|
Gabriel García Márquez, Satoko Tamura, traductora del autor al japonés, y
Mercedes Barcha, en casa de los García Barcha, en Cartagena, en febrero
de 2010./eltiempo.com |
Busco en el aparador del
salón comedor de la casa de García Márquez en México y le pregunto a
Teresa, la “chacha” que desde hace más de treinta años tiene a su cargo
la cocina, dónde está el plato que traje de Japón... “¿Y el tazón?”. A
Mercedes, su esposa, le encantan las vajillas japonesas de cerámica y de
laca, y suele ponerlas a buen resguardo en el ropero de su dormitorio.
Mercedes dispone en una fuente la torta casera que han traído Gonzalo,
su hijo; y su nieta Emilia. Ya están preparados el ‘sashimi’, plato
preferido de Gabo (como suelen llamarlo), ‘sunomono’, ‘ohitashi’ y la
sopa de ‘miso’. En pocos minutos él saldrá de su estudio y cruzando el
patio vendrá al comedor para almorzar. No bien llegue pondré a freír la
‘témpura’ para servirla bien caliente y crujiente. Cuando me encuentro
ahí preparando la comida, me suele sobrevenir un sentimiento extraño, y
eso se debe a las circunstancias que han hecho que esté en la casa de la
familia García Márquez y actúe con la naturalidad con que lo haría en
mi propia casa.
Todo comenzó hace veinticinco años, cuando recibí una llamada telefónica de Kenji Nakagami.
Atendí la llamada y alguien me dijo:
—Soy yo.
El tono nasal de su voz lo delataba, era Kenji.
—¿No podrías concertarme un encuentro con García Márquez?
—me preguntó.
Ese fue el nexo para que conociera personalmente a Gabo.
Unos meses antes de aquella
llamada telefónica me había reencontrado con Kenji en una reunión de
exalumnos de la escuela secundaria, después de un lapso de casi veinte
años. No recuerdo cuál fue el motivo de aquella reunión, pero tengo bien
presente que lo hicimos con la presencia de nuestra maestra Ai Yamamoto
en una cafetería próxima a la estación de Shingu. La maestra Yamamoto
es para mí un personaje que siempre he tenido presente, pues solía
invitarnos a Kenji y a mí a su casa para enseñarnos a disfrutar del
placer de escribir. Y estoy segura de que también lo ha sido para Kenji.
Yo estaba de visita en mi pueblo natal con mi hijo. Por esos años,
todos mis excompañeros de escuela estaban ya trabajando, y como muchos
no tenían tiempo de celebrar una reunión de camaradería, algunos
aprovechamos para juntarnos durante los días feriados en que se celebra
el Obón. Como el pueblo no es muy grande, enseguida corrió la voz de que
fulano o mengano había vuelto. Después de largos años sin vernos
teníamos tanto de qué hablar, que nos quedamos conversando desde pasado
el mediodía hasta bien entrada la noche, y nos vimos obligados a salir
cuando nos dijeron que ya tenían que cerrar. Al despedirnos noté que mi
hijo se había quedado dormido en el sofá y recuerdo bien que al
levantarme me dolía la cintura de haber permanecido tanto tiempo
sentada.
Quedamos con Kenji en vernos
al día siguiente en una cafetería junto a la ribera de Nachi.
Contemplando a través de la ventana el mar de Kumano y las olas que
brillaban como enormes escamas de pescado heridas por los cegadores
rayos del sol, hablamos de lo sucedido en todos esos años, de los temas
de común interés y de lo que estábamos haciendo en la actualidad. No
pudimos contener la risa al recordar cuando publicábamos en la escuela
una revista literaria y frecuentemente reñíamos en el momento de evaluar
los trabajos presentados.
Kenji Nakagami se hizo muy
famoso desde que recibió el Premio Akutagawa de Literatura. Había
comprado un apartamento cerca de la cafetería donde nos dimos cita y,
como cada vez que yo regresaba visitaba a nuestra antigua maestra, por
ella tenía yo noticias de él. Kenji siempre sintió una gran simpatía por
los países del Sur, que para mí son algo esencial, y creo que esta
actitud se debe en gran medida a que ambos nos hemos criado y formado
bajo la influencia del tradicional espíritu rebelde de Kumano. En su
juventud, Kenji sentía atracción por la música gitana y por el reggae,
se interesaba en los escritores del llamado boom de la literatura
latinoamericana, cuyos nombres eran ya conocidos en Japón, y ahora
quería saber de mis trabajos y actividades*.
