lunes, 29 de junio de 2015

El año en que se fue Gabriel García Márquez

Un día de abril de 2014 el cielo se llenó de mariposas amarillas para despedir a Gabriel García Márquez, el maestro del realismo mágico, el colombiano eterno que se marchó tras dejar un enorme legado que queda entre las joyas de la literatura

Gabriel García Márquez, 1927-2014, sudario./Rodrigo García Barcha. /lainformacion.com
Era el 18 de abril cuando se apagaba a los 87 años la vida de García Márquez en su domicilio de la capital mexicana, ubicado en la calle Fuego, tras no superar una infección pulmonar.
El novelista había llegado el 8 de abril a su casa en camilla, trasladado por una ambulancia del hospital donde estuvo internado unos días y, como pasó con su estado de salud en los últimos años, el hermetismo fue total sobre su evolución hasta el fallecimiento.
Fue precisamente junto a esa fachada de piedra y ladrillo donde el galardonado con el Nobel de Literatura en 1982 fue visto en público una de las últimas veces, el 6 de marzo, día de su cumpleaños, cuando salió a saludar a los periodistas que acudieron a felicitarlo.
Con una rosa amarilla en la solapa, su flor favorita, y una gran sonrisa, Gabo fue festejado por los comunicadores con "Las Mañanitas", la canción típica de cumpleaños en México.
Cada 6 de marzo decenas de periodistas acudían a su casa y eran testigos de la llegada de flores y regalos para celebrar cada cumpleaños del maestro del realismo mágico.
Aunque pasaba temporadas en su Colombia natal, sobre todo en Cartagena de Indias, García Márquez convirtió en su hogar hace más de medio siglo a México, donde escribió su novela más universal, "Cien años de soledad".
De su mudanza a México presumía su amigo y escritor Álvaro Mutis (1923-2013), pero lo cierto es que un viaje circunstancial, el 2 de julio de 1961 y que solo duraría una semana, se convirtió en definitivo y con el tiempo se fue vinculando al país.
Casi siempre sin avisar y cada vez con menos frecuencia, aparecía en eventos públicos de sus amigos, en conciertos de sus artistas favoritos, como Joaquín Sabina o Diego "El Cigala". Sigiloso, sin querer llamar la atención, pese a que movía multitudes.
En sus últimos años de vida corrieron rumores de que estaba perdiendo la memoria, que se estaba apagando poco a poco la mente brillante que enamoró al mundo con obras eternas como El amor en los tiempos del cólera, El coronel no tiene quien le escriba, La hojarasca, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada,  El general en su laberinto.
Sin embargo, estos últimos tiempos no quitaron un ápice de valor al legado que el escritor deja a la literatura universal.
García Márquez "se queda en sus libros, y se va a quedar no ahora, no para nosotros, porque dentro de 500 años y dentro de mil, si existimos, habrá quienes estén leyendo al Gabo", asegura su amiga y escritora Ángeles Mastretta.
La venta de su archivo personal, compuesto por manuscritos, notas, fotos y correspondencia, al Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas (Estados Unidos) suscitó polémica hace unos días. Sin embargo, personas de su entorno defendieron la decisión de la familia.
Jaime Abello, director general de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), dijo a Efe que el "legado" más importante de Gabo no era otro sino "su propia obra literaria" y sus "ideas", aún por estudiar y evaluar.
Queda, además, el cine, en el que trabajó como guionista en la escuela de cinematografía de Cuba y el festival de cine de Cartagena, "con el que se comprometió tanto", comentó Abello.
Y otro gran legado, fruto de su gran pasión, es la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, ya que Gabo quería ser recordado como periodista antes que nada y como el creador del mejor periódico del mundo, un sueño que intentó en varias etapas de su vida, pero que no pudo realizar.
"No quiero que se me recuerde ni por  Cien años de soledad ni por lo del nobel, sino por el periódico", dijo en alguna ocasión García Márquez. "Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca, lo llevo en la sangre, me tira", decía.
A lo largo de su vida, trabajó en numerosos medios, sobre todo en Colombia, como El Heraldo, El Universal, El Espectador o la Agencia de Prensa Latina, entre otros.
Sin embargo, por diferentes motivos nunca pudo cumplir su sueño, dijo Abello, por lo que decidió crear la fundación para "entrenar a los jóvenes" y que algún día haya alguien que haga el mejor periódico del mundo y con ello cumpla en su nombre su sueño.

viernes, 26 de junio de 2015

136 escritores aspiran al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2015

Un total de 136 escritores de 19 países se postularon a la segunda edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, creado por el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia, en homenaje al escritor colombiano más universal de todos los tiempos, fallecido en ciudad de México en abril del año anterior


Segunda Convocatoria del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez/premiohispanoamericanodecuentoggm.gov.co
La convocatoria para los cuentistas en lengua española, que entrega por segundo año consecutivo un estímulo de cien mil dólares al escritor ganador, recibió postulaciones en su mayoría de países como Argentina (26 autores postulados); Colombia (25 autores inscritos), España (18 escritores) y México (16 participantes).
Al premio se postularon además autores de países como Chile (9 inscritos); Venezuela (8 inscritos), Estados Unidos y Puerto Rico, cada uno con 6 escritores; Bolivia (4 postulaciones). De países como Ecuador, Francia y Perú, se recibieron nueve postulaciones, tres por cada país, respectivamente.
La lista de escritores participantes se cierra con Panamá y Guatemala, cada país con dos inscritos. De Costa Rica, Cuba, Honduras, República Dominicana y Paraguay, el Premio recibió una postulación por cada país.  
El jurado encargado de escoger a los cinco finalistas está conformado por el escritor español Enrique Vila-Matas, el escritor, traductor y editor argentino-canadiense, Alberto Manguel; la escritora, ensayista, crítica literaria y académica mexicana, Margo Glantz; la cuentista, novelista y ensayista, argentina, Liliana Heker; y por Colombia, Luis Fayad. 
El ganador se anunciará en el mes de noviembre próximo en la ciudad de Bogotá y recibirá como premio cien mil dólares, uno de los más grandes estímulos económicos que se entrega al género de cuento en Hispanoamérica. Todos los libros concursantes circularán en la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia, conformada por 1.404 Bibliotecas.
El Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que busca estimular la apuesta de cientos de escritores dedicados a este género y motivar la lectura y la escritura de los colombianos y proyectarlos al ámbito hispanoamericano, tendrá una vigencia de 20 años.
En la primera versión, celebrada en 2014, participaron 123 libros de cuentos. El ganador fue el escritor argentino, Guillermo Martínez, con su libro de cuentos Una felicidad repulsiva.
El Premio se otorgará anualmente a un libro de cuentos de un escritor, con la condición de que su obra haya sido originalmente escrita en español y editada por primera vez el año inmediatamente anterior al de la convocatoria. 

