viernes, 17 de abril de 2015

De Macondo a la estirpe de Aureliano Buendía

Un año como cien de soledad

Aula Múltiple

5:00.pm

Todos somos Gabo, todos somos Macondo

Un año como cien de soledad
Hoy se cumple un año del día en el que la creación literaria perdió a uno de sus hijos predilectos: Gabriel García Márquez. Nobel de Literatura y autor de  Cien años de soledad
 
Gabriel García Márquez, visto por Sciammarella /elpais.com
Mi amigo Jean François Fogel me explicaba una vez el término “purgatorio” que se usa en Francia referido a los escritores: a la muerte de uno de ellos, se dice, se le abren las puertas del purgatorio donde debe aguardar por su suerte futura, hasta que pasado un tiempo prudencial es trasladado al infierno, que es el olvido, o a la gloria, que es la inmortalidad.
Esta máxima parte del supuesto de que, mientras el escritor permanece en el purgatorio, sus libros dejan de venderse o se venden menos, porque ya no se espera nada nuevo él. Luego, en un plazo no determinado, alguien viene a descubrirlo otra vez, o alguna circunstancia hace que su nombre brille de nuevo, y entonces puede ser que quede instalado en los estantes de las librerías como un clásico.
El gran Gatsby de Scott Fitzgerald dormía el sueño de los justos cuando en 1974 la película de Jack Clayton creó una Gatsbymanía, tanto que se llegó a imponer en Estados Unidos el color blanco en la moda, ropa, vajilla. Y cuando William Faulkner recibió el premio Nobel en 1949, sus editores corrieron a reimprimir sus libros, ausentes en el mercado.
Gabo parece ajeno a esa regla, porque la muerte no hizo sino multiplicar las ventas de sus libros. Desde la aparición de Cien años de soledad en 1967, se volvió un personaje mítico, y lo sigue siendo con creces, de modo que las llamas purificadoras del purgatorio no lo tocaron ni de lejos.
El escritor como personaje popular en vida, caudillo cultural, estrella de cine, es un fenómeno que se ha presentado al menos tres veces en la literatura latinoamericana. Primero Rubén Darío: cuando en La Habana o en Veracruz corría la voz de que se hallaba a bordo de un barco atracado en el puerto, miles se concentraban en el muelle para vitorearlo. Luego está Pablo Neruda, que también vivió en olor de multitudes gracias, sobre todo, a la popularidad de sus Veinte poemas de amor… Y el propio Gabo, frente al que, se hallara donde se hallara, en el foyer de un cine, o en un restaurante, se formaba de inmediato frente a él una cola de admiradores que, no se sabía de dónde, habían sacado sus libros que le presentaban para firmar.
¿Cuál es la clave de la Gabomanía? Por supuesto sus propios libros, que desbordan las barreras del lector culto, o del lector habitual, y alcanzan el vasto mundo del lector común. La lectura se vuelve así un fenómeno popular. Tanto los poemas de Darío como los de Neruda siguen siendo recitados de memoria por escolares y por enamorados, por amas de casa y por trasnochadores; pero los personajes y escenarios de las novelas de Gabo tienen sustancia real entre la gente, uno de los pocos casos en que el público llano coincide con los letrados, y el favor de las ventas coincide con el favor de la crítica.
Macondo es como La Mancha, un territorio que la imaginación del autor ha traspasado a la imaginación popular, y por tanto se vuelve real. Historias cien veces contadas por voces anónimas, desde consejas y mitos hasta letras de vallenatos, las devolvió a la gente que volvió a apropiarse de ellas, un público fascinado porque alguien, desde la letra impresa, les contara algo que ya sabían, o creían haber vivido.
Este traspaso de ida y vuelta es el que crea el realismo mágico, y el lector común, al entrar en ese país imaginario que se llama Macondo, lo hace con absoluta credulidad porque se reconoce como uno de sus habitantes. Macondo no es sólo el pequeño pueblo bananero de la ciénaga colombiana, sino cualquier pequeño pueblo latinoamericano, o de cualquier parte del mundo.
El universo verbal de Gabo es reconocible para todos, y en este sentido Macondo se vuelve un país infinito donde letrados e iletrados pueden vivir a gusto. Todos somos Macondo. Todos somos Gabo, en las universidades y las academias, y en las galleras, las barberías y las cantinas. Todo lo que nos cuenta viene ya en los genes de nuestra memoria.
Alguna vez hemos sido operados por los médicos invisibles. Remedios la Bella ha ascendido al cielo en el patio de al lado, envuelta en las sábanas puestas a secar, y hemos visto las nubes de mariposas amarillas que siguen a Mauricio Babilonia. Conocimos a alguien que nació con una cola de cerdo por culpa incestuosa, y bajo un árbol del solar de nuestra propia casa fue encadenado José Arcadio Buendía. Hemos visto por primera vez en nuestras vidas una marqueta de hielo. Hemos oído pitar el tren amarillo que lleva rumbo al mar los cadáveres de los miles de trabajados bananeros alzados en huelga. Esta es la realidad. Lo demás es mentira.
La imagen triunfante de Gabo la veremos pronto en los billetes de banco de Colombia, ya hay un decreto legislativo al respecto; y en los billetes de lotería, y en las tapas de los cuadernos escolares, y, quién quita, en los altares domésticos, enflorada y con una velita encendida.
Pero no le pidamos más milagros. Con sus libros es más que suficiente.

