miércoles, 25 de febrero de 2015

Se necesita un escritor

Gabriel García Márquez retrata sus preocupaciones ante la máquina de escribir en uno de sus artículos de 1982

Las manos de Gabriel García Márquez, fotografiadas para el libro Rebeldía de Nobel, de Xavi Ayén. / Kim Manresa./elpais.com
Me preguntan con frecuencia qué es lo que me hace más falta en la vida, y siempre contesto la verdad: "Un escritor". El chiste no es tan bobo como parece. Si alguna vez me encontrara con el compromiso ineludible de escribir un cuento de quince cuartillas para esta noche, acudiría a mis incontables notas atrasadas y estoy seguro de que llegaría a tiempo a la imprenta. Tal vez sería un cuento muy malo, pero el compromiso quedaría cumplido, que al fin y al cabo es lo único que he querido decir con este ejemplo de pesadilla. En cambio, no sería capaz de escribir un telegrama de felicitación ni una carta de pésame sin reventarme el hígado durante una semana. Para estos deberes indeseables, como para tantos otros de la vida social, la mayoría de los escritores que conozco quisieron apelar a los buenos oficios de otros escritores. Una buena prueba del sentido casi bárbaro del honor profesional lo es sin duda esta nota que escribo todas las semanas, y que por estos días de octubre va a cumplir sus primeros dos años de sociedad. Sólo una vez ha faltado en este rincón, y no fue por culpa mía: por una falla de última hora en los sistemas de transmisión. La escribo todos los viernes, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, con la misma voluntad, la misma conciencia, la misma alegría y muchas veces con la misma inspiración con que tendría que escribir una obra maestra. Cuando no tengo el tema bien definido me acuesto mal la noche del jueves, pero la experiencia me ha enseñado que el drama se resolverá por sí solo durante el sueño y que empezará a fluir por la mañana, desde el instante en que me siente ante la máquina de escribir. Sin embargo, casi siempre tengo varios temas pensados con anticipación, y poco a poco voy recogiendo y ordenando los datos de distintas fuentes y comprobándolos con mucho rigor, pues tengo la impresión de que los lectores no son tan indulgentes con mis metidas de pata como tal vez lo serían con el otro escritor que me hace falta. Mi primer propósito con estas notas es que cada semana les enseñen algo a los lectores comunes y corrientes, que son los que me interesan, aunque esas enseñanzas les parezcan obvias y tal vez pueriles a los sabios doctores que todo lo saben. El otro-propósito -el más difícil- es que siempre estén tan bien escritas como yo sea capaz de hacerlo sin la ayuda del otro, pues siempre he creído que la buena escritura es la única felicidad que se basta de sí misma.
Cuando no tengo el tema bien definido me acuesto mal
Esta servidumbre me la impuse porque sentía que entre una novela y otra me quedaba mucho tiempo sin escribir, y poco a poco -como los peloteros- iba perdiendo la calentura del brazo. Más tarde, esa decisión artesanal se convirtió en un compromiso con los lectores, y hoy es un laberinto de espejos del cual no consigo salir. A no ser que encontrara, por supuesto, al escritor providencial que saliera por mí. Pero me temo que ya sea demasiado tarde, pues las tres únicas veces en que tomé la determinación de no escribir más estas notas me lo impidió, con su autoritarismo implacable, el pequeño argentino que también yo llevo dentro.
Los lectores comunes y corrientes son los que más me interesan
La primera vez que lo decidí fue cuando traté de escribir la primera, después de más de veinte años de no hacerlo, y necesité una semana de galeote para terminarla. La segunda vez fue hace más de un año, cuando pasaba unos días de descanso con el general Omar Torrijos en la base militar de Farallón, y estaba el día tan diáfano y tan pacífico el océano que daban más ganas de navegar que de escribir. "Le mando un telegrama al director diciendo que hoy no hay nota, y ya está", pensé, con un suspiro de alivio. Pero no pude almorzar por el peso de la mala conciencia y, a las seis de la tarde, me encerré en el cuarto, escribí en una hora y media lo primero que se me ocurrió y le entregué la nota a un edecán del general Torrijos para que la enviara por télex a Bogotá, con el ruego de que la mandaran desde allí a Madrid y a México. Sólo al día siguiente supe que el general Torrijos había tenido que ordenar el envío en un avión militar hasta el aeropuerto de Panamá, y, desde allí, en helicóptero, al palacio presidencial, desde donde me hicieron el favor de distribuir el texto por algún canal oficial.
