jueves, 7 de mayo de 2015

Veinte hitos de García Márquez en Bogotá

Como cierre de la Feria del Libro, el director del Archivo de Bogotá, Gustavo Adolfo Ramírez Ariza, gabólogo por excelencia y experto en el capítulo cachaco del Nobel, se le midió a la tarea de revisar la relación del escritor con la ciudad

Gabriel García Márquez junto a Gustavo Adolfo Ramírez Ariza, gabólogo por excelencia y experto en el capítulo cachaco del Nobel colombiano./elespectador.com
Desde 1943 hasta hoy, los lazos de Gabriel García Márquez con Bogotá han sido entrañables y, sin duda, marcaron su vida.  Entre algunos de ellos podrían destacarse su condición de alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, su vida bohemia y literaria en los cafés de la ciudad, su militancia en el piedracelismo, su amistad con Camilo Torres Restrepo, Álvaro Mutis, Gonzalo Mallarino, Álvaro Castaño y Gloria Valencia , entre tantos otros, así como el ejercicio del periodismo de choque y su consagración en El Espectador, el haber ganado aquí sus únicos concursos de su carrera literaria, la publicación de sus primeros cuentos y poemas, de sus primeras novelas y el nacimiento de su primogénito. Todo ello explica porqué el mismo se confesó como un “viejo santafereño”.
 
Como muestra de la importancia del capítulo cachaco en su vida, destaco algunos de esos hitos.
 
El primero sería, cómo no, la publicación de su primer texto literario, el poema “Canción”, aparecido el 31 de diciembre de 1944, con el seudónimo de Javier Garcés.
 
El segundo, el que la primera noticia en que se menciona su nombre haya aparecido en la prensa bogotana con motivo de su participación en el evento inaugural de la Segunda Feria del Libro de Zipaquirá, en 1945. 
 
El tercero, el que su grado de bachiller fuera reseñado en el diario El Tiempo en diciembre de 1946, en el que se destaca su condición como mejor alumno de la promoción del Liceo Nacional de Varones. 
 
Como cuarto hito, el que aparezca como colaborador en la bandera de la página universitaria del periódico La Razón, en lo que bien pudiera definirse como su primera práctica periodística,  en 1947. 
 
En julio de ese mismo año, en una pensión de estudiantes costeños, en la calle de Florián, le sucede la gran epifanía de su vida: la lectura de La metamorfosis, de Kafka, que lo transforma de poeta a narrador. 
 
En septiembre de ese mismo año, en El Espectador, aparece su primer texto narrativo; el cuento La tercera resignación. Sexto hito.
 
El séptimo hito:  en 1947, Eduardo Zalamea Borda, “Ulises”, publica en su habitual columna del periódico El Espectador la primera nota crítica sobre García Márquez, en el que ya lo anuncia como la más promisoria figura de la literatura colombiana. 
 
Octavo, el que se convierta en el pionero de la crítica cinematográfica en el país con una columna permanente en El Espectador, a principios de 1954.
 
Noveno, el que empiece aquí su larga y brillante carrera de escritor laureado con el primer puesto del Concurso Nacional de Cuentos, en 1954.
 
Décimo. Se publica en la ciudad el primer libro que contiene un texto suyo, Un día después del sábado, en “Tres cuentos colombianos”, publicación del Ministerio de Educación Nacional, en 1954. 
 
Onceavo.  El poeta Arturo Camacho Ramírez le hace su primera entrevista para el programa radial “Cuál es su hobby”, que se emitía por la HJCK, en 1954.
 
Doceavo. A partir de 1954, García Márquez forma parte activa del primer cine club fundado en América Latina: el Cine Club de Colombia.
 
Trece. Inicia su larga y prodigiosa carrera como reportero en El Espectador, y en un año, con  El relato de un náufrago, ya es un maestro del género, en 1955.
 
Catorceavo hito. Publica, “por fin”, como escribió en la dedicatoria  a Álvaro Cepeda Zamudio, su primera novela: La hojarasca. Es 1955.
 
Quince. Por primera vez, un medio colombiano envía un corresponsal al exterior:  Gabriel García Márquez viaja a Europa, en primera clase, y vive allí tres años .
 
Dieciséis. En agosto de 1959  nace en la Clínica Palermo, su primogénito, Rodrigo.  Los padrinos: Plinio Apuleyo y Sussy de Vargas. El padre que lo bautiza es Camilo Torres Restrepo.
 
Diecisiete. Gana en 1961 su segundo y último concurso literario: el Premio de Novela Esso, con La mala hora. Con este premio compra su primer carro, el que luego vende para sentarse a escribir Cien años de soledad
 
Dieciocho. El Espectador publica, como primicia mundial, un capítulo de Cién años de soledad, el 1 de mayo de 1966.
 
Diecinueve. En 1967, en el Teatro Colón, se presenta la primera obra de teatro basada en sus textos. Pero al autor no lo dejan entrar porque “no tiene corbata”.
Veinte. Por primera vez, este año, la Feria Internacional del Libro de Bogotá tiene como invitado de honor no a un país sino a un mundo, al ámbito de ficción de un escritor: Macondo. 

