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Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad que se vendieron en vida de Gabo cuarenta millones de ejemplares./Claudio Rubio./eltiempo.com |
Lisboa. Aquel jueves Santo no falleció un gran escritor, o un notable artista, o simplemente un personaje muy famoso.
La noticia recorrió como un fantasma el mundo y
la opinión de la gran prensa internacional fue unánime: murió Gabriel
García Márquez, el genio de la literatura universal. Y los genios no
nacen ni mueren todos los días.
No fue su éxito global lo que lo consagró, así
asombre que haya hasta ahora vendido más de 40 millones de ejemplares
de su obra esencial, Cien años de soledad, vertida a 42 lenguas de la
Tierra, desde el mongol hasta el wayuunaiki, pasando por supuesto y
hermosamente por el portugués.
Es un genio porque llevó a su idioma, a su
lengua nativa, el castellano, al máximo nivel de exigencia estética y
dimensión poética, y su novela cumbre se colocó de un solo golpe como el
libro más importante escrito en este idioma desde cuando don Miguel de
Cervantes escribió el Quijote.
Es decir, fue un salto de cinco siglos, entre
el padre del idioma castellano y el creador de Macondo, un mundo mágico
que totaliza la saga de grandeza, tragedia, amor y magia que constituyen
la fuerza profunda y misteriosa de la vida en Colombia y Latinoamérica.
García Márquez al crear Macondo alcanzó algo
que solo logran los artistas tocados por esa fuerza desconocida que
ilumina a muy raros seres humanos.
Como la Biblia, como la Divina comedia, como
la música de Mozart o Beethoven, como la suma mítica de los heterónimos
de Pessoa, como el sureño territorio de Faulkner, como Picasso, este
colombiano hijo de un telegrafista y una muchacha de pueblo, forjó en
Macondo un universo en donde millones de habitantes de la Tierra
suspiran y sueñan y donde, como lo han demostrado muchas encuestas,
también muchos millones quisieran levitar después de muertos, porque es
una auténtica dimensión del paraíso, el verdadero territorio de la
utopía, el horizonte donde se juntan y se cumplen todas las profecías.
Gabriel García Márquez logró el milagro de
habitar con su obra en la mente de todos los seres sensibles de la
Tierra. Lo viven desde un portero huraño de un rascacielos de Nueva York
o un granjero de Australia, hasta un riguroso profesor de Harvard y un
exigente académico de Coimbra.
Sus novelas y cuentos, y aún toda su vasta
obra periodística, tienen una belleza natural y sencilla, pero está
siempre tocada por la fuerza inescrutable y arrasadora de lo
desconocido.
Es una magia misteriosa que afecta de tal
manera que hoy por hoy sea el escritor que más influye en la literatura
árabe, simiente del realismo mágico, o en culturas tan distintas como la
China, donde el reciente premio nobel Mo Yan afirmó que había
descubierto y había decidido narrar lo que había vivido en su aldea al
leer lo que García Márquez narraba en ese lugar remoto llamado Macondo.
García Márquez nació en un pueblo bananero de
la costa Caribe colombiana, y donde hace tanto calor que los pájaros
caen abrasados por el sol del mediodía.
Se crío con sus abuelos maternos, en una casa
inmensa, y mientras la abuela evocaba la historia de los muertos
familiares que aún deambulaban por los cuartos clausurados de esa casa
infinita, el abuelo le narraba la historia de los muertos que se habían
muerto de verdad a lo largo de las 32 guerras civiles que habían asolado
al país.
De esta memoria, sacó todos sus personajes,
mujeres y hombres como seres que solo caben en el tamaño de sus sueños, y
creó una obra que retrató de cuerpo entero a su pueblo, Aracataca,
convertido en Macondo, y a su país, Colombia, porque no hay un libro de
García Márquez que no transcurra en Colombia.
Ciudadano del mundo, reconocido y admirado en
Portugal, donde vino por dos semanas en junio de 1975 para escribir tres
grandes crónicas sobre la Revolución de los Claveles, García Márquez se
alimentó de toda la fuerza vital de Latinoamérica, desde su nativa
Colombia, que le otorgó su única nacionalidad, hasta el México
tumultuoso y hermoso que le dio generoso cobijó durante cinco décadas.
Los dos presidentes, Juan Manuel Santos y
Enrique Peña Nieto, le hicieron la guardia de honor en el imponente
Palacio de Bellas Artes, con las banderas tricolor y del águila azteca, y
ojalá sus cenizas se conserven como reliquias en partes iguales en la
tierra de estos dos pueblos hermanos, tan parecidos pero tan distintos
como Aureliano y José Arcadio Buendía en Cien años de soledad.
Millones de lectores quedaron huérfanos pero felices en el mundo, porque su obra entró a la inmortalidad.
En lo personal, como antiguo periodista en
Colombia, además de haberlo entrevistado en siete ocasiones, me queda un
recuerdo que revivo con prepotente humildad.
Fue en Nueva York, un domingo de otoño, donde
me llamó desde el hotel Plaza para decir que si lo podía acompañar a
cine, porque su esposa Mercedes se había ido de compras. Entonces
caminamos por la Quinta Avenida, que es donde realmente se sabe quién es
conocido e importante en el mundo.
Mucha gente lo saludaba con asombro, al comprobar que García Márquez realmente existía.
En la penumbra del cine, después de pagar con
emoción los boletos porque el Nobel había dejado la cartera en el hotel,
allí en la tenue oscuridad, los dos solos en cine, no me pude
concentrar en aquella película de Akira Kurosawa, porque éramos yo, el
hijo de mi mamá, y el más grande colombiano de toda la historia, a mi
lado el genio de literatura universal, y ahí fue cuando sentí la
irresistible necesidad de cogerle la mano, como a aquella deseada novia
de pueblo, para decirle que gracias por existir, que lo amábamos, porque
era demasiado lo que había influido en nuestras vidas…
Acerca del autor
.Germán Santamaría. Periodista y novelista (1950), cinco veces
ganador del Premio Simón Bolívar. Algunos de sus libros son: ‘Los días
del calor’ (1970), ‘Marilyn’ (1974), ‘Morir último’ (1978), ’Crónicas’
(1981), ‘Colombia y otras sangres: diez años de periodismo’ (1987), ‘No
morirás’ (1992).
Desde 2011 se desempeña como embajador de Colombia en Portugal.
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