jueves, 25 de junio de 2015

Un colombiano universal

La fama de Gabriel García Márquez no conocía fronteras. Sin embargo, pocos imaginaron que al día siguiente de su muerte -el 18 de abril- su imagen adornaría la portada de la mayoría de los periódicos del mundo
Un lector lee en su momento el diario El País de Cali. Colombia./semana.com

 
Las ediciones extraordinarias de El País de Cali, mientras una voceadora exhibe la edición extraordinaria de El Espectador de Bogotá, Colombia.
En un extenso artículo el diario  The New York Times lo llamó gigante del siglo XX;  Al Jazeera, el medio de los Emiratos Árabes, lo consideró una de las voces más importantes del siglo; la revista Time afirmó que era el autor de habla hispana más importante desde Miguel de Cervantes; The Guardian comparó el impacto de Cien años de soledad con el Ulises de James Joyce y El País de España anunció la muerte de un genio de la literatura con un gran especial compuesto de artículos y fotogalerías
Quedaba claro que García Márquez había logrado lo que pocos consiguen: que Macondo –un escenario auténticamente caribeño– hiciera parte del imaginario del mundo entero. En los metros de Europa y Estados Unidos es fácil encontrarse con gente absorta leyendo Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, y en Berlín y Figueres (España), entre otras ciudades,  hay bares y restaurantes que llevan por nombre el del pueblo en el que García Márquez situó la mayoría de sus obras.
La hazaña no era fácil. El lenguaje garciamarquiano es marcadamente latinoamericano –al igual que los escenarios y las costumbres de los personajes-. Y los libros incorporan eventos históricos poco conocidos fuera de Colombia como la pelea entre el obispo y las monjas clarisas, que aparece en Del amor y otros demonios, y la masacre de las bananeras de Cien años de soledad. Pero el realismo mágico es un concepto universal. Todas las culturas tienen creencias inverosímiles que hacen parte de la cotidianidad y se convierten en verdades absolutas. Por ejemplo, muchos irlandeses no dudan de la existencia de duendes y hadas y los tibetanos y nepaleses son capaces de identificar la reencarnación de un monje en un niño de dos años.
Una y otra vez García Márquez dijo que él narraba la realidad, pero que a veces esta resultaba tan increíble que parecía inventada. Para muchos europeos y norteamericanos un pueblo como Macondo –en el que el calor ahoga, el tiempo se estanca y las cosas se ven como por entre un vidrio ondulado a causa de la temperatura- es una exageración del autor, y simplemente no hay coroneles que duren décadas esperando tener noticia del pago de su jubilación.
Sin embargo, Gabo supo ver que todo esto hace parte de la realidad de muchos colombianos. Es más, todavía hay quienes creen que tomar el agua en la que se han hervido un par de ratas es un fabuloso remedio para el asma y que el santo José Gregorio Hernández opera a los enfermos. Lo único que hay que hacer es acostarse en un cuarto absolutamente solo a la hora acordada con alguna de las personas que interviene por él, poner en una mesa un pedazo de algodón y poco de alcohol, y esperar. Entre esto y la famosa asunción de Remedios la Bella en Cien años de soledad no hay mucha diferencia.
Gabo era capaz de navegar magistralmente esa delgada línea entre la realidad y la imaginación, y el gran manejo que tenía del español era su mejor herramienta. Hay quienes suelen pensar que la clave de la buena escritura está en el dominio de los adjetivos, pero para el colombiano lo más importante era escoger los verbos correctamente pues ellos determinan la acción de la frase. Y los que más utilizó –según dijo en varias entrevistas- fueron los que expresan las diferentes facetas del poder.
Para Gabo, este no aparecía en hombres como Fidel Castro y Omar Torrijos, sino a todo lo largo y ancho de la pirámide social. En Macondo –por ejemplo- no había nadie más poderoso que la Mamá Grande. Ella era “soberana absoluta del reino de Macondo, que vivió en función de dominio durante 92 años y murió en olor de santidad  un martes de septiembre pasado, y a cuyos funerales vino el Sumo Pontífice”.
Pero tal vez la fascinación mundial por Gabo se deba a la dulzura con que supo describir el amor. Para él –según dijo en una entrevista con Televisión Española- ese es “el más poderoso, importante, grande y eterno de todos los poderes”, y lo dejó inmortalizado en la relación entre Florentino Ariza y Fermina Daza. Estos personajes –al igual que la familia Buendía, el doctor Juvenal Urbino, Sierva María de los Ángeles y el Coronel- hacen parte de la vida de millones de personas alrededor del mundo.

miércoles, 24 de junio de 2015

Llevan obra de García Márquez a presos puertorriqueños para su rehabilitación

La obra del Nobel colombiano Gabriel García Márquez se utilizará como herramienta para ayudar a presos puertorriqueños en su proceso de rehabilitación, informó el secretario de Estado, David Bernier

 
Gabriel García Márquez con su obra ayuda a la rehabilitación de internos puertorriqueños./lainformacion.com
Según detalló, esta iniciativa se dio gracias a una colaboración entre el consulado de Colombia en Puerto Rico "para reforzar los programas de literatura" del Departamento de Corrección y Rehabilitación (DCR) en la isla.
Bernier señaló que el laureado escritor puertorriqueño Juan López Bauzá realizará también talleres combinados de lectura en escuelas y penitenciarías de la isla con el mismo fin de rehabilitar a los presos.
En un comunicado, agregó que luego de que los confinados lean los libros de García Márquez se formarán clubes de lectura con otros presos en las cárceles de la isla para trabajar sobre sus textos.
Resaltó además que otro de los propósitos del proyecto es que los presos participantes puedan asistir "a escuelas del país para motivar a los estudiantes con el enriquecimiento de la literatura".
Como parte de esta iniciativa se donarán dos colecciones de libros, una a la University Gardens High School, en San Juan, y la otra al Colegio San Carlos de Aguadilla, localidad en el noroeste de la isla. También recibirán libros una cárcel de mujeres y otra de hombres.
"La lectura es un elemento enriquecedor de crecimiento como ser humano", destacó el secretario del DCR, José Negrón Fernández, quien agregó que las destrezas en la redacción y lectura que han desarrollado algunos confinados las podrán impartir después a las escuelas para que los estudiantes se motiven "a cultivar la dedicación a la lectura".
Añadió que estos confinados, quienes están en el nivel avanzado de literatura en las prisiones en Puerto Rico, actualmente participan de un certamen de cuentos entre cárceles dirigido por Milagros Rivera Waterson.
Gabriel García Márquez falleció el pasado 17 de abril en México a sus 87 años.  Premio Nobel de Literatura en 1982 y publicó conocidos libros como Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, Noticia de un secuestro  y El amor en los tiempos del cólera.

