El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba es el producto de acercamientos secretos en uno de cuyos capítulos el Nobel de Literatura fue protagonista en 1998 llevándole un escrito de Fidel Castro a Bill Clinton
García Márquez y Clinton durante el homenaje que le hizo la Real Academia al Nobel en Cartagena, en el 2007./elespectador.com |
En 1999, siendo dueño y cronista de la revista Cambio,
Gabriel García Márquez admitió entre líneas haber sido el emisario de
un texto ultrasecreto que su amigo Fidel Castro le envió al entonces
presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. Sin embargo, nunca
trascendieron los detalles de la misión en la que el Nobel colombiano
protagonizó episodios dignos de una novela de espionaje y que acaban de
ser revelados en el libro Os últimos soldados da Guerra Fria, escrito
por el periodista brasileño Fernando Morais.
El Espectador tuvo acceso a varios de los documentos del caso,
publicados en portugués, junto con la historia de 14 informantes
cubanos infiltrados ilegalmente en Miami y hoy condenados en EE.UU. En
1998 Fidel Castro completaba 14 años de intentos infructuosos para tomar
contacto directo con la Presidencia de los Estados Unidos con el fin de
ponerla al tanto de 127 atentados terroristas atribuidos al grupo
extremista cubano-americano liderado por Luis Posada Carriles. Quiso ser
el primero en advertir a Washington que en las escuelas de aviación de
la Florida había un peligroso potencial que estaba siendo dirigido hacia
Cuba, a través de vuelos intimidatorios contra el turismo y para
interferir comunicaciones oficiales, el cual también podía ser usado por
terroristas internacionales contra Norteamérica. Otra de las alertas
incluyó, según el libro de Morais, hacer llegar al director de la CIA, William Casey, a mediados de 1984, un detallado informe sobre “un complot, abortado a tiempo, para asesinar al presidente de EE.UU”.
La posibilidad de una línea directa con la Oficina Oval pasó a depender de la amistad de García Márquez y Bill Clinton.
La misión fue marcada con “la impronta de las ocasiones íntimas”, el
calificativo de Fidel Castro en sus memorias al cruce de caminos de los
dos desde que a los 21 años de edad coincidieron, sin saberlo, en El
Bogotazo, el 9 de abril de 1948 en la capital colombiana. Se conocieron
cuando Castro estaba en el poder. El torbellino de las violencias de sus
países, sus inquietudes políticas de izquierda y la literatura forjaron
una amistad de hierro que ha hecho historia por más de medio siglo.
Los buenos oficios de Gabo
Corría abril de 1998 cuando el Nobel de Literatura
llegó a La Habana, esa vez para escribir un reportaje sobre la visita
del papa Juan Pablo II a la isla, realizada tres meses antes. Fidel le
comentó sobre lo difícil que era hacer contacto con Clinton y el
colombiano le reveló que por casualidad estaba esperando una audiencia
con él para hablar de Colombia, el narcotráfico y la guerrilla. Se
trataba de uno de sus sondeos secretos en busca del clima propicio para
un proceso de paz con las Farc, lo que efectivamente se hizo realidad
durante el gobierno de Andrés Pastrana, con la ayuda entretelones de
Gabo, quien de blanco hasta el sombrero estuvo en la instalación de las
negociaciones con ese grupo guerrillero en San Vicente del Caguán.
Esa obsesión con la paz le costó el exilio en la época del gobierno de Julio César Turbay, hasta que logró su cometido en los diálogos que permitieron a comienzos de los 90 la desmovilización del M-19. Fue invitado al acto de desarme y
a la firma del acuerdo final. Él se negó con un argumento demoledor:
“Lo que me gusta es conspirar por la paz”. El mismo perfil mantuvo
durante el gobierno Pastrana, no sólo en el caso de las Farc, sino para
facilitar los contactos con el Eln en Cuba, con anuencia de Cuba.
A ese “talento cósmico”,
de prestidigitador, acudió Castro. A finales de abril de 1998 García
Márquez dictó un taller de literatura en la Universidad de Princeton, en
Nueva Jersey, y para esos días le pidió a Bill Richardson, hombre de
confianza del gobierno Clinton, una cita con el presidente. Gabo y Fidel
estuvieron de acuerdo en aprovecharla no sólo para hablar del caso
colombiano, sino para entregarle un mensaje del líder cubano.
