por investigar sobre el Nobel colombiano hasta encontrar nuevas pistas sobre su obra y su personalidad. El resultado es Soledad & Compañía, biografía oral que recoge decenas de testimonios sobre el padre de Macondo

Silvana Paternostro, periodista barranquillera./Marcela García /elpais.com.co

En 2001, Tina Brown, por entonces editora de la revista Talk, le encargó a la reportera Silvana Paternostro escribir una ‘historia oral’ sobre Gabriel García Márquez. Se trataba de un género periodístico creado por George Plimpton, célebre periodista neuyorquino, que había escrito un libro sobre Truman Capote a partir de distintas voces de quienes habían seguido de cerca su obra literaria y su vida misma.
Con la misión bien clara, la barranquillera pasó varios meses entre Colombia y México recogiendo de manera acuciosa los aportes que le iban entregando personas que habían conocido a Gabo antes de que se convirtiera en uno de los autores más leídos del planeta.
Pero el proyecto se quedó sin combustible. Talk cerró prematuramente y Silvana se quedó con 24 cintas grabadas. Eran oro en polvo. Tiempo después, el propio Plimpton se encargó de publicar una parte de este material en el Paris Review.
Sin embargo, la reportera sabía que tenía material suficiente para algo más ambicioso: un libro. Y fue hasta 2010, después de divisar a García Márquez en una tarima durante la inauguración del Museo Soumaya, del D.F. que había llegado el momento de comenzar.
Cuatro años más tarde vio la luz ‘Soledad & Compañía: Un retrato compartido de Gabriel García Márquez’ en el que aparecen voces como las de Ramón Illán Bacca, Margot García Márquez, Eduardo Márceles Daconte, Quique Scopell, Héctor Rojas Herazo, Nereo López, Heriberto Fiorillo, Carmen Balcells y José Salgar. Hoy su autora piensa si acaso estas páginas fueron una manera de pedir perdón: después de haber sido su alumna en un taller con Gabo en 1995, el hijo del telegrafista cortó toda comunicación con ella.
Silvana nunca supo las razones. Y ya es muy tarde: Gabo murió y con él se llevó el único testimonio que, quizás, le falta a este libro.

Silvana, después de tantos libros sobre García Márquez, entre ellos las extensas biografías de Gerald Martin y Dasso Saldívar), en qué momento sintió que había que aventurarse con un nuevo libro sobre el Nobel...

Fue una cosa paulatina y totalmente desprendida del número de libros que se han escrito. En mi caso descubrí, cuando fui su alumna en 1995, que el maestro se me había convertido en un personaje que debía contar. Y en 2010, cuando lo volví a ver por casualidad montado en una tarima en Ciudad de México, sentí que era la hora de sentarme a escribir esa historia.

Cómo fue eso de entregarse durante más de 15 años a seguirle los pasos a Gabo. ¿Cómo aparecieron en el camino todas esas voces de las que da cuenta este libro?

Fueron dos etapas de entrevistas. Las primeras las hice cuando la revista Talk me pidió un artículo sobre Gabo y les dije que como barranquillera me dedicaría a recoger las voces de los que estuvieron cerca de él antes de ‘Cien años de soledad’. Llegué a Barranquilla primero y un tío me presentó con Juancho Jinete, que había hecho parte del grupo La Cueva. Jinete me presentó a otro de los integrantes y desde ahí empezó una cadena de generosidad. La gente me llamaba a presentarme a los que habían tenido contacto con Gabo, con sus parientes. En la Costa Caribe esas conversaciones duraban horas. Y así también pasó en Bogotá y luego en México. Cuando en 2010 empecé a montar el libro fui buscando más voces e invitados a mi ‘fiesta’. Porque ‘Soledad & Compañía’ es una fiesta donde el lector entra a escuchar a muchos invitados a hablar sobre García Márquez. En estas páginas también aparece su biógrafo inglés, Gerald Martin, y su agente española, Carmen Balcells. Es una fiesta internacional y muy divertida.

¿Cómo lograr buenos testimonios cuando Gabo mismo les tenía prohibido a sus amigos hablar sobre él?