Vida de Nobel

 1927. Nace el 6 de marzo en Aracataca (Colombia).
1940. Es enviado a estudiar a Bogotá.
1947. Publica su primer cuento, La tercera resignación, en el diario El Espectador.
1948. Empieza a colaborar en el diario El Universal, de Cartagena de Indias.
1954. Entra en El Espectador.
1955. Publica su primera novela: La hojarasca. Además, una serie de reportajes sobre el único sobreviviente de un naufragio en el Caribe, que luego se titularía Relato de un náufrago. Viaja como corresponsal a París.
1958. Se casa con Mercedes Barcha.
1961. Llega con su familia a México DF. Trabaja como guionista y en publicidad.
1967. Publica Cien años de soledad.
1982. Recibe el Premio Nobel de Literatura.
1994. Crea la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
2002. Publica sus memorias Vivir para contarla.
2014. Muere en México DF. el 17 de abril, a los 87 años.
Novelas: La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera,Noticia de un secuestro, El general en su laberinto, Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes. Cuentos: Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada y María Dos Praceres.Doce cuentos peregrinos.

Un año sin Gabo

Un año como cien de soledad
El autor de Cien años de soledad  era grande antes de morir y durante los últimos doce meses ya se ha convertido en leyenda
Gabitos. Desfile carnavalesco en homenaje al escritor, hace unos días en Cartagena de Indias./Joaquín Sarmiento/elperiodico.com
La muerte al escritor mortal la da una segunda oportunidad, saca de los cajones sus viejos libros, para entonces llenos de polvo, y empuja a sus lectores fieles a leerle de nuevo. Los homenajes, las placas y los panegíricos obran como un imán para reclutar creyentes, y durante ese tiempo de duelo, que suele ser corto, tiene lugar una forma de resurrección, literaria al menos, un pletórico periodo de celebridad que ya quisiera el muerto tener ojos para disfrutar. Gabriel García Márquez murió hace un año y todo lo que estaba previsto que ocurriera ha ocurrido, los homenajes, los panegíricos, las placas, pero en cierto modo era como una lluvia cayendo sobre mojado, toda vez que si había un escritor célebre, inmortal antes de morir, ese era el Nobel colombiano. Lo que la muerte le hace a un inmortal. Esa es la cuestión.
«Ya era tan famoso que con su muerte se desató un enorme afán de definitivamente endiosarlo, algo que no tiene nada que ver con el análisis objetivo y sí con la idolatría -dice el escritor y, en el más amplio sentido de la palabra, intelectual colombiano Conrado Zuluaga, autor de varios volúmenes sobre el Nobel y el hombre que desde hace unos años ostenta el título de ser el que más sabe de Gabo-. Se han dicho cosas como que desde que nació lo tenía todo, que desde chiquito escribía, que desde chiquito ya era cronista, que era el mejor periodista y el mejor padre y el mejor diplomático y el mejor todo. Como si todo lo hubiera tenido en bandeja, y no se dan cuenta de que el tipo se reventó la cabeza 20 años para aprender a escribir Cien años de soledad. ¡Veinte años! No tiene sentido, el tipo se vuelve inaprensible, al final resulta que no tiene nada que enseñarnos porque era un iluminado. Vamos hacia el endiosamiento, pero yo pienso combatirlo en la medida de mis posibilidades».

Veinte casas de barro y cañabrava

A esa idolatría la alimenta en parte la idea de que a los muertos se les perdona todo, lo cual con García Márquez tiene un valor especial, habida cuenta de todo el ruido que lo rodeó en vida y que no tenía nada que ver con literatura. «Aquí en Colombia el 50% de la gente no lo leía porque era amigo de Clinton, y el otro 50%, porque era amigo de Castro», dice Zuluaga. Pero la muerte depura, y deja en el camino lo que parecía importante pero al final no lo era tanto.
«Me parece que al morir García Márquez -dice la escritora colombiana Piedad Bonnett-, han ido pasando a un segundo plano las cosas que dieron lugar a debate cuando estaba vivo, sus posturas políticas, por ejemplo, y eso le hace bien a un escritor, favorece la literatura». Bonnett forma parte del triunvirato de comisarios responsables de dar forma a una de las ideas literariamente más audaces del año: construir Macondo. La Feria del Libro de Bogotá ha puesto en sus manos, en efecto, la tarea de convertir la «aldea de veinte casas de barro y cañabrava» en algo palpable, todo lo que verá la gente cuando entre en el pabellón que le corresponde al mítico pueblito en su condición de país invitado de honor de la edición de este año; que empieza el día 22. Cuando Gabo murió, la programación de la edición anterior ya estaba cerrada, y sus responsables apenas tuvieron tiempo de reaccionar, así que el verdadero homenaje tendrá lugar este año, con ese Macondo que todo el mundo quiere ver y una programación en la que abundan los coloquios, las charlas y las exposiciones sobre el Nobel.

Centro internacional en Cartagena

También forma parte de ese trío de curadores el director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), Jaime Abello, una persona cercana al escritor colombiano y en no pocos sentidos uno de los responsables de gestionar su legado. ¿Qué le hace la muerte a un inmortal? Abello tiene una particular manera de verlo. «Yo tengo una alerta en Google News con el nombre de García Márquez, y no ha pasado un día desde que murió en que no salte su nombre. Para nosotros no ha sido un año de ausencia sino de presencia, así lo hemos sentido». Hace unos días, la fundación sacó a pasear por las calles de Cartagena a un carnavalesco grupo de Gabitos, todos vestidos con guayaberas blancas, que desfilaron primero en grupo y luego se desperdigaron por el laberinto de la ciudad vieja, con lo cual en un momento dado cualquiera podía toparse con un Gabo en cualquier esquina. Tal vez es la misma sensación que tiene el presidente de la fundación.
La muerte de su inspirador ha llevado a la FNPI y a su director a embarcarse en una tarea que no tiene mucho que ver con su objetivo básico, es decir, formar periodistas. «La fundación está comprometida ahora con el proyecto de sacar adelante lo que dispone la ley de honores a García Márquez aprobada en diciembre, en particular con la puesta en marcha en Cartagena de un centro internacional para su legado», dice Abello. Es una nueva línea de trabajo, y están trabajando en ello.
En la lista de iniciativas posteriores a la muerte del escritor destacan el premio de cuento que el Ministerio de Cultura de Colombia instauró el año pasado con el nombre del escritor, dotado con 100.000 dólares, y el documental que el realizador británico Justin Webster estrenó hace unas semanas, Gabo, cuya puesta de largo europea tuvo lugar en la reciente edición de Kosmópolis; también, por razones hermanadas con la polémica, la medalla de oro que le concedió a título póstumo el Ayuntamiento de Barcelona, en reconocimiento a la etapa barcelonesa del autor. «Creo que con la voluntad de empezar a corregir cosas -opina Xavi Ayén, autor de Aquellos años del boom-. García Márquez es un escritor que los barceloneses sentimos como nuestro, que vivió aquí y escribió aquí, pero que ha sido perjudicado por la decisión de la clase política de no considerarlo de los nuestros». ¿Qué le hace la muerte a un inmortal? «Gabo ya era una especie de santo vivo, y su muerte inevitablemente ha acentuado eso. No existe un proceso de beatificación laica, pero si lo hubiera estaríamos ahora en ello».

Muchos egos

Las librerías de Colombia están inundadas de libros sobre Gabo, pero la mayoría pertenecen a una categoría que ya es subgénero: Gabo y yo. «Mucha gente que tenía una foto con él ha escrito un libro con eso. Todo un subgénero: lo que a mí me pasó con García Márquez. En ese sentido ha habido mucho de oportunismo en lo que se ha publicado este año», dice Zuluaga. «Es un país de egos», confirma Bonnett. Pero no todo entra ahí. Los gabólogos rescatan libros como Soledad y compañía, de Silvana Paternostro, La soledad de Macondo y la salvación por la memoria, de Ana Cristina Benavides, y Macondo visto por Leo Matiz, por ejemplo, y dicen que son volúmenes que proyectan alguna luz nueva sobre el autor y su obra. Aunque lo más interesante está aún por suceder, dice Ayén. «Hay gente que quiere ser biógrafa de García Márquez y no se atreven a escribir aún para no molestar a la familia, pero con el tiempo seguro que saldrán cosas nuevas». Dos acontecimientos destacan en el horizonte: cuando Gerald Martin publique la versión ampliada de su biografía y cuando el archivo del escritor en la Universidad de Texas se abra al público. Allí está su correspondencia, y el borrador inacabado de su novela inédita, En agosto nos vemos.

Un árbol que floreció

Un año como cien de soledad

Esta es una crónica del autor del artículo a partir de las palabras de su esposa e hijos
Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Barcha al recibir la noticia del premio Nobel, en 1982. Fotografía de su hijo Rodrigo García / Álbum familiar de Mercedes Barcha / Gabo Periodista /elpais.com

Dicen que nació en Aracataca en medio de un aguacero de diluvio y consta que el día que murió tembló en la Ciudad de México y empezó a llover en su pueblo natal, luego de siete meses y medio de sequía. Dicen que al llegar a la Ciudad de México hace poco más de medio siglo, Mercedes su esposa sintió que podrían hacer vida en un país capaz de volver rojo al arroz para que supiera más sabroso y que ambos visitaron Buenos Aires una sola vez, ya publicada la novela Cien años de soledad,en 1967, al inicio del sueño feliz donde los espectadores de un teatro se ponían de pie para aplaudir a un escritor y consta que al escribir esa novela, el escritor tendió una sábana en medio de la sala de su casa y colocó un letrero que decía que allí, donde se iba apilando en cuartillas blancas el siglo mural de la biografía de toda una estirpe condenada a la soledad, se llamaba “La cueva de la Mafia” y que sus hijos no podían entrar ni interrumpirlo y consta también que al recibir el primer adelanto de regalías de esa misma novela, el autor pidió al gerente del banco que le llevara a casa una maleta retacada con billetes sueltos y que años después, minutos después de que alguien llamara desde Estocolmo, en 1982, para informarle al escritor de que había sido reconocido merecidamente con el Nobel de Literatura, bajó con Mercedes su esposa al jardín, envueltos en batas —y él con zapatos blancos— y consta todo esto, porque el mayor de sus hijos tomó la fotografía en el instante exacto en el que el mundo dejó de ser el mismo de siempre.
Gabriel José de la Concordia García Márquez, hijo del telegrafista de Aracataca, nieto y bisnieto de todas las historias posibles que alimentan todos sus párrafos llega hoy al primer año de los primeros cien años de una eternidad garantizada en millones de lectores que han de recrear como enredadera de selva la vasta literatura que transpiró desde que empezó a hilar palabras en tinta. Se confirma su irrefrenable capacidad para narrar como nadie todo lo que los demás comensales de una mesa miran sin observar sobre los manteles y se apuntala la verdad de que por encima de todo lo dicho, arriba de dimes y diretes, al margen o en torno a sus fidelidades y anécdotas, andanzas y aventuras, Gabo dejó no un conjunto de libros inmortales o varios volúmenes de artículos, crónicas y cuentos invaluables, sino una literatura completa: una manera de leer el mundo que se vertía sobre las yemas de los dedos al escribir cada letra sin preocupación por los acentos o separaciones de sílabas.
A lo largo de un tiempo largo, jamás me dejó visitar su estudio, esa nueva cueva donde seguía escribiendo como si sólo los nietos pudieran comprobar las ocasiones en que por allí volaba un loro que parecía hablar en canciones o el jarrón con rosas amarillas que servían de amuleto infaltable para el escritor que desde joven era capaz de convertir el género de crónica en “la verdad del cuento”, los cuentos en anécdotas personales de todo aquel que los leyera y sus novelas en la biografía íntima y entrañable de todo un continente. En la cueva trashumante, como carreta de gitano que hipnotiza con imanes en cualquier selva, Gabo escribió El amor en los tiempos del cólera, luego del Nobel y como quien se deja anunciar en la Maestranza de Sevilla luego de haber cortado un rabo.
Dicen que escribió una carta al padre de Mercedes desde París y quien fuera su suegro ni la abrió y la guardó entre libros de un estante quizá porque ya sabía que el remitente llegaría para casarse con quien ya era la mujer de su vida, la madre de sus hijos y la abuela de sus nietos, echando raíces de un árbol que floreció en el momento en que la pareja de recién casados abordaba el día de su boda un avión para Caracas, para un nuevo empleo de periodista y asegurándole al Sr. Barcha que algún día el mundo entero reconocería que su hija se acababa de casar con el mejor escritor del mundo y consta que años después en México, a las afueras de una agencia de publicidad, el ya publicado autor de tres libros afirmaría que en realidad escribía para que sus amigos lo quisieran cada día más y más, tanto como se confirmó durante la noche en que se fue de este mundo, por todo el mundo en las filas de personas que lo lloraban leyéndolo en sus ejemplares y la lluvia de miles de pétalos amarillos como mariposas que parecían llovizna de uno de sus propios párrafos. Dicen los que lo leen ahora por primera vez en sus vidas que en una página exacta Úrsula Iguarán muere en Jueves Santo y que en ese párrafo consta que fue un día de tan intensos calores que “los pájaros se estrellaban como perdigones y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios” y consta que el día que murió Gabo, un pájaro confundido se metió quién sabe cómo a su casa y terminó estrellándose en la ventana de la habitación donde empezaba su eternidad. También sucedió en Jueves Santo.
Nada más. Nada menos: la vida y literatura de Gabriel García Márquez está impresa como un tatuaje inexplicable de azar y magias. Debo a la generosa amistad de Mercedes Barcha, La Gaba, y a la fraternidad incondicional de Rodrigo y Gonzalo García Barcha lo que narro en estas líneas y lo que vivimos o leemos en la vida y obra de Gabo: todo ello es ya memoria palpable e imaginación desatada por encima y allende de toda consideración ajena a su Literatura con mayúsculas y quizá por ello, el día que dicen que se fue, sin permiso y en silencio conocí por primera vez la cueva donde escribía. Horas antes, minutos después de su último suspiro, su hijo captó también en fotografía el arco iris que pasó por encima del sillón donde le gustaba leer; de noche, al filo de la madrugada del primer día que hoy apenas cumple un año, yo mismo vi en penumbra lo que parecía la tipografía del silencio. Efectivamente, son mariposas amarillas.
Jorge F. Hernández es autor de La Emperatriz de Lavapiés y colaborador de elpais.com, con la columna Cartas de Cuévano.

El periodismo como literatura

Un año como cien de soledad
Trabajó en diarios, escribió artículos y creo una fundación para periodistas
Gabriel García Márquez, en los tiempos del impacto mundial de Cien años de soledad./Sara Facio. /elpais.com
Quizás uno de los mayores aportes de Gabriel García Márquez al oficio periodístico, más allá de los valores de su obra de no ficción, haya sido el de sostener, a lo largo de su vida, que él era, sobre todo, un periodista, y en dar muestras —con hechos concretos, con declaraciones en las que decía cosas como “Aprendí a escribir cuentos escribiendo crónicas y reportajes” o “El periodismo me ayudó a escribir”— de que lo decía en serio. Empezó a ejercer el oficio cuando tenía 20 años, en El Universal, de Cartagena de Indias, y desde entonces y hasta su último emprendimiento periodístico, cuando en 1998 compró la revista colombiana Cambio,todos sus actos indicaron que para él el periodismo no era un ganapán ni un oficio bastardo, sino una forma de la literatura a la que valía la pena entregarle la vocación y la vida.
Si se hace un paralelo entre su obra periodística y su obra de ficción se ve que, por ejemplo, mientras trabajaba en El Espectador, de Bogotá (y daba forma en 1955 a las veinte entregas consecutivas de lo que sería después el libro Relato de un náufrago), o era corresponsal de Prensa Latina, escribía El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora. Aún después de Cien años de soledad, la novela de 1967 que lo puso bajo los reflectores, siguió publicando artículos en El tiempo, de Colombia, y después en EL PAÍS, de España. A un año de la aparición de El amor en los tiempos del cólera, en 1985, publicó un libro de no ficción: Miguel Littin, clandestino en Chile. Y, cuando ya no necesitaba demostrarle a nadie lo que podía hacer, investigó y escribió Noticia de un secuestro, en 1996. Fue uno de los pocos autores latinoamericanos de su generación —otro, insoslayable, es Mario Vargas Llosa—, que creyó que el periodismo bien hecho podía llegar a ser un arte, y que actuó en consecuencia. Cuando ganó el Nobel, en 1982, convocó al argentino Tomás Eloy Martínez para hacer, con el dinero del premio, un periódico que iba a llamarse El Otro, y que no llegó a existir. En 1992 formó parte de QAP, un noticiero televisivo de mucho éxito en Colombia. Finalmente, en 1994, cuando hacía doce años que había ganado el premio Nobel y veintisiete que había escrito Cien años de soledad, creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Llevaba casi tres décadas en el centro del escenario, recibiendo todo tipo de honores como escritor de ficción y, sin embargo, decidió apoyar un proyecto destinado a gente que vive de contar historias reales para estimular “las vocaciones, la ética y la buena narración en el periodismo”. Desde entonces, la Fundación trabaja de diversas formas —sobre todo, aunque no sólo, organizando talleres para periodistas— en torno a ese mandato. Hoy, el panorama de la crónica en habla hispana no es idílico, pero tampoco el peor de todos los posibles. El premio que otorga la Fundación —reeditado en 2013 bajo el nombre de Gabriel García Márquez—, se transformó en uno de los más prestigiosos y mejor dotados del oficio. En los últimos años, casi todas las casas editoriales tienen una colección de crónica y varias revistas del continente americano —El Malpensante, Etiqueta Negra, Soho, Anfibia, Gatopardo—, cultivan el género. Para las nuevas generaciones, los referentes del oficio ya no son sólo Tom Wolfe o Truman Capote, sino también —quizás sobre todo- periodistas de habla hispana, muchos de los cuales han sido sus maestros en talleres de la Fundación: Alma Guillermoprieto, Martin Caparrós, Alberto Salcedo Ramos, Juan Villoro. Es difícil pensar el estado de la no ficción en América Latina sin tener en cuenta ese gesto de García Márquez que, veinte años atrás, decidió crear esta fundación para periodistas cuando, con todo su nombre, con todo su poder, pudo haber hecho otra cosa: un festival de cine, un premio de novela, o nada. Si hoy muchos periodistas de nuevas generaciones se dedican a su oficio sin sentir que necesitan validar su trabajo con, además, una potente obra de ficción, es, en buena parte, gracias a ese gesto.