En resumen, le conté que tuve
la experiencia de vivir junto a los latinoamericanos la historia de las
turbulencias políticas que acarrean las revoluciones y
contrarrevoluciones; que después de haber estudiado en México para
acceder a las obras de Gabriela Mistral en su idioma original, hice un
viaje por Sudamérica con la mochila al hombro; que durante mi estancia
en Chile estaba en el gobierno el presidente socialista Salvador
Allende, posteriormente depuesto por el golpe de Estado orquestado por
los Estados Unidos de América; que en España fui testigo de la
transición de la dictadura franquista a un régimen democrático y que más
recientemente había visitado Nicaragua poco después de triunfar la
revolución sandinista. Y también que amigos y familiares de las personas
que había conocido durante mi permanencia en Chile marcharon al exilio
tras el golpe y que algunos de los que se quedaron fueron arrestados y
enviados a campos de concentración; que participo en el Movimiento de
Solidaridad Internacional que aboga por la democratización y que hago
traducciones y sirvo de intérprete para una organización que denuncia
abusos por violación de los derechos humanos. Pensándolo bien, creo que,
inducida por el hábil Kenji, fui yo la única que habló todo este
tiempo.
Restablecido el contacto, nos
despedimos con la promesa de vernos otra vez en Tokio y Kenji,
bronceado por el sol, se fue con su arpón a la provincia de Mie para
pescar buceando a pulmón en la playa de Niguishima.
A partir de entonces nos
encontramos muy seguido en el barrio de Shinjuku, que prácticamente era
su “base”. Fue él quien me llevó a un bar que cumplía las funciones de
salón literario y quien me invitó a probar por primera vez en mi vida
los platos de Okinawa, entre ellos un pepino amargo llamado ‘goya’, poco
conocido por entonces en Japón.
—Mira —me dijo—, este es el pepino amargo y su amargor es lo bueno que tiene.
Kenji me llamó por teléfono
para que concretara un encuentro con García Márquez y me pidió que lo
acompañara para hacerle de intérprete. Le prometí consultar con un amigo
del escritor y que le avisaría no bien tuviese respuesta.
Enseguida me puse en contacto
con el poeta y periodista cubano Jorge Timossi, a quien tuve la
oportunidad de conocer en el Festival Internacional de Poesía celebrado
un año antes en Morelia, capital del estado de Michoacán, en México. Por
entonces estaba yo en ese país enviada por la Fundación Japón. Y como
nos hospedábamos en el mismo hotel, tuvimos la ocasión de mantener
largas conversaciones sobre el arte de la poesía y llegamos a entablar
una estrecha amistad. Nacido en Argentina, Jorge Timossi posee
actualmente la nacionalidad cubana. En su juventud simpatizó con la
Revolución Cubana, y en 1959 participó en la fundación de Prensa Latina,
la agencia oficial de noticias que difunde información sobre América
Latina de una manera independiente y libre de los prejuicios de Estados
Unidos, y desde entonces ha sido corresponsal de la misma. García
Márquez brindó su apoyo a la fundación de Prensa Latina y mantiene con
Timossi una estrecha amistad.
Fue así como lo llamé por
teléfono para ver si podía hacernos el favor de ponerse en contacto con
García Márquez y decirle que un escritor representativo de Japón, Kenji
Nakagami, estaba sumamente interesado en conocerlo personalmente, y que
estábamos dispuestos a ir a verlo en la fecha más conveniente. Mientras
esperaba la respuesta recibí un telegrama con la invitación para
participar en el Segundo Encuentro de Intelectuales de Latinoamérica y
del Caribe, por celebrarse en Cuba. El mensaje decía que García Márquez
también tendría mucho gusto de conocerme y que acudiese sin falta.
Ninguna mención a Kenji Nakagami. Llamé nuevamente por teléfono a Jorge
Timossi para aclararle que no era yo sino el escritor Kenji Nakagami
quien quería entrevistar a Gabo, pero la respuesta fue esta:
—Gabo dice que a quien va a
recibir es a Satoko. Se interesó por todo lo que le hablé de ti, así que
no desaproveches la oportunidad de venir a verlo.
García Márquez apoyaba al
gobierno de Salvador Allende y cuando estalló el golpe amenazó con dejar
la pluma en señal de protesta. Supuse que Timossi le habría contado de
mi participación en movimientos de solidaridad en apoyo de exiliados y
activistas defensores de los derechos humanos.