Sabía eso por Tomás Eloy Martínez, uno de sus amigos, y por la experiencia misma de Plinio Apuleyo, que sí habló mucho sobre el Nobel, y por lo mismo fue trasladado a lo que García Márquez llamaba el departamento de rencores. Entonces no intenté hablar con los que sabía no iban a hacerlo. A esos no los invité. No quería aburridos ni censurados en la fiesta.

Este libro implicó también releer la obra de Gabo. ¿Cómo fue eso de reemprender ese camino?

Es algo que recomiendo. Entendiendo su vida, después te diviertes más con sus maravillosos libros, cualquiera que escojas. Por ejemplo, si es ‘El amor en el tiempo del cólera’ después de leer ‘Soledad & Compañía’, aprendes por qué aparece el apellido Daconte en uno de los personajes o que Gabo le robó a Juancho Jinete un dicho del abuelo y lo usó en un libro. O que Gabo les mandaba cuestionarios a sus amigos para que lo ayudaran en sus obras. Por ejemplo, para entender mejor cómo eran las peleas de gallo en ‘El coronel no tiene quien le escriba’ le mandó preguntas a Quique Scopell, amigo gallero.

Pasa también con ‘Vivir para contarla’, sus memorias...

Sí. Es muy divertido leer ‘Vivir para contarla’ y ‘Soledad & Compañía’ de la mano pues aparecen muchos de los personajes que Gabo menciona. Esto fue una gran sorpresa para mí pues mientras yo hacía entrevistas, Gabo escribía sus memorias; estaba en sintonía con él. Es divertido y es la otra cara de la historia. En sus memorias Gabo cuenta su historia y en ‘Soledad y Compañía’ quienes le conocieron dan su versión. Te puedes divertir mucho y aprendes a ver cómo cada historia tiene muchas versiones.

En el transcurso de su investigación se fijó en detalles que parecerían triviales, pero que sin duda permiten conocer más sobre una persona: como la manía de García Márquez por lucir siempre bien combinado y la forma en cuidaba de su bigote...

Sí, con una investigación en la que entrevistas a tanta gente uno descubre cosas como que a Gabo le encantaban los sacos a cuadros. Me fijé en todos los detalles que podían sobretodo humanizar al ídolo. Quería retratar a un García Márquez de carne y hueso. Al García Márquez que vieron los otros. No el Nobel oficial o el Gabo que se volvió carnada política.

En este libro usted rescata lo que ha denominado ‘historia oral’, en la que los testimonios de personajes son los que van tejiendo cada página. ¿Cómo surge la idea de apostar por este género?

Es que escribir quiere decir innovar, buscar la mejor manera de contar la historia. Y este género de ‘historia oral’ era el que necesitaba mi personaje, el Gabriel García Márquez que a mí me interesaba narrar. Me topé con este género en Nueva York mientras era colaboradora de la revista literaria The Paris Review. Su fundador, George Plimpton, es el padre del este género y escribió un par de libros sobre Edie Sedgwick y Truman Capote en los que se interponen las voces de los entrevistados y se les deja hablar como si estuvieran conversando sobre alguien en una fiesta.

Silvana usted manifestó su ‘temor’, si acaso cabe la expresión, de no saber si a García Márquez le iba a gustar su libro. ¿Por qué pensar que no?

Porque no sé si a alguien le gustaría leer un libro sobre lo que piensan los otros de uno mismo. Por eso la gente calla cuando están hablando de alguien y esa persona entra al recinto. Imagínese que usted fuera invisible y pudiera asistir a una fiesta donde más de 50 personas están hablando sin tapujos de lo que piensan de usted.

Gabo murió y usted se quedó sin saber qué fue lo que lo molestó realmente. ¿Serían acaso lo que escribió en The Paris Review o el World Policy Journal? ¿Intentó alguna vez averiguarlo?

Nunca con él, pero sí me pasé horas y horas analizando el tema. Que si fue porque dije que usaba zapatos blancos o porque mencioné a Fidel Castro o porque lo dejé mal ante un amigo comentando que no quería saludarlo.