Escritor y constituyente

Un año como cien de soledad
Gabriel García Márquez participó en el proceso constituyente colombiano de 1991
Gabriel García Márquez. / Daniel Mordzinski./elpais.com

Un capítulo de la historia de la Constitución de Colombia de 1991 que está aún por escribirse tiene que ver con la participación del Premio Nobel de Literatura en el proceso constituyente más participativo de nuestra historia reciente.
Gabriel García Márquez dijo alguna vez que “lo peor que le puede pasar a una Constitución es que le mamen gallo”. Eso en colombiano puro significa que la irrespeten, o como diría Ronald Dworkin, uno de los grandes tratadistas del derecho público moderno, que no tomen en serio los derechos consagrados en el texto constitucional. Esa preocupación por el imperio de la ley y el estado de derecho lo llevó a interesarse por el momento cumbre de la historia política de un pueblo: cuando se hace su Constitución.
El proceso constituyente de 1991 fue el resultado de una propuesta de reforma de la Constitución que surgió promovida por un movimiento estudiantil que se generó después del magnicidio en agosto de 1989 de Luis Carlos Galán, el candidato que iba a ganar las elecciones en 1990 y cuya propuesta de reconciliar la ética con la política marcó su destino.
La Nueva Constitución de Colombia le puso definitivamente la lápida a los restos del llamado Frente Nacional que terminó bloqueando el sistema político por cuenta de un bipartidismo que bien describió el Coronel Aureliano Buendía: “La única diferencia entre liberales y conservadores es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores a misa de ocho”.
García Márquez no fue ajeno a la trascendencia del momento que vivía el país. De hecho, los estudiantes que promovimos la Asamblea Constituyente estuvimos a punto de conseguir que Gabo fuera la cabeza de lista del Movimiento Estudiantil a dicha Asamblea.
Se trataba de abrir el escenario político y quien mejor que él para encauzar los vientos de cambio que Colombia experimentaba después de uno de los momentos más oscuros de su historia. Tuvimos varias conversaciones telefónicas con el Nobel, semanas antes de la inscripción de la lista, pero el secuestro de varios periodistas por el Cartel de Medellín en septiembre de 1990 empeoró las condiciones de seguridad del país e impidió lo que hubiera sido un fenómeno electoral de imprevisibles consecuencias. Todo ello lo relataría el mismo en Noticia de un secuestro. Meses después, la Asamblea se instalaba con una multiplicidad de actores recién llegados a la política, rompiendo así el monopolio clásico de los partidos tradicionales.
Sin embargo, no desfalleció en su empeño por ser partícipe de ese hecho histórico al punto que, como cuenta Humberto de la Calle, no solo se interesó en la redacción del proyecto constitucional del Gobierno sino que hizo propuestas de artículos para la nueva Constitución que fueron relevantes para el debate constituyente.
No se trataba solo de la revisión final gramatical y de estilo del texto aprobado, como también lo hizo nuestro Instituto de la Lengua, sino de normas sustantivas de derechos que hicieran de la Carta Política un documento vivo, presente y digno de respeto. De hecho, hoy se reconoce que la magnitud del consenso político que produjo la “Constitución de los derechos” del 91 es el más grande que se haya conocido en décadas.
Nada de ello fue producto del azar. Para quienes conocen su biografía, bien saben que fue estudiante de Derecho por pocos años en la Universidad Nacional de Colombia y que esa carrera se truncó por cuenta de “el bogotazo”, el 9 de abril de 1948 después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Había decidido estudiar Derecho solo por complacer a su padre y el cierre de la Universidad a partir de esa fecha, sirvió de coartada perfecta para que se dedicara a leer poesía y novelas en lugar de recitar códigos de memoria.
Además, porque, como lo destaca Enrique Krauze, el primer y gran regalo de su abuelo, el legendario Coronel Márquez a su nieto Gabriel no fue una pistola sino un diccionario. El abuelo militar de la Guerra de los Mil Días, sabía que en Colombia —una república de gramáticos como alguien decía— la palabra y los diccionarios son instrumentos de saber y de poder.
Desde allí se volvió coleccionista y lector impenitente de diccionarios. Décadas después, recuerdo haberle oído su fascinación por un diccionario de criminología que se había devorado y aprendido antes de escribir Crónica de una muerte anunciada.
Pero lo relevante hoy, en el primer aniversario de su muerte, prueba irrefutable de la vigencia de su palabra, fue su propuesta de un texto para la nueva Constitución, que al final no fue aprobado, en el tema por el cual conspiró desde que nació, según sus propias palabras: “La paz es condición esencial de todo derecho y es deber irrenunciable de los colombianos alcanzarla y preservarla”. Una fórmula que, como todo lo suyo, hoy podría iluminar los debates acerca de la justicia transicional que busca Colombia para cerrar su acuerdo de paz.
Fernando Carrillo Flórez es el embajador de Colombia en España.

Aracataca-Macondo lista para homenaje póstumo a Gabriel García Márquez

Un año como cien de soledad
Cada rincón del pueblo en donde nació Gabriel García Márquez se viste de realismo mágico para homenajear el primer aniversario de fallecido
 
Macondo el país imaginario como la realidad más concreta de un mundo real./wradio.com.co
 Sera un día envuelto de  obras en el que se tiene preparado por la Universidad del Magdalena, Fundación Realismo Mágico y la alcaldía del municipio con lo que se busca  resaltar el legado que ha dejado el nobel.

La fundación Realismo Mágico conformada por un grupo de cataqueros tiene organizado un homenaje  amplio con personalidades nacionales, entre ellos el Pibe Valderrama, el periodista Edgar Perea, Benjamin Cuello.

La alcaldía decretó día cívico para que sus habitantes participen. En este día se lanzaran diez libros de diversos actores.
El evento iniciará con un minuto de silencio para agradecer el legado del nobel, se mostrara en imágenes con lectura dirigida la vida de Gabo, un concierto caribe y presentación de artistas nacionales.

El evento finalizará con mariposas amarillas  en el Camellón 20 de Julio con una serenata denominada “Seranata Caribe a Gabo” en la que participarán diferentes artistas musicales.

Por parte de la Universidad del Magdalena se desarrollará el Tedeum en la Parroquia San José de Aracataca, donde se llevará a cabo una eucaristía que contará con la participación  del Coro de la Caja de Compensación Familiar del Magdalena -Cajamag-.

La Casa Museo será el escenario de un conversatorio que tendrá la participación del comunicador social y especialista en gestión cultural, Rafael Darío Jiménez.

Mientras el cierre del conversatorio estará a cargo de la cátedra “Vida y obra de Gabriel García Márquez, Recuerdos de Aracataca”, junto a los adelantos de los proyectos liderados por los voluntarios guías de Unimagdalena que compartirán con el público visitante.