Escribo la novela todos los días
La última vez, hace ahora seis meses, cuando descubrí al despertar que ya tenía madura en el corazón la novela de amor que tanto había anhelado escribir desde hacía tantos años, y que no tenía otra alternativa que no escribirla nunca o sumergirme en ella de inmediato y de tiempo completo. Sin embargo, a la hora de la verdad, no tuve suficientes riñones para renunciar a mi cautiverio semanal, y por primera vez estoy haciendo algo que siempre me pareció imposible: escribo la novela todos los días, letra por letra, con la misma paciencia, y ojalá con la misma suerte con que picotean las gallinas en los patios, y oyendo cada día más cerca los pasos temibles de animal grande del próximo viernes. Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y ojalá para siempre.
Ya sospechaba yo que no escaparía jamás de esta jaula desde la tarde en que empecé a escribir esta nota en mi casa de Bogotá y la terminé al día siguiente bajo la protección diplomática de la embajada de México; lo seguí sospechando en la oficina de Telégrafos de la isla de Creta, un viernes del pasado julio, cuando logré entenderme con el empleado de turno para que transmitiera el texto en castellano. Lo seguí sospechando en Montreal, cuando tuve que comprar una máquina de escribir de emergencia porque el voltaje de la mía no era el mismo del hotel. Acabé de sospecharlo para siempre hace apenas dos meses, en Cuba, cuando tuve que cambiar dos veces las máquinas de escribir porque se negaban a entenderse conmigo. Por último, me llevaron una electrónica de costumbres tan avanzadas que terminé escribiendo de mi puño y letra y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, como en los tiempos remotos y felices de la escuela primaria de Aracataca. Cada vez que me ocurría uno de estos percances apelaba con más ansiedad a mis deseos de tener alguien que se hiciera cargo de mi buena suerte: un escritor.
La buena escritura es la única felicidad que se basta de sí misma
Con todo, nunca he sentido esa necesidad de un modo tan intenso como un día de hace muchos años en que llegué a la casa de Luis Alcoriza, en México, para trabajar con él en el guión de una película.
No sería capaz de escribir una carta de pésame sin reventarme el hígado
Lo encontré consternado a las diez de la mañana, porque su cocinera le había pedido el favor de escribirle una carta para el director de la Seguridad Social. Alcoriza, que es un escritor excelente, con una práctica cotidiana de cajero de banco, que había sido el escritor más inteligente de los primeros guiones para Luis Buñuel y, más tarde, para sus propias películas, había pensando que la carta sería un asunto de media hora. Pero lo encontré, loco de furia, en medio de un montón de papeles rotos, en los cuales no había mucho más que todas las variaciones concebibles de la fórmula inicial: por medio de la presente, tengo el gusto de dirigirme a usted para... Traté de ayudarlo, y tres horas después seguíamos haciendo borradores y rompiendo papel, ya medio borrachos de ginebra con vermouth y atiborrados de chorizos españoles, pero sin haber podido ir más allá de las primeras letras convencionales. Nunca olvidaré la cara de misericordia de la buena cocinera cuando volvió por su carta a las tres de la tarde y le dijimos sin pudor que no habíamos podido escribirla. "Pero si es muy fácil", nos dijo, con toda su humildad. "Mire usted". Y entonces empezó a improvisar la carta con tanta precisión y tanto dominio que Luis Alcoriza se vio en apuros para copiarla en la máquina con la misma fluidez con que ella la dictaba. Aquel día -como todavía hoy- me quedé pensando que tal vez aquella mujer, que envejecía sin gloria en el limbo de la cocina, era el escritor secreto que me hacía falta en la vida para ser un hombre feliz.