Gabo periodista: la última etapa

Prólogo del nuevo libro con el que le rinden un homenaje al Nobel

 
En la oficina de la reportera gráfica Claudia Rubio, en las épocas de  Cambio, un día en que Gabo revisaba una foto./Claudia Rubio./eltiempo.com
“¡Bandido!”, cuenta en sus memorias Gabriel García Márquez que le gritó una noche cartagenera, quizás la del 18 de mayo de 1948, Manuel Zapata Olivella. Ambos se abrazaron felices no solo de encontrarse allí en el barrio Getsemaní, donde solían alborear al acecho de algún ron y alguna caricia, sino porque la última vez que se habían visto había sido en Bogotá, el 9 de abril de ese mismo año terrible, cuando la ciudad ardió por todas sus costuras.
Así que ese abrazo era el de dos sobrevivientes que no podían creer que lo fueran de verdad; dos náufragos en tierra firme, dos fugitivos de la muerte. “Manuel, además de médico de caridad, era novelista, activista político y promotor de la música caribe, pero su vocación más dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo...”, escribió García Márquez en Vivir para contarla, y a renglón seguido: “No bien habíamos intercambiado nuestras experiencias del viernes aciago y nuestros planes para el porvenir, cuando me propuso que probara suerte en el periodismo...”.
Al otro día los dos trasnochados compinches estaban en la oficina de Clemente Manuel Zabala, quien era el jefe de redacción de El Universal, el periódico liberal recién fundado por Domingo López Escauriaza. Zapata no tuvo que excederse en el encomio de su amigo, pues Zabala ya sabía de él por los cuentos que en Bogotá le había publicado, con un generoso espaldarazo de Eduardo Zalamea Borda, El Espectador. Así que hablaron más de literatura que de otra cosa, y casi sin darse cuenta, con gran escepticismo de su parte, Gabriel García Márquez entró a la primera sala de redacción de su vida.
El 21 de mayo de 1948 se publicó su primera columna en El Universal: una nota sobre la derogación del toque de queda en Cartagena, con un comienzo que era también un presagio del estilo y la maestría que luego harían inmortal a su autor: “Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda. El reloj de la Boca del Puente, empinado otra vez sobre la ciudad, con su limpia, con su blanqueada convalecencia, había perdido su categoría de cosa familiar, su irreemplazable sitio de animal doméstico...”.
Fue así como Gabriel García Márquez se inició en el periodismo, un mes después de haber sobrevivido al ‘bogotazo’ y a sus cursos de derecho en la Universidad Nacional; fue así como empezó a ejercer ese oficio al que luego llamaría “el mejor oficio del mundo”, y del que no pudieron alejarlo nunca ni la fama ni la gloria ni la literatura.
Porque, estuviera donde estuviera, y como estuviera, García Márquez era sobre todo un periodista: un cronista y un reportero del alma más profunda de las cosas. Desde el principio tuvo clarísimo que su vocación y su destino estaban en la literatura, sí, pero gracias a esa intervención providencial de Zapata Olivella descubrió que quizás no había mejor lugar para cultivarlos y esperar sus frutos que la sala de redacción de un periódico.
El periodismo fue para García Márquez un laboratorio y un refugio: el cernidor en el que iba decantando muchas de sus obsesiones, y la forja en que fue puliendo y castigando, con paciencia y disciplina, su estilo insuperable y sonoro, esa urdimbre de palabras como pescaditos de oro. Se lo dice el maestro a Roberto Pombo en una entrevista que está en este libro: “Lo importante es que hace muchos años que yo vengo con la nostalgia del periodismo, que es un oficio que siempre considero que fue mi oficio original, y que ha sido muy útil para mí en la literatura porque gracias a él yo puedo divagar, fantasear, hacer todo lo que quiero, pero siempre mantengo los pies sobre la tierra...”.
De El Universal pasó García Márquez a El Heraldo de Barranquilla, y de allí, gracias a la orden perentoria de Álvaro Mutis, que le dijo que si se quedaba con esos borrachos de La Cueva nunca escribiría ninguna de las novelas magistrales que tenía que escribir, pasó a El Espectador, de Bogotá, donde muy pronto fue el cronista estrella. Y aun cuando esas novelas magistrales empezaron a salir por fin de su sombrero de mago, Gabriel siguió siendo eso, un periodista, aunque cada vez tuviera menos tiempo y cada vez la gloria fuera más posesiva con él y con sus libros. Pero siempre dejaba un pie en el cercado vecino para no perder el contacto con la realidad.
Siempre: en Prensa Latina, en Alternativa, en ese sueño fallido después del Nobel que fue el periódico El Otro, o en la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, que recoge muchas de sus preocupaciones éticas y filosóficas y narrativas, y prácticas, sobre cómo formar bien a quienes hoy se dedican al mejor y más difícil oficio del mundo. “Pues el periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”, dijo en un discurso de 1996.