El cierre será liderado por una muestra cultural y artística a cargo de las instituciones educativas de Aracataca, que estarán presentando declamaciones de poemas

Homenajes para recordar a Gabriel García Márquez a un año de su muerte

Un año como cien de soledad

Exposiciones, talleres y conferencias hacen parte de la programación

Bajo el lema  Gabo vive entre nosotros, el Ministerio de Cultura recordará al autor con lecturas de su obra, exposiciones, conferencias, presentaciones de danza, música y teatro que comenzarán la víspera del aniversario de su muerte, ocurrida el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México, a la edad de 87 años./elespectador.com
Hoy, 17 de abril se conmemora un año de la muerte de Gabriel García Márquez, por lo que el Museo Nacional de Colombia alista una serie de homenajes gratuitos que incluyen una exposición temporal, un taller de lectura y dos conferencias. (Ver video Así fue la vida de García Márquez en Zipaquirá).
El tributo comienza el próximo viernes con el taller de lectura "Los cachivaches de Melquiades", que se realizará a las 4:00 p.m., donde los participantes dejarán volar su imaginación mientras buscan en cada rincón del Museo los “cacharros” de Melquiades, gitano misterioso que lleva a Macondo los secretos de la alquimia, la magia, el conocimiento y la ciencia que enseña a través de extraños experimentos y artilugios con los que logra sorprender a la familia Buendía.
Posteriormente, el 23 de abril a las 5 de la tarde, se dará la conferencia "Las raíces guajiras de Gabriel García Márquez" en la que se analizará el universo social y religioso de esta región del país en la obra de ‘Gabo’, y el 30 de abril, también a las 5:00 p.m., se dictará la conferencia "La cocina en la obra de Gabriel García Márquez", en la cual se explicará por qué la cocina tiene tanta importancia como el amor y el deseo en las narraciones del nobel colombiano.
En cuanto a la exposición temporal "Homenaje al alcalde mayor de Macondo", el público podrá visitarla desde el 28 de abril. Gracias a los archivos de la fonoteca de Señal Memoria, los asistentes podrán escuchar la voz de ‘Gabo’ leyendo apartes de dos de sus obras emblemáticas: "Cien años de soledad" y "El coronel no tiene quien le escriba". (Ver también La 'cueva' de Gabriel García Márquez y sus amigos).
En diálogo con estos trabajos literarios, se exhibe un conjunto de piezas que aproximan a la realidad macondiana. En la exposición, conformada por objetos de la colección del Museo Nacional y una pieza traída especialmente para esta muestra, se busca explorar una manera particular de entender el mundo desde las artes plásticas, la fotografía y el arte popular.
Estas actividades hacen parte de la iniciativa "Gabo vive entre nosotros" con la que el Ministerio de Cultura busca conmemorar la vida y obra del escritor.
Es por ello que la Biblioteca Nacional de Colombia abre al público (también el viernes 17 de abril) una exhibición con la máquina de escribir, así como con la medalla y el diploma del Nobel de 1982. La muestra temporal, que inicialmente irá hasta comienzos de mayo, incluirá además las primeras versiones de algunas obras del escritor colombiano y traducciones de sus libros a varios idiomas.
En televisión también hay espacio para 'Gabo'. Caracol Televisión emitirá "Gabo, la Magia de lo Real", dirigido por el británico Justin Webster y narrado por el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez. Este documental que ya fue presentado por Discovery, se podrá ver en la pantalla chica nacional el domingo 19 de abril a las 9:30 de la noche (después de Séptimo Día).
Por otra parte, Las bibliotecas Luis Ángel Arango de Bogotá y Vasconcelos de Ciudad de México lanzaron la convocatoria "#GaboEntreBibliotecas", con la que pretenden que los lectores envíen un mensaje a través de Twitter en el que cuenten qué ha significado para ellos la lectura de Gabo, lean un fragmento de alguno de sus textos y recomienden sus obras.
Finalmente, la Feria del Libro de Bogotá (21 de abril al 4 de mayo) rendirá tributo al escritor colombiano y a Macondo, universo de ficción reflejado en la obra "Cien años de soledad". Los visitantes podrán disfrutar en 3 mil metros cuadrados una experiencia multimedia a través de lenguajes expositivos novedosos, pues se celebrarán exposiciones alrededor del mundo mítico del Nobel y "habrá conferencias sobre su obra con invitados de talla mundial, entre los que se contarán biógrafos, traductores y editores, además de expertos que conservan su obra en la Universidad de Texas, en Austin".