García Márquez: "Yo soy el Vargas Vila de mi generación"

Escribía cuentos infantiles que luego les leía a sus hijos para  matar  el estilo de Cien años de soledad

Flor Romero de Nohra y Gabriel García Márquez./semana.com
Gabriel García Márquez sonríe ampliamente debajo de esos bigotes estilo mexicano que cada vez son más largos y se le despelucan más. Está instalado nuevamente en Barcelona, después de regresar (por barco naturalmente, porque le tiene pánico al avión) de dos meses de vacaciones por Italia y Francia, con su esposa, Mercedes, y sus dos niños, Rodrigo (8) y Gonzalo (6) que ya han iniciado el año escolar, en un colegio de educación inglesa.
Fueron unas vacaciones relativas, pues estuvo corrigiendo la traducción al francés de Cien años de soledad y trabajando con la directora venezolana Margot Benacerraf en un guion para un largometraje en colores que se filmará en la Guajira. "Es un argumento de esos locos -dice Mercedes- con una gorda gorda, como personaje central".
"Espero terminar mi nueva novela en unos dos o tres años, para después sí irme a vivir ya del todo a Barranquilla y dedicarme a la pachanga. Ya estoy cansado de viajar. La cuestión es que no me dejan salir de Cien años de soledad porque no acabo de corregir la traducción francesa, cuando ya tengo que meterme a revisar la traducción inglesa". Además, pareja a la aceptación del libro (En España lleva varias semanas entre los diez libros más vendidos) viene el asedio publicitario. A todos los periodistas que lo visitan los atiende "porque yo soy periodista y me parece desleal decirles que no", pero la situación cambia cuando es, por ejemplo, un joven director de cine que dice: "Esta es la ocasión de mi vida, si me permite hacer una película sobre usted". Porque Gabriel García Márquez no quiere ni que hagan películas de su vida, ni de sus obras.
El mismo día en que Cien años de soledad ganó el premio de la Crítica en Italia, recibió una llamada del productor Francesco Rossi, pidiendo los derechos para hacer una película. "Sería una película muy larga y muy complicada. No es cierto, pues, que mi última novela va a ser filmada a corto plazo, como publicaron en Colombia. No sé de dónde sacaron esa noticia. Como no son ciertas tantas otras tonterías que publican sobre mí".
Gabriel termina el steak gótico, en el restaurante del barrio gótico de Barcelona. Enciende un cigarrillo negro y habla de su nueva novela: "Ya tengo casi todo estructurado. Lo más fácil es sentarme a escribir. Será una novela larga, como de mil páginas, con muchos personajes: chinos, holandeses, hindúes, ya me salgo de Macondo y me instalo en todo el Caribe". Le cuento que en Colombia están tan mareados con Cien años de soledad, que ya las reinas de belleza resuelven ser Pilar Ternera, la prostituta vieja de su novela, las cartas políticas se escriben desde Macondo, y todo así por el estilo.
Él comenta que en Venezuela más de 30 pintores participaron en la exposición de cuadros con temática de Cien años de soledad, y que la muestra fue con decoración de hojas e implemento costeños: "Aquí en España, el torero Paco Camino declaró que la novela que más le había gustado era la mía, y la cantante Massiel dijo que la novela que más le encantaba era "Mil años de soledad". Mercedes ha terminado la perdiz al vino, y ríe de buena gana. Ella es la que más lee los comentarios y colecciona los recortes de prensa que llegan de todas partes, a través de la agente literaria de Gabriel, la catalana Carmen Balcells, que se da golpes contra las paredes cuando él resuelve decir categóricamente "no quiero una película sobre Cien años de soledad, por lo que dijo Heminguay: "Cuando uno ve una película hecha con sus libros, es como ver a alguien haciendo caca sobre la tumba de su mamá".
Es un lector incansable, y tanto para leer como para escribir, se enfunda en un overol de camionero. Sabe que tiene un gran compromiso con los lectores, y por eso está haciendo despacio su nueva novela  Cien años de soledad le abrió todas las puertas, y le ha dado experiencia para lidiar a los editores. "En un almuerzo reciente que le dio mi agente al editor norteamericano Cass Canfield, de Harper & Row, aumente cinco kilos de felicidad diciéndoles a todos los editores: "Lo tendré en cuenta a usted en mis planes futuros".