martes, 23 de junio de 2015

Gabo

Su existencia fue el testimonio de un ser humano en búsqueda de creación que, a base de cuidado, compromiso y conciencia crítica, se insertó en la historia literaria del mundo para invitarnos a leer, escribir y ser

 
Gabriel García Márquez, un escritor para leer y releer./elespectador.com
Qué buen complemento del leer y el escribir, ocuparnos hoy de esta espléndida personalidad Caribe y del mejor novelista colombiano, en toda su historia. Tracemos entonces, a grandes zancadas, unas reflexiones sobre su vida ejemplar. Mi acercamiento a él fue paulatino, y por supuesto que, a raíz del Nobel, aumentó mi interés por leer y disfrutar su obra, hasta su final tranquilo de 2014 en México.
Al revisar su labor, conocimos su progresivo éxito, con base en el trabajo tesonero; el compromiso con la causa socialista y democrática; su contribución a la búsqueda de la paz y su defensa de la vida. Todo esto, nos indica la evolución magnífica de un colombiano, de un hijo de la América Latina, de un ciudadano del mundo que se hizo acreedor al amor y respeto de sus lectores por lo que fue, y por haberse convertido en un artista del idioma y de la imaginación creadora.
¿Cómo olvidar la magnífica experiencia periodística plasmada en El Universal, El Heraldo y, sobre todo, en El Espectador? ¿Cómo no reconocer la vitalidad de García Márquez aún en sus últimos años de existencia? El cuidado de su vocación; la conciencia de su importancia como escritor latinoamericano excepcional, apoyadas por su merecida liberación económica, le permitieron seguir incrementando su producción literaria con textos de calidad que aumentaron su prestigio. Y para hacerlo, siguió leyendo y escribiendo acompañado por su música: Mozart, Chopin, Bach, Frank, Schumann, Wagner, Debussy, Brukner, Brahms, Satie, Beethoven… los vallenatos y los boleros.
Si recorremos su transcurrir vital, a partir del otorgamiento del Nobel, vamos a encontrar que no bajó la guardia frente al peso inmenso del prestigio, sino que -metódica y plácidamente- ejercitó su cerebro y “calentó el brazo”, para compartir con los millones de lectores lo mejor de su fecunda existencia. Cuán grato, como colombiano y latinoamericano, es ver sus obras en las mejores librerías y bibliotecas del mundo. Y: ¿cómo no tener en cuenta la creación en Cuba de la Fundación para el Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL), y de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en Cartagena?
Los personajes que se ocuparon de él han sido jefes de Estado, literatos de prestigio mundial, profesores universitarios, periodistas y personalidades quienes, habiéndolo conocido y/o estudiado en distintos momentos, han dado a conocer percepciones sobre su desarrollo histórico y el impacto de sus obras. El trasegar en torno a las realizaciones de GABO, es una invitación a conocer su lucha, limitaciones, búsquedas y dedicación, hasta su triunfo internacional. No olvidemos: su lectura es uno de los pasos posibles para aprender a escribir.
Una de las grandes satisfacciones que tuvo Gabo, fue poder contar con un serio biógrafo inglés. Pienso que el libro Gabriel García Márquez. Una vida, ayudará eficazmente a la perdurabilidad de su obra. El texto está estructurado en tres partes, con ocho capítulos cada una, que permiten comprender contextualmente su evolución: 1- Colombia, su punto de referencia sustantivo. 2- Europa y América Latina, que le facilitaron enriquecer su personalidad y su visión de la existencia humana. 3- El hombre de mundo, que disfruta de su fama y participación en política, estando cerca del poder. De la revisión de esta obra, puede inferirse una gran compenetración del autor con los diversos contextos, el estilo, la evolución, la calidad de sus contenidos y la personalidad del biografiado.
Es el descubrimiento más significativo que encuentra Gerald Martin en la lengua castellana del siglo XX, y está de acuerdo en designarlo “el Cervantes de nuestro tiempo”. El libro es la narración de la vida de un joven perteneciente a los espectros medios de la población que, gracias al desarrollo de su vocación, asciende a la cúspide del prestigio mundial por la calidad del trabajo literario y la magia de sus escritos. ¿Por qué leerlo? Porque aún es tiempo para potenciar vocaciones literarias que se acerquen creativamente a la comprensión de nuestra compleja realidad y a sus procesos de fortalecimiento democrático. Y también: porque la vida de García Márquez es un paradigma de trabajo responsable y superación. En pleno siglo XXI la juventud, latinoamericana y mundial, necesita ejemplos vivos que le enseñen a insertarse en la transformación de la realidad y a ser significantes en medio de las globalizaciones. Para los estudiosos universitarios, esta biografía es indispensable para comprender la evolución de un latinoamericano ejemplar por su sensibilidad con los más importantes valores libertarios occidentales.
La entrega de la segunda edición especial de “Cien años de soledad” y el Acto Solemne de Cartagena en 2007, fueron hechos político–literarios de alcance iberoamericano, que nos enalteció como colombianos y permitió mostrar que -en medio de un grave desajuste político–institucional, que puso en peligro la supervivencia de nuestra democracia- el reconocimiento a García Márquez nos exaltó ante el mundo y recordó ostensiblemente que Colombia no era, ni es, solo corrupción, pseudogerrilla, paramilitarismo, narcotráfico y todas sus nefastas combinaciones, que hay que enfrentar con más democracia y no solo con represión.
Ante las deficiencias permanentes que existen sobre el dominio de nuestro idioma -a lo largo de todo el sistema educativo- ¿no habrá llegado el momento de estudiar la institucionalización de la Cátedra García Márquez y organizar talleres regionales, dirigidos especialmente a profesores universitarios, para facilitar el surgimiento de nuevas vocaciones con amor por las artes y los oficios de leer y escribir?
Para la juventud universitaria, tan necesitada de ejemplos vivos de consagración y de triunfo, la vida de Gabo está abierta a su consideración, deseando no olvidar que, en medio de la gran desolación producida por las violencias, los actuales impactos de las conductas desviadas (anomias) y las faltas de cohesión social (atonías), existen caminos que invitan a seguir impulsando la construcción de una sociedad justa (con estructuras que institucionalicen la equidad ante el poder); pacífica (con ausencia de violencia abierta y estructural); libre (relacionada con todos los países y sin sometimiento a potencia alguna); y en búsqueda de un proceso de desarrollo sostenido y democrático.
Conocedores de la obra de Gabo, afirmemos nuestro amor al universo, la Tierra, la vida y lo humano. ¡Leámoslo y releámoslo!