Lo curioso es que la única oportunidad en que usted compartió con Gabo fue cuando tuvo el privilegio, en 1995, de participar durante tres días en uno de los talleres dictados por él en la naciente Fnpi...

Sí, pero tres días con Gabo me costaron 19 años sin él. Más curioso aún es que no fui la única alumna de ese taller que después escribió sobre esa experiencia, pero sí la única que parece que escribió algo que lo molestó. Exactamente qué, nunca lo supe. Si Gabo, el profesor, me pidió que me sentara junto a él durante todo el taller, me alejó luego como periodista independiente.

En algún momento usted confiesa con mucha valentía que siendo joven no se sintió atraída por la obra de García Márquez, que le producía algo de desdén. ¿En qué momento cambió su percepción?

Seguramente cuando salí del extraño entorno donde crecí, en una Barranquilla donde solo nos gustaba lo que fuera de Miami. Cuando maduré como lectora me hipnotizaba con cada uno de sus libros. Una noche, leyendo un pasaje de ‘Noticia de un secuestro’ me caí de la cama del susto. Pero, sí, no siempre amé los libros de García Márquez, pese a que él dijo alguna vez que Barranquilla era Macondo hecha ciudad. Pero en mi mundo de adolescente barranquillera de finales de los años 70 vivía más en Miami que en los pueblos llenos de abuelos, soldados y gitanos. En nuestras fiestas bailábamos el ‘hustle’, no vallenato. Lo que llaman realismo mágico para nosotras, princesitas que nos creíamos gringas, era corroncho

Usted dice preguntarse a veces si ‘Soledad & Compañía’ lo escribió con la intención de pedir perdón... ¿ya encontró la respuesta?

Bueno, hoy solo me queda pensar que escribí ‘Soledad & Compañía’ porque no quería apartarme de Gabo.

Cercanía y lejanías con García Márquez

Gabo que estás en los cielos



Un hombre que vivió para crear belleza


Gabriel García Márquez fue arrollador y definitivo para Padura Fuentes./ipscuba.net



Treinta y siete años después todavía soy capaz de evocar aquella rutilante tarde dominical en que, con la persistencia de un corredor de fondo, devoré las 150 páginas finales de Cien años de soledad para llegar a entender por qué en el mundo existen estirpes condenadas a tal destino. Mi primer encuentro con la literatura de Gabriel García Márquez fue arrollador y definitivo, como la llegada del apocalipsis que borra a Macondo de la faz de la tierra, y me impulsó en la lectura deslumbrada de toda su obra hasta entonces existente y hallable en Cuba. Con su literatura García Márquez hizo una muesca indeleble en mis gustos estéticos y, como sabría varios años después, en mi propia búsqueda de un estilo literario y periodístico en el cual el rey de la lengua es el adjetivo, esa capacidad de calificación que nadie como él dominó en el arte mayor que es la escritura en castellano.

De la muerte de Gabo, recién acaecida, no voy a hablar. No del vacío que deja. Más bien del espacio que llenó para siempre y de la relación que, sin él saberlo, en la lejanía, tuve con su obra y con su persona –similar a la que tuvimos la mayoría de sus lectores.

Porque solo en una ocasión hablé con él y apenas fueron unas palabras. El encuentro ocurrió en el año 1982 o principios de 1983, durante una de sus muchas visitas a Cuba. Por ese entonces Gabo compartía una animada amistad con el poeta Eliseo Diego –uno de los pocos escritores cubanos que pasó del saludo afectuoso a la relación personal con el Premio Nobel colombiano-. De esa relación se benefició Eliseo Alberto, Lichi, el hijo de Eliseo, que fue el propiciador de ese único encuentro con García Márquez. Por algún motivo que no recuerdo, Gabo le había pedido a Lichi que quería conocer a algunas jóvenes “promesas” de la narrativa cubana, y Lichi preparó una conversación en la que participaríamos Senel Paz, Luis Manuel García, el propio Lichi y yo. El lugar fijado fue el hotel Riviera, donde se alojaba el maestro, y el encuentro ocurriría durante un almuerzo. Para desesperación de nuestros jóvenes estómagos de entonces, Gabo llegó dos casi dos horas de retraso a la cita, dijo estar apurado, y le pidió al camarero “una sopita”, con lo que nos cortó la posibilidad de lanzarnos sobre el menú. Media hora después, terminada su sopa, también había concluido el encuentro de García Márquez con las jóvenes “promesas” de la literatura cubana… por cuya literatura no preguntó una sola vez.