Es consciente de la inmensa alegría que da tener a los editores corriendo detrás del escritor, cuando lo usual es que los novelistas anden rogándoles a ellos que les publiquen. "Lo importante es escribir, seguir escribiendo, no importa lo que pase, hasta que un día se da una novela y ya se venden entonces todas las anteriores. Yo duré quince años escribiendo hasta que reventó. ¿Cuánto tiempo estuve con los originales de La hojarasca entre el bolsillo hasta que aquel editor colombiano, Lisman Banm, se decidió a publicarla?”.
Ahora Suramericana de Buenos Aires ha editado todos los anteriores libros de Gabriel García Márquez y están vendiéndose muy bien.
"No se debe firmar el contrato que le presentan a uno los editores, sino el que uno les presenta a él", es su recomendación experimentada para los jóvenes escritores.
Está enterado de toda la actualidad colombiana y sabe a veces más cosas que quienes vivimos del todo aquí: "Siempre que llegan recortes, yo leo por el respaldo las noticias que aparecen". De Venezuela, en donde hay grandes simpatías por él, desde el tiempo en que residió en Caracas también le llegan noticias. Y esta vez son de Adriano González León, el ganador del último premio Biblioteca Breve de Seix Barral, con País portátil, quien le comenta la actualidad, junto con su esposa, Mary, una argentina suave, pálida y sonriente.
Los percebes, esos mariscos increíbles, entre animales, vegetales y minerales con pezuña prehistórica, peludos y deliciosos, han invadido la mesa, "por recomendación de Mercedes: "Aquí en Barcelona, los mariscos son riquísimos. Ahora vendrá la temporada de las anguilas; son de maravilla". Gabriel reconoce que es un "gourmet" de marca mayor y cuenta que hace escándalo cuando el plato no está bueno o cuando anuncian algo que no tienen. Esto claro, en el restaurante Amaya no sucede porque todo es ele primera, la atención y el cocinero, que es amigo de Gabriel.
Sobre los porcebes, las gambas y las cigarras desfilan los golpes de estado últimos de Suramérica y las situaciones calientes que viven algunos países. Le cuento que Esmeralda Arboleda se va a casar con el embajador de México en la ONU y Gabriel da también noticias: "Esmeralda estuvo hace poco visitando Barcelona, por cierto que perdió un anillo con una esmeralda que dizque valía como cinco mil dólares y era un recuerdo sentimental. Pusimos hasta aviso en el periódico, pero fue imposible recuperarlo. Se le perdió en el barrio gótico".
"Vamos a caminar por las Ramblas porque si dices que viniste a Barcelona y no conocisteis las ramblas, no te van a creer".
Hay parada forzosa frente a cada puesto de libros y revistas para ver qué hay de nuevo. (Se respira un clima de seguridad completa). Hasta en el barrio chino, en donde se cruzan las gordas, las flacas, las rubias, los marineros cantando, los jovencitos tímidos.
Gabo prepara su próxima novela El otoño del patriarca. "Es el monólogo de un dictador que está a punto de ser juzgado por un tribunal popular. Un hombre que ha gobernado su país durante 120 años". Hace ya tiempo tenía la novela casi terminada, pero rompió las 230 páginas. Durante años he venido reuniendo anécdotas e historias de dictadores. Ahora debo olvidarlas todas antes de empezar a escribir. Será difícil crear el prototipo de este personaje mitológico v patológico de la historia latinoamericana", G.G.M. expresa su preocupación.
"Es difícil inventar algo monstruoso o fantástico que sea, que no haya sido ya hecho por algún dictador hispanoamericano: Rafael Leónidas Trujillo, Tiburcio..".
Carias, Henri Chistophe o Alexandre Petion; Manuel Estrada Cabrera. Juan Vicente Gómez, Belzú o Mengarejo... "Y sobre la acogida de sus futuras obras después del éxito de Cien años de soledad predice: "Tengo que seguir inflando el globo hasta que estalle. O hasta que yo reviente".
Gabriel García Márquez se siente ubicado en Barcelona y hasta allá van los periodistas de Madrid a buscarlo para entrevistarlo, a enterarse de que le tiene pánico al avión, que no dicta una conferencia ni de peligro, que fuma como una chimenea y que está loco por volverse a Colombia, porque ya está harto de viajar. 
Flor Romero de Nhora es escritora colombiana.  Autora de Tres kilates ocho puntos, novela que indaga sobre el mundo de las esmeraldas colombianas.