domingo, 21 de junio de 2015

El cuento del domingo


Gabriel García Márquez
Muerte constante más allá del amor
Al senador Onésimo Sánchez le faltaban seis meses y once días para morirse cuando encontró a la mujer de su vida. La conoció en el Rosal del Virrey, un pueblecito ilusorio que de noche era una dársena furtiva para los buques de altura de los contrabandistas, y en cambio a pleno sol parecía el recodo más inútil del desierto, frente a un mar árido y sin rumbos, y tan apartado de todo que nadie hubiera sospechado que allí viviera alguien capaz de torcer el destino de nadie. Hasta su nombre parecía una burla, pues la única rosa que se vio en aquel pueblo la llevó el propio senador Onésimo Sánchez la misma tarde en que conoció a Laura Farina.
Fue una escala ineludible en la campaña electoral de cada cuatro años. Por la mañana habían llegado los furgones de la farándula. Después llegaron los camiones con los indios de alquiler que llevaban por los pueblos para completar las multitudes de los actos públicos. Poco antes de las once, con la música y los cohetes y los camperos de la comitiva, llegó el automóvil ministerial del color del refresco de fresa. El senador Onésimo Sánchez estaba plácido y sin tiempo dentro del coche refrigerado, pero tan pronto como abrió la puerta lo estremeció un aliento de fuego y su camisa de seda natural quedó empapada de una sopa lívida, y se sintió muchos años más viejo y más solo que nunca. En la vida real acababa de cumplir 42, se había graduado con honores de ingeniero metalúrgico en Gotinga, y era un lector perseverante aunque sin mucha fortuna de los clásicos latinos mal traducidos. Estaba casado con una alemana radiante con quien tenía cinco hijos, y todos eran felices en su casa, y él había sido el más feliz de todos hasta que le anunciaron, tres meses antes, que estaría muerto para siempre en la próxima Navidad.
Mientras se terminaban los preparativos de la manifestación pública, el senador logró quedarse solo una hora en la casa que le habían reservado para descansar. Antes de acostarse puso en el agua de beber una rosa natural que había conservado viva a través del desierto, almorzó con los cereales de régimen que llevaba consigo para eludir las repetidas fritangas de chivo que le esperaban en el resto del día, y se tomó varias píldoras analgésicas antes de la hora prevista, de modo que el alivio le llegara primero que el dolor. Luego puso el ventilador eléctrico muy cerca del chinchorro y se tendió desnudo durante quince minutos en la penumbra de la rosa, haciendo un grande esfuerzo de distracción mental para no pensar en la muerte mientras dormitaba. Aparte de los médicos, nadie sabía que estaba sentenciado a un término fijo, pues había decidido padecer a solas su secreto, sin ningún cambio de vida, y no por soberbia sino por pudor.
Se sentía con un dominio completo de su albedrío cuando volvió a aparecer en público a las tres de la tarde, reposado y limpio, con un pantalón de lino crudo y una camisa de flores pintadas, y con el alma entretenida por las píldoras para el dolor. Sin embargo, la erosión de la muerte era mucho más pérfida de lo que él suponía, pues al subir a la tribuna sintió un raro desprecio por quienes se disputaron la suerte de estrecharle la mano, y no se compadeció como en otros tiempos de las recuas de indios descalzos que apenas si podían resistir las brasas de caliche de la placita estéril. Acalló los aplausos con una orden de la mano, casi con rabia, y empezó a hablar sin gestos, con los ojos fijos en el mar que suspiraba de calor. Su voz pausada y honda tenía la calidad del agua en reposo, pero el discurso aprendido de memoria y tantas veces machacado no se le había ocurrido por decir la verdad sino por oposición a una sentencia fatalista del libro cuarto de los recuerdos de Marco Aurelio.
—Estamos aquí para derrotar a la Naturaleza —empezó, contra todas sus convicciones—. Ya no seremos más los expósitos de la patria, los huérfanos de Dios en el reino de la sed y la intemperie, los exilados en nuestra propia tierra. Seremos otros, señoras y señores, seremos grandes y felices.
Eran las fórmulas de su circo. Mientras hablaba, sus ayudantes echaban al aire puñados de pajaritas de papel, y los falsos animales cobraban vida, revoloteaban sobre la tribuna de tablas, y se iban por el mar. Al mismo tiempo, otros sacaban de los furgones unos árboles de teatro con hojas de fieltro y los sembraban a espaldas de la multitud en el suelo de salitre. Por último armaron una fachada de cartón con casas fingidas de ladrillos rojos y ventanas de vidrio, y taparon con ella los ranchos miserables de la vida real.
El senador prolongó el discurso, con dos citas en latín, para darle tiempo a la farsa. Prometió las máquinas de llover, los criaderos portátiles de animales de mesa, los aceites de la felicidad que harían crecer legumbres en el caliche y colgajos de trinitarias en las ventanas. Cuando vio que su mundo de ficción estaba terminado, lo señaló con el dedo.
—Así seremos, señoras y señores gritó —. Miren. Así seremos.
El público se volvió. Un trasatlántico de papel pintado pasaba por detrás de las casas, y era más alto que las casas más altas de la ciudad de artificio. Sólo el propio senador observó que a fuerza de ser armado y desarmado, y traído de un lugar para el otro, también el pueblo de cartón superpuesto estaba carcomido por la intemperie, y era casi tan pobre y polvoriento y triste como el Rosal del Virrey.
Nelson Farina no fue a saludar al senador por primera vez en doce años. Escuchó el discurso desde su hamaca, entre los retazos de la siesta, bajo la enramada fresca de una casa de tablas sin cepillar que se había construido con las mismas manos de boticario con que descuartizó a su primera mujer. Se había fugado del penal de Cayena y apareció en el Rosal del Virrey en un buque cargado de guacamayas inocentes, con una negra hermosa y blasfema que se encontró en Paramaribo, y con quien tuvo una hija. La mujer murió de muerte natural poco tiempo después, y no tuvo la suerte de la otra cuyos pedazos sustentaron su propio huerto de coliflores, sino que la enterraron entera y con su nombre de holandesa en el cementerio local. La hija había heredado su color y sus tamaños, y los ojos amarillos y atónitos del padre, y éste tenía razones para suponer que estaba criando a la mujer más bella del mundo.
Desde que conoció al senador Onésimo Sánchez en la primera campaña electoral, Nelson Farina había suplicado su ayuda para obtener una falsa cédula de identidad que lo pusiera a salvo de la justicia. El senador, amable pero firme, se la había negado. Nelson Farina no se rindió durante varios años, y cada vez que encontró una ocasión reiteró la solicitud con un recurso distinto. Pero siempre recibió la misma respuesta. De modo que esta vez se quedó en el chinchorro, condenado a pudrirse vivo en aquella ardiente guarida de bucaneros. Cuando oyó los aplausos finales estiró la cabeza, y por encima de las estacas del cercado vio el revés de la farsa: los puntales de los edificios, las armazones de los árboles, los ilusionistas escondidos que empujaban el trasatlántico. Escupió su rencor.
—Merde —dijo— c'est le Blacaman de la politique.
Después del discurso, como de costumbre, el senador hizo una caminata por las calles del pueblo, entre la música y los cohetes, y asediado por la gente del pueblo que le contaba sus penas. El senador los escuchaba de buen talante, y siempre encontraba una forma de consolar a todos sin hacerles favores difíciles. Una mujer encaramada en el techo de una casa, entre sus seis hijos menores, consiguió hacerse oír por encima de la bulla y los truenos de pólvora.
—Yo no pido mucho, senador —dijo—, no más que un burro para traer agua desde el Pozo del Ahorcado.
El senador se fijó en los seis niños escuálidos.
—¿Qué se hizo tu marido? — preguntó.