Dos años después, en 1998, García Márquez se dejó tentar por su amigo y casi sobrino Mauricio Vargas, quien había logrado convencer en Bogotá a algunos de los mejores periodistas de Colombia para hacer una revista, un semanario de opinión y de investigación. Allí, en ese proyecto, estaban María Elvira Samper, Pilar Calderón, Roberto Pombo, Ricardo Ávila, Édgar Téllez y el propio Mauricio: una selección de lujo de la historia reciente del periodismo colombiano. Pero el sueño de todos era que Gabo, como le decían sus amigos, estuviera también. Y ante el asombro de todos, Gabo aceptó.
Vino entonces una febril y festiva andanada de reuniones, cabildeos, especulaciones, vueltas de tuerca, trámites, debates, discusiones, arreglos, desarreglos, hasta que la nueva sociedad se lanzó al ambicioso proyecto de comprar la revista Cambio (antes Cambio 16), que ya existía con un importante capital histórico y periodístico tanto en España como en América. A finales del año se concretó el negocio, y a principios de 1999 los nuevos dueños se hicieron cargo de la nave, dándole desde el primer número su sello y su puntal. Fue así como nació la Cambio de Gabo y sus amigos, la última de sus grandes aventuras en el periodismo. Cambio era publicada ahora por una empresa que se llamaba como el médico en Del amor y otros demonios: Abrenuncio S. A., y en lo más alto de la bandera se leía: ‘Presidente del Consejo Editorial, Gabriel García Márquez’. Pero su presencia allí no iba a ser solo la de un oráculo o la de una sombra tutelar, ni la de un abuelo benefactor y providente, sino también, y sobre todo, la de un maestro que estaba pendiente de cada detalle, y cuyo criterio implacable y siempre original, siempre, excedía los problemas del lenguaje y del estilo y lo cubría todo: el contenido, la diagramación, la titulación, los anuncios, todo.
La idea era que García Márquez, como gran firma y gancho de la revista, escribiera cada tanto textos largos que harían las delicias de los lectores: perfiles, crónicas, entrevistas, reportajes. Inauguró además una sección que era un puro divertimento, ‘Gabo contesta’, en la que sus lectores del mundo le mandaban cartas como si de un consultorio sentimental se tratara, y acaso sí, y él las respondía en un tono relajado y confidencial, lleno de guiños y picardía. Allí quedaron esparcidas, como verdaderas perlas, algunas de sus mejores revelaciones sobre el oficio de escribir y sobre su propia obra.
Y cada semana llegaban desde México, en carta o por fax, sus notas sobre cómo veía él la revista: cómo pensaba que podían mejorarse los textos y su presentación, los colores de la armada, el lead de las columnas. Ni siquiera con sus propias cosas tenía la menor piedad, diseccionándolas con un bisturí de tinta roja que no dejaba piedra sobre piedra. Sobre el número en que apareció su perfil de Hugo Chávez, ‘El enigma de los dos Chávez’, escribió una glosa feroz y brillante:
El texto del reportaje tiene toda clase de tropiezos: un adverbio de modo terminado en mente que cayó del cielo, una línea completa que desapareció, y otros varios accidentes tipográficos que se explican por la premura. Entre ellos, me falta un espacio respiratorio antes del último párrafo. Por lo demás, el texto es “lo que pudo haber sido y no fue”. Le falta más tensión interna, limpieza de estilo, algunas ráfagas de la vida familiar de Chávez, y algo de Colombia en relación con su vida y su política. Indigno de un premio Rómulo Gallegos.
Este libro recoge los mejores textos de Gabriel García Márquez en Cambio: su última gran época como periodista y una de las más prolíficas que vivió. Aquí están sus perfiles y sus crónicas; y están también sus respuestas a los lectores. Hemos incluido además tres entrevistas al maestro publicadas en el periódico EL TIEMPO: una muy antigua, hecha por Daniel Samper Pizano en Barcelona en 1968; y otra, también de ellos dos, en 1990, en Madrid, cuando parecía que GGM iba a ser candidato a la Constituyente; la otra es una conversación con Roberto Pombo en 1996, cuando la publicación de Noticia de un secuestro.
Este libro es un homenaje al talento del colombiano más grande de todos los tiempos: el que mejor supo descifrar, con sus palabras y sus intuiciones, el misterio de lo que somos. Pero es también un homenaje a sus lectores, para que renueven con él, aunque sea un poco, la nostalgia de las almendras amargas y el olor de la guayaba. El milagro de un estilo que morirá con el mundo, no antes ni después.
La nostalgia de las almendras amargas
Este libro reúne una serie de textos de Gabriel García Márquez publicados en la revista ‘Cambio’ entre 1999 y el 2002. Incluye perfiles, crónicas y reportajes de su autoría, además de las respuestas que dio a sus lectores en la sección ‘Gabo contesta’, acerca de sus libros y personajes. ‘La nostalgia de las almendras amargas’ trae también tres entrevistas al nobel publicadas en este diario.
Juan Esteban Constaín es escritor, historiador y columnista de EL TIEMPO