Discutieron
el contenido hasta que la decisión del comandante fue no enviarle una
carta membreteada y firmada por él, sino un documento con siete puntos,
mecanografiado en español, traducido al inglés y guardado en un sobre
lacrado sin firma ni remitente. Dos compromisos asumió Gabo:
entregárselo personalmente e intentar hacerle dos preguntas cuyas
respuestas podrían significar el restablecimiento de contactos entre Washington y La Habana.
¿Amigos de verdad?
Castro
daba por hecho el éxito de la misión, teniendo en cuenta el nivel
alcanzado por la amistad del entonces hombre más poderoso del mundo,
Clinton, y del escritor más influyente del mundo, García Márquez. Casi
cualquier presidente le pasaba al teléfono o lo recibía en audiencia.
Para salvar el proceso de paz con el M-19 bastaron llamadas suyas al
español Felipe González y al venezolano Carlos Andrés
Pérez, quienes formalizaron la mediación de la Internacional Socialista.
Fidel escribió que el carisma del colombiano no sólo radica en el aura
de un Nobel, sino “en su imaginación sorprendente, vivaz, díscola y
excepcional”, y la actitud “sonriente e ingeniosa desde la naturalidad
de sus metáforas”. Esa “bondad de niño” le facilitaba construir
“amistades entrañables”.
La empatía entre el escritor y Clinton
surgió desde que se conocieron durante una cena en la casa de verano del
escritor estadounidense William Styron, en Marttha’s
Vineyard, en agosto de 1995. Luego las anécdotas las compartió con los
periodistas que trabajábamos para él en la revista Cambio y las condensó
en la crónica El amante inconcluso, publicada en enero de 1999 a raíz
del escándalo sexual del presidente con la asistente Mónica Lewinsky.
Allí le atribuyó un “poder de seducción” basado en la estatura y “el
fulgor de su inteligencia”. Sin conocerlo, Clinton elevó las ventas de
las novelas del Nobel al declarar que su libro favorito era Cien años de
soledad. Gabo creyó que se trataba de una estrategia del “cabeza de
cepillo” para ganarse la creciente comunidad latina en EE.UU.
La noche en casa de Styron,
con la diplomacia del escritor mexicano Carlos Fuentes de por medio,
comprobó que la opinión de Clinton era genuina, además de su
conocimiento de la literatura universal, empezando por El Quijote,
deteniéndose en El Conde de Montecristo y terminando a medianoche con
Las Meditaciones de Marco Aurelio. La afinidad máxima fue Faulkner. El
colombiano consideró al autor de Luz de agosto inspirador de su poética y
Clinton le respondió recitando de memoria el monólogo de Benji, nuez de
la novela El sonido y la furia. Pasar a hablar del narcotráfico en
Colombia y EE.UU. resultó tan natural que Clinton admitió que las mafias
norteamericanas son las más poderosas. Al final de la velada hablaron
de Cuba y Gabo le dijo: “Si Fidel y usted pudieran sentarse a discutir
cara a cara no quedaría ningún problema pendiente”. Pareció valorar esas
palabras “como si fueran oro en polvo” y se reencontraron varias veces,
la última antes de la misión, en la Oficina Oval, a finales de 1997, en
presencia de Samuel Berger, cabeza del Consejo Nacional de Seguridad.
Ahora su reto era revalidar esa confianza informal en las formalidades
políticas.
Días de pánico
Según lo acordado con Bill Richardson, una vez terminado el taller en Princeton,
García Márquez viajó a Washington para el encuentro con Clinton. Por
diplomacia, sólo entonces le reveló que llevaba “un mensaje urgente para
el presidente”, sin dar detalle del remitente ni del contenido. El
funcionario le informó que el encuentro no podía realizarse porque él se
demoraba en California, pero que Sam Berger tenía instrucciones para
recibirlo. La malicia indígena guajira llevó a Gabo a responderle que
prefería esperar más tiempo. La audiencia quedó sujeta al suspenso de
una nueva llamada mientras el literato recreaba novelas de espías en su
mente debido al “pánico” de que los servicios de inteligencia
sospecharan de su misión e intentaran descubrirla. En el hotel pidió una
caja de seguridad y sólo le dieron un cofre con una llave común.
Prevenido, memorizó el documento con puntos y comas, y grabó las dos
preguntas en una agenda electrónica. Decidió encerrarse a la espera de
la confirmación durante la primera semana de mayo de 1998 y para
calmarse se dedicó a Vivir para contarla, autobiografía que terminó de
escribir allí en jornadas de diez horas diarias sin perder de vista el cofre.