—Se fue a buscar destino en la isla de Aruba —contestó la mujer de buen humor—, y lo que se encontró fue una forastera de las que se ponen diamantes en los dientes.
La respuesta provocó un estruendo de carcajadas.
—Está bien —decidió el senador— tendrás tu burro.
Poco después, un ayudante suyo llevó a casa de la mujer un burro de carga, en cuyos lomos habían escrito con pintura eterna una consigna electoral para que nadie olvidara que era un regalo del senador.
En el breve trayecto de la calle hizo otros gestos menores, y además le dio una cucharada a un enfermo que se había hecho sacar la cama a la puerta de la casa para verlo pasar. En la última esquina, por entre las estacas del patio, vio a Nelson Farina en el chinchorro y le pareció ceniciento y mustio, pero lo saludó sin afecto:
—Cómo está.
Nelson Farina se revolvió en el chinchorro y lo dejó ensopado en el ámbar triste de su mirada.
—Moi, vous savez —dijo.
Su hija salió al patio al oír el saludo. Llevaba una bata guajira ordinaria y gastada, y tenía la cabeza guarnecida de moños de colores y la cara pintada para el sol, pero aun en aquel estado de desidia era posible suponer que no había otra más bella en el mundo. El senador se quedó sin aliento.
—¡Carajo —suspiró asombrado— las vainas que se le ocurren a Dios!
Esa noche, Nelson Farina vistió a la hija con sus ropas mejores y se la mandó al senador. Dos guardias armados de rifles, que cabeceaban de calor en la casa prestada, le ordenaron esperar en la única silla del vestíbulo.
El senador estaba en la habitación contigua reunido con los principales del Rosal del Virrey, a quienes había convocado para cantarles las verdades que ocultaba en los discursos. Eran tan parecidos a los que asistían siempre en todos los pueblos del desierto, que el propio senador sentía el hartazgo de la misma sesión todas las noches. Tenía la camisa ensopada en sudor y trataba de secársela sobre el cuerpo con la brisa caliente del ventilador eléctrico que zumbaba como un moscardón en el sopor del cuarto.
—Nosotros, por supuesto, no comemos pajaritos de papel —dijo—. Ustedes y yo sabemos que el día en que haya árboles y flores en este cagadero de chivos, el día en que haya sábalos en vez de gusarapos en los pozos, ese día ni ustedes ni yo tenemos nada que hacer aquí. ¿Voy bien?
Nadie contestó. Mientras hablaba, el senador había arrancado un cromo del calendario y había hecho con las manos una mariposa de papel. La puso en la corriente del ventilador, sin ningún propósito, y la mariposa revoloteó dentro del cuarto y salió después por la puerta entreabierta. El senador siguió hablando con un dominio sustentado en la complicidad de la muerte.
—Entonces —dijo— no tengo que repetirles lo que ya saben de sobra: que mi reelección es mejor negocio para ustedes que para mí, porque yo estoy hasta aquí de aguas podridas y sudor de indios, y en cambio ustedes viven de eso.
Laura Farina vio salir la mariposa de papel. Sólo ella la vio, porque la guardia del vestíbulo se había dormido en los escaños con los fusiles abrazados. Al cabo de varias vueltas la enorme mariposa litografiada se desplegó por completo, se aplastó contra el muro, y se quedó pegada. Laura Farina trató de arrancarla con las uñas. Uno de los guardias, que despertó con los aplausos en la habitación contigua, advirtió su tentativa inútil.
—No se puede arrancar —dijo entre sueño—. Está pintada en la pared.
Laura Farina volvió a sentarse cuando empezaron a salir los hombres de la reunión. El senador permaneció en la puerta del cuarto, con la mano en el picaporte, y sólo descubrió a Laura Farina cuando el vestíbulo quedó desocupado.
—¿Qué haces aquí?
—C'est de la part de mon père —dijo ella.
El senador comprendió. Escudriñó a la guardia soñolienta, escudriñó luego a Laura Farina cuya belleza inverosímil era más imperiosa que su dolor, y entonces resolvió que la muerte decidiera por él.
—Entra —le dijo.
Laura Farina se quedó maravillada en la puerta de la habitación: miles de billetes de Banco flotaban en el aire, aleteando como la mariposa. Pero el senador apagó el ventilador, y los billetes se quedaron sin aire, y se posaron sobre las cosas del cuarto.
—Ya ves —sonrió— hasta la mierda vuela.
Laura Farina se sentó como en un taburete de escolar. Tenía la piel lisa y tensa, con el mismo color y la misma densidad solar del petróleo crudo, y sus cabellos eran de crines de potranca y sus ojos inmensos eran más claros que la luz. El senador siguió el hilo de su mirada y encontró al final la rosa percudida por el salitre.
—Es una rosa —dijo.
—Sí —dijo ella con un rastro de perplejidad—, las conocí en Riohacha.
El senador se sentó en un catre de campaña, hablando de las rosas, mientras se desabotonaba la camisa. Sobre el costado, donde él suponía que estaba el corazón dentro del pecho, tenía el tatuaje corsario de un corazón flechado. Tiró en el suelo la camisa mojada y le pidió a Laura Farina que lo ayudara a quitarse las botas.
Ella se arrodilló frente al catre. El senador la siguió escrutando, pensativo, y mientras le zafaba los cordones se preguntó de cuál de los dos sería la mala suerte de aquel encuentro.
—Eres una criatura —dijo.
—No crea —dijo ella—. Voy a cumplir 19 en abril.
El senador se interesó. —Qué día.
—El once —dijo ella.
El senador se sintió mejor. «Somos Aries», dijo.
Y agregó sonriendo: —Es el signo de la soledad.
Laura Farina no le puso atención pues no sabía qué hacer con las botas. El senador, por su parte, no sabía qué hacer con Laura Farina, porque no estaba acostumbrado a los amores imprevistos, y además era consciente de que aquél tenía origen en la indignidad. Sólo por ganar tiempo para pensar aprisionó a Laura Farina con las rodillas, la abrazó por la cintura y se tendió de espaldas en el catre. Entonces comprendió que ella estaba desnuda debajo del vestido, porque el cuerpo exhaló una fragancia oscura de animal de monte, pero tenía el corazón asustado y la piel aturdida por un sudor glacial.
—Nadie nos quiere —suspiró él.
Laura Farina quiso decir algo, pero el aire sólo le alcanzaba para respirar. La acostó a su lado para ayudarla, apagó la luz, y el aposento quedó en la penumbra de la rosa. Ella se abandonó a la misericordia de su destino. El senador la acarició despacio, la buscó con la mano sin tocarla apenas, pero donde esperaba encontrarla tropezó con un estorbo de hierro.
—¿Qué tienes ahí?
—Un candado —dijo ella.
—¡Qué disparate! —dijo el senador, furioso, y preguntó lo que sabía de sobra—: ¿Dónde está la llave?
Laura Farina respiró aliviada. —La tiene mi papá —contestó—. Me dijo que le dijera a usted que la mande a buscar con un propio y que le mande con él un compromiso escrito de que le va a arreglar su situación.
El senador se puso tenso. «Cabrón franchute», murmuró indignado. Luego cerró los ojos para relajarse, y se encontró consigo mismo en la oscuridad. Recuerda —recordó— que seas tú o sea otro cualquiera, estaréis muerto dentro de un tiempo muy breve, y que poco después no quedará de vosotros ni siquiera el nombre. Esperó a que pasara el escalofrío.
—Dime una cosa —preguntó entonces—: ¿Qué has oído decir de mi?
—¿La verdad de verdad? La verdad de verdad.
— Bueno —se atrevió Laura Farina—, dicen que usted es peor que los otros, porque es distinto.
El senador no se alteró. Hizo un silencio largo, con los ojos cerrados, y cuando volvió a abrirlos parecía de regreso de sus instintos más recónditos.
—Qué carajo —decidió— dile al cabrón de tu padre que le voy a arreglar su asunto. 
—Si quiere yo misma voy por la llave —dijo Laura Farina.
El senador la retuvo.
—Olvídate de la llave —dijo— y duérmete un rato conmigo. Es bueno estar con alguien cuando uno está solo.
Entonces ella lo acostó en su hombro con los ojos fijos en la rosa. El senador la abrazó por la cintura, escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror. Seis meses y once días después había de morir en esa misma posición, pervertido y repudiado por el escándalo público de Laura Farina, y llorando de la rabia de morirse sin ella.