Quizás sin que Gabo nunca lo supiera, por esos mismos tiempos una crónica periodística suya había sido causa de un debate que terminó con la censura del texto escrito por el Premio Nobel. La crónica en cuestión fue la que el colombiano redactó a raíz del asesinato de John Lennon, y que había publicado en México, creo que en la revista Proceso, con la cual colaboraba por ese entonces. Sé que en alguno de mis archivos está guardada esa crónica, en la que Gabo rendía homenaje al sentido ético y civil de Lennon y a su grandeza artística y capacidad para crear belleza… Y el problema surgió cuando a los que por entonces trabajábamos como redactores de El Caimán Barbudo se nos ocurrió que reproducir aquel texto sería, por supuesto, el mejor modo de rendir homenaje al ex Beatle asesinado por un fanático enloquecido. Pero una cosa pensábamos las jóvenes “promesas” del periodismo cubano y otra quienes nos dirigían, que no sé por qué motivo (es intrincado a veces entender los motivos de los censores), consideraron inapropiada la crónica y, de paso, una muestra de nuestros problemas ideológicos el hecho de proponer su publicación en el mensuario cultural.

Unos pocos años después, ya expulsado de El Caimán por mis patentes problemas ideológicos, tuve la fortuna de compartir varias veces una página dominical de Juventud Rebelde con García Márquez. Fue la época dorada del diario, cuando se preparaban esmeradas ediciones dominicales y uno de los platos fuertes era la reproducción de una crónica de Gabo en la página 3 del periódico, acompañada por la de un autor cubano, que me tocó ser a mí en varias ocasiones. Aquella competencia terrible, fue sin embargo un acicate, creo que el más apropiado para que me esforzara por esos años en escribir un periodismo diferente, en el que la literatura, el uso de técnicas narrativas y el cuidado del lenguaje tuvieran el mismo protagonismo que la historia escogida como tema periodístico.

Creo que por fortuna mi relación literaria con Gabo terminó con esas influencias controlables y benéficas. A muchos otros escritores la literatura de García Márquez los marcó de un modo tal que con mucha dificultad o nunca, supieron o pudieron superar el estadio avasallante de la imitación, al que con tanta facilidad arrastraban el estilo, la estética y los delirantes universos garciamarquianos. Pienso, en cambio, que mucho me habría gustado establecer una relación de cercanía personal con él, de quien tantas agudezas y chistes se contaban, nacidos del carácter caribeño que siempre lo acompañó. Pero, quizás por preservar su privacidad o tal vez por otros motivos, García Márquez no fue especialmente abierto a establecer nexos personales con los escritores cubanos, a pesar de sus frecuentes estancias en Cuba. Su círculo de amistades fue cerrado y selecto.

    La última vez que lo vi en público sentí también de modo avasallante la certeza de las crueldades de la vida. Fue hace quizás dos o tres años, durante un concierto de Ernán López-Nussa en La Habana, al que el novelista asistió con su esposa Mercedes y la escritora Wendy Guerra, que insistió en que me acercara y lo saludara. Vi entonces ante mí a un anciano con una sonrisa vacía y una mirada sin brillo, que mantenía un aletargado contacto con la realidad, como casi todos los Aurelianos de su gran novela. Tuve la certeza de que García Márquez ya no solo era el creador de Macondo, sino un habitante vivo del pueblo perdido, sin memoria ni posibilidades de retorno a la realidad de este mundo, del que el escritor ahora se ha ido, provocando una conmoción similar a la que él alabó en John Lennon: porque García Márquez vivió para crear belleza, y eso es lo importante, lo trascendente, lo respetable, más allá de cercanías o lejanías personales, de encuentros cercanos o distancias invencibles.