Sólo
abría la puerta para recibir comida y apenas salía para enviar y
recibir mensajes cifrados con la ayuda del embajador de Cuba, Fernando
Ramírez. García Márquez identificó la “curiosidad empedernida” de Castro
y su solicitud de permanecer en Washington el tiempo que fuera
necesario. No le resultaba difícil decodificar, porque desde sus tiempos
de periodista en la Agencia Prensa Latina se aficionó a ese tipo de
comunicación al ver cómo su colega Rodolfo Walsh, con
ayuda de un manual de criptografía, descubrió en un cable con origen en
Guatemala las pistas del desembarque de tropas norteamericanas en Bahía
Cochinos.
La última cena
La impaciencia lo llevó otro día a una comida en la casa del expresidente colombiano y secretario de la OEA, César Gaviria,
quien lo presentó con Thomas McLarty, el mejor amigo de Clinton. A
través de él supo que las dificultades para entregar el mensaje eran
propias de los protocolos de seguridad de un presidente de EE.UU., pero
que intercedería para lograr la audiencia. Mientras tanto Gabo y Fidel
decidieron que en último caso el documento quedaría en manos de McLarty.
Así fue.
El asesor presidencial lo recibió en la Casa Blanca
a las 11:15 de la mañana del miércoles 6 de mayo, junto con tres
funcionarios del Consejo Nacional de Seguridad. Tras un abrazo le
entregó el sobre a McLarty y le pidió que lo leyera y opinara. “Qué cosa
terrible” y “tenemos enemigos comunes”, fueron los comentarios.
Entonces García Márquez le lanzó el primer interrogante: “¿Creen posible
que el FBI establezca contactos con sus homólogos cubanos para operar
en una lucha común contra el terrorismo?”. Respondió y contrapreguntó
Richard Clarke, asesor de Clinton en temas de narcotráfico y terrorismo:
“La idea es muy buena, pero el FBI no participa en investigaciones
cuyos resultados sean publicados en los periódicos. ¿Será que los
cubanos están dispuestos a mantener el asunto en secreto?”. El Nobel
sentenció como si estuviera perfilando un personaje de novela: “No hay
nada que a un cubano le guste tanto como guardar secretos”.
La segunda pregunta, sobre si esta actitud posibilitaba reactivar los viajes de estadounidenses a Cuba fue respondida con evasivas. En concreto, Clarke prometió que la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana trabajaría en una propuesta de trabajo binacional contra el terrorismo. Cumplidos 50 minutos de la reunión, McLarty se paró y le extendió la mano al colombiano para felicitarlo por el éxito de su importante misión.
La segunda pregunta, sobre si esta actitud posibilitaba reactivar los viajes de estadounidenses a Cuba fue respondida con evasivas. En concreto, Clarke prometió que la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana trabajaría en una propuesta de trabajo binacional contra el terrorismo. Cumplidos 50 minutos de la reunión, McLarty se paró y le extendió la mano al colombiano para felicitarlo por el éxito de su importante misión.
Al parecer el documento sí llegó a manos del presidente, con quien el Nobel
se volvió a ver en el homenaje a Cien años de soledad, organizado por
la Real Academia Española en Cartagena. Lo evidente es que en los meses y
años posteriores las fracturadas relaciones Estados Unidos-Cuba no
cambiaron y tampoco se hizo realidad el sueño macondiano de reunir a
Clinton con Fidel. Las circunstancias posteriores llevaron al mandatario
a preocuparse más de no perder el poder tras el escándalo Lewinsky y
del terrorismo instigado por el fundamentalismo religioso.
García
Márquez se resignó a que sus arriesgadas gestas nunca superaron lo que
llamó “la gloria efímera de los micrófonos ocultos”.
Los siete puntos de que trataba la carta de Fidel a Clinton
1.
Prosiguen las actividades terroristas contra Cuba, pagas por la
Fundación Nacional Cubano-Americana, utilizando mercenarios
centroamericanos.
2. Se realizaron dos nuevos intentos de explotar bombas en nuestros centros turísticos, antes y después de la visita del Papa. En el primer caso los responsables lograron escapar. En el segundo fueron detenidos tres mercenarios guatemaltecos que portaban explosivos. Recibirían 1.500 dólares por bomba que explotara.
3. Ahora planean explotar bombas en aviones de aerolíneas cubanas o de otros países que viajen hacia Cuba trayendo y llevando turistas de países latinoamericanos.
4. Las agencias de inteligencia de EE.UU. poseen informaciones fidedignas y suficientes respecto de los responsables. Si quisieran, pueden hacer abortar a tiempo esa nueva forma de terrorismo. Próximamente cualquier país del mundo podría ser víctima de tales actos.
