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Carlos Eduardo Manrique, periodista colombiano, el útimo que entrevistó a Gabo./panoramacultural.com.co |
En sus manos, una fotografía servía de
prueba irrefutable: él había sido uno de los últimos periodistas en
entrevistar al premio Nobel. Y en sus palabras relucía una indecible
mezcla de orgullo y congoja.
Con esta entrevista, divulgamos la
experiencia de un joven periodista colombiano que, en su empeño por
aproximarse a una leyenda universal de las Letras, descubrió a un gran
ser humano.
Refiriéndonos a la fotografía
que nos muestra, es usted uno de los últimos en haber entrevistado al
maestro Gabriel García Márquez…
Aclaro un detalle: no soy uno de los
últimos periodistas, soy el último periodista en haber entrevistado a
Gabo en el hemisferio, en el planeta tierra. Después de eso, el maestro
fue a inaugurar un centro comercial en ciudad de México y le tomaban
fotos. ¿Qué hacía la gente? Tomaban fotos y luego escribían un
reportaje, pero el último que estuvo dentro de su casa, que estuvo dos
horas sentado con él, con su esposa, con su familia, conversando y
compartiendo, fui yo.
Conociendo la intimidad de Gabo, puedo
decir que no era famoso. De casa para dentro, Gabo no era famoso. Sería
una desgracia para un ser humano ser famoso dentro de su propia casa.
Conocí al Gabo lleno de paz y tranquilidad en su hogar y, después de
esto, permanecí en contacto con sus asistentes, gente de su familia. Una
o dos veces por semana llamaba. Ese reportaje que escribí para un
diario colombiano –que inicialmente no iba a escribir–, jamás iba a
pensar que se iba a convertir en el último reportaje que un estudiante
iba a hacer al maestro de las Letras.
¿En qué periódico se publicó esa entrevista?
En el diario El Espectador. Gabo fue mi
tercera entrevista. Mi primera entrevista fue con el maestro Plácido
Domingo. Ya la publiqué. Con Mario Vargas Llosa conversé en algún
momento también, con Johny Pacheco, pero quien me abrió las puertas en
El Espectador es Gabo. Cuando me preguntan quién te abrió las puertas y
contesto García Márquez, me responden: “ay pero con esa palanca quién
dice”. Pero no se vaya a creer lo que no es, yo simplemente hice un
reportaje y ellos, entendiendo la dificultad –porque saben que Gabo no
da entrevistas–, me lo aceptaron.
¿Cuándo fue esa entrevista y cómo fue ese primer contacto con Gabo?
La historia del primer contacto es de
muchos años antes. Esa entrevista fue el 6 de junio del 2013, Cartagena,
en su casa. Yo había conocido a Gabo en mayo del 2007, había viajado
con él de Santa Marta en el tren amarillo. Después lo vi en Cartagena,
me firmó Cien años de soledad, me puso “cien años de felicidad para
Carlos Eduardo Manrique, con un abrazo”.
El día de la entrevista, llegué, timbré.
Inicialmente me dijeron cinco minutos, nada más, sólo la foto y ya,
pero fueron dos horas sentado con él, y Gabo amable, sonreía, molestaba,
me contó la vida en España, en Barcelona. El maestro preguntó por
Aracataca, era una persona excepcional, de gran corazón. Siguió mamando
gallo.
¿Se quedó con alguna de sus bromas?
Muchísimas. Después de hora y media de
conversación, yo le dije: Maestro, tenemos que tomarnos una foto, hay
que dejar un recuerdo de esto. Él me miró con una mirada solemne y
diplomática, y yo dije “Ay Dios mío ¿Qué dije?”. Él me dijo: no se
preocupe, mijito, en esta casa hacemos todo este tipo de sinvergüenzuras
(risa). ¡Ése era Gabo!
¿Llegó con una entrevista preparada? ¿Cuál era la pregunta que quería hacerle especialmente?
Pensé durante mucho tiempo en el
encuentro porque en mi casa leía los libros del maestro. Tenía muchas
preguntas en la cabeza, pero tenía claro algo: si yo llegaba a su casa
para preguntarle sobre libros y literatura, no me iba a dejar pasar. Hay
más de 20.000 personas que le preguntan la misma vaina. Yo quería
conocer el Gabo humano, del que nadie ha escrito. Todo el mundo habla
del hombre influyente, del hombre grande y famoso, pero yo quería
conocer al Gabo no famoso. Y salí ganando.
¿Con qué pregunta sintió que Gabo estaba a gusto con su presencia?
Lo sentí muy emotivo cuando habló de
Aracataca, cuando habló de su pueblo natal. Tanto que yo le hablaba de
su abuelo, del coronel, y doña Mercedes me miraba a mí como diciendo:
que este muchacho no vaya a cometer una imprudencia y lo vaya a poner
emotivo. Cuando le hablamos de los niños de Santa Marta para los cuales
estaba haciendo una labor con una fundación, se le notaba también mucha
emotividad y afinidad.
La despedida para mí fue algo
inolvidable. Después de dos horas, le di un abrazo y me dijo, como si me
conociera de toda la vida: ¿Por qué te vas? Yo le dije: maestro, me
debo ir a Bogotá. Entonces Gabo dijo en broma: Mercedes compra un avión y
acompáñalos.
Ahora que usted puede decir que ha sido el último en entrevistar a Gabo, ¿cómo se siente?
Como ser humano, triste por su partida. Y
como periodista también: Gabo fue un maestro. Un grande. Yo aclaro que
soy aprendiz de periodismo, yo soy estudiante, todavía no me he
graduado. Pero conocí al Gabo humano.
Confieso también que es un privilegio
triste, porque la vida vale más que cualquier exclusiva. Ahora me tocará
seguir trabajando y recordar eso. Sobre todo, tuve el gran privilegio
de conocer a ese gran hombre que se llamaba Gabriel García Márquez.
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