viernes, 19 de junio de 2015

Los diez premios literarios mejor remunerados del mundo

Esta es la lista de algunos de los galardones más anhelados por los escritores

 
Gabriel García Márquez,después de recibir el Premio Nobel, renunció en vida a muchos premios de conveniencia política./semana.com
1.    Premio Nobel de Literatura: 1.142.000 dólares (2.653 millones de pesos). Según las palabras del filántropo sueco Alfred Nobel, este premio debe entregarse anualmente “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. La Academia Sueca es la entidad encargada de seleccionar al ganador. El premio se concede el primer jueves de octubre una vez al año.
2.    Premio Planeta de Novela: 759.000 dólares (1.763 millones de pesos). Este es un premio literario comercial que se entrega en Barcelona, España desde 1952 a la mejor obra inédita elegida por la editorial Planeta.

3.    Premio Memorial Astrid Lindgren: 714.000 dólares (1.659 millones de pesos). Se concedió por primera vez en 2003. Es otorgado anualmente por el gobierno de Suecia a un autor de literatura infantil y juvenil, a un ilustrador o a un promotor de la lectura de cualquier nacionalidad.

4.    International Ibsen Award: 413.000 dólares (959 millones de pesos). Premia las obras de drama o teatro. Fue establecido en 2008 por el gobierno noruego. Se entrega cada dos años.

5.    The Dorothy and Lillian Gish Prize: 300.000 dólares (697 millones de pesos). Se creó en 1994 en honor a las actrices estadounidenses Dorothy y Lilian Gish. Es administrado por la empresa financiera JPMorgan.

6.    Premio Carlos Fuentes: 250.000 dólares (581 millones de pesos). Es entregado cada dos años el 11 de noviembre, día en que nació el eminente autor mexicano a quien este premio honra. Lo otorga el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México.

7.    Sheikh Zayed Book Award: 212.000 dólares (492 millones de pesos). Este es el premio más prestigioso en el mundo árabe. Se creó en 2007 en memoria de Sheikh Zayed bin Sultan Al Nahyan, el gobernante de Abu Dhabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos por más de 30 años.

8.    Premio Alfaguara de Novela: 175.000 dólares (406 millones de pesos). Lo creó en 1965 la editorial homónima (fundada un año antes por el escritor Camilo José Cela). Los colombianos Jorge Franco, Juan Gabriel Vásquez y Laura Restrepo han recibido este galardón.

9.    Sonning Prize: 170.000 dólares (395 millones de pesos). Se entrega cada dos años por un comité danés a las grandes contribuciones a la cultura europea.

10.    Premio Cervantes: 158.000 dólares. (367 millones de pesos). Este premio, creado en 1976, reconoce de literatura en lengua española concedido anualmente por el Ministerio de Cultura de España. Los candidatos son propuestos por el pleno de la Real Academia Española, por las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y por los ganadores en pasadas ediciones.

Algunos premios literarios no entregan sumas tan grandes y, sin embargo, son muy prestigiosos, como el Premio Pulitzer, que otorga 10.000 dólares al ganador. En Gran Bretaña, por ejemplo, los premios literarios más prestigiosos son el Booker y el Costa Award, y no entregan mucho dinero.

jueves, 18 de junio de 2015

No hay Feria del Libro sin Gabriel García Márquez

Nueve amigos del Nobel le rinden homenaje en la inauguración de la FIL de Guadalajara

Homenaje a Gabriel García Márquez, este sábado. / Saúl Ruiz./elpais.com
Gabo, una vida mágica.Novela gráfica, de Óscar Pantoja./revistaarcadia.com