5. Reactivación de vuelos comerciales de EE.UU. a Cuba, suspendidos desde que el gobierno de Castro derribó dos avionetas Cessna de organizaciones opositoras de Miami.
6. Agradecimiento de Fidel por un informe favorable del Pentágono, según el cual “Cuba no representa ningún peligro para la seguridad de EE.UU.”.
7. Agradecimiento “por los comentarios de Bill Clinton a Nelson Mandela y Kofi Annan en relación con Cuba”.
2. Se realizaron dos nuevos intentos de explotar bombas en nuestros centros turísticos, antes y después de la visita del Papa. En el primer caso los responsables lograron escapar. En el segundo fueron detenidos tres mercenarios guatemaltecos que portaban explosivos. Recibirían 1.500 dólares por bomba que explotara.
3. Ahora planean explotar bombas en aviones de aerolíneas cubanas o de otros países que viajen hacia Cuba trayendo y llevando turistas de países latinoamericanos.
4. Las agencias de inteligencia de EE.UU. poseen informaciones fidedignas y suficientes respecto de los responsables. Si quisieran, pueden hacer abortar a tiempo esa nueva forma de terrorismo. Próximamente cualquier país del mundo podría ser víctima de tales actos.
5. Reactivación de vuelos comerciales de EE.UU. a Cuba, suspendidos desde que el gobierno de Castro derribó dos avionetas Cessna de organizaciones opositoras de Miami.
6. Agradecimiento de Fidel por un informe favorable del Pentágono, según el cual “Cuba no representa ningún peligro para la seguridad de EE.UU.”.
7. Agradecimiento “por los comentarios de Bill Clinton a Nelson Mandela y Kofi Annan en relación con Cuba”.
Gestiones procubanas de Gabo sí sirvieron
El escritor Fernando Morais y el
embajador de Cuba en Colombia le dijeron a El Espectador en octubre de
2011 que las gestiones de Gabriel García Márquez para mejorar las
relaciones Cuba-EE.UU. estaban surtiendo efecto y daban hasta para una
película
La excarcelación del agente cubano René González, el
pasado 7 de octubre de 2011, uno de los cinco condenados en Florida
desde 1998 por hacer espionaje al grupo anticastrista liderado por Luis
Posada Carriles, era uno de los efectos previstos de las gestiones
diplomáticas que Gabriel García Márquez inició ese año con el gobierno
del presidente norteamericano Bill Clinton, por iniciativa propia y por
encargo de Fidel Castro.
Precisamente González era uno de los miembros de la llamada “Red Avispa”,
que pretendió infiltrar a la oposición a Cuba en Miami para evitar
atentados terroristas y económicos contra la isla, como el ocurrido en
1976 cuando un avión con 73 pasajeros a bordo fue destruido por dos
bombas que explotaron en pleno vuelo. Como lo publicó en exclusiva este
diario en la portada de la edición dominical del pasado 25 de septiembre
—en el reportaje “El mensajero”—, la historia de esta red de espionaje
es el argumento del libro Os últimos soldados da Guerra Fria (Companhia
das Letras). Lo escribió Fernando Morais, reconocido periodista y
escritor brasileño de 64 años que coincidió con García Márquez en
cruzadas políticas y a favor del cine, y a quien el gobierno cubano
entregó documentos inéditos en los que el Nobel de Literatura colombiano
es protagonista.
La obra, digna de una novela de John Le Carré,
fue publicada por ahora sólo en portugués, pero próximamente lo estará
en inglés, español y en cine. La biografía sobre García Márquez escrita
por Gerald Martin abordó la relación Gabo-Fidel Castro, pero no
reconstruyó al detalle este caso. El británico autor de Una vida (Random
House Mondadori-Debate) fue el más riguroso en investigar el lado
político del colombiano: desde su primera manifestación pública, a
través de un telegrama fechado el 11 de septiembre de 1973 en el que
condenaba la dictadura que se instalaba en Chile después de la muerte de
Salvador Allende, para acusar a Augusto Pinochet y su junta militar de
ser “autores materiales de la muerte del presidente”, hasta sus
relaciones con varios de los jefes de Estado más poderosos del mundo.