Timossi era corresponsal de
Prensa Latina en Chile cuando ocurrió el golpe, y a través de él me
enteré de los pormenores de lo que había ocurrido. Unos cincuenta
soldados armados irrumpieron en la corresponsalía y se lo llevaron
detenido. Al salir a la calle pudo ver muchos cadáveres. A las pocas
horas lo dejaron en libertad, pero como se había implantado el toque de
queda, a duras penas pudo regresar a salvo a su oficina esa noche
esquivando los tiroteos. Al día siguiente se embarcó en un avión enviado
por el gobierno soviético y abandonó Santiago. Cuando le conté que en
esa época yo ayudaba como intérprete a los músicos chilenos en el exilio
que iban invitados a dar conciertos en Japón y que traducía las
conferencias que daban ex-presos políticos para contar el sufrimiento de
las torturas a que habían sido sometidos, y al escuchar que yo había
volado a Chile llevando el dinero de una colecta para entregarlo
secretamente a una organización clandestina en contra de Pinochet,
Timossi se sorprendió de que en un país oriental tan lejano, situado en
las antípodas, hubiera personas que participaban, como yo, en
movimientos de esa naturaleza. Y supongo que tal vez le hubiera contado
todo eso a García Márquez.
Después de mi conversación
telefónica con Timossi, me devané los sesos pensando qué haría con
Kenji, tan esperanzado en conocer personalmente al escritor. Como era
imposible que fuese yo sola, decidí que lo mejor sería ir juntos y, en
última instancia, hacer que se sentara a mi lado y dejarle la palabra en
el momento de hacer la entrevista.
Pero cuando lo llamé por
teléfono para darle la noticia, me respondió que lo lamentaba en el
alma, pero que le sería imposible ir conmigo en los días convenidos pues
por esas fechas le habían surgido unos compromisos ineludibles. Y desde
ese momento abandoné el control que me había impuesto para no
introducirme en terrenos que fueran ajenos a mi especialidad, la poesía,
y armada de valor fui a hacer la entrevista a García Márquez.
En Cuba me recibieron con los
brazos abiertos. Fidel Castro me extendió la invitación para asistir a
una recepción en el Palacio de la Revolución. Cuando acudí a su
encuentro en el atrio del edificio y reparó en que iba vestida de
kimono, se interesó por saber de dónde venía. Tal vez le sorprendía que
una persona fuese así vestida a la reunión del Congreso Internacional de
los Intelectuales de la región de América Latina y el Caribe. Sentí una
fuerte emoción al estrechar la mano de ese hombre vestido de uniforme,
de elevada estatura y de figura imponente, y lamenté que Kenji no
estuviera presente. La foto que me tomaron junto a Fidel Castro apareció
en la portada de una revista. García Márquez me invitó a su casa de la
Habana y en todo momento fue muy amable al realizar la entrevista
exclusiva, que se publicó el 24 de enero de 1986 en el ‘Asahi Journal’
bajo el título de “Debate entre la literatura y la política”. Y así
Kenji quedó satisfecho de poder leerla.
Después hubo una serie de
gratas sorpresas. Al poco tiempo vino a Japón el secretario de Gabo, que
en Cuba era Presidente de la Fundación para el Nuevo Cine
Latinoamericano. Me traía de regalo un recuerdo de arte popular que
correspondí enviándole un presente de mi parte. Al año siguiente
Mercedes, su esposa, visitó Japón y la acompañé durante su viaje por
Kioto. Y cuando vinieron Gabo y su esposa para asistir al Festival del
Cine Latinoamericano, desde la mañana hasta altas horas de la noche
estuve acompañándolos a reuniones oficiales, a visitas turísticas y a ir
de compras. Mercedes me dio el número de su habitación y la contraseña
para poder llamarlo por teléfono en cualquier momento.
Después volví a verlo en sus
casas de México, Bogotá y Cartagena, y llegué a entablar una estrecha
amistad con sus secretarias y con los numerosos miembros de su familia.
Poco a poco fui descubriendo, entre otras cosas, la profunda vinculación
entre sus obras y su familia, el ambiente en que fue criado, su vida
real... Me propongo aquí echar una mirada retrospectiva al laberíntico
discurrir de un cuarto de siglo, para relatar lo que he logrado
comprender del mundo de Gabo.
Satoko Tamura. Traductora de Gabriel García Márquez, al idioma japonés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario