Gabo que estás vivo en la memoria
Las cálidas muestras de afecto
hacia Gabriel García Márquez, una vez se supo la noticia de su muerte,
pueden precipitarnos a un espejismo: suponer que siempre será así y que
esa devoción, dirigida tanto a la persona que fue en vida como a sus
deslumbrantes obras, permanecerá inalterada a través del tiempo. Craso
error. La memoria y su inercia llevan a que en estos casos lo que no se
preserva ni difunde acaba tergiversado, destruido o simplemente
olvidado. Papiros, códices, libros, museos, cuadros, esculturas,
monumentos, edificios, fotografías, ilustraciones, películas,
partituras, grabaciones, lenguas y culturas han desaparecido de la faz
de la tierra. ¿Quedará algo de Gabriel García Márquez en cincuenta, en
cien, en doscientos años? Nadie lo sabe. Por eso, si queremos mantener
sus obras en la conversación pública, debemos abocarnos ya mismo a una
tarea de reunión, ordenación y –quién lo creyera– hasta difusión que lo
preserve de la peste del olvido anunciada en la más célebre de sus
novelas.
Cuando se recuerda que en los últimos
siete años pocas librerías colombianas han podido vender los libros de
nuestro Nobel, queda patente que no se trata de una fantasía
apocalíptica. De García Márquez no existen obras completas, ni una
iconografía digna de ese nombre, no hay un tomo o una serie de tomos
que, por ejemplo, reúna las entrevistas que dio a lo largo de su vida, o
sus muchos y apenas leídos artículos sobre artes plásticas. No existe
una recopilación de sus cartas ni una bibliografía crítica de los
principales trabajos que le han consagrado. En vez de promover homenajes
insulsos y excluyentes, el Ministerio de Cultura podría encargarse de
alguna de esas tareas, o comisionar a otros para que las lleven a cabo.
¿Qué tal si el Instituto Caro y Cuervo promueve un Diccionario García
Márquez, donde se consignen las palabras que usó de manera distintiva,
sus reflexiones sobre el arte de la novela o alguna de sus muy
peculiares opiniones sobre el lenguaje? ¿Qué tal si la Biblioteca Luis
Ángel Arango organiza un Centro de Información, donde sea posible
consultar todo lo hecho por él, citado por él o hecho sobre él? ¿Qué tal
si desde ya el gobierno de Colombia le solicita a su viuda que, una vez
transcurra el tiempo prudente, los archivos personales de Gabriel
García Márquez vuelvan a Colombia? No es lo único. Sería bueno, entre
otras ideas, hacer una reunión anual de traductores y de especialistas
en su obra. Sería bueno promover la traducción de las obras todavía no
publicadas en cada idioma. Y –como complemento de lo anterior– sería
bueno promover la traducción íntegra de las obras completas en inglés,
francés y otras lenguas donde ya hay mucho traducido. Solo de ese modo
Gabriel García Márquez seguirá vivo en la conversación pública.
No me gustaría que esto pareciera una
simple exhortación a los cocodrilos; a través de esta edición especial
dedicada a nuestro máximo escritor estamos dando un primer paso en ese
camino de avivar su memoria. Por un lado, es un recorrido antológico por
nuestro archivo para rescatar algunas piezas ya clásicas pero quizá
desconocidas por los nuevos seguidores de la revista. Por otra parte, es
el espacio para textos inéditos, que ofrecen perspectivas novedosas
para abordar su literatura.
Nos ha interesado que el detalle y la profundidad se desarrollen sin
perder de vista la imagen viva de García Márquez: las noches en La
Cueva, las parrandas de juventud, la hipérbole, la risa, las travesías
por el Magdalena... todo esto salpimentado con una selección de
ilustraciones y fotografías inéditas y uno de esos detalles cifrados que
tanto gustaban al autor de Cien años: la fuente con que hemos
compuesto los títulos de cada artículo se llama Buendía y es el homenaje
que César Puertas, un brillante tipógrafo local, le hace a la novela
colombiana más grande de todos los tiempos. Este Gabo Malpensante
es una invitación para releer a García Márquez desde otra luz y una
celebración de esa manera ejemplar de entregar igual intensidad a los
libros y a la vida.
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