En la misma mesa en la que Gabriel García Márquez se sentó en 2008 para no decir ni una palabra, en un homenaje a Carlos Fuentes al que honró con su silencio, se sentaron este sábado nueve de sus amigos a los que se les llenó la boca con su nombre. El Nobel colombiano volvió a ayudar este año a abrir la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, como tantas veces hizo en vida. Gabo colgó el cartel de “cupo lleno” en la sala Juan Rulfo igual que en 2007 cuando dijo aquello de: “¡Cuánto queremos a Álvaro Mutis!”. Porque como contó su amiga y escritora Ángeles Mastretta “morirse no será lo suyo, morirse para García Márquez va a ser más difícil de lo que lo fue para Aureliano Buendía”.
El escritor volvió al corazón de la FIL, que tantas veces visitó en vida, convertido en un ser inmortal. Volvió a arrancar los aplausos de sus últimas visitas, que hoy hay que buscar en Youtube y que de tan largos y tan sonoros hacían que el escritor se llevara la mano la cara en señal de vergüenza, como un niño que no acepta los elogios. Al igual que aquella vez en 2008 en la que llegó, se sentó al lado de Fuentes y sonrió. Eso le bastaba para enamorarlos a todos.
"Somos la mesa más afortunada del mundo", dijo Claudio López de Lamadrid, director editorial de Penguin Random House, al comienzo del homenaje. Entonces se dejó de hablar de García Márquez, muerto en abril de este año, y se empezó a hablar del Gabo. Del periodista, el escritor, el amigo, el maestro. Del "peor conductor del boom y del postboom" y del que nunca se perdía una "parranda vallenata". De aquel que en las cenas pedía pescado y una copa de champaña y al terminar preguntaba: "Y ahora, ¿dónde la seguimos?".
El sueño no cumplido del escritor era fundar el mejor periódico de América Latina
Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Nacional de Periodismo Iberoamericano (FNPI) que el propio escritor fundó, contó la historia de éxito de un fracaso, un capítulo poco conocido del hombre del que se cree que ya se sabe todo. Gabriel García Márquez vivió con la obsesión de fundar un periódico. “No quiero que se me recuerde por Cien años de soledad ni por el premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista. Quiero que hagamos el mejor diario de América Latina (...) que nunca nos rectifiquen”, le dijo una vez a su colega antioqueño Darío Arizmendi, tal y como recoge éste en su libro Gabo no contado, publicado este año.
Lo más parecido a cumplir su sueño llegó cuando tenía 24 años, un año antes de escribir La Hojarasca. Fundó Comprimido, un diario gratuito que salió a las calles de Cartagena de Indias durante seis días en 1951. El último editorial, de su propia mano, decía así: "Comprimido dejará de circular desde hoy, aunque solo de manera aparente. (...) Desde este mismo instante, éste empieza a ser el primer periódico metafísico del mundo". 
"Gabito fue un hombre perseverante, que se preocupaba por educar, un hombre muy pragmático, él era noventa por ciento de realismo y diez por ciento de mágico. Al final nunca pudo hacer el periódico, pero creó una fundación para que alguien, algún día, haga el periódico que soñó", remató Abello Banfi.
Gabito era noventa por ciento de realismo y diez por ciento de mágico
JAIME ABELLO BANFI
Las anécdotas las fueron poniendo uno a uno el escritor y guionista cubano Senel Paz, la Secretaria General Iberoamericana, Rebeca Grynspan, la editora del Grupo Planeta Doris Bravo, la editora española Pilar del Río, el escritor colombiano Jorge Franco o la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes de México, María Cristina García Cepeda, que recordó como el autor decía que Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y El amor en los tiempos del cólera un bolero de 380".
Las palabras del Nobel vuelven a llenar hoy Guadalajara como antes lo llenaban sus silencios. García Márquez vuelve un año más a marcar la salida de la fiesta de la literatura. No hay Feria del Libro sin Gabo.