El
propio Gabo admitió en España en 1978 que el periodismo ejercido en
medios como El Espectador y la revista Alternativa (después en la
revista Cambio aludió en 1999 a una de sus gestiones para Fidel Castro)
le había dado conciencia política, y advirtió: “No hay un solo acto de
mi vida que no sea un acto político”. En esa década llegó a participar
como miembro del Segundo Tribunal Russell, dedicado a investigar y
juzgar crímenes de guerra.
Cuando exploró el tema de Cuba el biógrafo Martin
concluyó: “No existen indicios de peso sobre que la relación que García
Márquez entabló con el hombre más poderoso del planeta (Clinton) diera
verdaderos frutos para Cuba o para Colombia”. Lo contrario piensan
Morais y el embajador de Cuba en Colombia, Iván Mora Godoy, quienes
destacan hoy que la labor del Nobel fue muy benéfica. “Después de esa
intermediación —dijo el diplomático a este diario— empezamos a advertir
sobre los movimientos terroristas que se estaban gestando en Estados
Unidos en contra de Cuba. Empezamos a entregar datos, reportes, pero no
nos escucharon. Incluso alertamos sobre una escuela de pilotos en
Florida, en donde se entrenó (esto se supo luego) gente que participó en
los atentados del 11 de septiembre”.
Aunque El Espectador ya reveló la esencia del libro, sólo ahora, después de terminar una gira promocional por Brasil, el escritor Fernando Morais concedió una entrevista para profundizar en el papel de García Márquez.
Aunque El Espectador ya reveló la esencia del libro, sólo ahora, después de terminar una gira promocional por Brasil, el escritor Fernando Morais concedió una entrevista para profundizar en el papel de García Márquez.
¿Por qué incluyó a Gabo en su libro de espionaje?
Cuando
comencé el trabajo de investigación para escribir el libro Los últimos
soldados de la Guerra Fría —la historia de los cinco agentes cubanos
infiltrados en organizaciones anticastristas de Florida— descubrí que
Fidel Castro había enviado secretamente una correspondencia al entonces
presidente Bill Clinton. Profundicé mis investigaciones y establecí que
el presidente cubano ya había intentado utilizar al exsenador americano
Gary Hart como intermediario para que esa correspondencia llegara a
manos de Clinton. Por razones que nunca pude establecer, esa tentativa
no dio resultado. En abril de 1998 García Márquez viajó a La Habana a
tomar algunas notas para un artículo que escribiría sobre la visita del
papa Juan Pablo II a Cuba, ocurrida en enero de aquel año. En un
encuentro con su amigo Fidel Castro, García Márquez le dice que dará un
seminario en la Universidad de Princeton y que aprovechará el viaje a
Estados Unidos para solicitar una audiencia privada con el presidente
Clinton. Fidel no perdió la oportunidad de pedirle que fuese el portador
de la correspondencia. En ella el presidente cubano hacía, en siete
páginas mecanografiadas, un resumen de las actividades terroristas de
grupos anticastristas instalados en Florida. Después de cumplida la
tarea secreta, García Márquez escribió un sabroso informe de 4.000
palabras dirigido a Fidel, revelando las peripecias que vivió en su
trabajo de mensajero.
¿Usted tuvo autorización de García Márquez y Fidel Castro?
No.
La verdad no conseguí hablar con García Márquez, quien en esa época se
encontraba, si no me equivoco, en Los Ángeles. Pero toda esta
documentación me fue entregada —con autorización para publicar— por los
cubanos.
¿Cuándo y cómo conoció al novelista colombiano?
No
puedo decir que somos amigos, en cuanto a que tenga intimidad personal
con él, pero lo conozco desde hace muchos años. Fui su anfitrión en São
Paulo durante el primer viaje que él hizo a Brasil, en 1978 (para
promocionar El otoño del patriarca, su novela sobre las dictaduras en
Latinoamérica). Lo terminé convenciendo de firmar un manifiesto por la
libertad de un estudiante preso aquí. Recuerde que entonces vivíamos
bajo la dictadura militar. Años después, cuando era secretario de
Cultura del Estado de São Paulo, firmé con él un convenio a través del
cual la Secretaría pagaría el sostenimiento de los estudiantes
brasileños que irían a la Escuela de Cine que él creó en Cuba. A cambio,
su escuela nos daría copias de todos los filmes producidos allá (el
Festival de Cine de São Paulo, en julio de 2011, fue en homenaje a
Gabo).
¿Cómo califica la obra literaria de García Márquez?
Lo considero el mejor escritor vivo y uno de los mayores escritores de todos los tiempos. Es un privilegio ser su contemporáneo.
¿Supo de otras misiones diplomáticas del Nobel?
