miércoles, 4 de marzo de 2015

Las cartas de Fuentes a Paz, Cortázar y García Márquez

La Universidad de Princeton abrió la correspondencia del mexicano

Carlos Fuentes, autor mexicano de La región más transparente.

Octavio Paz, autor mexicano de Laberinto de la soledad.

Julio Cortázar, autor argentino de Rayuela.

Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad./revista Ñ

Como todo el mundo, los grandes escritores quieren a sus amigos y les escriben ahora, mails, y, antes, cartas. Eso es lo que se está leyendo ahora, las cartas del mexicano Carlos Fuentes y sus amigos y colegas, Julio Cortázar, el premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, y el Nobel mexicano Octavio Paz.
Semejante correspondencia es, claro, noticia: las cartas están guardadas en la Universidad de Princeton y se abrieron a la consulta el jueves pasado, luego de 19 años de permanecer cerradas. La universidad compró las cartas en 1995 y, por pedido del escritor, selló algunas cajas de correspondencia. A dos años de su muerte, las abrió.
De Cortázar, se pudieron consultar unos 60 sobres. Allí se aprecia el estrecho lazo que los unía. La relación empezó cuando el mexicano le escribió al argentino para invitarlo a colaborar a la Revista Mexicana. En su correspondencia, ambos elogian los libros del otro; Fuentes le dedica largos encomios a Rayuela, Cortázar a La región más transparente. También se contaban los viajes que hacían o comentaban su afecto por Octavio Paz. Conmueve, según cuentan quienes la vieron, la letra temblorosa del argentino en la última carta que le mandó a Fuentes: le dice que su enfermedad no le permite escribir mucho. Y agrega que lo extraña.
García Márquez, el otro destinatario de las cartas de Fuentes, le mandaba textos llenos de bromas, además de comentar los temas que preocupaban a los escritores de la época: la Revolución cubana, los movimientos estudiantiles, la literatura de la región.
Con Octavio Paz lo unió una relación de mutua admiración y de necesidad de conocer la opinión del otro: hablaban de los sucesos políticos, de sus familias. Y, por supuesto, de sus obras, el tema favorito de todos los escritores de todos los tiempos.

Sobre el Gabo comunista y apátrida que dejó morir a Aracataca

Se supone que no hay muerto malo, pero al parecer, para el único Nobel colombiano no aplica tal premisa 

 
Gabriel García Márquez, en su último cumpleaños./revistaaarcadia.com
Es un antipatriota por haberse ido del país, es un indolente sin raíces que no solucionó todos los problemas de Aracataca y de seguro tenía un verdugo reprimido que lo hacía tan afín a Fidel Castro. Como creo en el karma, los chacras y toda esa brujería, me aterra hablar mal de los muertos y más aún de los muertos que admiro. Me lavo las manos ante tales acusaciones y en un intento por protegerme de los castigos del universo, procedo a defender a quién me enseñó que enamorarse y contraer cólera es igual de infeccioso.

De su exilio en México ya han hablado todos los medios colombianos, incluso han publicado una y otra vez un texto que él mismo escribió para El País de España al momento de asilarse en México. En resumen, no fue culpa de Gabo, fue culpa de Turbay Ayala que relacionaba los intelectuales con el M-19, los perseguía, judicializaba y torturaba. Quien no quería correr con la suerte de Feliza Bursztyn o Teresita Gómez, debía irse.

Su amistad con Castro es un tema más complicado. Sí, García Márquez  fue amigo de Fidel, trabajó para la agencia de noticias Prensa Latina durante su gobierno y ayudó a fundar la escuela de cine San Antonio de los Baños. Sin embargo no hay que perder de vista que Gabo llega a Cuba durante la revolución, cuando Castro es todavía un caudillo liderando el derrocamiento de una dictadura, el partido comunista y todos sus peros, aparecen varios años después. Lo que atraía a Gabo no era exactamente el dictador, era el caudillo carismático que aparece reiterativamente en sus novelas, que se convierte en Aureliano Buendía, en el dictador del Otoño del Patriarca, en Simón Bolívar o en el coronel que no tiene quién le escriba. Si García Márquez hubiera estado interesado en la dictadura, la represión y la burocracia, hubiera apoyado también el régimen soviético que le fue tan distante, no lo digo yo, lo dice Plinio Apuleyo Mendoza que vivió con él las épocas de Presa Latina, la revolución y Fidel.

García Márquez cumplió una importante labor como denunciante de la violencia y el narcotráfico en Colombia, e hizo siempre un llamado a la paz y a la identidad cultural, que al fin de cuentas, pesa mucho más que sus supuestas filiaciones políticas. Hugo Boss diseñó los uniformes de las SS del partido nazi y aún así, el 80% de los hombres huelen a Hugo Red. Entonces, ¿Por qué ha de importar que un escritor mantenga amistad con un dictador, si toda la vida repudió las armas y defendió los derechos humanos?


Antes de llegar al drama de Aracataca y el nobel aprovechado que la usó como recurso creativo y nunca le dio un peso, me voy a permitir dos ejemplos. Manuel Elkin Patarroyo nació en Ataco, un municipio del Tolima, pobre y famoso por la explotación infantil en minas ilegales de oro. Patarroyo, en lugar de hacer la tarea del Bienestar Familiar y encargarse de la explotación de menores; o la de la Secretaría de Educación y encargarse de la desescolarización, o incluso, la del Ministerio de Salud y llenar de recursos el hospital de Ataco para que atendiera los niños lesionados por el oro, decidió hacer su tarea de científico e intentar crear una vacuna contra la malaria que evitara 1.2 millones de muertes al año.

Pablo Escobar, construyó más de 50 canchas de fútbol, el barrio Medellín sin Tugurios y hasta tuvo un silla en el senado por el movimiento Alternativa Liberal. Escobar fue un narco, y cumpliendo su tarea de narco lideró el Cartel de Medellín, fue responsable de atentados con explosivos, magnicidios y cientos de asesinatos. Libró una guerra de carteles, tumbó un avión y dejó más de 10 mil víctimas. Pero eso sí, muchos pobres jugaron fútbol gracias a él.

Acusar a Gabriel García Márquez de no haber construido un acueducto para Aracataca es como acusar a Patarroyo de no acabar con la explotación infantil en Ataco, o como beatificar a Escobar por regalarle canchas y barrios a los pobres de Medellín. Simplemente, es ridículo. Si bien es cierto que todos tenemos la responsabilidad moral de contribuir a la sociedad y que al tener un talento especial la responsabilidad es mayor, es evidente que cada quien debe hacerlo desde su quehacer individual: el administrador público lo hará administrando obras públicas, el educador lo hará educando, el gobernante lo hará gobernando y el escritor lo hará escribiendo.
Aunque Gabo sostuvo que “… la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del suelo”, siempre se valió de la escritura y de su propia voz para cumplir su cuota con la sociedad. No le faltaron agallas para condenar las armas, denunciar el narcotráfico, la violencia y la corrupción. Tampoco desaprovechó ocasión alguna para proponer alianzas ecológicas, reformas a la educación, uniones latinoamericanas o repetir hasta el cansancio que América Latina es el principal productor mundial de imaginación creadora, y que es está la materia prima que dará solución a los millones de problemas que nos aquejan: “La virtud que nos salva es que no nos dejamos morir de hambre por obra y gracia de la imaginación creadora, porque hemos sabido ser faquires en la India, maestros de inglés en Nueva York o camelleros en el Sáhara”.  -La patria amada aunque distante, mayo de 2003-