 La negociación del archivo de Gabriel García Márquez 

 Cinco problemas esenciales 
A propósito de la disputa a raíz de la negociación del archivo personal de Gabriel García Márquez, presentamos cinco puntos esenciales alrededor de esta discusión.
El pasado 23 de abril de 2014, seis días después de la muerte del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, publiqué el artículo “El archivo de Gabriel García Márquez: anotaciones para un proyecto de repatriación”, en el que llamaba la atención sobre el hecho que, más allá de los bustos, homenajes y ceremonias oficiales conmemorativas, había que pensar seriamente en que el gobierno de Colombia comprara, con recursos públicos, el archivo de García Márquez a sus herederos, ante la posible compra por instituciones internacionales. En últimas, ese era el mejor homenaje posible: rescatar y difundir la memoria de Gabo no mediante discursos y burocracia conmemorativa, sino con hechos concretos como la adquisición, repatriación y conservación de su archivo personal en la misma tierra que decretó su expulsión.
Sin embargo, el 24 de noviembre la prensa anunció que el archivo del escritor había sido comprado por la Universidad de Texas, institución que desde hace varios años viene comprando archivos artísticos y literarios latinoamericanos. Un episodio que se suma a la donación de la extraordinaria biblioteca de Julio Mario Santo Domingo Braga a la Universidad de Harvard, gracias a la generosidad de la familia Santo Domingo. Sobre el archivo de Gabo, la Ministra de Cultura afirmó, luego que el escándalo estalló, que a finales de 2013 había enviado una delegada para hablar del archivo con la familia del escritor. En este contexto, valdría la pena preguntarnos, ¿qué errores cometió el Ministerio de Cultura en la negociación? ¿Cuántos archivos ha repatriado Colombia en su historia? ¿Está bien enfocada la política de patrimonio cultural mueble del país?
I.
En términos generales, para la opinión pública es común creer que las personas que tuvieron una posición privilegiada (económica, social o intelectual) deberían, por principio, regalar sus bienes al Estado, es decir, deberían construir (con su propio dinero) vías y acueductos para sus pueblos de origen, como si esto no fuera responsabilidad del Estado. Efectivamente, a la mayoría de intelectuales se les exige “hacer algo” por su país, entendiendo ese “algo” como construir hospitales, colegios y universidades públicas, olvidando que entregar la vida a la cultura y darle brillo al arte, la historia o la literatura, además de buen nombre al país, es hacer mucho más que “algo”.
La creencia popular de que el intelectual debe regalar su patrimonio (como si ser intelectual no implicara, al menos en principio, un acto de renuncia), aplica de forma especial cuando hay patrimonio cultural en juego. A pesar de no existir una Ley de Mecenazgo en Colombia, es común asumir que los intelectuales, al momento de morir, deben olvidarse de su familia y entregar, en su último gran acto público de renuncia, su patrimonio al pueblo, sin ninguna condición, en contraprestación por lo que el país, dicen algunos, “les ha brindado”. Al intelectual se le pide que ingrese, en un gesto heroico, al centro del circo romano y se entregue por completo a las fieras, que terminarán de despedazar hasta el último gramo de su cuerpo.
En esta misma línea, los encargados tradicionales de la cultura (tal vez, con excepción del Banco de la República), han creído que “negociar” un archivo literario o una colección de arte es ir donde el dueño y decirle "oiga, queremos su archivo, ¿me lo regala?", así este “regalo” sea el patrimonio más valioso y la única herencia de su propietario. Lo curioso es que, después de la propuesta, casi siempre hecha de forma arbitraria y ofensiva, el mismo Estado desaparece por completo. Por ejemplo, tengo que recordar cuando, hace unos años, ayudé a ofrecer en donación al Museo Nacional (institución del Ministerio de Cultura) una biblioteca de historia surcolombiana con seis mil libros, la mayoría sin copias en el Museo, una biblioteca dejada por un historiador fallecido. Aunque inicialmente el Museo Nacional mostró interés, después de la atención inicial, el Ministerio desapareció y ni siquiera envió una carta a los donantes para establecer el camino a seguir. Un largo silencio fue más que suficiente para espantar a los herederos.
No es un episodio exento, así ha actuado el Ministerio de Cultura en repetidas ocasiones, y por eso la política colombiana de patrimonio mueble es un asunto complejo, espinoso y que despierta suspicacias en los propietarios de patrimonio artístico, bibliográfico o documental, quienes habitualmente prefieren trabajar con instituciones como el Banco de la República o el Archivo de Bogotá, más eficientes en la gestión, o simplemente vender sus bienes fuera del país, porque las instituciones del Ministerio de Cultura no dan abasto, ni siquiera para velar por el archivo particular del único Nobel que ha tenido Colombia.
Cualquier negociación es un proceso que excede una “conversación” informal (como la que habría tenido la directora de la Biblioteca Nacional con la familia de Gabo), es un proceso largo que implica voluntad política, seguimiento, presupuesto, conocimiento, inventarios actualizados, avalúos individuales, alguien a cargo permanentemente y dinero para comprar la colección en cuestión. Esta lección la ha entendido claramente la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, mientras que, el Ministerio de Cultura, históricamente, se ha hecho el de la vista gorda.
Llevando lo anterior al tema del archivo de Gabo, es necesario recordar que el Ministerio de Cultura afirmó, en un comunicado de prensa del 24 de noviembre de 2014 (escrito luego de un derecho de petición con varias preguntas enviado por mí una hora antes), que a finales de 2013 envió como delegada a Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional, para “comunicar a la familia García Barcha el interés porque el legado del escritor reposara en Colombia y específicamente en los fondos de la Biblioteca Nacional”.
Ante esta afirmación debemos preguntarle al Ministerio si ¿existe algún acta del Consejo Asesor de Patrimonio del Ministerio de Cultura en donde se autorice el envío de esta delegación y se evidencie el interés y la discusión patrimonial sostenida por la entidad para adquirir el archivo? ¿Bajo qué modalidad propuso el Ministerio de Cultura a la familia García Barcha traer el archivo al país? Es decir, ¿estaban esperando un regalo de la familia? ¿O hubo por parte del Gobierno de Colombia una oferta concreta que pudiera entrar en competencia con la oferta de la Universidad de Texas? Responder esta pregunta es clave, porque permitiría establecer si existió una estrategia real de adquisición por parte del Gobierno Nacional o si todo fueron palabras, sin mayor formalidad, que terminó llevándose el aire.
II.
El Ministerio de Cultura, en el mismo comunicado, “exalta que el archivo literario de la Universidad de Texas es uno de los más importantes del mundo, puede garantizar su conservación, así como el uso para fines públicos y de carácter académico, además valora el prestigio de este centro universitario donde reposan archivos tan importantes como el del escritor argentino Jorge Luis Borges y el irlandés James Joyce”.
Entonces, siguiendo este razonamiento, habría que preguntarle al Ministerio, llevando la noción de patrimonio más allá del patrimonio documental, ¿si está de acuerdo con que museos extranjeros adquieran objetos prehispánicos y coloniales, so pretexto de que van a estar mejor conservados en el Museo de América de Madrid o en el Metropolitan de Nueva York? Así mismo, si se tratara estrictamente de un asunto de “conservación” (sin más consideraciones de índole histórica, patrimonial o simbólica para el país), valdría la pena preguntar si el patrimonio cultural mueble de Colombia no estaría mejor conservado en colecciones privadas del extranjero, es decir, en manos de particulares que compran con su dinero, valoran, prestan, exhiben, cuidan y hasta digitalizan los objetos culturales que Colombia deja escapar por los sumideros?
¿La afirmación realizada por el Ministerio de Cultura no sería, un poco, reconocer el fracaso de la política colombiana de patrimonio cultural mueble y el fracaso de las instituciones nacionales de la cultura a la hora de gestionar y trabajar con colecciones privadas?
III.
La página en Facebook de la Biblioteca Nacional publicó el 24 de noviembre, en horas de la noche, un escueto comunicado de prensa procedente de la familia García Márquez (sin firmas manuscritas, sólo con la impresión “Mercedes, Rodrigo y Gonzalo”) en el que se afirma: “nosotros decidimos que el archivo de los documentos literarios y del correo fuera al Centro Harry Ransom, por ser uno de los lugares que hace este tipo de archivo y preservación de documentos mejor que nadie”. Sin embargo, ningún miembro de la familia dice, en el comunicado, el porqué de esta decisión, y si, de hecho, la venta a Texas se debió a la falta de interés del gobierno de Colombia. En una entrevista anterior, la familia García Barcha afirmó claramente que no recibieron ofertas del Gobierno y que a esto se debió la decisión de vender el archivo a la Universidad de Texas.
IV.
Resulta paradójico que, mientras se entregaba el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, dotado con 100.000 dólares de premio, Colombia concretó la pérdida, casi el mismo día, el archivo particular de Gabriel García Márquez, el legado más importante del escritor, ante la falta de ofertas del Gobierno Nacional, según afirmó la propia familia del escritor. Entonces, ¿qué parece interesarle más al Gobierno? ¿La sonoridad internacional que dan los premios literarios cargados de dinero o la investigación y el desarrollo cultural de Colombia (a partir de las fuentes primarias que dejó su expatriado y perseguido escritor insignia)?
Ningún libro gratuito y ningún premio literario saldará la pérdida del archivo, una pérdida a perpetuidad, que ya tiene visos de convertir al gobierno actual en heredero de la tradición inaugurada por el ex presidente Carlos Holguín, quien, bajo su gobierno, entregó a España el Tesoro Quimbaya, la pérdida patrimonial más grande que recuerde Colombia, que se suma a otros archivos y bibliotecas que ha dejado perder el país bajo el silencio de la Biblioteca Nacional, como la biblioteca particular de Bernardo Mendel, tal vez, la biblioteca privada latinoamericanista más importante del mundo en su época, adquirida por la Biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana en la década de 1950.
V.
¿Cuántos archivos privados (literarios, científicos o históricos) ha repatriado el Ministerio de Cultura en toda su historia? ¿Cuántos durante los últimos seis años? ¿Qué papel juega la recuperación de los archivos privados de expatriados e intelectuales (especialmente, los de izquierda) en la consolidación del Proceso de Paz, en el establecimiento de procesos de reconocimiento, justicia y reparación de víctimas, y por supuesto, en el postconflicto? A estas alturas, ¿sería posible que el gobierno colombiano iguale la oferta económica de la Universidad de Texas, bloquee la finalización de la negociación y el archivo se quede en la Biblioteca Nacional? Examinar las tendencias históricas en el manejo del patrimonio cultural mueble, permitiría entender claramente por qué el archivo García Márquez no quedó en el país para el disfrute, la investigación y la pacificación de Colombia.