Siempre
he sabido que García Márquez es un activista político. En mi libro cito
otro episodio en el que él termina envuelto, junto con los presidentes
Bill Clinton, Carlos Salinas de Gortari, de México, y Felipe González,
de España, en la operación para sacar de Cuba al escritor Norberto
Fuentes (opositor de Fidel), que hoy vive en Miami. Yo mismo me precio
de haber sido portador de una correspondencia de García Márquez para el
cardenal de São Paulo, don Paulo Evaristo Arns, en la que le pedía
interceder ante el papa Juan Pablo II para liberar a alguien que estaba
preso injustamente (detenidos por la dictadura en Argentina).
(Finalmente, el Nobel se entrevistó con el Papa y aunque el Pontífice no
intercedió por las víctimas, de ahí surgió el relato “Visita al Papa”,
que empieza durante su estadía en el Hotel Cesar Palace de São Paulo y
se puede leer en internet).
¿Cuál es el documento más sorprendente que encontró?
Esta historia es sorprendente. Parece un romance al estilo García Márquez, sólo que es verdad de la primera a la última línea.
¿Qué efectos concretos en las relaciones Estados Unidos-Cuba generó la mediación del Nobel?
No
se sabía, pero el primer resultado de esa operación secreta que
envolvió al Premio Nobel colombiano fue la visita secreta a Cuba, por
primera vez desde 1959, de una misión compuesta por un director del FBI,
dos oficiales de inteligencia, un coronel del ejército de EE.UU. y dos
peritos en contraterrorismo. Tres días después esos hombres retornaron a
Washington llevando consigo un megadossier que Fidel mandó preparar
para ellos: 175 carpetas de informaciones, cinco cintas de audio y ocho
de video, así como 16 horas de grabaciones telefónicas entre mercenarios
presos en Cuba (guatemaltecos y salvadoreños, uno de ellos obsesionado
con emular a su ídolo Silvester Stallone) y sus reclutadores, dejando
claras las conexiones del anticastrismo de Florida con el terrorismo.
¿Cuál es su opinión del papel que desempeñó García Márquez? ¿Bueno? ¿Malo? ¿Un desgaste?
Fue
bueno, ¡claro! Él estaba, indirectamente, contribuyendo para el combate
del terrorismo. ¿Por qué combatir el terrorismo desgastaría la imagen
de alguien?
¿Sabe de colombianos conectados con la “Red Avispa”?
No. Que yo sepa no hubo colombianos envueltos.
¿Es cierto que usted quiere escribir sobre Colombia?
Tengo
una gran fascinación por Colombia, tal vez inspirado por los libros de
García Márquez. Años atrás pensé en hacer una biografía —o por lo menos
un retrato, un perfil— de Manuel Marulanda o Tirofijo, comandante de las
Farc. Pero el destino me empujó para otro lado y, con la muerte de él,
mi interés disminuyó. Aunque sé que ciertamente hay grandes historias
por ser contadas sobre la Colombia contemporánea. Aprovecho para pedirle
que si alguno de sus lectores tiene un buen tema me lo sugiera a través
de su página o mi sitio de internet www.fernandomorais.com.br. ¿Quién
sabe si de ahí sale un nuevo best-seller?
Aparte de Gabo y ‘Tirofijo’ ¿qué personaje le interesa?
Acompaño
con enorme interés al presidente Juan Manuel Santos. Me gustaría mucho
conocerlo. Semanas atrás, durante el lanzamiento de mi libro en
Brasilia, conocí a la embajadora de Colombia en Brasil, María Elvira
Pombo Holguín, y le dije lo mismo. De ahí puede salir algo…
Usted estuvo en Bogotá en 2008 para lanzar una biografía sobre el escritor Paulo Coelho. ¿Qué opinión tiene del país?
Conozco
poco Colombia, infelizmente. Mucho menos de lo que quisiera. Estuve
algunas veces en Bogotá, a la que considero una metrópoli cosmopolita,
con mucho programa, mucho encanto, y una vez fui a Cartagena de Indias,
una ciudad que me recuerda mucho a mi tierra natal, la tri-centenaria y
barroca Mariana, en el estado de Minas Gerais. Hace poco un amigo que se
casaba me pidió que le sugiriera un lugar para pasar la luna de miel y
no tuve dudas: mitad de la luna de miel en Bogotá y mitad en Cartagena.
Así fue y a su regreso a Brasil el matrimonio parece duradero.
*Estas historias fueron publicadas originalmente por El Espectador en septiembre, y octubre de 2011.
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